El ejército de (Fernando) Lugo
Marcelo Izquierdo
Publicado en la revista Proceso (http://www.proceso.com.mx/), No. 1658, 10 de agosto de 2008;
Marcelo Izquierdo
Publicado en la revista Proceso (http://www.proceso.com.mx/), No. 1658, 10 de agosto de 2008;
En San Pedro Norte –región en la que fue obispo Fernando Lugo, quien este viernes 15 tomará
posesión como presidente de Paraguay– unos 30 mil campesinos instalan campamentos frente a haciendas, la mayoría propiedad de brasileños. Amagan con invadirlas. Buscan ejercer presión para que Lugo, ya en el poder, realice una reforma agraria y frene a los terratenientes que contaminan sus comunidades, muchas de las cuales corren el riesgo de desaparecer.
SAN PEDRO DE YCUAMANDIYYU, PARAGUAY.- Un ejército de campesinos pobres y armados con machetes se distribuye en campamentos montados a la vera de las rutas y caminos del interior profundo de Paraguay. Aguarda la asunción del presidente electo Fernando Lugo, el próximo 15 de agosto.
Su objetivo: presionar por una reforma agraria y luchar contra el uso indiscriminado de agrotóxicos que contaminan el medio ambiente y afectan a pueblos enteros que, a juicio de la Iglesia local, están condenados a la “extinción”.
Son campesinos “sin tierra” o pequeños productores que viven hundidos en la miseria en San Pedro Norte, el territorio más olvidado del país. Ahí Lugo predicó y, durante los 12 años en que fue obispo, ayudó a los pobladores a organizarse y a reclamar sus derechos. La mayoría son descendientes de indígenas guaraníes. Muchos de ellos no hablan una palabra de español. Dicen que están con Lugo “a muerte” y que el exobispo respalda sus protestas.
Lugo fue obispo de San Pedro Norte desde 1994 hasta 2006, año en que renunció a su investidura para lanzarse a la política. Lideró la organización Resistencia Ciudadana –formada por partidos políticos, sindicatos y organizaciones civiles— que encabezó masivas protestas contra el gobierno de Nicanor Duarte Frutos, del Partido Colorado.
Un año después, Lugo fue candidato presidencial de la Alianza Patriótica para el Cambio (APC), una coalición de organizaciones sociales y campesinas que obtuvo el respaldo del principal partido de oposición, el Partido Liberal Radical Auténtico (PLRA, de centroderecha). El pasado 20 de abril ganó las elecciones presidenciales y con ello acabó con 61 años de gobiernos ininterrumpidos del Partido Colorado, el mismo del exdictador Alfredo Stroessner (1954-1989). El próximo viernes 15 asumirá la presidencia de este país, uno de los más pobres de Sudamérica.
Los “brasiguayos”
Llegar a San Pedro de Ycuamandiyyu –capital de la provincia de San Pedro Norte— es una pequeña odisea: el viaje de unos 400 kilómetros dura más de ocho horas en un autobús colmado de pasajeros. El calor, en pleno invierno austral, es sofocante.
La ciudad es de casas bajas y humildes, calles polvorientas y desiertas. Su plaza principal es similar a la de otros pueblos de provincia: la rodean el edificio del gobierno municipal, la Iglesia, el servicio de correos y la sede del gobierno provincial.
“Aquí los campesinos están a muerte con Lugo”, dice a Proceso el gobernador electo de San Pedro Norte, José Ledesma, del PLRA. “Lugo ha salido de las bases, ha luchado con los campesinos, pero tiene el compromiso de todos los paraguayos”, añade Ledesma, que asumirá su cargo el mismo día que Lugo tome posesión de la presidencia.
El alcalde actual, Pastor Vera Bejarano –de 40 años y también del PLRA– dice ser “amigo cercano” de Lugo. En su despacho convida al reportero un “tereré”, una infusión típica paraguaya a base de yerba mate y agua fría. Explica: “La Iglesia aquí es un poder importante, y Lugo empezó a despertar a la gente, a trabajar con los más desposeídos, los ayudó a organizarse y lideró sus luchas sociales”.
En esta región la posesión de la tierra es el principal motivo de conflicto. Los hacendados brasileños y sus descendientes han comprado gran parte de las estancias más ricas del territorio. Cultivan sobre todo soya. Se les conoce como “brasiguayos” y son unos 600 mil.
Según organizaciones campesinas, adquirieron las tierras de manera irregular. Las protestas de los campesinos han derivado en enfrentamientos violentos.
“No es xenofobia –aclara el alcalde–; los brasileños nos han invadido siempre. Entran por todos lados. Son migraciones financieras impulsadas por el Banco de Brasil. Compran las mejores tierras. Es una invasión pacífica. Lo grave es que no respetan las leyes ambientales. Fumigan con agrotóxicos, prohibidos por ley, y contaminan arroyos y ríos”, sostiene.
Su hermano, Cándido Vera Bejarano, será el ministro de Agricultura de Lugo. Desde Asunción, y vía telefónica, dice a Proceso que el nuevo gobierno sabe lo que pasa en San Pedro y está dispuesto a combatirlo. “Hay empresarios inescrupulosos, irrespetuosos de las leyes ambientales. Vamos a exigir el respeto de las leyes y terminar con esta irracionalidad en el cultivo de la soya. No hay cálculos precisos, pero estimamos que 50% de la tierra de San Pedro está en manos de brasileños”, sostiene.
Y agrega: “si es necesario” el gobierno impulsará una reforma agraria. “Si es necesario habrá expropiaciones en una última instancia. Es una posibilidad. Vamos a entrar en diálogo con ellos para construir consenso. Privilegiaremos la compra directa de tierras”.
La sede del obispado es una construcción humilde y colonial. Allí vivió Lugo durante 12 años. El vicario general de la diócesis y cura párroco, Celso Mena Maidana, dice que la Iglesia de San Pedro “siempre se ha preocupado por las cuestiones sociales” y asegura que la mayoría de los dirigentes campesinos “es gente de la Iglesia”.
“Lugo siempre estuvo con ellos. Era la voz de los sin voz. Su presencia era como un sacramento. El gobierno le temía. Su palabra era una espada afilada atravesada en la política. La gente perdió el miedo y empezó a participar, a organizarse. Se sentía protegida por Lugo. Ahora él tendrá el poder para aplicar lo que predicó. Es la misma persona: lo único que ha cambiado es que ahora ya no es libre y vive rodeado de guardias”, indica a Proceso.
Mena Maidana, como todos los sacerdotes de San Pedro, no viste los hábitos tradicionales y se pasea con ropas de civil, una vieja costumbre de la Iglesia local “para estar cerca de la gente”. Resume:
“Aquí hemos perdido la soberanía, la cual está en manos de los hacendados brasileños, por culpa de gobiernos corruptos que vendieron tierras mal habidas. La gente se muere, los ríos y arroyos están contaminados por los agrotóxicos y ya no hay más peces. No hay más bosques.
“Ellos vienen sólo a ganar plata. Son un cáncer generalizado. La situación sanitaria de los campesinos es calamitosa. Los niños mueren de fiebre amarilla, dengue, meningitis. No hay nada, no hay hospitales con terapia intensiva. Hemos tocado fondo. Si no salimos de esto, es el acabose”.
“En vías de extinción”
Cruce Liberación es un pequeño pueblo ubicado a unos 130 kilómetros al norte de la capital provincial. Ahí vive el sacerdote Cristian Paiva, de 33 años, quien llegó a la parroquia del lugar en febrero pasado. Fue el último cura ordenado por Lugo antes de renunciar a sus hábitos. Y lo cuenta con orgullo.
Paiva recorre cada semana varios pueblos y comunidades de la zona. En uno de ellos, Virgen del Carmen, la parroquia ha quedado en medio de una plantación de maíz perteneciente a un hacendado brasileño. En realidad todo el pueblo está rodeado.
Las avionetas y tractores fumigadores están acabando con el pueblo, donde 30 familias campesinas apenas subsisten con sus plantaciones de sésamo, mandioca, fríjol y maíz. Al menos una vez por semana los agrotóxicos “invaden” el pueblo llevados por el viento, y entonces la escuela se cierra y los niños corren a refugiarse en sus casas.
Teodolinda Coronel, de 40 años y con cinco hijos, describe los efectos de estos compuestos químicos: “Todos tenemos dolores de cabeza, mareos y vómitos. Cuando fumigan tenemos que alejarnos del pueblo. Los niños tienen llagas en la piel y los doctores dicen que es por envenenamiento”.
Coronel es una de las pocas campesinas que habla español. Está sentada ante una gran olla popular, en un campamento campesino. Éste, dice Paiva, está frente a la hacienda “de un brasileño que nadie nunca vio y que nadie sabe cómo se llama”. Las familias se turnan para vivir en grupos dentro de dos carpas improvisadas para protestar contra el uso de agrotóxicos. En promedio, cada familia pasa una semana en el campamento.
Mario Jiménez, de 56 años, apenas sabe unas palabras en castellano. “Agrotóxico fuerte, agrotóxico fuerte”, repite antes de lanzar un discurso en guaraní. El cura Paiva traduce: “Estamos aquí, en este campamento campesino, para protestar por las fumigaciones que nos están destruyendo. Se nos mueren las gallinas, las vacas. No aguantamos más”.
Comienza a llover, pero Jiménez sigue su relato: “Cuando les pedimos que no fumiguen, aparece una camioneta con cinco matones armados con ametralladoras que nos intimidan. Aparecen cada tanto por el pueblo, de noche, con sus armas largas”.
Eugenio Medina, de 45 años, es el más locuaz del grupo. En buen español afirma que siete familias decidieron vender sus tierras al hacendado brasileño, pero asegura que los demás seguirán luchando para no desaparecer.
–¿Y Lugo? –pregunta el reportero.
–Estamos esperanzados con él. Tengo confianza, pero no creo en la gente que lo rodea –afirma.
Desde lejos se acerca, rengueando, Noelia Rojas, de ocho años. Llagas enormes y profundas en su pierna derecha no la dejan caminar. Luce muy enferma, pero nadie la lleva al hospital. “¿Para qué? Si no hay nada, no hay medicinas, nada”, dice en guaraní su vecina Fanny.
Noelia se aleja mientras Medina asegura: “En la última semana se nos murieron ocho vacas”. La expresión de sus caras denota angustia. El sacerdote Paiva es contundente: “Ellos, los campesinos de Virgen del Carmen, están en vías de extinción”.
A unos 20 kilómetros de allí, los pobladores de la comunidad de San Pedro, en el distrito Guayayví, también están movilizados. Varios de ellos montaron un campamento frente a la hacienda del grupo estadunidense Cargill. Sus líderes, Menelio Jiménez y Francisco Centurión Peña, dicen que su protesta es contra la hacienda que rodea a su pueblo. Se quejan de que los desechos del silo, ubicado a 20 metros de la escuela y de la Iglesia, contamina su comunidad.
“Muchos de nuestros niños sufren ya de alergias”, dice Marino Mendoza.
El pueblo es pequeño. La escuela, a unos pasos del alambrado de la compañía, tiene un cartel donde se anuncia que recibe la ayuda de Cargill. “Nos dieron últiles escolares”, precisa Jiménez. Por ahora no piensan en invadir la hacienda, pero no descartan hacerlo posteriormente.
Silfrido Baumgarten es el presidente de la Sociedad Rural de San Pedro Norte, que aglutina a los hacendados de la región. Afirma:
“Como todos los paraguayos, tenemos esperanza en el nuevo gobierno y en las palabras de Lugo de que se respetará la propiedad privada, aunque no compartimos su afirmación de que la invasión es el último recurso. Creemos que si la intención es mejorar la situación económica de un país, hacen falta inversionistas, y que en un clima de inestabilidad y zozobra como el que provocan las invasiones no se podrán captar inversiones y menos para San Pedro, de donde provienen la mayoría de noticias de conflictos sociales”.
Desde su punto de vista, “hoy la situación no ha variado en relación con los últimos meses, o sea que sigue el censo de parte de seudolíderes de los ‘sin tierra’ para invadir las propiedades privadas de la región. Además de las casi 60 propiedades amenazadas en un comienzo, hoy suman y siguen”.
Refiere que “la Asociación Rural del Paraguay solicitó a una firma especializada en imágenes satelitales un estudio sobre el uso de la tierra en la región. En este estudio puede comprobarse que, de las 2 millones 58 mil hectáreas que posee San Pedro, 511 mil están en manos de las colonias de pequeños productores. Pero sólo se cultiva entre 20% y 25% de esas tierras. El resto está abandonado y sin producción. O sea que lo que falta aquí es organización, que las instituciones del Estado encargadas de estas colonias funcionen”.
Las “invasiones”
El discurso de los terratenientes provoca el rechazo de los campesinos. En la medida en que se recorre la ruta número 3, los campamentos van apareciendo en el camino. En la comunidad de Toro Piru, unos 25 campesinos sin tierra acampan frente a una hacienda de la familia Barset, de origen francés.
“Era una antigua reserva natural de mil 200 hectáreas. Nosotros denunciamos esa propiedad por mal uso. Queremos conocer si tiene títulos legales. Estamos aquí para luchar por una reforma agraria”, dice el líder del grupo, Vicente Rolón, de 24 años y miembro del Movimiento Campesino Paraguayo (MCP), una de las organizaciones que respaldó la candidatura del exobispo.
“Ya hablamos con el propietario. Nos propuso esperar a que asuma Lugo para negociar. Ahora tenemos que decidir si ocupamos la hacienda antes de la asunción. Tenemos que presionar a Lugo para que cumpla lo que prometió”, agrega.
Más al norte, en el poblado de Santa Rosa, está la sede de la Coordinadora de Productores Agrícolas de San Pedro Norte (CPA-SP). Su líder, Elvio Benítez, de 42 años, invitó al reportero a una asamblea. El bolígrafo y la libreta no sirvieron de mucho: todos hablaron guaraní, aunque en sus discursos saltaban palabras en español como “ocupación”, “lucha política” e “ideología”, que no tienen equivalente en el idioma nativo.
“Nosotros apoyamos a Lugo, pero desconfiamos del PLRA”, el partido que acompaña la alianza del futuro gobierno paraguayo, dice Benítez.
Y agrega: “La situación del campesinado es muy difícil. Hay un abandono total por parte del Estado. La lucha de los campesinos por la tierra termina siempre en enfrentamientos y sobre cadáveres de compañeros. Calculamos que hay 300 mil campesinos sin tierra en Paraguay y que 70 mil de ellos viven aquí en San Pedro Norte”.
Benítez es conocido por ser uno de los líderes campesinos más combativos de la región. La gente lo reconoce por las calles, aun en los pueblos más remotos. “¿Ese es el Elvio, no?”, pregunta un joven en la parada de autobús del pueblo de Nueva Germania cuando lo ve.
“Aquí no hay caminos ni salud. Al hospital de Santa Rosa (el más grande de la zona) se lo conoce como el hospital de la muerte. Esto responde a una política oficial para aniquilar al campesinado. Los grandes capitales quieren hacernos desaparecer. Los brasileños vienen con sus esclavos a trabajar en sus grandes haciendas. Son unos 600 mil brasiguayos en todo el país. El atropello es inmenso. No hay más bosques. Utilizan fumigación aérea con agrotóxicos. Mucha gente se está muriendo por la contaminación. La ocupación de tierras es una forma de defensa que tenemos los campesinos”, afirma.
Sin embargo, aclara, “hay una especie de tregua” en la ocupación de tierras. Los campesinos esperan la asunción de Lugo. “Lo que hacemos ahora es montar campamentos frente a las grandes haciendas. A veces atacamos: quemamos cultivos y tractores. Entonces aparecen los matones para amedrentarnos, a pesar de que ellos (los “brasiguayos”) son los invasores que violan nuestras leyes”, dice Benítez.
Y añade: “Nosotros ya hablamos con Lugo. Tenemos que mantenernos movilizados y él está de acuerdo. El 13 de agosto, dos días antes de la asunción, ocuparemos la hacienda de un brasileño de apellido Mendonça, de 6 mil hectáreas, en el pueblo de Choré. Será un ataque coor-dinado a un maizal por parte de 2 mil campesinos. Lugo utilizará esa presión para a su vez presionar por una reforma agraria. En todo San Pedro Norte tenemos movilizados a más de 30 mil campesinos. Ellos, los hacendados, tienen sus propios ejércitos armados con escopetas, rifles y ametralladoras”.
Benítez invita al reportero a visitar un asentamiento campesino que prepara la invasión de una hacienda. Son casi tres horas de viaje entre rutas asfaltadas y caminos de tierra. En el recorrido aparecen más campamentos con sus tradicionales carpas de techo naranja. En la zona conocida como Lorena-í, una decena de campesinos armó dos carpas frente a una hacienda de 28 mil hectáreas, propiedad del argentino Maximiliano Cabezas. Ahí nadie habla español. Su líder, Salustiano Carmona, prepara la ocupación para el 15 de agosto, día de la asunción de Lugo.
Ante ellos, Benítez da un discurso en guaraní, alaba la lucha del campesinado y los instruye: “Primero deben entrar sigilosamente, elegir la zona donde se montará el campamento, hacer un pozo de agua y crear las condiciones para aguantar la ocupación”, señala.
A su vez, Carmona repite las tres palabras en español que conoce: “Sí, señor, exactamente”. Los demás asienten con la cabeza. El campesino ronda los 60 años y avisa: “Ya tenemos el nombre del futuro asentamiento”, anuncia.
–¿Y cuál es? –pregunta Benítez.
–Asentamiento Presidente Lugo.
posesión como presidente de Paraguay– unos 30 mil campesinos instalan campamentos frente a haciendas, la mayoría propiedad de brasileños. Amagan con invadirlas. Buscan ejercer presión para que Lugo, ya en el poder, realice una reforma agraria y frene a los terratenientes que contaminan sus comunidades, muchas de las cuales corren el riesgo de desaparecer.
SAN PEDRO DE YCUAMANDIYYU, PARAGUAY.- Un ejército de campesinos pobres y armados con machetes se distribuye en campamentos montados a la vera de las rutas y caminos del interior profundo de Paraguay. Aguarda la asunción del presidente electo Fernando Lugo, el próximo 15 de agosto.
Su objetivo: presionar por una reforma agraria y luchar contra el uso indiscriminado de agrotóxicos que contaminan el medio ambiente y afectan a pueblos enteros que, a juicio de la Iglesia local, están condenados a la “extinción”.
Son campesinos “sin tierra” o pequeños productores que viven hundidos en la miseria en San Pedro Norte, el territorio más olvidado del país. Ahí Lugo predicó y, durante los 12 años en que fue obispo, ayudó a los pobladores a organizarse y a reclamar sus derechos. La mayoría son descendientes de indígenas guaraníes. Muchos de ellos no hablan una palabra de español. Dicen que están con Lugo “a muerte” y que el exobispo respalda sus protestas.
Lugo fue obispo de San Pedro Norte desde 1994 hasta 2006, año en que renunció a su investidura para lanzarse a la política. Lideró la organización Resistencia Ciudadana –formada por partidos políticos, sindicatos y organizaciones civiles— que encabezó masivas protestas contra el gobierno de Nicanor Duarte Frutos, del Partido Colorado.
Un año después, Lugo fue candidato presidencial de la Alianza Patriótica para el Cambio (APC), una coalición de organizaciones sociales y campesinas que obtuvo el respaldo del principal partido de oposición, el Partido Liberal Radical Auténtico (PLRA, de centroderecha). El pasado 20 de abril ganó las elecciones presidenciales y con ello acabó con 61 años de gobiernos ininterrumpidos del Partido Colorado, el mismo del exdictador Alfredo Stroessner (1954-1989). El próximo viernes 15 asumirá la presidencia de este país, uno de los más pobres de Sudamérica.
Los “brasiguayos”
Llegar a San Pedro de Ycuamandiyyu –capital de la provincia de San Pedro Norte— es una pequeña odisea: el viaje de unos 400 kilómetros dura más de ocho horas en un autobús colmado de pasajeros. El calor, en pleno invierno austral, es sofocante.
La ciudad es de casas bajas y humildes, calles polvorientas y desiertas. Su plaza principal es similar a la de otros pueblos de provincia: la rodean el edificio del gobierno municipal, la Iglesia, el servicio de correos y la sede del gobierno provincial.
“Aquí los campesinos están a muerte con Lugo”, dice a Proceso el gobernador electo de San Pedro Norte, José Ledesma, del PLRA. “Lugo ha salido de las bases, ha luchado con los campesinos, pero tiene el compromiso de todos los paraguayos”, añade Ledesma, que asumirá su cargo el mismo día que Lugo tome posesión de la presidencia.
El alcalde actual, Pastor Vera Bejarano –de 40 años y también del PLRA– dice ser “amigo cercano” de Lugo. En su despacho convida al reportero un “tereré”, una infusión típica paraguaya a base de yerba mate y agua fría. Explica: “La Iglesia aquí es un poder importante, y Lugo empezó a despertar a la gente, a trabajar con los más desposeídos, los ayudó a organizarse y lideró sus luchas sociales”.
En esta región la posesión de la tierra es el principal motivo de conflicto. Los hacendados brasileños y sus descendientes han comprado gran parte de las estancias más ricas del territorio. Cultivan sobre todo soya. Se les conoce como “brasiguayos” y son unos 600 mil.
Según organizaciones campesinas, adquirieron las tierras de manera irregular. Las protestas de los campesinos han derivado en enfrentamientos violentos.
“No es xenofobia –aclara el alcalde–; los brasileños nos han invadido siempre. Entran por todos lados. Son migraciones financieras impulsadas por el Banco de Brasil. Compran las mejores tierras. Es una invasión pacífica. Lo grave es que no respetan las leyes ambientales. Fumigan con agrotóxicos, prohibidos por ley, y contaminan arroyos y ríos”, sostiene.
Su hermano, Cándido Vera Bejarano, será el ministro de Agricultura de Lugo. Desde Asunción, y vía telefónica, dice a Proceso que el nuevo gobierno sabe lo que pasa en San Pedro y está dispuesto a combatirlo. “Hay empresarios inescrupulosos, irrespetuosos de las leyes ambientales. Vamos a exigir el respeto de las leyes y terminar con esta irracionalidad en el cultivo de la soya. No hay cálculos precisos, pero estimamos que 50% de la tierra de San Pedro está en manos de brasileños”, sostiene.
Y agrega: “si es necesario” el gobierno impulsará una reforma agraria. “Si es necesario habrá expropiaciones en una última instancia. Es una posibilidad. Vamos a entrar en diálogo con ellos para construir consenso. Privilegiaremos la compra directa de tierras”.
La sede del obispado es una construcción humilde y colonial. Allí vivió Lugo durante 12 años. El vicario general de la diócesis y cura párroco, Celso Mena Maidana, dice que la Iglesia de San Pedro “siempre se ha preocupado por las cuestiones sociales” y asegura que la mayoría de los dirigentes campesinos “es gente de la Iglesia”.
“Lugo siempre estuvo con ellos. Era la voz de los sin voz. Su presencia era como un sacramento. El gobierno le temía. Su palabra era una espada afilada atravesada en la política. La gente perdió el miedo y empezó a participar, a organizarse. Se sentía protegida por Lugo. Ahora él tendrá el poder para aplicar lo que predicó. Es la misma persona: lo único que ha cambiado es que ahora ya no es libre y vive rodeado de guardias”, indica a Proceso.
Mena Maidana, como todos los sacerdotes de San Pedro, no viste los hábitos tradicionales y se pasea con ropas de civil, una vieja costumbre de la Iglesia local “para estar cerca de la gente”. Resume:
“Aquí hemos perdido la soberanía, la cual está en manos de los hacendados brasileños, por culpa de gobiernos corruptos que vendieron tierras mal habidas. La gente se muere, los ríos y arroyos están contaminados por los agrotóxicos y ya no hay más peces. No hay más bosques.
“Ellos vienen sólo a ganar plata. Son un cáncer generalizado. La situación sanitaria de los campesinos es calamitosa. Los niños mueren de fiebre amarilla, dengue, meningitis. No hay nada, no hay hospitales con terapia intensiva. Hemos tocado fondo. Si no salimos de esto, es el acabose”.
“En vías de extinción”
Cruce Liberación es un pequeño pueblo ubicado a unos 130 kilómetros al norte de la capital provincial. Ahí vive el sacerdote Cristian Paiva, de 33 años, quien llegó a la parroquia del lugar en febrero pasado. Fue el último cura ordenado por Lugo antes de renunciar a sus hábitos. Y lo cuenta con orgullo.
Paiva recorre cada semana varios pueblos y comunidades de la zona. En uno de ellos, Virgen del Carmen, la parroquia ha quedado en medio de una plantación de maíz perteneciente a un hacendado brasileño. En realidad todo el pueblo está rodeado.
Las avionetas y tractores fumigadores están acabando con el pueblo, donde 30 familias campesinas apenas subsisten con sus plantaciones de sésamo, mandioca, fríjol y maíz. Al menos una vez por semana los agrotóxicos “invaden” el pueblo llevados por el viento, y entonces la escuela se cierra y los niños corren a refugiarse en sus casas.
Teodolinda Coronel, de 40 años y con cinco hijos, describe los efectos de estos compuestos químicos: “Todos tenemos dolores de cabeza, mareos y vómitos. Cuando fumigan tenemos que alejarnos del pueblo. Los niños tienen llagas en la piel y los doctores dicen que es por envenenamiento”.
Coronel es una de las pocas campesinas que habla español. Está sentada ante una gran olla popular, en un campamento campesino. Éste, dice Paiva, está frente a la hacienda “de un brasileño que nadie nunca vio y que nadie sabe cómo se llama”. Las familias se turnan para vivir en grupos dentro de dos carpas improvisadas para protestar contra el uso de agrotóxicos. En promedio, cada familia pasa una semana en el campamento.
Mario Jiménez, de 56 años, apenas sabe unas palabras en castellano. “Agrotóxico fuerte, agrotóxico fuerte”, repite antes de lanzar un discurso en guaraní. El cura Paiva traduce: “Estamos aquí, en este campamento campesino, para protestar por las fumigaciones que nos están destruyendo. Se nos mueren las gallinas, las vacas. No aguantamos más”.
Comienza a llover, pero Jiménez sigue su relato: “Cuando les pedimos que no fumiguen, aparece una camioneta con cinco matones armados con ametralladoras que nos intimidan. Aparecen cada tanto por el pueblo, de noche, con sus armas largas”.
Eugenio Medina, de 45 años, es el más locuaz del grupo. En buen español afirma que siete familias decidieron vender sus tierras al hacendado brasileño, pero asegura que los demás seguirán luchando para no desaparecer.
–¿Y Lugo? –pregunta el reportero.
–Estamos esperanzados con él. Tengo confianza, pero no creo en la gente que lo rodea –afirma.
Desde lejos se acerca, rengueando, Noelia Rojas, de ocho años. Llagas enormes y profundas en su pierna derecha no la dejan caminar. Luce muy enferma, pero nadie la lleva al hospital. “¿Para qué? Si no hay nada, no hay medicinas, nada”, dice en guaraní su vecina Fanny.
Noelia se aleja mientras Medina asegura: “En la última semana se nos murieron ocho vacas”. La expresión de sus caras denota angustia. El sacerdote Paiva es contundente: “Ellos, los campesinos de Virgen del Carmen, están en vías de extinción”.
A unos 20 kilómetros de allí, los pobladores de la comunidad de San Pedro, en el distrito Guayayví, también están movilizados. Varios de ellos montaron un campamento frente a la hacienda del grupo estadunidense Cargill. Sus líderes, Menelio Jiménez y Francisco Centurión Peña, dicen que su protesta es contra la hacienda que rodea a su pueblo. Se quejan de que los desechos del silo, ubicado a 20 metros de la escuela y de la Iglesia, contamina su comunidad.
“Muchos de nuestros niños sufren ya de alergias”, dice Marino Mendoza.
El pueblo es pequeño. La escuela, a unos pasos del alambrado de la compañía, tiene un cartel donde se anuncia que recibe la ayuda de Cargill. “Nos dieron últiles escolares”, precisa Jiménez. Por ahora no piensan en invadir la hacienda, pero no descartan hacerlo posteriormente.
Silfrido Baumgarten es el presidente de la Sociedad Rural de San Pedro Norte, que aglutina a los hacendados de la región. Afirma:
“Como todos los paraguayos, tenemos esperanza en el nuevo gobierno y en las palabras de Lugo de que se respetará la propiedad privada, aunque no compartimos su afirmación de que la invasión es el último recurso. Creemos que si la intención es mejorar la situación económica de un país, hacen falta inversionistas, y que en un clima de inestabilidad y zozobra como el que provocan las invasiones no se podrán captar inversiones y menos para San Pedro, de donde provienen la mayoría de noticias de conflictos sociales”.
Desde su punto de vista, “hoy la situación no ha variado en relación con los últimos meses, o sea que sigue el censo de parte de seudolíderes de los ‘sin tierra’ para invadir las propiedades privadas de la región. Además de las casi 60 propiedades amenazadas en un comienzo, hoy suman y siguen”.
Refiere que “la Asociación Rural del Paraguay solicitó a una firma especializada en imágenes satelitales un estudio sobre el uso de la tierra en la región. En este estudio puede comprobarse que, de las 2 millones 58 mil hectáreas que posee San Pedro, 511 mil están en manos de las colonias de pequeños productores. Pero sólo se cultiva entre 20% y 25% de esas tierras. El resto está abandonado y sin producción. O sea que lo que falta aquí es organización, que las instituciones del Estado encargadas de estas colonias funcionen”.
Las “invasiones”
El discurso de los terratenientes provoca el rechazo de los campesinos. En la medida en que se recorre la ruta número 3, los campamentos van apareciendo en el camino. En la comunidad de Toro Piru, unos 25 campesinos sin tierra acampan frente a una hacienda de la familia Barset, de origen francés.
“Era una antigua reserva natural de mil 200 hectáreas. Nosotros denunciamos esa propiedad por mal uso. Queremos conocer si tiene títulos legales. Estamos aquí para luchar por una reforma agraria”, dice el líder del grupo, Vicente Rolón, de 24 años y miembro del Movimiento Campesino Paraguayo (MCP), una de las organizaciones que respaldó la candidatura del exobispo.
“Ya hablamos con el propietario. Nos propuso esperar a que asuma Lugo para negociar. Ahora tenemos que decidir si ocupamos la hacienda antes de la asunción. Tenemos que presionar a Lugo para que cumpla lo que prometió”, agrega.
Más al norte, en el poblado de Santa Rosa, está la sede de la Coordinadora de Productores Agrícolas de San Pedro Norte (CPA-SP). Su líder, Elvio Benítez, de 42 años, invitó al reportero a una asamblea. El bolígrafo y la libreta no sirvieron de mucho: todos hablaron guaraní, aunque en sus discursos saltaban palabras en español como “ocupación”, “lucha política” e “ideología”, que no tienen equivalente en el idioma nativo.
“Nosotros apoyamos a Lugo, pero desconfiamos del PLRA”, el partido que acompaña la alianza del futuro gobierno paraguayo, dice Benítez.
Y agrega: “La situación del campesinado es muy difícil. Hay un abandono total por parte del Estado. La lucha de los campesinos por la tierra termina siempre en enfrentamientos y sobre cadáveres de compañeros. Calculamos que hay 300 mil campesinos sin tierra en Paraguay y que 70 mil de ellos viven aquí en San Pedro Norte”.
Benítez es conocido por ser uno de los líderes campesinos más combativos de la región. La gente lo reconoce por las calles, aun en los pueblos más remotos. “¿Ese es el Elvio, no?”, pregunta un joven en la parada de autobús del pueblo de Nueva Germania cuando lo ve.
“Aquí no hay caminos ni salud. Al hospital de Santa Rosa (el más grande de la zona) se lo conoce como el hospital de la muerte. Esto responde a una política oficial para aniquilar al campesinado. Los grandes capitales quieren hacernos desaparecer. Los brasileños vienen con sus esclavos a trabajar en sus grandes haciendas. Son unos 600 mil brasiguayos en todo el país. El atropello es inmenso. No hay más bosques. Utilizan fumigación aérea con agrotóxicos. Mucha gente se está muriendo por la contaminación. La ocupación de tierras es una forma de defensa que tenemos los campesinos”, afirma.
Sin embargo, aclara, “hay una especie de tregua” en la ocupación de tierras. Los campesinos esperan la asunción de Lugo. “Lo que hacemos ahora es montar campamentos frente a las grandes haciendas. A veces atacamos: quemamos cultivos y tractores. Entonces aparecen los matones para amedrentarnos, a pesar de que ellos (los “brasiguayos”) son los invasores que violan nuestras leyes”, dice Benítez.
Y añade: “Nosotros ya hablamos con Lugo. Tenemos que mantenernos movilizados y él está de acuerdo. El 13 de agosto, dos días antes de la asunción, ocuparemos la hacienda de un brasileño de apellido Mendonça, de 6 mil hectáreas, en el pueblo de Choré. Será un ataque coor-dinado a un maizal por parte de 2 mil campesinos. Lugo utilizará esa presión para a su vez presionar por una reforma agraria. En todo San Pedro Norte tenemos movilizados a más de 30 mil campesinos. Ellos, los hacendados, tienen sus propios ejércitos armados con escopetas, rifles y ametralladoras”.
Benítez invita al reportero a visitar un asentamiento campesino que prepara la invasión de una hacienda. Son casi tres horas de viaje entre rutas asfaltadas y caminos de tierra. En el recorrido aparecen más campamentos con sus tradicionales carpas de techo naranja. En la zona conocida como Lorena-í, una decena de campesinos armó dos carpas frente a una hacienda de 28 mil hectáreas, propiedad del argentino Maximiliano Cabezas. Ahí nadie habla español. Su líder, Salustiano Carmona, prepara la ocupación para el 15 de agosto, día de la asunción de Lugo.
Ante ellos, Benítez da un discurso en guaraní, alaba la lucha del campesinado y los instruye: “Primero deben entrar sigilosamente, elegir la zona donde se montará el campamento, hacer un pozo de agua y crear las condiciones para aguantar la ocupación”, señala.
A su vez, Carmona repite las tres palabras en español que conoce: “Sí, señor, exactamente”. Los demás asienten con la cabeza. El campesino ronda los 60 años y avisa: “Ya tenemos el nombre del futuro asentamiento”, anuncia.
–¿Y cuál es? –pregunta Benítez.
–Asentamiento Presidente Lugo.
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