7 dic 2009

Luis Calderón Vega

El Presidente Calderón en el XX Aniversario Luctuoso del Licenciado Luis Calderón Vega
Domingo, 6 de Diciembre de 2009 | Discurso
Morelia, Michoacán
Qué tal. Muy buenas tardes ya.
Queridas amigas, queridos amigos, paisanos.
Licenciado César Nava Vázquez, Presidente del Partido Acción Nacional.
Senador José González Morfín, Secretario General.
Licenciado Germán Tena Martínez, Presidente del Comité Directivo Estatal. Muchísimas gracias por este evento.
Diputado Librado Martínez, Coordinador de los Diputados Locales.
Estimado Secretario Alonso Lujambio.
Estimado Luis Mejía Guzmán.
Querida Margarita.
Amigas y amigos todos:
Nuevamente, muchísimas gracias. Quiero empezar por agradecer a los organizadores y promotores de este evento. Al Comité Estatal del PAN, en Michoacán,a mis hermanos, y también a nombre de ellos, agradecer a todos este Homenaje Póstumo a mi padre, a don Luis Calderón Vega, ahora que se cumplirán, justo mañana, 7 de diciembre, 20 años de su fallecimiento.
Celebro, además, que este tributo se haga aquí, en Morelia, en esta ciudad que lo vio nacer y a la que tanto quiso, rodeado, además, de tantos familiares y amigos, y compañeros.
De esto diría, además, que su morelianidad, digamos, habría muchas cosas que decir.
Primero. Que mi padre tenía una raíz profundamente michoacana, por cierto, muy humilde. Él relataba, con esa bonhomía, con ese gran sentido del humor que le caracterizaba, que su abuelo, Luis también, era originario de Atapaneo, muy cerca de aquí, de Morelia, y que de profesión era introductor de ganado. Eso decía el abuelo, decía mi papá; los demás vecinos decían que era arriero, pero él era introductor de ganado.
Y luego su propio padre, mi abuelo, Luis, era, como relata en esa magnífica reseña autobiográfica, que además yo recomiendo ampliamente algún día escuchar, original y en su integralidad, que su padre Luis, Luisito, como le decían, era zapatero, primero un zapatero remendón, zapatero de banquito, decía mi papá, que estaba, en las calles pedregosas de Morelia, reparando zapatos, y que luego llegó a establecer su propia zapatería en lo que es ahora el Hotel Virrey de Mendoza, en la parte baja, en la esquina, que se llamaba La Criolla, y por ahí salió una de las fotografías, por cierto, donde el personaje joven, delgado y muy moreno, que está a la derecha, es mi papá, que trabajaba en esa zapatería. De ahí que no me extraña, por cierto, la cita del presidente César Nava, de alguna conferencia de la Unión de Fabricantes de Zapatos, o algo así, que seguramente el abuelo era pionero en esta ciudad.
Es muy difícil tomar distancia de alguien tan cercano, desde luego, y además también muy difícil sacar el orden de las ideas tal como lo traigo preparado, porque evidentemente vienen muchos recuerdos a la mente.
Uno, por cierto, es la reseña de esa primera novela, de Andanzas, que ha hecho Alonso Lujambio, que me evoca, por cierto, en el lugar donde estamos, una realidad. La hermana de mi padre, que vive, que es la tía Soledad, que está aquí presente y me da mucho gusto, que era mamá Sol para sus nietos y biznietos, numerosos; Cholalá, como le decía con mucho cariño mi padre, quizá ella no recuerde porque era muy pequeña, entonces.
Pero el relato de Andanzas tiene mucho contenido novelístico, pero quizá tenga más de realidad, porque efectivamente mi padre, de adolescente, a sus 14, o 15 años, 16, cuando más, efectivamente fue correo de Los Cristeros, y traía en una canasta de pan, relataba él, o de tortillas, precisamente aquí por la calzada, ahora Calzada Ventura Puente, que entonces era un camino de mulas, llevaba abajo, en el doble fondo de esa canasta, llevaba cartas, correspondencia de un correo, y en alguna ocasión cartuchos, a un grupo de Cristeros que estaban asentados en la Loma de Santa María.
Y él narra con mucha emoción cómo alguna vez le sorprendió de frente un contingente de federales y entonces corrió a esconderse abajo del puente, de lo que es ahora el Río Grande, en realidad quizá era el otro cauce del río, ya no sé cómo cambiaría aquí, la orografía de los ríos. Pero se escondió abajo del puente; se metió en el agua, pecho a tierra digamos, o más bien pecho hacia arriba, porque tenía que respirar de alguna manera entre los tules, y ahí tuvo que estar, un buen rato, horas, porque el piquete de soldados se sentó ahí a almorzar y a descansar, y muchas horas después, finalmente, e incluso ya entrada la noche, se fue.
A sus compañeros, a la célula a la que él pertenecía, finalmente, si los atraparon y algunos murieron. Él narra que de los 10 que eran en la célula a la que él pertenecía, porque era un sistema en que no permitía la comunicación entre unos y otros para asegurar su supervivencia, sólo él sobrevivió, no fue atrapado.
Y cuenta que la tía Lolita, que era la jefa de la familia, entonces, por cierto, la primera mujer; la primera mujer, la tía Lolita, la tía Dolores Calderón, fue la primera mujer que estudió y se graduó en la Universidad Michoacana.
Y saludo, por cierto, y perdón por la omisión, a la Rectora, me dicen que está por aquí, la doctora Silvia Figueroa, y le agradezco muchísimo su presencia.
También al Arzobispo, Monseñor Suárez Inda. Don Alberto. Muchas gracias por estar por aquí.
La tía Lolita decía, narraba de mi papá, que mi papá escondía las cartas y su material de correo debajo de la tierra de las macetas de la tía Lolita. Un día descubrió en qué andaba el sobrino, y fue y arrasó con todas las macetas y tomó todas las cartas y las metió a un brasero que tenía en la cocina.
Y parece que ahí se acabaron sus andanzas en el movimiento, pero seguramente no son pocos los detalles que recoge Andanzas acerca de sus compañeros, que tienen fundamento y veracidad. En fin.
Ha habido muchas cosas que se han acumulado en esta evocación, y creo que han sido magníficas las intervenciones tanto de Luis Mejía, como de Alonso Lujambio y César Nava. Quizá agregaré algunas cosas.
En primer lugar. Luis Calderón Vega fue maestro, y maestro de varias generaciones de michoacanos y de mexicanos. A mí también me dio, por fortuna, me dio clases, y me dio una clase magnífica de Sociología en el bachillerato; pero también daba clases de Literatura, de Historia de México, de Historia Universal; desde luego, de Sociología, Gramática, de, en fin, una gran diversidad.
Incluso, hubo un tiempo en que prácticamente en la casa no había ingresos estables o permanentes, y hubo un tiempo en que sólo vivíamos de las clases que daba mi padre y llegó a dar más de 40 horas a la semana, de clase, en diversos colegios.
Lo cual le trajo un problema de agotamiento, que el médico le prescribió descanso. Y lo que él hizo para descansar es construirle a alguna de mis hermanas una casa de muñecas de madera que estuvo en mi casa, mucho, muchísimo tiempo.
También debo decir que mi padre estaría por cumplir, en 2011, 100 años de haber nacido. Ustedes se preguntarán, bueno, cómo es posible la conexión entre generaciones y yo debo de decir lo que ustedes se imaginan, que era 51 años mayor que yo; es decir, cuando yo nací él ya tenía 51 años de edad y por eso se ufanaba de decir que era, más bien, mi abuelo.
Y así lo recuerdo y así lo recordamos sus hijos y sus amigos, estoy seguro, con un envidiable sentido del humor. Yo creo que todos los días tenía en el anecdotario que contaba al tomar su imperdonable café o cafés después de comer, un largo anecdotario de su vida y de sus amigos, que ojalá hubiéramos capturado, y gracias a la iniciativa de Maricarmen, mi hermana, un día que mi papá le preguntó: qué te regalo para tu cumpleaños.
Ella, sabia de lo que mi padre tenía, y también a sabiendas de lo que no tenía, que era dinero, le dijo: Mira, no te preocupes, mejor escríbeme tus historias y tus anécdotas.
Y fue mi papá que se puso a grabar, este ensayo autobiográfico que nos recuerda, además, todavía su timbre de voz que, como decía Armando Ávila Sotomayor, era el timbre, un timbre de badajo de campana mayor, una voz ronca, gruesa, grave.
Un buen humor, además, que estaba presente en muchas cosas. Yo recuerdo que cuando él se fue a México yo empezaba a irme a estudiar a la Ciudad de México, comíamos en fondas, comidas corridas, a veces en los altos del marcado de San Cosme, recuerdo. En alguna de esas, de plano la comida estaba tan fea, tan fea, tan desagradable la presentación del guisado, le dije: Oye, papá, esto sí de plano, no me acuerdo si era un guisado, alguna carne, sí de plano parece de perro lo que nos sirvieron.
Se le queda mirando fijamente al plato y dice: Sí, pero afortunadamente ya está muerto. Y entonces, siguió tan tranquilo comiendo.
El buen humor de mi padre, por cierto, no opacaba su firmeza de carácter, ni tampoco menguaba en lo más mínimo la manera en que fustigaba todo aquello que no le parecía.
Era severo en sus juicios, era feroz, diría yo, a la hora de atacar lo que tenía que ser atacado y combatido. Era casi, era, simple y sencillamente, intransitable en las cosas que le indignaban y que le molestaban. Una de ellas, la más quizá: la hipocresía.
Quizá, de los pasajes que más, no sé si el que más mencionaba, pero seguramente le hubiera entusiasmado mucho, es la de La Expulsión de los Mercaderes del Templo.
Porque una buena parte de su vida se fue, precisamente, en distinguir la congruencia y la incongruencia entre lo que se cree y lo que se vive.
Yo lo recuerdo también ahí en su biblioteca, un cuarto pequeño, en la casa donde todavía habita mi madre y donde llego yo en mis visitas a Morelia. Un cuarto pequeño donde estaba su biblioteca que estaba impregnada de olor a cigarro, y a café, y a libros, y a papel carbón.
Lo recuerdo teclear con frenesí en su máquina Smith Corona, una máquina que de portátil nada más tenía el nombre. Y aquellas hojas que tenían que hacerse además, el papel bond original más tres copias en papel cebolla, con papel carbón y que puntualmente ordenaba, metía, corregía, volvía a teclear.
Para hacer un libro, entonces, o para hacer un artículo, tecleaba una y corregía las copias a mano, y volvía a teclear todo el texto, las 100, 200, 300 páginas las volvía a teclear, corrigiendo error tras error. Hasta que finalmente salían aquellos libros. Y vaya que era escritor.
Lo recuerdo, además, muy agradablemente porque cuando él se fue a vivir a México, a trabajar, entre otras cosas, en el PAN. Porque han de saber ustedes, se imaginarán, que en aquella época cada campaña electoral, era perder el trabajo.
Trabajó en una unión de crédito, trabajó en una asociación de cafeticultores, más vinculado a Uruapan; trabajó como maestro. En fin. Hizo todo lo que pudo.
Pero llegaba una campaña, llegaban los inefables: don Miguel Estrada Iturbide; llegaban quizá algunos amigos del partido y hablaban muy seriamente con él. Yo no entendía mucho, yo era muy pequeño, pero luego salía, se iban muy circunspectos y al día siguiente ya sabíamos que mi papá había aceptado, otra vez, ser candidato del PAN, porque nadie quería ser candidato entonces.
Seguramente le decían aquellas mentiras piadosas, que ya todos conocemos: te vamos apoyar; tú nada más pon el nombre, te vamos a conseguir dinero; te vamos a conseguir los representantes, ya están. Eran válidas, eran válidas y siguen siéndolo, yo creo, siempre y cuando la obra, desde luego, lo justifica.
Y luego, bueno, venían tiempos difíciles en la casa, porque se caía el ingreso de la casa. Y nosotros, nos tocaba doblar propaganda después de comer. Mis hermanas hacían engrudo en la cocina, nos íbamos a pegar propaganda, con Luis Gabriel, que era el hermano mayor, los amigos del PAN, de él y nosotros muy chicos, Juan Luis y yo. Ahí andábamos siempre, a la una, dos de la mañana, que era la hora en que las brigadas de la CTM, de la contra, digamos, ya se habían ido a dormir, o a beber, o a las dos cosas, y entonces ya nos podían dejar en paz pegar la propaganda.
Decía, él se fue a México, yo tenía, no sé, seis años, y ya cuando él regresa, ya jubilado, yo tenía unos 15 años, pero eso no impidió que a pesar de la diferencia de edad, y de la distancia, tuviéramos larguísimas conversaciones. Después de comer nos parábamos a dar la vuelta al bosque Cuauhtémoc, enfrente de la casa.
Y recuerdo que platicábamos de todos los temas, apasionantes; y todo lo que podía preguntar un adolescente entonces: de la vida, de la historia del PAN, de Dios, de México, de los liberales, de los conservadores, de los revolucionarios, de los reaccionarios, de sus temas, además.
Uno de los ensayos inéditos a los que refirió Alonso Lujambio, por ejemplo, era tan pasional que se llama, recuerdo, se llamaba, yo todavía alcancé a ayudarlo a teclear, ya cuando no podía hacerlo por la trombosis que tuvo hacia el final de su vida, se llamaba La Burguesía, El Concilio y La Revolución.
Yo creo que ahí recogía, precisamente, las grandes contradicciones que hay en la sociedad mexicana. Él hacía referencia a la burguesía, con una frase que no recuerdo si era de Bernard Shaw o de quién, pero que la describía como: nostalgia por el pasado, ignorancia del presente y temor del porvenir.
Y la refería, precisamente, en lo que fue en una de sus épocas de conversión a la política como su gran tensión, la falta de compromiso del cristiano con la política.
Quizá uno de los libros, coincido con Alonso, uno de los libros más fructíferos que escribió fue El 96.47% de los Mexicanos, y que hablaba del porcentaje de mexicanos que en el Censo de 1960, se declaró católico, 96.47 por ciento.
Sin embargo, él decía: si esto es así, si este país es católico, se supondría que habría una prevalencia de valores en los que está fundado el Cristianismo, concretamente la justicia, la verdad, la caridad, el amor.
Y en el México de 1960, como en el México del 2009, esto no es así. Y se preguntaba por qué razón entonces hay tal distancia entre lo que decimos que somos y lo que nuestra realidad es. Y él escribe este maravilloso ensayo que es, precisamente, un análisis de lo ocurre en México con la religión, y específicamente el catolicismo.
Se lo explica poco más o menos en el sentido de que, cuando viene la Conquista y los evangelizadores, la Iglesia en el mundo estaba enfrentando la Reforma Luterana y lo que eso implicaba era que se concentra la evangelización bajo la espada de Felipe II, que es un análisis y un reproche, o un señalamiento histórico que él hace, de imponer y de defender bajo la espada las afirmaciones de la Iglesia.
Y, entonces, se crea en México una religión que está centrada en la relación entre el Creador y el creado; es decir, entre el hombre y Dios, pero que olvidó, ignoró o no puso el énfasis suficiente entre el creado y las otras criaturas; es decir, fue una evangelización que se centró en los dogmas de la fe, combatidos por el luteranismo, pero no se concentró en los valores de vida de la fe.
Fue una religión, decía él, de culto, de muchas imágenes, de muchos santos, de muchas iglesias, de muchos ritos, de muchas tradiciones, pero no de cultura; es decir, no de valores cristianos, que se viven día a día.
Y eso provocó una terrible disociación en México entre lo que se cree y lo que se vive, y él lo ejemplificaba: cómo es posible que hoy quien es el patrono de las fiestas, del Santo del pueblo, es, a la vez, el principal explotador del pueblo, el que especula con las cosechas, el que se queda, precisamente, con la ganancia de los agricultores.
El libro que escribió, La Reacción, que, precisamente, hace referencia a lo mismo, cómo es posible, el personaje, el dueño de su molino, además, el que relata mi padre, es un hombre que, finalmente, abusa de sus trabajadores.
Y por eso él, no cabe duda que gran parte de sus novelas son muy autobiográficas, inicia un sindicato, un sindicato católico para defender a los trabajadores; porque parte de la incongruencia que él observa es, precisamente, la falta de consistencia entre los valores cristianos y la realidad mexicana. Y eso yo creo que lo tensa toda su vida.
Y si algo marca a mi padre es, precisamente, la congruencia, la obstinada congruencia, diría yo. Él era escritor, como ya magníficamente ha descrito aquí Alonso Lujambio. Yo debo confesarles que de niños como que no nos gustaba eso, cómo que escritor, porque no dices que eres licenciado, pero que no ejerces, en fin, las cosas que uno suele hacer con los clichés.
Y él estaba muy orgulloso de su profesión de escritor, muy orgulloso, lo decía y no había cosa que más le satisficiera, pero, además, a él le tocaba siempre pagar, no una vez, sino siempre, las ediciones de sus libros; uno que otro le fue muy bien.
En el 96.47 por ciento pegó, y él mismo narra que eso le permitió comprar un Opel, que fue el coche que tuvimos en la casa hasta que un buen día, quién sabe de qué manera el coche se estrelló. Pero, bueno, no fue mi padre, por cierto, el que. En fin.
Pero fueron muchos años después. Siempre se descomponía, eso sí, en la carretera.
Bueno, fue un hombre, además, prolífico, como ya dijo Alonso, porque escribía como Luis Calderón, pero escribía también como Lope de Velera y Jules de Chanteclair, y tenía como seis o siete seudónimos.
¿Por qué? Porque si uno revisa las revistas de aquella época en las que él escribía, sea La Nación, sean otras; pues escribía en la revista Luis Calderón, Jules de Chanteclair, Lope de Velera y otros más.
Es decir, el mismo con varios seudónimos que le permitía darle variedad a las revistas, porque era el que la redactaba, la imprimía, la escribía y la vendía o la regalaba. En fin.
Quizá el relato que oímos hoy es, carga más sobre su primera espiritualidad, digamos, que fue muy intensa, de estudiante. Efectivamente, lo expulsan de San Nicolás un par de veces. La primera, porque no concuerda con la masacre de la procesión religiosa sobre la Calzada de Guadalupe.
Él organiza un manifiesto del que, entonces Rector de la Escuela de Mecanógrafos y Taquígrafos, que era la secundaria de la Universidad, obliga a todos los muchachos a retirar su firma. Y sólo él y otros tres se niegan a retirarla.
Y él, en el texto, en la voz que no oímos, dice: perdóneme, Director, yo sé poner mi firma, pero no sé retirarla. Entonces, lo expulsaron de la Universidad. Lo volvieron a expulsar poco después.
Y su gran amigo, Natalio Vázquez Pallares, entonces Presidente del Consejo Universitario, le comunicó que estaba expulsado de la escuela. Y él le contestó: se han equivocado, Natalio, pero eso no obsta que nos veamos hoy en la tarde y como siempre a tomar nuestro café y a platicar de las cosas que nos interesan.
Y así fue, supo ser amigo de sus adversarios y un buen amigo, pienso.
Después se refugió en la Libre de Michoacán, que también en aquella época, el autoritarismo prevaleciente, cerró. Y entonces tuvo que emigrar, como tuvimos que emigrar después muchos. Afortunadamente, se han abierto nuevos tiempos en el estado, hace mucho.
Pero, tuvo que emigrar y entonces llegó a la Ciudad de México. Y ahí se involucró, efectivamente, con la Unión Nacional de Estudiantes Católicos, de la cual ya se ha hablado, fue Secretario General y luego Presidente.
Presidente, además, con sus queridos y queridísimos amigos, muchos de ellos sus compadres. Fue su compadre El Chino Hernández Díaz, un pintor magistral, conversó, por cierto, del marxismo al catolicismo por la acción de la UNEC.
El compadre Gonzalo Chapela, por supuesto, autor del Himno del PAN, de aquí de Huiramba, también paisano nuestro, y que, además, compuso Yunuén, por cierto, la bellísima canción que, muy bien interpretada aquí por el Grupo Ensamble, que escuchamos hoy.
Otros compadres, desde luego, Adolfo Pimentel y otros más. Narraba alguna vez mi papá que eran muy bohemios, ciertamente, y, entonces, llevaban piano en una carreta de San Juan a llevar serenata. Y ahí iban en el piano todos y como mi padre no tenía novia, entonces, le llevaba serenata a la Catedral de Morelia.
Y, entonces, con el piano se pasaba la vida con sus compadres. Yo recuerdo el día que fui a pedir la mano de Margarita, mi papá ya no vivía, nos acompañó quien a la a postre nos casó, un jesuita también, y el padre sacó la guitarra, él fue, digamos, en lugar de mi papá, digamos, fue también miembro de la UNEC, por cierto, y sacó la guitarra y cantó una bellísima canción de mi papá que yo no conocía.
Desgraciadamente, no tuvimos la precaución de recuperarla, pero así fue. Y era un hombre que le gustaba mucho la música y la vida. Era un hombre que vivía intensa, intensamente.
Con la UNEC, además, recorrió el mundo, como ya sabemos. Ahí, por ejemplo, fue entrañable amigo de otro gran mexicano, Carlos Septién García, uno de los mejores periodistas de México y fundador de la revista La Nación.
Y con Carlos Septién hicieron esta labor de conversión y de construcción a la vida política, porque de UNEC pasaron luego al PAN, con un punto intermedio, que es la lucha por la autonomía universitaria.
Aquí hay que decir que por qué fue la lucha por la autonomía universitaria, o qué decía, entonces, el Artículo 3, que dijo Lujambio. Lo que pasa es que entonces el Artículo 3 y la doctrina imperante en el país obligaba a que toda la educación, toda fuera socialista.
Y en la Universidad como tenía que haber educación socialista y nada más educación socialista, para los entonces dirigentes de la universidad era incompatible la libertad de cátedra con la verdad que implicaba la educación socialista; es decir, como la educación socialista era la verdad, para qué entonces libertad de cátedra. Esa era la verdad.
Y la lucha por la libertad de cátedra fue eso, la lucha por la apertura de las ideas, y por eso los grupos de la UNEC, conocen ahí en la Universidad al joven Rector Gómez Morin, al cual el Gobierno le tiene que reconocer la autonomía a la Universidad, que entonces es Universidad Nacional Autónoma de México.
Y a regañadientes la reconocen, pero el Gobierno también le quita el subsidio a la Universidad para que muera de inanición. Y entorno a Gómez Morin se organizan los estudiantes, hacen colectas, dan ellos mismos clase gratuitamente y la Universidad se salva.
Cuando fue Diputado Federal, ya recordaba aquí Luis Mejía Guzmán, pronuncia un inolvidable discurso, para hacer valer la iniciativa que otros compañeros habían presentado, y que a la postre se consagra en el Artículo 3, de la autonomía universitaria 1979. En esa ocasión habló de la autonomía como un derecho inalienable de la sociedad. Y dijo: Una verdadera universidad ha sido, es y será siempre crítica y que su importancia radica, en que protege y coordina todas las corrientes del pensamiento.
Su liderazgo fue universal. En el Congreso de Lima se encuentra con Eduardo Frei, a la postre Presidente de Chile, y con Rafael Caldera, a la postre Presidente de Venezuela y con otros líderes continentales más.
Aquí hay que decir, amigas y amigos, que por cierto, después de El 96.47 % de los Mexicanos, escribió otro ensayo, citado muy bien por Germán Tena, que se llamó Política y Espíritu, y el subtítulo era muy descriptivo: Compromisos y Fugas del Cristiano.
Y lo que aborda él es, la imperiosa necesidad del cristiano de hacer el bien. Y si habría que hacer el bien tenía que participar en política, que era exactamente lo que estaba mal en México.
Y esta reflexión llevó, por ejemplo, a gente como Carlos Castillo, entonces un joven, creyente muy intenso, a decir, como él mismo reconocería después, que él tomó la decisión de militar en política y participar en el Partido Acción Nacional, a raíz de la lectura de Política y Espíritu, de mi padre, a quien le decía con cariño, Joven Abuelo.
Y aquí hay algo que muchos de ustedes no saben. Mi padre también comentaba a la vez, que quien lo impulsa a esta reflexión, que es la que marca su vida, cuál es el rol del cristiano en el mundo contemporáneo y en política en México, específicamente, es en una casa estudiantil de la Ciudad de México, quien era el asesor espiritual de los estudiantes en esa casa; a la sazón, entonces, un joven sacerdote de apellido Méndez Arceo, que luego sería Obispo de Cuernavaca.
Y, precisamente, mi padre era, entonces, muy joven, un crítico de la política en México, del autoritarismo, etcétera. Pero el sacerdote éste le dice: Bueno, el problema es que ustedes, que están en la Universidad, que estudian y que promueven conocimiento, no hacen política. Y, entonces, él, años después, participaría entusiastamente en la fundación del Partido Acción Nacional.
En fin. Toda esta experiencia contribuyó eventualmente a la fundación del PAN en 39. Carlos Castillo relata el episodio así. Cuando estos jóvenes se encontraron con Gómez Morin, primero en la Universidad que luchaba por su autonomía y luego en la voluntad de crear un instrumento político estable y centrado en principios de doctrina, la identificación fue plena.
Quienes habían abrazado como estudiantes las causas del nacionalismo, de la libertad de enseñanza, de la justicia social, la revisión racional y lúcida de la historia nacional, entre otras, sintieron suyas las ideas del joven ex Rector y suya, asimismo, la voluntad de emprender desde el campo político, aquella Reforma del Estado y de la sociedad, adfinis fundamentis; es decir, desde el centro mismo de sus fundamentos, de la que se hicieron servidores los fundadores de Acción Nacional.
Él formaba parte de una generación que quería transformar a México en una organización, a través de una organización que perdurara en el tiempo, formada por hombres libres y que cambiara, en el largo plazo, el hacer político de nuestro país.
Como dice Carlos Castillo, Gómez Morin y los jóvenes que le siguieron, fueron fundadores de tradiciones que no miran hacia atrás, que, por el contrario, a partir de un enraizamiento sin ambages en el pasado, son capaces de elaborar y dejar como herencia una mirada acertada hacia adelante.
Habría que ver antes, muchos años antes, los estudios de la UNEC, los unéficos, respecto de nuestro cuasi paisano, nuestro santo no reconocido, digo yo, que es Vasco de Quiroga.
En los 30, los unéficos michoacanos, que eran, por cierto, un buen número, hacen un estudio profundo de la obra de Vasco de Quiroga y su proyección en el tiempo presente, y décadas antes del Concilio Vaticano II, afirman la imperiosa necesidad de un compromiso social de los católicos en México y en el mundo, que no está siendo abordado plenamente por, en ese caso, la feligresía católica de entonces.
Hay aquí, por cierto, algo que enfatizar. En la medida en que mi padre subraya el deber político del cristiano, también enfatiza la necesaria separación entre religión y política, y entre partido e Iglesia.
Y también señala, con rudeza, diría yo, desde el propio Cuba 88, el libro de la UNEC, la participación, que causa un enorme deterioro y erosión de la organización, de grupos ocultos en la militancia que habían penetrado a la UNEC.
Hay un capítulo fulminante que se llama Tecos y Conejos, donde señala con índice de fuego, como se dice, cómo los que, como bien ha descrito Lujambio, quienes tenían cierta rivalidad, que a la postre se fue profundizando de la posterior ACJM y otros círculos de la Iglesia, veían en la UNEC, en los universitarios, poderosos oradores, en sus comprometidos gestos, ideas distintas. Él es muy crítico de ello.
Un día le preguntamos. Por ejemplo, mi papá nos decía a mis hermanos y a mí que nunca nos iba a tocar ver un gobernador del PAN. Imagínense. Yo creo que quería bajarnos las expectativas.
Y para nosotros era la pregunta obligada: bueno, entonces para qué, qué caso tiene hacer tanto sacrificio si nunca, nunca se va a reconocer nuestro triunfo.
Y él era muy claro en eso. Él nos decía que lo que había que hacer era por cumplir un deber, el deber de hacer el bien. Y el bien que más obliga y que más se necesita en este mundo es el bien común.
Y que la única forma de hacer bien común, es hacer política con principios. Y aprendimos a hacer política por el deber ético de construir y hacer el bien.
Y esa realidad fue la que cambió, estoy seguro, en buena parte la historia de México; porque se necesitaba verdaderamente tener ideas casi descabelladas, tratar de hacer democracia en un medio profundamente antidemocrático y tratar de construir una vida pacífica en un medio profundamente violento, sin disparar una sola bala.
Yo considero que esto es una de las mayores grandezas que mi padre nos heredó: el sentimiento del deber y del deber cumplido, el hacer las cosas por un deber que va mucho más allá de las limitaciones y los costos que la acción implica.
Tuvo gran aprecio, obviamente, por don Manuel Gómez Morin, por don Efraín González Luna. La anécdota que les puedo contar es que el día que se casó mi padre en Las Rosas, un domingo 12 de julio, los padrinos llegaron tarde, los padrinos eran Manuel Gómez Morin y Efraín González Luna, y llegaron tarde porque se fueron a caminar por las calles de Morelia.
Y como justificación y de broma, uno de ellos dijo: Bueno, si el Pildo se tardó tantos años en casarse, se casó a los 42 años, por qué íbamos a suponer que se iba a casar a tiempo el día de hoy.
Nació, por cierto, un 27 de febrero, y él estaba también orgulloso de la fecha, fíjense ustedes, porque también un 27 de febrero nació José Vasconcelos y otro 27 de febrero nació Manuel Gómez Morin. Y para él era una fecha muy significativa.
Murió, por cierto, en estas fechas y en la casa recordamos, primero a la tía Elisa, a quien quería entrañablemente, también maestra, que ya afectada por cáncer, le había dicho a mi mamá, que ayudaba a cuidarla, que se iba a morir el 8 de diciembre. Y la tía Elisa se murió el 8 de diciembre.
Y una tía que estaba también con ellas, se murió otro año el 8 de diciembre. Y el tío Fernando Calderón, médico muy querido aquí en Morelia, fue Director del Hospital Civil. En fin. El tío Fernando Calderón Vega murió en otro año, por supuesto, el 7 de diciembre, y mi padre también murió el 7 de diciembre. Coincidencias tan extrañas de la vida, como se dice. En fin.
Una de las cosas que hizo mi padre fue divulgar el pensamiento del PAN. El libro, por ejemplo, Humanismo Político, habla de los discursos de Efraín González Luna, pero no lo escribió Efraín González Luna, lo escribió mi papá.
Es decir, él recopilaba los discursos con taquígrafo, los transcribía a máquina y, entonces, los discursos que aparecen de don Efraín, son discursos que hacía mi padre en su biblioteca, o sea, los transcribía él.
Y, por cierto, el nombre de humanismo político es una frase que él acuñó, porque era al presentar el libro, que así se llama Humanismo Político, de González Luna, lo describe en el prólogo, dice él, en el preámbulo: si alguna vez hay que darle un nombre a la doctrina de Acción Nacional será el de Humanismo Político, y así finalmente fue bautizada la doctrina de Acción Nacional.
Escribió muchos libros. A mí de joven me gustaba uno, que lo había escrito él como un manual de artillería, digo yo, para los militantes del PAN, se llamaba Respuestas, algo que todavía no hemos aprendido a desarrollar, por cierto, que es responder ante los grandes problemas del presente.
Y mi papá hace el libro de Respuestas tomando declaraciones de diputados, no había senadores, entonces, de jefes nacionales, de líderes del PAN, sobre cada tema que la prensa solía preguntarles.
Entonces el libro de Respuestas es un catálogo de cosas que se deben de decir en la batalla política, algo que además a mí me sirvió mucho, porque el debate, las ideas, las campañas habría que abrevar y armarse de ideas, y esa dialéctica, precisamente que él ejercita en Respuestas, fue de una gran utilidad en aquellos años 70, no es un compendio de reflexiones.
Una de las cosas en que él insistía en sus libros, que es, precisamente la exigencia de compromiso. El escribió, por ejemplo, que debemos pasar de la oración, refiriéndose a los católicos, a la acción.
Y respecto de lo que dije hace rato de este temor del porvenir, que le aplicaba a cierta forma de pensamiento, a cierto tipo, al de grupos sociales o de comportamientos más bien.
Él dice, no hay que temer al porvenir, hay que adueñarse de él. Y con todo eso es fácil comprender que una figura tan señera como él, tuviera un peso decisivo en la formación de nosotros, no era de extrañar que militáramos en política, prácticamente todos, de alguna u otra manera.
Fue un hombre también muy adelantado a su tiempo, es algo que yo suelo citar insistentemente en los temas que a mí me emocionan quizás más, que son los del medio ambiente y el cambio climático.
En una Convención que ya citaba Luis Mejía, aquí, el PAN decidía ir a elecciones para Gobernador de Michoacán, y en 1980 el candidato sería Adrián Peña Soto, en paz descanse, y mi papá presentó un discurso que se llamó El Episodio y el Destino.
Y entonces él empieza a hablar en ese discurso de que se empezarían a derretir los polos, de que habría lluvia ácida y de que algunas zonas del mundo, algunas ciudades en las costas no sobrevivirían porque crecería el nivel de los océanos, que se derretiría la nieve de las cumbres nevadas de México, del Popo y el Iztaccíhuatl y yo creo que no faltó algunos de sus cuates ahí presentes, que hayan dicho: Ahora sí, don Luis, de plano, de plano, ya está muy grande, no.
Pero efectivamente él era, es la primera vez que yo oí hablar de temas ambientales.
Y cita, además, con pasión este tema en el cual yo lo he acompañado, dos brechas, dice él, que constantemente se agrandan, parecen ser el meollo de la crisis de la humanidad. La brecha entre el hombre y la naturaleza y la brecha entre el Norte y el Sur, el rico y el pobre.
Ambas brechas deben reducirse para evitar catástrofes que pudieran destruir al mundo. Pero sólo se logrará esto si se reconoce la unidad global y lo finito de la Tierra.
Amaba, desde luego, la justicia; amaba, desde luego, la naturaleza; amaba a Michoacán. Era un mexicano de a de veras, un sembrador de ideas y de ideales.
Predicaba con fuerza y su fuerza no era su voz, su ronca voz, su voz poderosa, su retórica privilegiada, su ímpetu de fuego en cada frase. Su fuerza era la congruencia, porque nadie, nadie podía señalarle una inconsistencia.
Sabían que era un hombre que creía apasionadamente y que luchaba también apasionadamente. Que nunca le importó ni las amenazas, ni la pérdida de trabajo, ni los fraudes, ni los atropellos, ni las inconsistencias, ni las incomprensiones que lo acompañaron una buena parte de su vida.
Sembró para el futuro y en él abrevaron muchas, muchas generaciones de mexicanos para quienes fue faro y guía.
Un hombre comprometido con su tiempo, un hombre comprometido con su destino, un hombre comprometido con los demás y por México.
Ya se ha hablado aquí y no cito los libros que escribió, la gente que admiró, los caminos que recorrió.
Cada generación para él representaba precisamente la posibilidad de una nueva ejecución del tiempo.
Y después de haber recorrido prácticamente una buena parte del mundo, de pasarse meses y años, una vez en Chile, otra en Perú, otra en España; no porque se quisiera quedar mucho tiempo o años, sino que generalmente tomaba un barco, y luego le decían ya en plena travesía, llegaba a un puerto donde le llegaba un telegrama de que el congreso al que iba se había suspendido y reagendado para otra fecha.
Y se iba, entonces y se le acababa el dinero a donde iba, ya no tenía dinero para regresar. Y entonces, se quedaba ahí muchos meses.
A mí me tocó ir, con Margarita fuimos a Madrid, yo recuerdo en 94, 95, y nos hospedamos, conseguimos hospedaje en un hospicio, o una casa de estudiantes, más bien, que era el Colegio Mayor de Guadalupe, en Madrid.
Y me enteré que ahí había estado mi papá. Y entonces fui al archivo y pedí si había alguna cosa de él, una carta, un expediente. Y efectivamente, había notas de mi padre, discursos, agradecimientos, y una deuda de no me acuerdo cuántas pesetas, pero que, desde luego, pagué puntualmente y quedó totalmente saldada.
Bueno, no quiero alargarme más. Ha sido ya largo, muy enriquecedora esta conmemoración. Simplemente, quiero agradecerles el que se haya hecho este homenaje, merecido.
Yo lo recuerdo como un hombre humilde, como dijo también Luis Mejía. Después de haber recorrido todo ese mundo y de haber vivido tanto y tan intensamente, cuando ya no podía caminar y estaba en su cuarto en una silla de ruedas, pedía que lo pusiéramos mirando a una ventana que daba a un jardín, un jardín que él cultivó y sembró, por cierto. Ahí en la casa de ustedes, en la casa de mi madre, ustedes pueden ver un pino, que es más alto que la casa. Yo recuerdo cuando lo plantamos con mi papá. Hay duraznos, toronjos, naranjos, limones, piñones, ciruelos y madreselvas, en fin, un jardín que él cultivó con mucho amor. Se quedaba viendo a la ventana que daba al jardín y decía con satisfacción y con tranquilidad: éste es mi panorama universal.
Cuando él salió del PAN, por diferencias importantes con la dirigencia de entonces, nunca, nunca, ni siquiera nos insinuó a nosotros, sus hijos, que lo siguiéramos en ese camino; nos respetó y nos apoyó siempre, siempre en nuestras decisiones, en nuestras determinaciones, en nuestras campañas.
En cada una de las etapas de su vida fue un hombre determinante, un hombre congruente, insisto. Carlos Castillo lo recuerda con estas palabras: Venía de lejos, con su frente amplia, su tez morena, su andar desgarbado, su formación católica, su pasión por la sociología y por la historia, su corazón generoso y su panismo concentrado.
Y él mismo se describe en esta autobiografía, relatada al inicio, que era alguien como el Marqués de Bradomín, de las sonatas de Valle Inclán, que era feo, católico y sentimental.
Seguro que lo era, desde luego, los dos últimos. Así pensaba él.
Quiero terminar, amigas y amigos, con una frase que nos es muy común en Acción Nacional. Es de don Manuel, que habla que no es lucha de un día, sino brega de eternidad.
Nos hemos quedado con esta frase, que es muy descriptiva de lo que aquellos muchachos, entonces, pensaban. Por cierto, otro paréntesis que olvidé. Algo significó mi padre y aquellos camaradas de entonces, Miguel Estrada, Miguel Ramírez Munguía, en Michoacán, como para que aquí en Michoacán el PAN ganara sus primeras victorias en todo.
En 1943 mi papá acompañó a Gómez Morin a la Convención del PAN en Morelia, y se lanzó candidato, probablemente era don Miguel. Mi papá hizo su primer discurso en el partido, que fue como era Domingo de Ramos, habló, precisamente, del sentido de alegría y de gloria que implicaba hacer una campaña, ya bien sabíamos que luego vendría, desde luego, su calvario, pero en fin, es otra historia, también sus resurrecciones.
Y dice que de regreso a México se pararon a comer en Zitácuaro, y ahí don Manuel le dijo: Bueno, Pildo, o don Luis, porque se hablaban muy respetuosamente, yo le agradezco me haya acompañado, aquí le voy a dejar un cheque y usted quédese aquí en Zitácuaro a organizar la campaña, usted va a ser el candidato.
Se bajó, no tenía dónde hospedarse, dice que caminó hasta avanzadas horas de la noche buscando un hospedaje, y que llegó a una pequeña comunidad pegada a Zitácuaro y que los niños, las mujeres y los hombres salieron despavoridos por ver aquella sombra negra en medio de la tormenta y de la noche llegar de quién sabe dónde.
Tres años después, en 1946, el PAN ganaba aquí en Quiroga su primera alcaldía; en Tacámbaro su primera diputación Federal y en Zamora su primera diputación local en todo el país.
Algo hicieron aquellos abigarrados jóvenes, leones combatientes, como ha dicho César Nava, es una frase que mi propio papá dijo en el velorio de Julio J. Vértiz, otro de los jesuitas de la UNEC y que Carlos le aplicó o habló de mi papá, a la muerte de él.
Y dice. Y guarden reverentes los campos desolados, el eco moribundo del último león.
Decía yo de la frase de Gómez Morin. La frase sí habla de la brega de eternidad y habla de la lucha de un día, y habla del deber permanente.
Pero habla de otra cosa que rara vez nos acordamos, y hoy la quiero recordar, porque soy su hijo: habla de que nuestro deber es herencia para nuestros hijos.
La frase de don Manuel dice así: No olvidemos, sobre todo, que nuestro deber es permanente, no lucha de un día, sino brega de eternidad y herencia para nuestros hijos.
Yo quiero decirles, amigas y amigos, que en el caso de mis hermanas, mis hermanos y yo, esta herencia nos ha hecho increíblemente afortunados.
Muchas gracias.

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