REPORTAJE: REPORTAJE
Erotismo a la rusa, la obsesión de una multimillonaria
LOLA HUETE MACHADO
Erotismo a la rusa, la obsesión de una multimillonaria
LOLA HUETE MACHADO
Publicado en EL PAIS SEMANAL (http://www.elpais.com/) 28/09/2008;
Para Olga Rodionova (en la foto), posar es una adicción. Elige a los mejores fotógrafos, su marido paga y ella se pone en sus manos. Ya la han retratado Newton, Lindbergh, LaChapelle... Ahora es el turno de Bettina Rheims, maestra de lo erótico. El resultado: un libro entero luciendo palmito.
Pregunta vía e-mail a Olga Rodionova, de 34 años, casada con potentado ruso, madre de hija adolescente, directora de la boutique de Vivianne Westwood en pleno centro de Moscú, actriz, presentadora de televisión y modelo de las que prefieren batirse a cuerpo desnudo: "¿Cuál es la diferencia entre lo erótico y lo pornográfico?". Respuesta: "El amor".
El mundo, en verdad, tiene dos lados: el de los que miran (voyeurs) y el de los que son mirados, el de los que se ocultan y el de los que se lucen y exhiben. Y éstos pueden ser tan adictos a mostrarse como los primeros a que les muestren. Esta moscovita pertenece más al segundo. Sufre, desde siempre, un deseo impenitente por lucir palmito. Porque lo tiene. Y porque le apasiona provocar, posar, ser contemplada. Tanto, que lo ha convertido en profesión. Pero no de cualquier modo. No. Su mal incluye atraer hacia sí las más grandes miradas: las de los mejores fotógrafos del mundo. Con afán los ha perseguido hasta convencerles de lo lustroso de su cuerpo eslavo. Y lo ha conseguido: hay imágenes de Rodionova pululando por ahí, desnuda o cubierta, firmadas por Helmut Newton, Peter Lindbergh, LaChapelle, Clive Arrowsmith...
Pero, como en toda dependencia, nunca mucho es bastante. Y ahora, después de tantos ojos masculinos sobre sí, los elegidos por Rodionova son femeninos: los de la fotógrafa Bettina Rheims (París, 1952). "Quería entregarme a alguien del mismo género", dice. Y no lo ha hecho sólo para un par de fotos, sino para un libro gozoso y completo (El libro de Olga, editado por Taschen), cuya elaboración ha pagado su propio marido con tal de verla como a ella -siempre activa, transformista, cosmopolita y tozuda- le gusta verse. "Siempre preguntan que qué dice mi esposo, que si no tiene pudor de dejarme ver de este modo. ¿Pero de qué modo? Dios nos creó desnudos, sin vestido ni adorno. Y qué va a decir: pues nada. Que cuando tenga 90 años y vea estas fotos me encantará ver lo guapa que era". Con su apostura y la cámara de esa maestra del erotismo que es la Rheims, basta hojear el volumen para quedar atrapado en el primer lado del mundo: el del mirón.
"Estoy completamente satisfecha con el trabajo de Bettina", señala Rodionova. Porque en la francesa vio a la artista moderna y sin ataduras que necesitaba -"trata lo erótico con un discurso distinto"-, porque siempre sugiere más que muestra, porque en ella lo cubierto incluso parece desnudo de tan sutil, cercano, íntimo... No en vano ha retratado a cientos de mujeres para... otras mujeres. Pieles, cuerpos, miradas, posturas; la ficción y la realidad bien engarzadas; mirona sin serlo, cómplice, nada masculina. "Y trabaja ese género que ella llama broken glamour, y que a mí me encanta".
Así, si este libro no fuera gráfico, sino literario, y hubiera que contar la trama, habría que obviar lo obvio: la sucesión del centenar de imágenes cuidadísimas de una mujer hermosa en posturas más o menos sexys, vestida y maquillada en tres caracterizaciones (es pin-up, juega a juegos sadomasoquistas en blanco y negro, se engalana al estilo de María Antonieta), y pasar a lo que importa, el detalle, la escenografía, la construcción de un mundo.
Aquí hay poses, gestos, miradas bajas y provocativas, ojos entornados, inclinación de cabeza y hombros, postura y apertura de piernas, el zapato de tacón que se apoya donde debe, el culo sobre el brazo del sillón, el consolador apenas sostenido en la mano, el cabello recogido o enredado, el cuerpo embadurnado de harina o tinta, los abrazos masculinos, las bocas abiertas; mucha peluca, cincha, correa, gasa, pieles, columpios, camas; el maquillaje en blanco, negro o rojo; el cigarro en la boca; el tatuaje en el bajo vientre, y el piercing llave, un poco más abajo, allá donde hay puerta.
Cada obra de la inclasificable Rheims es aquí pieza única. Y Rodionova, la masa voluntaria y maleable; plena de texturas, de lecturas, de provocación. Como si entre la que mira y la que posa hubiera mucha tensión y, a la vez, gran dedicación. "El deseo de una que enciende el de la otra", viene a decir la editora de Art Press, Catherine Millet, en el prólogo. ¿Y por qué ese vicio por posar? ¿Es por inseguridad física, por exhibicionismo, por placer? "Por pura satisfacción estética y artística. Eso es un estímulo constante para mí", contesta la rusa.
En cualquier caso, esto sólo es una parte de su vida. Porque la otra, la cotidiana, es del montón. Y recita: a las ocho, arriba; luego, ducha, café, noticias, el profesor de árabe que llega -su otra pasión es Asia-, el gimnasio, el salón de belleza, los tratamientos estéticos o la peluquería y, puntualmente, castings, rodajes, viajes... Dice que tuvo otra existencia pasada de lo más común, con infancia comunista y educación controlada: "Procedo de familia sencilla. Mi padre era coronel de la policía; mi hermano, sargento; mi madre, médico. Fui a la universidad y cursé marketing, economía y derecho...". Hasta trabajó en un banco antes de toparse con el deslumbrante ambiente de la moda, del que es parte activa con su tienda -"la primera de lujo que se abrió aquí"-. "Estoy al tanto de novedades y tendencias, acudo a todos los eventos. Los grandes diseñadores han abierto aquí porque se compra lujo, se adora el confort, lo extravagante".
A pesar del régimen cerrado en que crecía, o quizá por ello, con teatros y palacios soñaba Rodionova desde siempre. Con el príncipe azul que llega a caballo para salvarla y mostrarle otro universo posible... Y un día de hace ya tres lustros descubrió que lo tenía cerca y que lo que conducía era un coche de gama alta. Qué más daba. Lo vio claro, apostó por él, y hoy Serguéi Rodionov, de 47 años, es conocido por millonario, por ejercer de patrón de la banca o por sus negocios en la Rodionov Publishing House..., y por ser agente entregado de su esposa (él mismo le hizo sus primeros retratos desnuda), mientras ella dirige su comercio, actúa en filmes subidos de tono (producidos por su cónyuge), presenta talk-shows televisivos
-"este otoño, en el World Fashion Channel, lanzaré el proyecto L'exclusif avec Olga Rodionova"- y se muestra en cueros en todas las portadas posibles (Playboy, FHM...) para escándalo de la élite moscovita.
Quizá por atreverse a tanto, por defender su libertad, es personaje popular y sujeto de escándalo de la prensa rosa. La llaman "la tigresa de las celebrities"; eso, en vocabulario ligero. Los cotilleos sobre Rodionova abundan. Pura hipocresía, dice ella. "Cosas de mentes estrechas". Moscú es lugar cosmopolita, como Londres, París o Nueva York, y la vida cultural, económica y política se expande. "La ciudad está abierta a las artes. Pero la gama de percepciones es divergente, polarizada. Se pasa en nada de la incompresión a la admiración, y viceversa. Los cambios se han precipitado, son vertiginosos... y espontáneos, por eso existe el riesgo de que todo sea imprevisible. Esta apertura completa incluye la pérdida y negación de los viejos valores sin que los nuevos estén aún formados".
Ahí está ella para construirlos, junto a otros muchos compatriotas. Porque ella se exhibe, pero también mira, habita y domina los dos mundos. "Interpreto el rol que me proponen los artistas. Me pongo en sus manos y ellos dibujan su visión. Estas imágenes que ves no tienen nada en común conmigo". Así sucedía antaño con los pintores de cámara y las cortesanas. "Puedes no estar de acuerdo con su mirada, pero la aceptas. Es la regla del juego".
Pregunta vía e-mail a Olga Rodionova, de 34 años, casada con potentado ruso, madre de hija adolescente, directora de la boutique de Vivianne Westwood en pleno centro de Moscú, actriz, presentadora de televisión y modelo de las que prefieren batirse a cuerpo desnudo: "¿Cuál es la diferencia entre lo erótico y lo pornográfico?". Respuesta: "El amor".
El mundo, en verdad, tiene dos lados: el de los que miran (voyeurs) y el de los que son mirados, el de los que se ocultan y el de los que se lucen y exhiben. Y éstos pueden ser tan adictos a mostrarse como los primeros a que les muestren. Esta moscovita pertenece más al segundo. Sufre, desde siempre, un deseo impenitente por lucir palmito. Porque lo tiene. Y porque le apasiona provocar, posar, ser contemplada. Tanto, que lo ha convertido en profesión. Pero no de cualquier modo. No. Su mal incluye atraer hacia sí las más grandes miradas: las de los mejores fotógrafos del mundo. Con afán los ha perseguido hasta convencerles de lo lustroso de su cuerpo eslavo. Y lo ha conseguido: hay imágenes de Rodionova pululando por ahí, desnuda o cubierta, firmadas por Helmut Newton, Peter Lindbergh, LaChapelle, Clive Arrowsmith...
Pero, como en toda dependencia, nunca mucho es bastante. Y ahora, después de tantos ojos masculinos sobre sí, los elegidos por Rodionova son femeninos: los de la fotógrafa Bettina Rheims (París, 1952). "Quería entregarme a alguien del mismo género", dice. Y no lo ha hecho sólo para un par de fotos, sino para un libro gozoso y completo (El libro de Olga, editado por Taschen), cuya elaboración ha pagado su propio marido con tal de verla como a ella -siempre activa, transformista, cosmopolita y tozuda- le gusta verse. "Siempre preguntan que qué dice mi esposo, que si no tiene pudor de dejarme ver de este modo. ¿Pero de qué modo? Dios nos creó desnudos, sin vestido ni adorno. Y qué va a decir: pues nada. Que cuando tenga 90 años y vea estas fotos me encantará ver lo guapa que era". Con su apostura y la cámara de esa maestra del erotismo que es la Rheims, basta hojear el volumen para quedar atrapado en el primer lado del mundo: el del mirón.
"Estoy completamente satisfecha con el trabajo de Bettina", señala Rodionova. Porque en la francesa vio a la artista moderna y sin ataduras que necesitaba -"trata lo erótico con un discurso distinto"-, porque siempre sugiere más que muestra, porque en ella lo cubierto incluso parece desnudo de tan sutil, cercano, íntimo... No en vano ha retratado a cientos de mujeres para... otras mujeres. Pieles, cuerpos, miradas, posturas; la ficción y la realidad bien engarzadas; mirona sin serlo, cómplice, nada masculina. "Y trabaja ese género que ella llama broken glamour, y que a mí me encanta".
Así, si este libro no fuera gráfico, sino literario, y hubiera que contar la trama, habría que obviar lo obvio: la sucesión del centenar de imágenes cuidadísimas de una mujer hermosa en posturas más o menos sexys, vestida y maquillada en tres caracterizaciones (es pin-up, juega a juegos sadomasoquistas en blanco y negro, se engalana al estilo de María Antonieta), y pasar a lo que importa, el detalle, la escenografía, la construcción de un mundo.
Aquí hay poses, gestos, miradas bajas y provocativas, ojos entornados, inclinación de cabeza y hombros, postura y apertura de piernas, el zapato de tacón que se apoya donde debe, el culo sobre el brazo del sillón, el consolador apenas sostenido en la mano, el cabello recogido o enredado, el cuerpo embadurnado de harina o tinta, los abrazos masculinos, las bocas abiertas; mucha peluca, cincha, correa, gasa, pieles, columpios, camas; el maquillaje en blanco, negro o rojo; el cigarro en la boca; el tatuaje en el bajo vientre, y el piercing llave, un poco más abajo, allá donde hay puerta.
Cada obra de la inclasificable Rheims es aquí pieza única. Y Rodionova, la masa voluntaria y maleable; plena de texturas, de lecturas, de provocación. Como si entre la que mira y la que posa hubiera mucha tensión y, a la vez, gran dedicación. "El deseo de una que enciende el de la otra", viene a decir la editora de Art Press, Catherine Millet, en el prólogo. ¿Y por qué ese vicio por posar? ¿Es por inseguridad física, por exhibicionismo, por placer? "Por pura satisfacción estética y artística. Eso es un estímulo constante para mí", contesta la rusa.
En cualquier caso, esto sólo es una parte de su vida. Porque la otra, la cotidiana, es del montón. Y recita: a las ocho, arriba; luego, ducha, café, noticias, el profesor de árabe que llega -su otra pasión es Asia-, el gimnasio, el salón de belleza, los tratamientos estéticos o la peluquería y, puntualmente, castings, rodajes, viajes... Dice que tuvo otra existencia pasada de lo más común, con infancia comunista y educación controlada: "Procedo de familia sencilla. Mi padre era coronel de la policía; mi hermano, sargento; mi madre, médico. Fui a la universidad y cursé marketing, economía y derecho...". Hasta trabajó en un banco antes de toparse con el deslumbrante ambiente de la moda, del que es parte activa con su tienda -"la primera de lujo que se abrió aquí"-. "Estoy al tanto de novedades y tendencias, acudo a todos los eventos. Los grandes diseñadores han abierto aquí porque se compra lujo, se adora el confort, lo extravagante".
A pesar del régimen cerrado en que crecía, o quizá por ello, con teatros y palacios soñaba Rodionova desde siempre. Con el príncipe azul que llega a caballo para salvarla y mostrarle otro universo posible... Y un día de hace ya tres lustros descubrió que lo tenía cerca y que lo que conducía era un coche de gama alta. Qué más daba. Lo vio claro, apostó por él, y hoy Serguéi Rodionov, de 47 años, es conocido por millonario, por ejercer de patrón de la banca o por sus negocios en la Rodionov Publishing House..., y por ser agente entregado de su esposa (él mismo le hizo sus primeros retratos desnuda), mientras ella dirige su comercio, actúa en filmes subidos de tono (producidos por su cónyuge), presenta talk-shows televisivos
-"este otoño, en el World Fashion Channel, lanzaré el proyecto L'exclusif avec Olga Rodionova"- y se muestra en cueros en todas las portadas posibles (Playboy, FHM...) para escándalo de la élite moscovita.
Quizá por atreverse a tanto, por defender su libertad, es personaje popular y sujeto de escándalo de la prensa rosa. La llaman "la tigresa de las celebrities"; eso, en vocabulario ligero. Los cotilleos sobre Rodionova abundan. Pura hipocresía, dice ella. "Cosas de mentes estrechas". Moscú es lugar cosmopolita, como Londres, París o Nueva York, y la vida cultural, económica y política se expande. "La ciudad está abierta a las artes. Pero la gama de percepciones es divergente, polarizada. Se pasa en nada de la incompresión a la admiración, y viceversa. Los cambios se han precipitado, son vertiginosos... y espontáneos, por eso existe el riesgo de que todo sea imprevisible. Esta apertura completa incluye la pérdida y negación de los viejos valores sin que los nuevos estén aún formados".
Ahí está ella para construirlos, junto a otros muchos compatriotas. Porque ella se exhibe, pero también mira, habita y domina los dos mundos. "Interpreto el rol que me proponen los artistas. Me pongo en sus manos y ellos dibujan su visión. Estas imágenes que ves no tienen nada en común conmigo". Así sucedía antaño con los pintores de cámara y las cortesanas. "Puedes no estar de acuerdo con su mirada, pero la aceptas. Es la regla del juego".
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