11 feb 2009

¿Choque de trenes?

Columna Razones/Jorge Fernández Menéndez
Publicada en Excélsior, 11 de febrero de 2009;
Slim, Lozano, choque de trenes, zona de confort
Las cartas han quedado muy claramente sobre la mesa. En pocas ocasiones en este sexenio el gobierno federal ha decidido salir a enfrentar a los verdaderos factores de poder desde su perspectiva, desde su visión de las cosas, se comparta o no la misma. En el argot futbolístico se hubiera dicho que había aflojado demasiado la marca y quizá que estaba jugando simplemente a no perder y, así, casi nunca se gana. La reforma electoral era un ajuste de cuentas de un grupo de legisladores con los medios y la ciudadanía, sin saber a ciencia cierta por qué, pero la reforma salió y fue aceptada por el gobierno como un compromiso para que se aprobaran, a su vez, la reforma fiscal y la energética. Éstas también salieron adelante pero terminaron en reformas, ahora que está de moda el término, fallidas, incompletas, sin capacidad real para transformar el sector: no fue, en ninguno de los casos, lo que realmente se necesitaba. De la reforma del Estado no hemos vuelto a saber nada. Algo similar ocurrió después con las relativas al sistema de seguridad y justicia. Todo ha quedado incompleto, con un compendio de buenas o malas intenciones, pero de todas formas casi imposible de transformar en algo operativo, eficiente, con el fin de recaudar y de generar inversiones en el sector energético, con el objetivo de tener un Estado más eficaz y brindar verdadera seguridad y justicia a la población.
Ahora el tema es la reforma laboral. En el foro sobre la crisis (¿para qué sirve un foro con miras a debatir acerca de una crisis?, ¿cuándo se comprenderá que los foros parecen, como ocurrió en el caso de la reforma energética, sólo un mecanismo tendiente a dilatar los procesos políticos y legislativos urgentes y no tomar decisiones?), el empresario Carlos Slim auguró graves complicaciones como consecuencia de la crisis, desde una ola de desempleo y desinversión hasta una situación que él mismo dijo que no quería que pareciera “catastrofista”, pero podía tener ese tipo de consecuencias. La declaración no gustó en el gobierno, primero porque choca con la visión sobre la necesidad de ponderar en forma equilibrada la situación del país y, segundo, porque de una forma u otra termina abonando la tesis, tan rechazada por las autoridades, de que existe el peligro de que México se convierta en un Estado fallido.
No creo que esta última haya sido la intención de Slim, pero lo cierto es que así fue leída. A eso se suma la evidente disputa que mantiene el empresario más poderoso del país con respecto a temas de telecomunicaciones y tenemos algo así como la tormenta declarativa perfecta.
Tampoco sé si la respuesta tuvo la forma más indicada, pero el secretario del Trabajo, Javier Lozano, que estaba en el mismo foro que Slim y ya había mostrado su desacuerdo con lo dicho por el empresario, ayer ofreció una conferencia de prensa en la que refrendó una inédita salida del gobierno federal a defender, con dureza incluso, sus posiciones. “El segundo hombre más rico del mundo, el empresario más importante de México dijo Lozano que se ha hecho rico, por cierto, gracias a las condiciones de nuestra economía y del mercado interno, en un país de tantas desigualdades e inequidades, precisamente por esa circunstancia, debería ser más cauteloso al emitir sus pronósticos y proyecciones”. Más bien, agregó, como para que no cupiera duda de la posición del gobierno federal, “debería decirnos cómo él y las empresas de su grupo van a enfrentar la crisis y retomar la senda del crecimiento; que se comprometa con todos nosotros a no despedir a ni una persona, que se comprometa a mantener el poder adquisitivo de sus trabajadores, que se comprometa a seguir invirtiendo en México”.
Creo que Slim tiene más méritos de los que le adjudica el secretario del Trabajo. Creo también que las condiciones del país no necesariamente deberían llevar a un escenario tan dramático como el planteado por el empresario. Y nadie puede negar que, detrás de todo ello, existe una suerte de choque
de trenes entre el gobierno y Slim que no es nuevo, viene de tiempo atrás (desde la precampaña electoral) y ahora ha hecho eclosión política, económica y mediática. Las posiciones son encontradas e involucran a buena parte de la estructura de poder, de los partidos y de las principales empresas privadas. Incluso los recientes conflictos en la SCT son consecuencia del mismo y van mucho más allá de las opiniones sobre la generación de empleos en México.
Es una lucha de principios, pero también de intereses encontrados, en donde el gobierno federal no puede quedar neutral. Como dijo el presidente Calderón, en la entrevista con Excélsior, hablando de la campaña electoral pero probablemente mucho más de estos conflictos que trascienden y engloban a la elección de julio, “no seré contendiente, pero sí puedo opinar”. Y hoy lo hizo por el gobierno federal Javier Lozano, uno de los pocos funcionarios del gabinete que, con aciertos y errores y sabiendo que con ello asume costos personales, suele salir de la zona de confort y adentrarse en el debate y la lucha política. Se podrá o no estar de acuerdo con él o con la posición del gobierno, pero ya iba siendo hora de que el régimen comenzara a dejar en claro qué piensa de los diferentes capítulos de la vida del país y que trabaje en su agenda, que no tiene por qué ser la misma ni confluir con la de otros actores políticos o empresariales. Sólo así podrá ir a una elección tan plebiscitaria como será la de julio, con cartas en la mano.
Y, hablando de elecciones, algo debe ocurrir porque las mismas provocan alucinaciones. Alguien vio comer a Diódoro Carrasco con José Murat (desde hace años que eso no ocurre) el mismo día y a la misma hora que Carrasco estaba comiendo, lejos de allí, con Miguel Ángel Yunes. Lo dicho, las alucinaciones que provocan los juegos del poder

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