14 feb 2010

Afganistán, el factor cultural

El factor cultural: una nueva estrategia impulsada por EEUU en Afganistán/Fernando Rocha y Jaime Otero
Publicado por El Real Instituto Elcano, ARI 22/2010 - 28/01/2010;
Tema: Barak Obama envió a Afganistán a uno de sus mejores generales, Stanley McChrystal, quien en su primer informe solicitó al presidente el envío de más tropas para proporcionar seguridad pero, sobre todo, un cambio de rumbo en la estrategia que tenga en cuenta el “entorno humano”.
Resumen: El análisis de las recientes operaciones militares internacionales ha puesto de relieve la falta de un conocimiento suficiente del “entorno humano” y de sus principales características socio-culturales. Al evaluar la misión de ISAF en Afganistán, el mando aliado ha subrayado que la situación es grave y que, a pesar de ciertos progresos, muchos indicadores sugieren que la situación general se está deteriorando, con un aumento de las acciones de los insurgentes y una crisis de confianza de los afganos en sus instituciones y en la comunidad internacional. Se señala, por consiguiente, la necesidad de “redefinir el combate” y se propone una nueva estrategia que ponga el acento en la población. Este análisis describe como el mando aliado pretende desplazar el centro de gravedad de la operación militar, que hasta ahora había sido desarticular el movimiento talibán y en adelante será ganarse a la población local mediante una mayor interacción cultural, y se plantea qué puede aportar España, presente en la ISAF, al nuevo enfoque estratégico.
Análisis: La estrategia seguida en los últimos años tanto por la OTAN como por EEUU en la operación Libertad duradera, ha dado frutos en la estabilización del país, en la mejora de la calidad de vida y en la formación de fuerzas armadas y de seguridad que tuvieran un valor significativo para la población, pero ha dejado mucho que desear en otros aspectos como son la protección de la propia población local, su confianza en las instituciones y su percepción de las fuerzas extranjeras que operan en el país.
Con la llegada del general McChrystal al mando de ambas operaciones (ISAF y Libertad Duradera) en junio de 2009, se ha decidido dar un cambio de timón en los planteamientos básicos una vez estudiados en detalle los resultados de las misiones realizadas durante los últimos años. En Afganistán, y a pesar de los reveses sufridos por los talibán, éstos han alcanzado mayores cotas de poder territorial y han redoblado su actividad, amenazando el éxito de la misión de estabilización y reconstrucción. El diagnóstico del general McChrystal en su informe inicial como comandante de ISAF de junio de 2009 es que el éxito es posible, pero no simplemente aportando más recursos sino adoptando una nueva estrategia que tenga credibilidad y sea sostenible para los afganos.
Un elemento central en esta nueva estrategia es la población. El objetivo exclusivo no es ya ocupar terreno y vencer a las fuerzas insurgentes, sino también y sobre todo la población civil. Es preciso ganarse el apoyo de la sociedad afgana, lo que requiere “un mejor entendimiento de las aspiraciones y necesidades de la gente”. Para ello es necesario proteger a la población y aumentar la confianza en su gobierno y en la coalición internacional, pero también cambiar la “cultura operacional” de los aliados para conectar con la gente, “interactuar más estrechamente con la población y concentrarse en operaciones que le proporcionen estabilidad y protección de la violencia insurgente, la corrupción y la coacción”. ISAF es una fuerza convencional “sin experiencia en lenguas y culturas locales” y concentrada en resolver los problemas inherentes a una coalición. Preocupada por la seguridad de sus propias fuerzas, la coalición ha actuado de forma que ha aumentado la distancia, física y psicológica, con la gente a la que debía proteger. Al adoptar tácticas en las que los daños colaterales se tomaban como algo inevitable, como parte del riesgo habitual, se ha puesto en peligro el éxito estratégico de la misión: “los insurgentes no pueden vencernos militarmente, pero nosotros podemos derrotarnos a nosotros mismos”.[1]
Las fuerzas aliadas deberán entender mejor la forma en la que viven y se comunican las diferentes etnias que habitan en la zona y en qué medida afecta esto a las operaciones. Para ello, tiene mucho camino que recorrer en el conocimiento de Afganistán. Debe incorporar personal especializado que conozca las lenguas locales. El personal de la coalición deberá ser instruido en el respeto a las tradiciones locales y demostrar curiosidad intelectual por los afganos y su cultura. Además, debe cultivar las relaciones con la población local: “Para obtener la necesaria información e inteligencia sobre el entorno, ISAF debe estar el mayor tiempo posible con la gente y el menor tiempo posible encerrada en vehículos blindados o tras los muros de las bases”.
Es difícil proporcionar una mayor seguridad a los afganos si las fuerzas que les han de proteger no transmiten seguridad. Es inevitable, por tanto, compartir en alguna medida los riesgos con la población local. Un mayor acercamiento a la población civil implica, sin duda, un aumento de los riesgos para las fuerzas de la coalición. El reciente atentado suicida contra agentes de inteligencia de EEUU en la base de Khost muestra las complejidades que lleva consigo la obtención de inteligencia a través de un contacto más estrecho con la población local, así como los riesgos en que pueden incurrir las fuerzas de seguridad en el cumplimiento de este objetivo.
La primera premisa: conocer la cultura
No es extraño que el diagnóstico del general McChrystal apunte a objetivos como mejorar el conocimiento y comprensión de Afganistán, cultivar relaciones con la población o proyectar confianza sobre ella, como parte de una nueva estrategia general. La de Afganistán no es la única operación a gran escala en la que se han detectado insuficiencias y fallos derivados de la falta de integración y coordinación entre los distintos actores en presencia. Entre las fuerzas aliadas se han desarrollado, en consecuencia, conceptos tendentes a suplir estas carencias. Uno de ellos es el “enfoque integral” (Comprehensive Aproach), que pretende encontrar pautas comunes que permitan una mejor cooperación entre los distintos actores en presencia, que a menudo responden a objetivos, intereses y culturas organizativas diferentes.
Según Iñigo Pareja y Guillem Colom, el concepto de enfoque integral surge de la insatisfacción por los resultados obtenidos en la gestión de las crisis recientes. Las lecciones aprendidas muestran que “cualquier solución estable y duradera sólo puede alcanzarse si se combinan acciones y efectos procedentes del ámbito diplomático, informativo, militar, económico, político o civil. El enfoque integral pretende que todos los actores participantes concierten sus estrategias y acciones desde el primer momento y al más alto nivel, compartiendo objetivos y planeamiento para evitar que la gestión de la crisis pueda verse afectada por factores como la divergencia de prioridades, la falta de realismo en los objetivos, la duplicación en las actividades o el enfrentamiento entre estrategias”.[2]
El concepto de sensibilización o concienciación transcultural (Cross-Cultural Awareness, CCA), surge también de aquella insatisfacción. Mientras el concepto de enfoque integral fue desarrollado mediante el Experimento Multinacional MNE-5, el de concienciación cultural es parte integrante del MNE-6, en el que participan 18 países.[3] España es la encargada de dirigir el objetivo del experimento cuyo fin es desarrollar el concepto de CCA, que ya ha empezado a ser incorporado ampliamente por la doctrina militar aliada (Joint Operating Environment 2008, US Joint Forces Command) y la nacional (La Fuerza Conjunta ante los retos del futuro 2009, Unidad de Transformación de las Fuerzas Armadas).
La necesidad de conocer el entorno socio-cultural siempre ha sido un factor clave en cualquier estrategia militar. En recientes operaciones internacionales, se considera que este factor se ha ignorado o dejado de lado. En un paper firmado por Sheila Miyoshi para el Instituto de Estudios Estratégicos del Ejército de EEUU sobre “Los usos del conocimiento cultural” (noviembre de 2007) se afirma que el análisis de lo que fue mal en Irak ha llevado a la conclusión de que los planificadores de la ocupación adolecieron de una patente falta de conocimiento sobre las dinámicas culturales de la sociedad iraquí, en referencia no sólo a las creencias y costumbres de un país predominantemente musulmán, sino también y sobre todo al legado del colonialismo, a las persecuciones contra kurdos y chiíes,o al sustrato tribal que afloró después de la desmilitarización y la disolución del partido Baaz. Como consecuencia de aquella falta de lo que podríamos llamar “planeamiento cultural”, las fuerzas de ocupación hubieron de trabajar en un vacío cultural e histórico.
Se diría que la importancia de conocer el entorno humano y de tener la capacidad de interactuar con él aumenta cuanto más diversa es la sociedad que lo compone y más lejana se encuentra de una coalición a su vez heterogénea. Los informes procedentes de Afganistán resaltan la complejidad social y cultural de la población afgana y cómo la pluralidad de lealtades y relaciones de dependencia que existen según la adscripción a provincias, religiones, etnias, tribus o señores de la guerra, obliga a acercarse a cada grupo humano de forma diferente. Añádanse a estas divisiones, para complicar aún más el cuadro, elementos más recientes como la sovietización introducida durante la ocupación rusa, la incipiente urbanización en una sociedad predominantemente rural y el surgimiento del movimiento islamista radical de los talibán. El 95% de la población se reparte en siete etnias diferentes. Sólo la etnia pastún, la dominante en Afganistán, se compone de más de 60 tribus y 400 sub-tribus, que forman un intrincado sistema tribal. La mayoría musulmana es sobre todo de pertenencia suní (el 80%), con una considerable minoría chií (el 19%). Además de las dos lenguas oficiales (dari o farsi afgano y pastún) se hablan más de otras 40 lenguas y dialectos.
Informes de los comandantes de las unidades provinciales de reconstrucción (PRT por sus siglas en inglés) en Afganistán indican que su labor sería mucho más eficaz si hubieran estado entrenados en Cultural Awareness y conocieran mejor la lengua del área donde están desplegados. No hay ninguna duda de que, en cualquier circunstancia, conocer la cultura de la zona donde se desarrollan las operaciones y ser capaces al menos de decir unas palabras en la lengua nativa de la misma son factores que pueden tener un impacto positivo en el desarrollo de las operaciones y derribar barreras para conseguir una mayor interacción con la población local. No se trata únicamente, por tanto, de conocer al adversario en todas sus facetas, sino de facilitar la interacción con la población civil que constituye el entorno humano en el que se desarrolla la lucha contra la insurgencia y que, al optar por uno u otro bando de la contienda, puede ser con su actitud un factor determinante para el éxito de la misión. La concienciación intercultural es esencial si se pretende tener relación con personas que pertenecen a otras culturas. Determinados gestos, posturas o actos son interpretados de forma diferente según la cultura a la que pertenezcan estas personas, y lo que para uno puede ser apropiado para otro puede ser considerado inconveniente, inaceptable o insultante. Arrestar a un sospechoso a la salida de la oración en la mezquita es no solo irrespetuoso o insultante para el arrestado sino también para el mulá, que es el responsable de la seguridad antes, durante y después de la ceremonia.
Hay que tener en cuenta, además, que aunque el conflicto en Afganistán exige un esfuerzo de concentración de recursos comparable al de una guerra convencional, en el aspecto operacional la insurgencia se comporta como un adversario no convencional. Parece ahora importante que para contrarrestar eficazmente las actividades de un adversario irregular es necesario tener, con más motivo, un conocimiento amplio y profundo de la sociedad y la cultura donde éste actúa, de su estructura social, tribal y religiosa, y de sus usos y costumbres, así como de sus intereses y aspiraciones.
En línea con el Comprehensive Approach, la sensibilización cultural responde al convencimiento de que los conflictos no pueden ser solucionados sólo con medios militares, sino que hace falta, además, una conjunción de medidas económicas, sociales y políticas. En este nuevo enfoque cultural esto tiene una gran importancia puesto que las crisis se solucionan creando alianzas, obteniendo ventajas de carácter no militar, creando confianza en la población local, revertiendo opiniones y manejando percepciones. Para llevar a cabo estos cometidos con eficacia se debe ser capaz de comprender a la población, su cultura y sus motivaciones.
Significado y uso de la cultura para las fuerzas armadas
La importancia de un profundo conocimiento de una sociedad tiene cabida en los tres niveles de conducción de conflictos: estratégico, operacional y táctico. En el nivel estratégico, el apoyo a determinados líderes, etnias o religiones determinadas podrían producir rechazos en la sociedad en general y alargar la solución de la crisis. A nivel operacional, la falta de apreciación de los aspectos culturales podrían conducir a implementar líneas de acción que podrían exacerbar la insurgencia; y a nivel táctico si se desconocen los usos y las costumbres las consecuencias podrían acarrear la afiliación de la población a grupos terroristas, el odio a todo lo occidental, la pérdida de confianza y la frustración entre los ciudadanos. Pero no sólo este aspecto cultural es relevante en operaciones militares; es también significativo a la hora de interaccionar con otras agencias y organizaciones internacionales presentes en el teatro de operaciones y con las instituciones locales. La conciencia intercultural y la comunicación son de vital importancia para las agencias a la hora de coordinarse y de llegar a metas comunes.
La aplicación concreta de estos objetivos en el nivel de las operaciones no es tarea sencilla, dado el nivel de amenaza existente sobre el terreno. Existen algunas iniciativas de aplicación concreta del enfoque cultural en las operaciones de Irak y Afganistán. Se está considerando la incorporación a los estados mayores de un equipo permanente de asesores culturales (Cultural Advisers) que conviertan el conocimiento cultural en elementos útiles para el planeamiento, al igual que en el pasado se hizo con los asesores políticos y jurídicos. Varios países aliados han comenzado a introducir equipos para el contacto con el “terreno humano” (Human Terrain System, HTS). Esta iniciativa consiste en incorporar a científicos sociales o antropólogos en las unidades militares sobre el terreno, que faciliten la relación con la población civil y contribuyan a un mejor conocimiento del entorno cultural por parte del mando operacional, gracias a la información recogida por estos equipos. Aunque los resultados de estas experiencias aún están siendo sometidas a evaluación, se argumenta que están teniendo un impacto positivo no sólo en el acercamiento a la población y en la obtención de información valiosa, sino también en la seguridad de las tropas gracias a una mayor colaboración por parte de la población local. España está también en este camino y está preparando su primera célula HTS para ser desplegada próximamente.
Una nota de doctrina elaborada por el Ministerio de Defensa británico, publicada en enero de 2009, proporciona algunas directrices básicas sobre el significado y uso de la cultura para las fuerzas armadas (The Significance of Culture to the Military, JDN, 1/09). Aprender a interactuar con interlocutores de culturas diferentes, adquiriendo las técnicas de comunicación necesarias para ello y dejando a un lado el etnocentrismo innato, es un elemento clave en la aplicación del enfoque cultural. Una sección relevante de la nota está dedicada al modo de reforzar las capacidades culturales del dispositivo militar, lo que exige tanto la recogida de información como la formación y el entrenamiento especializado del personal. Al comparar las operaciones internacionales actuales con las del pasado colonial, la nota advierte que los funcionarios coloniales, civiles y militares, pasaban años, a veces toda una carrera profesional, en un único país, en contacto cotidiano con la población local y aprendiendo a menudo su lengua y sus costumbres. Este nivel de inmersión es raro en el personal destinado actualmente en misiones internacionales, lo que explica que el propio general McChrystal haya promovido la formación (incluyendo entrenamiento cultural y aprendizaje de lenguas) de personal especializado en un área geocultural (Pool of Regional Expertise) y con continuidad en ella, cosa que al parecer no está resultando sencilla (“Slow Start for Military Corps in Afganistán”, NYT, 6/I/2010).
Cooperación cultural y operaciones de paz
Hasta aquí se ha venido tratando del enfoque cultural en referencia a un concepto amplio de “cultura”, como el conjunto de manifestaciones materiales o inmateriales de las sociedades humanas: lenguas, ideas, creencias, costumbres, tradiciones, ritos, objetos, imágenes, etc. Es un concepto extenso, pues engloba todas las manifestaciones del espíritu humano, pero también profundo, porque llega hasta el grado de la inconsciencia, de modo que sólo nos damos cuenta plenamente de que pertenecemos a una cultura concreta cuando nos sacan de ella. Así, por “enfoque cultural” nos referíamos a la conveniencia de crear una conciencia transcultural –cross-cultural awareness– que habría de permitir a los distintos actores participantes en la gestión de la crisis (que pueden tener culturas nacionales e institucionales diferentes, como los contingentes nacionales o las distintas instituciones, civiles o militares, que se encuentran en el teatro de operaciones) concertarse entre sí y a su vez con la población civil local, evitando o mitigando el choque cultural, con el fin de facilitar el cumplimiento de la misión.
En el plano geopolítico, hay una tendencia creciente a interpretar las rivalidades y los conflictos internacionales en clave “cultural”, dando una creciente importancia a factores intangibles como la identidad, las diferencias culturales y lingüísticas, las creencias religiosas, las imágenes o las percepciones del otro. Esta tendencia, de hecho, está inspirando los nuevos esfuerzos diplomáticos de EEUU, que buscan ganarse “los corazones y las mentes”, no sólo en el mundo musulmán sino en otras áreas del mundo donde existen conflictos potenciales. Hemos visto como, en el plano operacional, el concepto de sensibilización transcultural se está ensayando no sólo con fines de conciliación con la población sino como una capacidad de combate más.
Pero además de esta acepción amplia, antropológica, existe otra forma más concreta de entender el término “cultura” que se refiere a las manifestaciones de carácter puramente artístico, producto de la creatividad humana, que también deberían tenerse en cuenta en una visión a más largo plazo de la gestión de crisis y de la reconstrucción posbélica. Una de ellas se refiere al patrimonio artístico. Las convenciones internacionales, tanto las de Ginebra sobre conflictos armados como las de protección del patrimonio de la UNESCO, prohíben expresamente los actos contra el patrimonio cultural o espiritual, así como su uso para apoyar el esfuerzo militar.
Las situaciones de conflicto no sólo producen destrucción del patrimonio sino que además son propicias al expolio y al contrabando. Tanto Irak como Afganistán han sufrido masivamente el saqueo y la venta ilegal de artefactos artísticos. Se calcula que en Afganistán han sido sacadas del país más de 50.000 piezas desde los años 80. En Irak, donde existen 10.000 lugares de valor arqueológico mal guardados, las piezas robadas podrían ser más de 100.000, empezando desde antes de la invasión aliada. Recordemos el asalto en abril de 2003 al museo nacional de Bagdad, reabierto parcialmente en febrero de 2009 después de seis años. La prensa occidental se llenó de denuncias no sólo por la pasividad de las fuerzas aliadas ante los saqueos, sino también por la conversión de sitios protegidos en instalaciones militares e incluso por complicidad en el expolio. El destino de la legendaria Babilonia, primero groseramente restaurada por Sadam Hussein y luego convertida en una base militar por los aliados, es sólo un botón en un largo muestrario de daños causados por el conflicto armado.
La destrucción y el expolio del patrimonio cultural tienen un impacto considerable en la opinión, si nos atenemos a la repercusión que han tenido los saqueos en los medios de comunicación. En un artículo aparecido en el NYT en 2007, Matthew Bogdanos, coronel de Marines en la reserva y autor del libro Los ladrones de Bagdad, señalaba que el saqueo en Irak, cuna de una de las civilizaciones más antiguas de la humanidad, ayudaba a financiar a la insurgencia y que la pasividad de las fuerzas aliadas enviaba a la población iraquí el mensaje de que sólo nos importa nuestra propia cultura. Bogdanos sugiere que en futuras misiones se asigne a determinadas unidades la misión de proteger los lugares de valor cultural. Y cita al general Eisenhower antes del D-Day: “Inevitablemente, en nuestro avance encontraremos monumentos históricos y centros culturales que simbolizan el mundo por cuya preservación luchamos. Es responsabilidad de cada mando militar proteger y respetar estos símbolos siempre que sea posible”.
Estos efectos negativos en la opinión han empezado a paliarse con proyectos de cooperación cultural y de recuperación del patrimonio. En junio de 2009, por ejemplo, se inauguraba en el Metropolitan Museum de Nueva York una exposición que estuvo antes en París y que muestra los tesoros de Afganistán salvados de la iconoclastia talibán y recuperados después de la ocupación aliada. Los Budas de Bamiyan destruidos en 2001 y declarados Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO en 2003 están en proceso de restauración con el apoyo de las autoridades locales, que albergan la esperanza de convertirlos en un foco de atracción turística. Muchos objetos de arte robados del museo nacional iraquí han sido recuperados con la ayuda aliada y también gracias a la colaboración de las autoridades sirias y jordanas. Las autoridades iraquíes tienen prisa por reabrir los lugares históricos y los museos, para atraer el turismo, pero también como prueba de la estabilización y el progreso alcanzados. En el acuerdo de seguridad con EEUU que entró en vigor en enero de 2009 se incluyeron referencias a la devolución del control de lugares de interés patrimonial o histórico, así como a posibles hallazgos culturales.
Hay muchos otros ejemplos de la cooperación retomada de las potencias ocupantes, sobre todo en materia arqueológica, con las autoridades iraquíes. Lo que se desprende de ellos es que mostrar respeto e interés por el patrimonio cultural del área ocupada, además de ser un medio de conciliar a las fuerzas ocupantes con la población y formar parte, por lo tanto, de la Cultural Awareness, puede contribuir a la reconstrucción de la economía si se traduce en protección efectiva de monumentos, bibliotecas u otras infraestructuras culturales para convertirlos en lugares de interés turístico.
El último elemento al que cabría referirse, tras el enfoque antropológico y la atención al patrimonio cultural, es el de la diplomacia cultural. Se considera la cooperación cultural como un instrumento idóneo para hacer amigos, para ganar hearts and minds. Si se trata de introducir el enfoque cultural en el planeamiento estratégico, con una visión a largo plazo en la estabilización y la reconstrucción, conviene también tener en cuenta la acción cultural. La cuestión es cómo hacerlo en situaciones de conflicto o posbélicas sin incurrir en la banalidad o sin provocar efectos contraproducentes que provoquen el rechazo en la población.
Quienes trabajan en la diplomacia cultural saben que no da rendimientos inmediatos, que formar expertos y mediadores lleva años, que se trata de crear relaciones personales y de confianza no sólo mediante la promoción de la cultura propia sino a través de los intercambios, aprovechando para darse a conocer pero también para conocer mejor al otro y fomentar su cultura, hacer que la cultura sea un medio de recuperación de la autoestima e incluso de desarrollo social y económico para las poblaciones afectadas por la crisis. Se trata genuinamente de una inversión estratégica, a largo plazo.
Parece coherente que España, que ha hecho de la promoción de su cultura un elemento clave de su proyección exterior, incorpore también la cooperación cultural (en sentido concreto: lengua y artes) al enfoque cultural (en sentido amplio: antropológico) en la actuación de sus fuerzas armadas en el extranjero. Ha tenido no poca repercusión el programa Cervantes, puesto en marcha en 2007, por el que los militares destacados en el sur del Líbano organizaron clases de español en colegios de la zona. Con reserva de la evaluación de los resultados del programa, esta iniciativa constituye una buena muestra de las posibilidades de la cooperación cultural en las relaciones de las fuerzas armadas con la población civil y, a más largo plazo, para sentar las bases de una relación duradera.
Un reportaje reciente (“Rebuilding Iraq, One Poem at a Time”, Boston Globe, 8/III/2009) describía otro caso de cooperación cultural integrada en la actuación de las fuerzas armadas: la reconstrucción del distrito de Rashid en Bagdad por parte de un equipo formado dentro de una unidad militar estadounidense, en este caso la base de Marines Falcon. El equipo lo dirige un funcionario militar y está compuesto por diplomáticos y expertos en desarrollo cultural y comunitario. Describen su misión como de community stabilisation: cómo hacer que la gente sienta que vive en una ciudad normal mediante la revitalización de la expresión artística; en este caso, se puso el acento en el empleo de la poesía, al parecer una forma de expresión muy importante en Irak.
Conclusiones: Cuando el general británico Allenby tomó la ciudad de Jerusalén a los otomanos en 1917, antes de entrar en la ciudad se bajó de su caballo y entró a pie. Este gesto fue percibido por todos como una muestra de respeto a la ciudad santa y a la importancia que para las tres religiones había tenido hasta ese momento. El general Allenby cortó con ese gesto cualquier veleidad de convertir la toma en una cruzada y su gesto ha sido objeto de comparación con todas las demás.
La sensibilidad cultural, algo de lo que la historia militar ha dado tan ilustres ejemplos y que podría parecer tan obvio, por momentos parece un conocimiento semiolvidado en las fuerzas armadas y no es algo que haya que dar por automáticamente incorporado a las actuales misiones internacionales de estabilización y reconstrucción. Si en el plano estratégico se ha extendido la idea de que la intervención militar no basta por sí sola para combatir la insurgencia y el terrorismo y necesita tanto del apoyo de la opinión en retaguardia como el de la población más directamente afectada por la violencia, es necesario dar un paso más allá y asegurarse de que el enfoque cultural se incorpora a los niveles operativos.
Los aliados han puesto en marcha experiencias y grupos de reflexión en el nivel doctrinal, dirigidos a desarrollar el concepto de sensibilización cultural (Cross-Cultural Awareness) y su aplicación en el nivel operativo. Se trata de conocer los valores, los intereses y las necesidades de la población local, no sólo como medio para lograr una mejor aceptación de la presencia de fuerzas extranjeras, sino como capacidad de combate, para aumentar la seguridad de la población y de las tropas aliadas y mejorar la eficacia de sus acciones.
Las Fuerzas Armadas españolas empiezan ya a tener una trayectoria muy apreciable en misiones en el exterior y un historial de buenas prácticas en materia de interacción con la población civil reconocido internacionalmente, y tiene mucho que aportar al esfuerzo aliado en este terreno. Además, España ha hecho de la cooperación cultural un elemento clave de su proyección exterior. Si queremos incorporar a la actuación exterior de las fuerzas armadas el enfoque cultural, tanto en su sentido amplio como en el sentido más concreto de la lengua, las artes o el patrimonio, es importante el trabajo de campo y la evaluación de resultados, incorporando en lo posible a expertos en las unidades militares, pero también es crucial fomentar en España los estudios sobre la historia, la antropología, la etnografía, la sociología y los idiomas de las áreas de conflicto.
Fernando Rocha
Teniente coronel del Ejército de Tierra y director nacional del MNE-6
Jaime Otero
Investigador principal de Lengua y Cultura del Real Instituto Elcano
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[1] “Comisaf’s Inicial Assessment”, 30 August 2009. Commander, NATO Internacional Security Assistance Force, Afgjanistan. U.S. Forces, Afghanistan.
[2] http://www.tinyurl.com/y97tstj.
[3] Esta serie de experimentos, iniciada en 2001, tiene como objetivo mejorar los métodos de conducción y planificación de operaciones en coalición.

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