14 jun 2008

Fracaso el Plan Colombia

¿Una vez más?/ editorial, periódico El Tiempo, 12/06/2008;
En la reciente reunión de la OEA en Medellín, el presidente Álvaro Uribe anunció que volverá a presentar un proyecto de reforma constitucional para castigar penalmente a los consumidores de drogas. Lo que confirma que la criminalización del drogadicto ya se volvió un clásico de la administración Uribe. O, más bien, una mala costumbre. Al comienzo, se intentó que los colombianos la aprobaran en el referendo del 2003, y salió derrotada. Después ha insistido en ella, con la misma miopía jurídica con la que podría plantearse que la Carta Magna prohibiera pasar los semáforos en rojo. Tampoco ha tenido éxito.Tal vez porque la iniciativa adolece de tres fallas elementales: está filosóficamente errada, contradice todos los estudios serios sobre el tema y es tan ineficaz como contraproducente en la práctica. La historia de la humanidad ha demostrado, desde su propio origen, que el mensaje puramente punitivo no disuade a la sociedad del peligro de los "paraísos artificiales". Y en el caso del mucho más grave fenómeno del narcotráfico moderno, se comprueba, cada día, que privilegiar el enfoque represivo no solo no acaba con el siniestro negocio de los narcóticos, sino que lo ha convertido en una próspera actividad criminal, que enriquece a una mafia multinacional que siembra la violencia, corrompe a la sociedad y socava las instituciones. Basta comparar el tratamiento policial de las drogas con el de otras dos -legalmente aceptadas- que dejan cada año miles de muertos y representan una carga para la salud pública: el alcohol y el tabaco. Cuando aquel fue prohibido en 1919 en Estados Unidos, surgieron las grandes mafias, pulularon los alambiques clandestinos, se corrompieron muchas autoridades y se temió por la solidez de la democracia norteamericana. Desde que su Congreso, 14 años después, echó atrás la Prohibición, han logrado más las asociaciones de Alcohólicos Anónimos que aquella torpe enmienda constitucional. En cuanto al consumo del cigarrillo, que cada año mata a muchísimas más víctimas que la droga, sólo ha retrocedido desde que existe una fuerte presión social y administrativa contra el humo. No es considerando como delincuentes a los alcohólicos y fumadores la manera inteligente de lidiar con malsanas costumbres sociales. En el caso de la droga (marihuana, coca, éxtasis etc.), es grave no entender la diferencia entre el que la produce o vende y se lucra de ello, y quien la consume. El primero es sujeto, ese sí, del Código Penal. El consumidor lo que precisa es atención médica y sicológica; pero habría sido mejor, incluso, que lo disuadieran de probar la droga mediante intensas campañas de prevención y educación. El problema es que no sólo faltan esas campañas, sino que ahora se propone tratar a las víctimas de las mafias como a los mafiosos. Penalizar la dosis mínima no tendrá el menor efecto sobre el tráfico de drogas. Las cárceles de Estados Unidos están inundadas de consumidores convertidos en criminales. Aquí, congestionaría aún más el sistema judicial, incitaría a la corrupción policial, arruinaría la hoja de vida del acusado y, en algunas circunstancias de desesperación o pobreza, lo podría arrojar del todo al mundo de la droga o del crimen, en prisión. Esta iniciativa, que se propone por cuarta vez, aparece cuando se comprueba una vez más que la represión no acaba con el negocio. En Colombia, para hablar de lo nuestro, esta semana se reveló que en el 2007, el año en que se erradicaron y fumigaron más cocales que nunca, la superficie cultivada aumentó en casi 20 ciento. Este reiterado fracaso debería provocar en el Gobierno reflexiones profundas y soluciones más imaginativas que dar más de lo mismo. Lo único que resulta de estas obsesiones por perseguir la calentura en las sábanas de la dosis personal es hacer 'osos' internacionales como el de protestar por una canción de la primera dama francesa, donde dice que el amor es más peligroso que la cocaína colombiana. Si cada canción que mencione a Colombia de manera que no guste a las esferas oficiales se vuelve un lío diplomático, apague y vámonos.
editorial@eltiempo.com.co

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