20 abr 2007

China, el nuevo modelo económico

El nuevo modelo económico de China/Koseph Stiglitz, es premio Nobel de Economía.
Publicado en EL PAÍS, 19/04/2007;
El éxito de China desde que comenzó su transición a una economía de mercado se ha fundado en unas estrategias y políticas adaptables: a medida que se resuelven unos problemas, surgen otros nuevos, y hay que elaborar políticas y estrategias nuevas para ellos. Este proceso incluye la innovación social. China ha reconocido que no podía limitarse a trasladar las instituciones económicas que habían funcionado en otros países; como mínimo, había que adaptarlas a sus problemas específicos.
Hoy, China debate un “nuevo modelo económico”. Desde luego, el modelo económico anterior ha tenido un éxito indiscutible, puesto que ha producido un crecimiento anual de casi el 10% a lo largo de 30 años y ha sacado a cientos de millones de chinos de la pobreza. Los cambios se ven no sólo en las estadísticas, sino, todavía más, en los rostros de la gente que se ve en el país.
Hace poco visité una remota aldea Dong en las montañas de Quizho, una de las provincias más pobres, a kilómetros de distancia de la carretera asfaltada más próxima; sin embargo, tiene electricidad y, con ella, tiene no sólo televisión sino internet. Algunas rentas han subido gracias a las remesas de familiares que emigraron a las ciudades costeras, pero también los agricultores están más desahogados, con nuevos cultivos y mejores semillas: el Gobierno les vende a crédito semillas de alto grado, con un índice de germinación garantizado.
China sabe que necesita cambiar para tener un crecimiento sostenible. Existe en todos los niveles una conciencia de los límites ambientales y de que las pautas de consumo que utilizan muchos recursos, como las aceptadas hoy en Estados Unidos, serían un desastre para China y para el mundo. A medida que una proporción cada vez mayor de la población china se traslade a las ciudades, éstas tendrán que ser más habitables, lo cual exigirá un urbanismo bien pensado que se ocupe también de sistemas de transporte público y parques.
Resulta también interesante que China esté tratando de abandonar la estrategia de crecimiento basado en las exportaciones que había seguido hasta ahora. Dicha estrategia defendía la transferencia de tecnologías, que ayudaba a cerrar la brecha de conocimientos y mejoraba rápidamente la calidad de los bienes manufacturados. El crecimiento basado en las exportaciones hacía que China pudiese producir sin preocuparse por desarrollar el mercado interior.
Pero ya ha surgido una reacción mundial en contra. Incluso los países aparentemente partidarios de los mercados competitivos son reacios a que les venzan en su propio terreno y, muchas veces, inventan acusaciones de “competencia desleal”. Además, cosa más importante, aunque los mercados no estén totalmente saturados en muchas áreas, será difícil lograr que las exportaciones sigan teniendo una tasa de crecimiento de dos cifras.
De modo que algo tiene que cambiar. China se ha dedicado a lo que podría llamarse “financiación del vendedor”, a proporcionar el dinero que ayuda a financiar los gigantescos déficit fiscal y comercial de EE UU y permitir que los estadounidenses compren más bienes de los que venden. Pero es un acuerdo peculiar: un país relativamente pobre está ayudando a subvencionar la guerra de EE UU en Irak y un inmenso recorte fiscal para los habitantes más ricos del país más rico de la tierra, mientras que, dentro de sus propias fronteras, tiene enormes necesidades que dejan pensar que habría margen de sobra para la expansión interior del consumo y las inversiones.
De hecho, para abordar el reto de reestructurar la economía China tiene que estimular el consumo. Mientras el resto del mundo lucha para aumentar el ahorro, China, con una tasa de ahorro superior al 40%, lucha para conseguir que su población consuma más. Unos servicios públicos de más calidad (sanidad, educación y programas de jubilación) disminuirían la necesidad de tener ahorros “preventivos”. También sería útil que las pequeñas y medianas empresas tuvieran más facilidad de financiación. Y unos “impuestos verdes” cambiarían las pautas de consumo al tiempo que eliminarían incentivos a las exportaciones con uso intensivo de la energía.
A medida que China se aleje del crecimiento basado en las exportaciones, tendrá que buscar nuevos motores en su mundo empresarial, cada vez más amplio, y eso exige el compromiso de crear un sistema de innovación independiente. Lleva mucho tiempo invirtiendo en la enseñanza superior y la tecnología, y ahora se ha propuesto crear instituciones de categoría internacional.
Pero, si desea tener un sistema de innovación dinámico, tiene que resistirse a las presiones occidentales para que apruebe unas leyes de propiedad intelectual tan descompensadas como las que se le exigen. Debería, al contrario, tratar de implantar un régimen de propiedad intelectual “equilibrado”: dado que el elemento más importante en la producción de conocimiento es el propio conocimiento, un régimen de propiedad intelectual mal diseñado puede asfixiar la innovación, como ha ocurrido en EE UU en algunos campos.
La innovación tecnológica occidental se ha interesado poco por reducir las consecuencias ambientales negativas del crecimiento y demasiado por ahorrar mano de obra, algo que China posee en abundancia. De modo que es lógico que China centre sus avances científicos en lograr nuevas tecnologías que empleen menos recursos. Pero es importante contar con un sistema de innovación que garantice un buen aprovechamiento de los avances en el conocimiento. Para ello pueden ser necesarios métodos nuevos, muy distintos a los regímenes de propiedad intelectual basados en la privatización y el monopolio del conocimiento, con los altos precios y los beneficios limitados que de ahí se derivan.
Demasiada gente cree que la economía es un juego a todo o nada y que el éxito de China se ha logrado a costa del resto del mundo. Sí, es verdad que su rápido crecimiento plantea retos a Occidente. La competencia obligará a algunos a esforzarse más, volverse más eficientes o aceptar menores beneficios. Pero la economía, a la hora de la verdad, es un juego de sumas. Una China cada vez más próspera no sólo recibe más importaciones de otros países, sino que suministra bienes que han ayudado a mantener los precios más bajos en Occidente, pese a la brusca subida del petróleo en los últimos años. Esa presión a la baja sobre los precios ha permitido que los bancos centrales de Occidente llevaran a cabo políticas monetarias expansivas, que han servido de base para tener más empleo y crecer.
Debemos confiar en que el nuevo modelo económico de China triunfe. Si lo logra, todos saldremos ganando.

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