24 abr 2009

Opinión del Maestro Rafael Segovia

Un fracaso y una traición/Rafael Segovia
Reforma 24 de abril de 2009;
Latinoamérica está de fiesta: Estados Unidos ha decidido, dicen, tratarla de igual a igual, es el momento soñado, tras dos siglos de espera, donde el hermano mayor accede dar a los hermanos menores el lugar que han buscado y que merecen. Las ilusiones se cumplen, las pesadillas se borran, o al menos eso creemos. Después de haber pagado las consecuencias de la Guerra Fría y de la histeria de las grandes potencias, de un miedo justificado o inventado, una crisis financiera nos ha hecho volver a la normalidad.
Cuba y Venezuela vuelven a ocupar un lugar en el sistema latinoamericano, por razones y condiciones diferentes. La reorganización de este continente parece ser total y no se sabe hasta dónde llegará México, a pesar de los halagos de Obama, que no ha querido o no ha podido manifestar, a pesar de las sonrisas, si en verdad acepta las nuevas disposiciones. El lugar que le reservan a México no parece estar de acuerdo con sus aspiraciones. Hay inconvenientes estructurales y tradicionales que se espera conocer más claramente antes de transformar las sonrisas en auténtica satisfacción.
Estados Unidos, por primera vez en su historia, parece haber elegido un Presidente que en cierta manera se inclina a la izquierda, cosa absolutamente repelente en aquel país. Está prohibido tener un pensamiento no conformista por decir lo menos: el mercado libre es un artículo de fe y de creencia, como la religión, como la familia, como la libertad de educación, como la posesión de armas, que se consideran símbolos de la independencia. Se puede no aceptar algunos de ellos siempre que se acepte la mayoría, que son los que motivan también el comportamiento del señor Calderón Hinojosa, hombre de convicciones conservadoras, religiosas, autoritarias, aunque no encuentra gusto en ellas y ceremoniosas. Son dos temperamentos opuestos y confluyentes, con una comprensión opuesta del arte de gobernar, aunque hagan un esfuerzo por entenderse. Este esfuerzo puede fallar con facilidad. Calderón, como todos los presidentes desde Cárdenas, ha pretendido erigirse en un modelo para este continente. El Brasil les ha salido al paso pese a los inconvenientes con que carga: no hablan en español, su colonización fue muy diferente y su economía durante décadas estuvo sostenida por la esclavitud, su población indígena ha desaparecido de hecho. Son diferencias que los separan de todos nosotros, pese a su voluntad de incorporarse a un frente único, pero manteniendo las diferencias. Su idea es ante todo una idea política.
Son dueños de una diplomacia envidiable, que han cuidado incluso en los momentos más amargos de su historia. Han tenido sobre todo una clase intelectual que nacida en la izquierda se ha acercado paulatinamente al centro, como en el caso de Fernando Henrique Cardoso, lo que se ha convertido para Estados Unidos en una referencia permanente. Ese centro capaz de calmar a la izquierda, de arrebatarle su liderazgo en más de una ocasión admirable, ha hecho de Brasil el primer país de este lado del Atlántico, como lo prueban sus inversiones en ciencia y tecnología, que le han ayudado a conservar sus élites, tanto intelectuales como sociales.
Las declaraciones de Obama así lo han confirmado, al preferirlo de manera abierta para desesperación del gobierno mexicano que debe conformarse con su derecha manifiesta, y un tanto repulsiva, con una política incompatible con unos países que evolucionan hacia una izquierda que no termina -a veces ni empieza- de cuajar. No se puede tapar el sol con un dedo, como se propone hacer el secretario del Trabajo y Previsión Social. Hay situaciones que no se esconden fácilmente, a fuerza de mala fe -y en este caso nos referimos a la izquierda parlamentaria. En Cananea de hecho empezó la Revolución de 1910. Don Porfirio -no merece en ello que se le llame el general Porfirio Díaz- permitió que se acudiera a los rangers norteamericanos para aplastar el movimiento minero. Hoy estamos al borde de lo mismo: reducir la huelga a un movimiento perdido de antemano, guiado por un líder que saca al gobierno de quicio y solicita al gobierno de Canadá la extradición de ese hombre para mostrar su poder no por sus delitos reales o supuestos sino por no obedecer. No hay nada más acorde con nuestras costumbres como corromperse primero y obedecer después.
No hablamos de una izquierda muerta de miedo, que no quiere ni oír hablar del caso. No tiene perdón de Dios ni de los hombres. Tanto los Chuchos, traidores al PRD, y abucheados por su propio público, como hombres y mujeres del PRI, que han abandonado su tradición y viven de las migajas que les deja el PAN, han querido olvidar el nombre de Cananea e incluso el suyo. Las elecciones les esperan el 5 de julio, con un apetito aguzado por nueve años de oposición y una espera -quizás exagerada- de recoger una parte del voto que respondió al llamado de López Obrador. Hoy, el PRI no tiene a nadie a quién llamar. Sólo puede decir: remember Cananea.

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