7 sept 2009

La viagra, el cialis et al

REPORTAJE: La pastilla que oculta el miedo
Fármacos e implantes quirúrgicos combaten la impotencia masculina, pero aún son pocos los hombres que solicitan ayuda médica
CARMEN MORÁN EP, 07/09/2009;

Uno de cada diez varones padece en España disfunción eréctil
Algunas mujeres empiezan a adoptar el rol de "a más ligues, más poder"
Pues a uno de cada
diez varores -según la Asociación Española de Urología (AEU)- no le hace ni pizca de gracia, porque la disfunción eréctil les está amargando la vida. El gatillazo es todavía el ogro que acecha las relaciones sexuales. Sólo que ahora hay medicamentos para combatirlo y muchos han decidido usar esas muletas para prevenir un fracaso o, simplemente, para sacar nota. "Con una vida tan productiva, basada en el éxito y la eficacia, la sexualidad no podía salir de ese esquema. Los hombres tienen más miedo que nunca al sexo, porque se preocupan más de sacar un sobresaliente que de disfrutar", afirma Francisco Cabello Santamaría, director del Instituto Andaluz de Sexología y Psicología.
"El sexo sigue siendo un elemento de poder, disponer de más hembras es tener más poder y éxito, como el jefe de la manada. Y cuando las tienen, rara vez lo ocultan, como en el chiste de Claudia Schiffer. Nos hemos bajado del árbol hace muy poco", ejemplifica Cabello Santamaría. Y, por lo que dice, las mujeres se están subiendo al árbol ahora: "Ellas se están incorporando a esa estructura: más moscones detrás, más éxito, más poder".
Así que ellos buscan erecciones poderosas y duraderas y ellas no se conforman si no son multiorgásmicas y están lubricadas desde el inicio. "Esa ansiedad, ese sexo competitivo, es el enemigo número uno. Las personas fallan. Y ahí aparecen los fármacos, como el dopaje en el deporte", zanja Cabello Santamaría.
Esa muleta que proporciona el medicamento está llevando su uso hacia el ocio, mientras que la disfunción eréctil por causas físicas o psíquicas quizá sigue sin tratarse convenientemente porque se oculta. Hay quien ve la disfunción eréctil como algo típico de la edad y se aguanta. Primer error. No es algo asociado al envejecimiento. Si se tiene una buena salud en general, se puede tener una larga vida sexual. Más bien al contrario, la impotencia puede ser un aviso de que algo no va bien, porque se deja ver cuando aparecen los problemas cardiovasculares. Y si alguien va al médico para tratar un problema de corazón, lo mismo ha de hacer cuando los sábados han dejado de ser interesantes.
Alrededor de un 25% o 30% de los casos se deben a razones psíquicas: miedos, inseguridad, exceso de religión. Pero la mayoría es atribuible a causas físicas que se combaten con mucho éxito con tratamientos varios: pastillas, inyección, prótesis. En un terreno movedizo, enfangado entre tabúes, prejuicios y mitos, la pastilla ha traído cierto sosiego. Si hay un medicamento es que hay un problema de salud, no de hombría. Eso está llevando más gente a las consultas, aunque otros opten por la compra por Internet. La pastilla resuelve entre un 60% y 70% de los casos; del resto se encargan las inyecciones o los implantes mediante cirugía. Pero de los dos millones de españoles entre 40 y 50 años afectados, sólo un 25% acude a la consulta, según la AEU. A pesar de ello, los médicos aseguran que ya no hay tanto tabú como hace décadas, sobre todo entre la gente joven.
Miguel Ángel Arroyo combatió a golpe de quirófano un cáncer de colon cuando tenía treinta y pico años. Después llegó lo esperable: disfunción eréctil asociada a una operación como ésa. "Pero pensé: ya que voy a vivir, quiero vivir de verdad y le planté cara a esto". Primero se topó con "un par de torpes", que le aconsejaron paciencia y buenos alimentos; después de todo, había salido del cáncer, qué más quería, vinieron a decirle. En el Hospital Gregorio Marañón (Madrid) dio, por fin, con el doctor Moncada y su receta de Viagra, y los ensayos con Cialis no surtieron efecto. ¿Volver al quirófano?
A principios de los ochenta, el cirujano vascular francés Ronald Virag dio a conocer al mundo un hallazgo ensayado en su propio pene que proporcionaba una hermosa erección. Se trataba de inyectar papaverina en la base del órgano; es un compuesto químico vasodilatador, la clave para que el músculo liso funcione.
Si alguien quiere mover un brazo sólo tiene que hacerlo, o levantar una pierna. Los músculos estriados obedecen. Pero el músculo liso, no: al pene no se le pueden dar órdenes. Es como una esponja: cuando se empapa de agua se dilata, crece. Si la sangre no consigue fluir adecuadamente, la cosa no funciona. Digamos, gatillazo.
Las inyecciones de papaverina relajan el músculo liso y permiten el flujo sanguíneo. Pero a Miguel Ángel Arroyo la "tortura" de pincharse en el pene no le convencía. "Me inyectaba mi compañera, yo no podía ni mirar, era un horror". A veces, el líquido entraba con dolor y el preparado del doctor Moncada acababa caducando por falta de uso.
Cuando Ignacio Moncada, que ahora es jefe del servicio de Urología del Hospital de la Zarzuela, le propuso entrar al quirófano para implantarse una prótesis de pene, Arroyo ya había roto con su pareja. Lo pensó durante un año, dijo sí y ahora es otro hombre. "Cuando tienes ese problema te vuelves una persona gris, sin ánimo, la vida pierde su chispa. Si te falta la erección, todo se ve afectado. La sexualidad es importante".
La operación es sencilla y sus resultados retan a la naturaleza: "Un coito puede durar casi lo que uno quiera". Las pastillas por sí solas no sirven, necesitan estímulos para conseguir una erección. Con la prótesis sólo hay que darle al botoncito. La válvula, oculta bajo la piel del escroto, acciona el mecanismo y el depósito libera el suero fisiológico que llena dos cilindros insertos en el pene. "Cuando queremos terminar, pulsamos y el líquido vuelve al depósito". Nada se ve, nada se nota. "Yo tuve un paciente que sólo se lo dijo a su mujer cuando tuvo que volver al quirófano para sustituir la prótesis por una nueva", dice Moncada. "Este sistema está evolucionando muy bien. Antes había más infecciones, ahora las prótesis vienen recubiertas de antibiótico y duran muchísimo", asegura Moncada. Pero no son baratas, y no es fácil que la sanidad pública las cubra. Una operación de éstas puede costar entre 15.000 y 18.000 euros. ¿Por qué el sistema sanitario no cubre estos tratamientos si la Organización Mundial de la Salud considera que una sexualidad saludable es un derecho del individuo?
"Las autoridades sanitarias deberían combatir estos problemas, pero las pastillas son caras y en ocasiones, como en la etapa Bush en Estados Unidos, cuesta mucho autorizar medicamentos de este tipo", lamenta Moncada.
Al final, Viagra, Cialis, Levitra, fármacos que han pulverizado tabúes, acaban colándose por la puerta falsa de Internet, sin seguridad de ninguna clase, y se rodean de leyendas que no ayudan. "Se transmitió con insistencia que causaban infartos. ¿Cómo va a ser eso? Es justo lo contrario. Precisamente se inventaron para el tratamiento de la angina de pecho por ser un relajante muscular", sostiene Moncada.
Lo que sirve para las arterias del corazón es útil también para combatir una disfunción eréctil, porque ambas tienen las mismas causas. La impotencia está considerada como un síntoma centinela: cuando un médico la detecta sabe que su diagnóstico no debe quedarse ahí. Los problemas cardiovasculares pueden estar haciendo su aparición. Por esa razón las famosas pastillas azules no se venden sin receta. Los médicos temieron que los hombres solucionaran sus problemas de erección en la farmacia y otras dolencias graves quedaran ocultas a los facultativos. La agencia estadounidense del medicamento no lo autorizó.
A la inversa también ocurre. Diversas dolencias, como la diabetes, la hipertensión, colesterol, o los medicamentos con los que se tratan, pueden ocasionar disfunción eréctil. Por no hablar de la extirpación de la próstata o de un cáncer de colon. En esos casos, es cuando los médicos preguntan: "¿Y en la cama, qué?". Eso allana el camino.
Porque, a menudo, la impotencia se lleva en silencio, con miedo a fallar otra vez, con estrés y ansiedad. Y la pescadilla se muerde la cola. A más angustia, más fracasos. Respecto a las causas psíquicas, no son pocos los que achacan los nuevos miedos y los patinazos en la cama a la liberación sexual femenina. La mujer con la que se acuestan no es ya una persona que ha conocido un solo varón. Puede comparar. Además pide, reclama. ¿Quién puede estar a la altura?
Francisco Cabello Santamaría quiere despojar a la mujer de esa nueva culpabilidad que se le imputa en los fracasos del varón: "La liberación sexual femenina ha mejorado las relaciones de la gente saludable. Sólo perjudica a los que tienen miedo, o no entienden la relación como un vínculo igualitario. Los demás hemos ganado en calidad y en cantidad", asegura. "Esa liberación sólo hunde al hombre calificado como ansioso ambivalente, que establece relaciones para sentirse querido, pero está permanentemente interrogando a su pareja sobre si le quiere o no, con episodios de celos. Son un 15% de la población", asegura Cabello Santamaría.
Este experto menciona otros tres tipos. El llamado "de apego seguro", los mayoritarios. Están cómodos con su pareja, con la que mantienen una razonable relación sexual. Luego figuran "los evitantes", que nunca se entregan en el afecto. Son proclives a juegos eróticos porque están siempre explorando. Y Cabello, que preside la Liga Internacional para la Promoción de la Salud Sexual, asegura que todos vienen determinados desde la infancia, en función de la relación con la madre (el padre, o la abuela, su figura de referencia).
Así, pues, la mujer no tiene culpa, pero, ¿qué hay de la responsabilidad? Pastillas, inyecciones, eso está muy bien, dicen algunos, pero no hay mejor estímulo para un hombre que una mujer (en el caso de parejas heterosexuales, claro). Pues tampoco. "La sexualidad es como el DNI, personal e intransferible y los estímulos dependen de uno mismo. Hay quien siente aversión y no se excita con nada y hay quien responde a la menor señal".
¿Cuál es, pues, el mejor estímulo? "Pues va a parecer ñoño, pero es el vínculo amoroso. Cuando uno está enamorado hay un cambio bioquímico que potencia el sexo. Aunque, claro, el enamoramiento dura de una semana a tres años", concluye este experto.

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