Hacia una nueva geopolítica/Pascal Boniface, director del Instituto de Relaciones Internacionales y Estratégicas de París
Publicado en LA VANGUARDIA, 15/02/2009;
El conflicto palestino-israelí, Iraq y Afganistán son los dossiers más calientes para la nueva Administración Obama. Pero así que el nuevo presidente ha asumido el cargo ya se dibuja una nueva geopolítica respecto a otras grandes potencias con notables inflexiones en relación con la época de George Bush.
Existe una muy clara mejora de las relaciones ruso-americanas. El cambio de tono es espectacular. La llegada de Obama representa una oportunidad para instaurar una nueva era de cooperación, según declaró Serguei Lavrov, ministro de Asuntos Exteriores ruso. Durante los dos últimos años algunos analistas incluso habían evocado una nueva guerra fría a la vista de cómo se habían tensado las relaciones entre Moscú y Washington. Reconocimiento de la independencia de Kosovo, sucesivas ampliaciones de la OTAN, apoyos a Ucrania y a Georgia para que adoptaran un tono más duro respecto a Rusia, por no hablar del despliegue del escudo antimisiles en Chequia y en Polonia. Bush no había tratado con consideración a la pareja Putin-Medvedev. El problema es que Rusia, recuperado su poder, no quería dejarse tratar como sucedió durante la miniguerra con Georgia en agosto del 2008. Rusia acaba de hacer un gesto de distensión al suspender su proyecto de despliegue de misiles en la región de Kaliningrado. Amenazaba con instalarlos como respuesta al escudo antimisiles en Polonia. Esta suspensión se ha anunciado como vinculada a que los estadounidenses hagan lo propio con su propio escudo antimisiles. Barack Obama quiere reexaminar este proyecto en función de su coste y de su eficacia. Durante la campaña electoral afirmó que mantendría este proyecto si se demostraba que estaba adaptado tecnológicamente y que era tolerable financieramente. Era una puerta abierta para anunciar que es preferible renunciar a él. Obama y Medvedev podrían mantener una cumbre al margen de la reunión del G-20 prevista para el 2 de abril en Londres.
Las relaciones con Pekín, por el contrario, podrían degradarse. Obama ha acusado a China de manipular el yuan para ayudar a sus exportadores. Tim Geithner, el nuevo secretario del Tesoro, ha declarado que el presidente Obama se había comprometido a recurrir a todas las vías diplomáticas disponibles para obtener un cambio de las prácticas chinas en materia de divisas.
Deseoso de preservar el empleo en Estados Unidos y más abierto a las tesis proteccionistas que Bush, Obama podría hacer más difícil el acceso de los exportadores chinos al mercado americano, que es vital para el crecimiento de China y por tanto para la paz social en el país. Las exportaciones a Estados Unidos garantizan a Pekín un excedente comercial de 200.000 millones de dólares anuales.
Barack Obama podría también ser más sensible al portavoz de la causa tibetana /Dalai Lama), muy de actualidad en las ONG de defensa de los derechos humanos y en Hollywood, que han sido dos de los pilares de Obama durante su campaña electoral.
Pero la degradación más sensible debería tener lugar con India. Nueva Delhi y Washington conocieron una auténtica luna de miel con Bush, que defendió un acuerdo bilateral de cooperación nuclear civil, contradiciendo las tradicionales normas estadounidenses en materia de no proliferación de armas nucleares. Bush es visto como el hombre que elevó a India al rango de la sexta mayor potencia mundial. Obama se ha declarado favorable a la ratificación por Estados Unidos del tratado de prohibición total de pruebas nucleares. ¿Vale la pena, entonces, cuestionar todo o parte del acuerdo nuclear con Nueva Delhi? También podría endurecer el tono con India en lo relativo a las relaciones comerciales y al calentamiento climático. Pero lo que más inquieta a India es la cuestión de Cachemira.
Esta región, poblada mayoritariamente por musulmanes, está ocupada por India, que no quiere ni efectuar un referéndum de autodeterminación ni internacionalizar el tratamiento de este conflicto, optando por un diálogo indo-pakistaní en el que la relación de fuerzas le es favorable y que no obtiene ningún resultado. Barack Obama ve en la prolongación del conflicto de Cachemira una de las fuentes del radicalismo islámico pakistaní y de la desestabilización de Pakistán, fundamental para él si se quiere arreglar el problema afgano. Si Obama hiciera un vínculo entre el combate contra el peligro yihadista en las zonas tribales pakistaníes y la cuestión de Cachemira, India sufriría un revés muy importante.
Existe una muy clara mejora de las relaciones ruso-americanas. El cambio de tono es espectacular. La llegada de Obama representa una oportunidad para instaurar una nueva era de cooperación, según declaró Serguei Lavrov, ministro de Asuntos Exteriores ruso. Durante los dos últimos años algunos analistas incluso habían evocado una nueva guerra fría a la vista de cómo se habían tensado las relaciones entre Moscú y Washington. Reconocimiento de la independencia de Kosovo, sucesivas ampliaciones de la OTAN, apoyos a Ucrania y a Georgia para que adoptaran un tono más duro respecto a Rusia, por no hablar del despliegue del escudo antimisiles en Chequia y en Polonia. Bush no había tratado con consideración a la pareja Putin-Medvedev. El problema es que Rusia, recuperado su poder, no quería dejarse tratar como sucedió durante la miniguerra con Georgia en agosto del 2008. Rusia acaba de hacer un gesto de distensión al suspender su proyecto de despliegue de misiles en la región de Kaliningrado. Amenazaba con instalarlos como respuesta al escudo antimisiles en Polonia. Esta suspensión se ha anunciado como vinculada a que los estadounidenses hagan lo propio con su propio escudo antimisiles. Barack Obama quiere reexaminar este proyecto en función de su coste y de su eficacia. Durante la campaña electoral afirmó que mantendría este proyecto si se demostraba que estaba adaptado tecnológicamente y que era tolerable financieramente. Era una puerta abierta para anunciar que es preferible renunciar a él. Obama y Medvedev podrían mantener una cumbre al margen de la reunión del G-20 prevista para el 2 de abril en Londres.
Las relaciones con Pekín, por el contrario, podrían degradarse. Obama ha acusado a China de manipular el yuan para ayudar a sus exportadores. Tim Geithner, el nuevo secretario del Tesoro, ha declarado que el presidente Obama se había comprometido a recurrir a todas las vías diplomáticas disponibles para obtener un cambio de las prácticas chinas en materia de divisas.
Deseoso de preservar el empleo en Estados Unidos y más abierto a las tesis proteccionistas que Bush, Obama podría hacer más difícil el acceso de los exportadores chinos al mercado americano, que es vital para el crecimiento de China y por tanto para la paz social en el país. Las exportaciones a Estados Unidos garantizan a Pekín un excedente comercial de 200.000 millones de dólares anuales.
Barack Obama podría también ser más sensible al portavoz de la causa tibetana /Dalai Lama), muy de actualidad en las ONG de defensa de los derechos humanos y en Hollywood, que han sido dos de los pilares de Obama durante su campaña electoral.
Pero la degradación más sensible debería tener lugar con India. Nueva Delhi y Washington conocieron una auténtica luna de miel con Bush, que defendió un acuerdo bilateral de cooperación nuclear civil, contradiciendo las tradicionales normas estadounidenses en materia de no proliferación de armas nucleares. Bush es visto como el hombre que elevó a India al rango de la sexta mayor potencia mundial. Obama se ha declarado favorable a la ratificación por Estados Unidos del tratado de prohibición total de pruebas nucleares. ¿Vale la pena, entonces, cuestionar todo o parte del acuerdo nuclear con Nueva Delhi? También podría endurecer el tono con India en lo relativo a las relaciones comerciales y al calentamiento climático. Pero lo que más inquieta a India es la cuestión de Cachemira.
Esta región, poblada mayoritariamente por musulmanes, está ocupada por India, que no quiere ni efectuar un referéndum de autodeterminación ni internacionalizar el tratamiento de este conflicto, optando por un diálogo indo-pakistaní en el que la relación de fuerzas le es favorable y que no obtiene ningún resultado. Barack Obama ve en la prolongación del conflicto de Cachemira una de las fuentes del radicalismo islámico pakistaní y de la desestabilización de Pakistán, fundamental para él si se quiere arreglar el problema afgano. Si Obama hiciera un vínculo entre el combate contra el peligro yihadista en las zonas tribales pakistaníes y la cuestión de Cachemira, India sufriría un revés muy importante.
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