14 feb 2010

Los hechos de Juárez

Vale la pena retomar textualmente lo que dijo el Presidente Calderón en Tokio, Japón, martes, aquel 2 de Febrero de 2010 en conferencia de prensa con respecto a los 16 jóvenes asesinado en Ciudad Juárez.
-Preguntarle si la estrategia que va a instrumentar, la nueva estrategia que va a instrumentar o que se instrumentaría en Ciudad Juárez podría ampliarse a todo el país, y si ésta podría incluir el repliegue del Ejército Mexicano en las tareas de seguridad pública, como lo han solicitado incluso algunos distinguidos militantes de su partido.
Respuesta: -Simplemente es una estrategia integral. Me parece que el problema de Ciudad Juárez va mucho más allá de la mera acción de la policía o de las Fuerzas Armadas. Hay una problemática de una honda raíz social que lastima y que duele a toda la Nación. Los hechos del domingo reflejan una falta elemental de sentido y de aprecio por la vida. No sabemos qué haya ocurrido ahí, si estamos en presencia de simplemente un hecho de rivalidad entre dos grupos de jóvenes, prácticamente adolescentes.
Si esto refleja una lógica de pandillas y de bandas criminales, que de suyo ya es una expresión de descomposición o de deterioro social muy preocupante. Lo que sí a mí me queda claro es que no basta la acción policíaca o del Gobierno, de las Fuerzas Armadas. Se requiere una estrategia integral de recomposición social, de prevención y tratamiento de adicciones, de búsqueda de oportunidades de empleo, de esparcimiento y educación para jóvenes.
También de una búsqueda, también, de sentido de la vida, de valores, de aprecio a la vida misma, de respeto a los demás, que por alguna razón probablemente se está perdiendo en ésta y en otras zonas del país.
Pero lo que me queda claro es, primero, que se requiere una estrategia integral en varios temas. En el frente simplemente policíaco, acelerar la recomposición de las instancias policíacas y ministeriales en Ciudad Juárez y en Chihuahua.
Porque, evidentemente, estas tareas competen fundamentalmente al orden local y el orden Federal actúa de manera supletoria y de respaldo a las autoridades locales que, evidentemente, se han visto rebasadas.
Segundo. Reclama un fuerte trabajo en materia social, que quizá sea un componente fundamental que habrá que incorporar a esta estrategia.
Tercero. Me parece que es importante que las autoridades policíacas, municipales, estatales e incluso federales, de carácter civil, puedan incorporarse de una manera mucho más rápida a asumir esta labor que las Fuerzas Armadas han tenido que tomar, precisamente dada la fragilidad de las instancias civiles, y por eso hemos de urgir a que en todos los planos pueda reconstituirse la autoridad de las policías integradas por personal eminentemente civil.
Pero ya en su momento, y próximamente, estaremos investigando este tema. Ya se está investigando lo que ocurrió el domingo, y lo que me parece enormemente triste es que se den este tipo de acontecimientos, que derivan o expresan un enorme desprecio por la vida y un enorme, enorme deterioro de carácter social y axiológico entre un sector, además entrañablemente, que duele entrañablemente, como es el sector entre jóvenes y adolescentes, en esa ciudad fronteriza de Chihuahua.
-(Interpretación del Japonés al Español): -Con respecto a este asesinato, aquí en el Japón durante un año hubo mil 97 casos de asesinatos, pero según la CNN en México durante un mes se han asesinado 800 personas, y me dio muchísima sorpresa, tanta gente asesinada. Señor Presidente. Usted qué opina sobre la buena seguridad de las calles del Japón. Y el Japón qué contribución puede hacer para mejorar la seguridad de las calles en México. Cómo podemos contribuir.
-Efectivamente, es un tema que lastima profundamente a los mexicanos.
Déjenme platicarles que concretamente en esta ciudad, Ciudad Juárez, una zona fronteriza de México, se da un grave problema de inseguridad. Y lo que hemos presenciado en los últimos años, en el último año fundamentalmente, es una cruenta lucha entre dos o más organizaciones del crimen organizado, que se disputan el control de, primero, un territorio, de una zona de tráfico de drogas hacia los Estados Unidos; y segundo, también un territorio de consumo de drogas, que ha crecido notablemente en la población joven de esta ciudad.
Esta violencia entre grupos criminales se ha extendido de una manera muy preocupante a grupos de jóvenes, asociados en bandas, en pandillas juveniles, Los Aztecas y Los Mexicas, así llamados, y que han llevado un enorme deterioro y actos de barbarie, como los que, probablemente sea el caso, se hayan presentado el domingo pasado.
Como decía yo, es un problema policíaco, sí, pero no basta eso. Creo que hay un problema mucho más de fondo que tenemos que analizar, en cuáles son los valores, cuáles son las realidades, cuáles son las circunstancias que se están viviendo entre ese tipo de jóvenes, que llegan a actos verdaderamente incalificables.
Este es un problema que afecta y duele a la sociedad mexicana, que deteriora, desde luego, la imagen de México y en el que estamos empeñados, por lo menos mi Gobierno, y estoy seguro que los gobiernos locales, en superarlo.
(Aquí oide apoyo a Japón) En el caso de Japón. Ayudaría mucho, desde luego. Primero. El poder contar con la asesoría técnica, tecnológica y policíaca que nos permita, como es el propósito de mi Gobierno, elevar los estándares de capacidades institucionales de la policía, de las autoridades de justicia en México. Ayuda también a la comprensión del fenómeno que estamos pasando.
Esa ola de violencia está invariablemente asociada a una realidad de México. (aquí la crítica a EE UU, que seguramente no gusto en Washington) Estamos justo frente, al lado del consumidor de drogas más grande del mundo, y aparte, que ese consumidor de drogas más grande del mundo no tiene el menor empacho, el menor reparo, el menor escrúpulo de vender hacia nuestro país todas las armas que puede y que llegan fácilmente a las manos de esos jóvenes, enrolados en una espiral de violencia sin sentido.
En mi Gobierno, por ejemplo, le hemos decomisado al crimen organizado más de 50 mil armas, la mayoría de ellas vendidas legalmente en Estados Unidos. Hemos decomisado 7 millones de cartuchos, casi tres mil granadas. Y eso, evidentemente asociado a estas condiciones de droga, alienación o enajenación, precisamente por el consumo de drogas y disputa de grupos, de cárteles y grupos criminales, desde las altas estructuras del crimen, hasta grupos de pandillas callejeras, lleva a una violencia sin sentido que está lastimando a la sociedad mexicana y dañando la imagen.
Paradójicamente, si uno observa las cifras de homicidios por cada 100 mil habitantes, Ciudad Juárez es una ciudad de más o menos dos millones de habitantes; lo que ahí ocurre, en ésta y otras ciudades, distorsiona o genera una percepción que impacta a todo México. Pero si se observan las cifras, por ejemplo, en México, estamos hablando más o menos de 12 homicidios, por cada 100 mil habitantes en todo el país, que es una cifra alta.
Sin embargo, comparado, por ejemplo, con Brasil, que goza de una buena reputación en este sentido, por ejemplo, en Brasil hay 25 homicidios por cada 100 mil habitantes, el doble de México.
Y en Colombia, que también está haciendo buen trabajo, la cifra de homicidios es el triple: 36 por cada 100 mil; y más arriba de ellos se encuentran: Honduras, Guatemala, El Salvador, Venezuela, otros países.
Creo que tenemos mucho que hacer nosotros en poder mejorar la eficacia de la autoridad y también la percepción sobre México; y sé que mientras sigan ocurriendo estos hechos violentos tan lamentables, será imposible hacerlo.
Pero, insisto. Para superar esta condición, no basta reforzar la operación policíaca, que tenemos que hacerlo. No basta el contar con la colaboración internacional. Se necesita mucho más. Se necesita, por un lado, parar el tráfico de armas hacia mi país, que caen rápidamente en los grupos criminales, en sus manos; reducir el consumo de drogas en Estados Unidos, vecina de esta ciudad, y también hacer una revisión profunda del tipo de valores, de ideales, de códigos de vida que estamos transmitiendo en esta sociedad hacia las nuevas generaciones, que cada día se vuelven y se involucran más en estos hechos criminales.
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Columna PLAZA PÚBLICA/Miguel Ángel Granados Chapa
Juárez no debió de morir
Reforma, 14 de febrero de 2010;
Calderón tuvo que oír voces ríspidas, amargas, exigentes. Ninguna como la de una madre dolorosa, madre indignada, madre admirable, la señora Luz María Dávila
Aunque en sus cadencias suaves el danzón raya en la melancolía, sus notas principales son alegres, vibrantes. El que lleva el nombre de Juárez parece en sí mismo una contradicción, porque es elegiaco a partir de los exultantes y agudos sonidos de la trompeta y los sonoros golpes de timbales y tambores. Su breve letra, más que un lamento, es una proclama: "Juárez no debió de morir. Porque si Juárez no hubiera muerto, todavía viviría, y México sería feliz".
Como símbolo de la Reforma que generó el laicismo en una sociedad levítica, Juárez debe permanecer vigente, vigorizado ante los riesgos de que un credo único avasalle a los demás, y a los incrédulos. Y tampoco debe morir la ciudad, el antiguo Paso del Norte que conoció la trashumancia de don Benito y ha llevado con gallardía su nombre. Escenario también de un momento cumbre de la revolución maderista, en los años ochenta del siglo pasado florecieron en ella las virtudes cívicas de sus hijos, adelantados de la rebeldía política que rompió con la hegemonía de un solo partido. Eso no obstante, la ciudad sufre a partir de entonces una declinación que trocó su dinamismo en aletargamiento, su esperanza en frustración, su calma en violencia criminal.
Los signos iniciales de ese deterioro fueron pasados por alto. El desordenado crecimiento urbano, la multitudinaria resignación de quienes pretendían cruzar el Bravo, no pudieron hacerlo y sin más remedio se quedaron del lado mexicano, las drogas y el alcoholismo contra los cuales no hubo prevención, el rechazo a la creciente presencia de mujeres nuevas, dueñas de sí porque ganaban su vida, al lado de las que padecían la añeja dominación del machismo familiar y mercantil, todo ello sirvió para incubar la violencia que se desparramó por las polvorientas calles juarenses cuando Amado Carrillo Fuentes creó allí su feudo, cuyos perseguidores usurparon el buen nombre del lugar al denominarlo Cártel de Ciudad Juárez. Se formó así el caldo de cultivo donde se gestó la violencia de género, los feminicidios, cuya alta incidencia añadió un repugnante atributo a la ciudad: las muertas de Juárez fueron como una marca de macabra identidad que colocó ese nombre geográfico en todo el mundo.
Si Juárez no hubiera muerto, como reza la letra del danzón, la semana pasada le hubieran zumbado los oídos porque se habló mucho de él en dos acontecimientos de relevancia nacional. Después de una larga ausencia y tras un reclamo insistente, el presidente de la República se presentó en Ciudad Juárez. Y en nombre del Benemérito, con el voto favorable de decenas de legisladores panistas (además de los ya anticipados del resto de las bancadas), en la Cámara de Diputados se dio un paso a la reforma constitucional que llama laica a la República Mexicana.
Las dudas de si Calderón debería viajar a Juárez se disiparon en Los Pinos el sábado 6 de febrero cuando el gobernador José Reyes Baeza Terrazas dio un golpe de teatro. Anunció, como inequívoca señal del interés que su gobierno tenía en aquella frontera, que los poderes se trasladarían a Ciudad Juárez. Seis días atrás habían sido asesinados 15 jóvenes asistentes a una fiesta, número que se agregaba a los ya centenares de víctimas del primer mes de 2010. La violencia criminal había cercenado más de mil 500 vidas en 2008 y más de mil 800 en 2009. Como se presume, o se induce a creer que la mayoría de esas víctimas caen por riñas entre bandas, el gobierno se hace el desentendido, ya que un mínimo rubor le impide festejar la que en opinión de las autoridades es una muy beneficiosa labor de higiene social. Pero esta vez, aunque al principio la muletilla explicatoria se reprodujo rutinariamente, quedó en claro que no había ningún ajuste de cuentas, sino abiertamente el fusilamiento de muchachos sin vínculo alguno con la delincuencia organizada, con las pandillas.
El diagnóstico inicial fue compartido por el Presidente, a punto de retornar de Japón. Con la prematurez irresponsable con que ofrece explicaciones simples a casos complejos, Calderón calificó a la matanza de pleito entre pandillas. Ya había dicho años atrás que la señora Ernestina Ascensio había muerto de gastritis crónica cuando se abría paso la evidencia de que a las humillaciones que padeció en su vida como mujer pobre e indígena se agregó en sus últimas horas el agravio de un ataque brutal que la mancilló. En la misma línea, puso a la muerte de Michael Jackson como ejemplo del abuso en el consumo de drogas, antes de que se probara que se trató de un homicidio doloso. Cuando, a pesar de los intentos de ocultar los hechos tras la apariencia de una reyerta entre delincuentes, las familias de las víctimas hicieron saber quiénes eran sus hijos, no quedó más remedio que dar al caso un tratamiento diferente, que incluyera condolencias y excusas a los deudos por la descalificación de los suyos.
Se inició entonces una contienda política, mediática, entre el gobierno federal y el local, que incluyó mutuos reproches y la afirmación unilateral de cada uno sobre la eficacia de sus propias tareas. El gobernador visitó a las familias para ser fotografiado con ellas y, anticipándose a la visita del secretario de Gobernación, decretó el traslado de los poderes a Ciudad Juárez. Tarde percibió su desmesura, tanto jurídica (él no puede hablar por el Judicial y el Legislativo, por más que sus cabezas le estén sometidas) como logística. Al final de la comedia de equivocaciones a que dio origen su anuncio sabatino, el viernes siguiente la minoría panista impidió el triunfo de la iniciativa de Baeza Terrazas auspiciada por su partido y, con habilidad parlamentaria, consiguió imponer una fórmula que reduce el traslado de los poderes al envío de sólo una representación.



En busca de un victoria política, mediática, el Presidente llegó a Juárez el jueves. Suelen ajustarse las visitas presidenciales a un formato rígido donde los ciudadanos que hablan en los actos y pueden aproximarse al Presidente han sido escogidos para que no haya descontrol que moleste y menos aun que agravie a Calderón. Esta vez no fue posible. Aunque se establecieron los filtros de rigor, hubiera sido estéril la presencia presidencial si no se cumplía su propósito de consultar con los juarenses el camino a seguir en la lucha contra la criminalidad después del cruel asesinato de los muchachos. Calderón tuvo que oír voces ríspidas, amargas, exigentes. Ninguna, sin embargo, como la de una madre dolorosa, madre indignada, madre admirable. La señora Luz María Dávila, cuyos dos únicos hijos fueron ultimados a tiros, increpó al Presidente. No hubo insulto alguno, ninguna expresión ofensiva en su reclamo. Sólo el dolor convertido en furia, un rencor que afloraba en afirmaciones incontrastables, en juicios irrefutables. Es de dudarse que lo intentara, pero de querer aproximarse a ella en vez de permanecer pasmado en su asiento, Calderón hubiera sido frenado por las insólitas órdenes de la madre atribulada que lo conminaba a ponerse en su lugar y aun lo silenciaba. En cambio, la esposa del Presidente, Margarita Zavala, logró el gesto de condolencia que la situación exigía y cuando cesó la lluvia de reproches y su autora se retiró a un rincón de la sala, la abrazó solidaria, tanto como puede serlo en las abismales diferencias que las separan.
Se presentó un programa de acción con defectos y atributos. Su criterio rector es adecuado: la violencia criminal que asuela a Ciudad Juárez -que no se limita a los asesinatos de hombres y mujeres sino que ha alterado la vida cotidiana por el secuestro, la extorsión, el robo- tiene que ser enfrentada por la policía (y por el Ejército, conforme a la terquedad presidencial) pero no sólo por esas agencias del Estado. Sin dejar de atacar los efectos, es preciso combatir las causas. Pero hacerlo de verdad y con perseverancia: en 2004 una Comisión para prevenir y erradicar la violencia contra las mujeres en Ciudad Juárez fue establecida por el gobierno federal sobre la misma concepción integral. Ni remotamente consiguió sus fines. Hay que evitar una frustración semejante de los nuevos programas.



La gente en Juárez teme que así sea. Reforma realizó una encuesta cuyos resultados son contundentes: 57 por ciento de los entrevistados quedó insatisfecho con la visita presidencial y 61 por ciento cree que las cosas seguirán igual.
miguelangel@granadoschapa.com

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