10 oct 2010

Pacheco y Vargas Llosa

Pacheco y Vargas Llosa: De Garibaldi a los grandes premios/Rafael Vargas
Revista Proceso; # 1771, 10 de octubre de 2010;


Con ocasión del Premio Nobel de Literatura a Mario Vargas Llosa, dado a conocer el jueves 7, se solicitó a José Emilio Pacheco una conversación sobre su larga amistad con el galardonado, que alcanza ya casi 40 años. En 1962, el escritor mexicano estaba por publicar su primer libro, Los elementos de la noche, y el peruano intentaba su novela inaugural, La morada del héroe, que salió a la luz como La ciudad y los perros, con la que obtuvo el Premio Biblioteca Breve en España. En ese país, el año pasado Pacheco ganó el Reina Sofía de Poesía Iberoamericana, y este año el Cervantes. Hace dos semanas la UNAM, en su centenario, doctoró a ambos con el Honoris Causa.
Mario Vargas Llosa vino a México por primera vez en octubre de 1962, a unos meses de cumplir 27 años de edad, enviado por la Office de Radiodiffusion Télévision Française (ORTF), en la que trabajaba como redactor, locutor y traductor, para cubrir la visita de Estado que Charles de Gaulle hizo a México, objeto de una gran atención por parte de los medios informativos de la época.
Para cumplir ese y otros encargos de la ORTF (entre los que se encontraba el realizar un reportaje sobre el Día de Muertos en la isla de Janitzio, en Pátzcuaro, Michoacán), Vargas Llosa permaneció en nuestro país 13 días, en cuyo transcurso trabó una perdurable amistad con Cristina y José Emilio Pacheco, entonces unos muchachos de 21 y 23 años de edad,
respectivamente.

Vargas Llosa hace una somera referencia a esos días en la entrevista que sostuvo con Elena Poniatowska, en París, en 1965, cuando ésta le preguntó si no sentía deseos de ser padre. Vargas Llosa respondió:
–Yo vivo para escribir (se ríe)… ¡Pero no pongas esa cara! Fíjate qué raro. Un día fui a comer con los Pacheco, con José Emilio y con su mujer, Cristina. Qué bonita muchacha, ¿verdad? ¡Qué dulce! Y allí estaban los dos, muy jóvenes, y en medio esa cosa pequeñita que reclamaba atención y pedía esto y lo otro, y entre los tres había una complicidad, una unión que me hizo sentir viejo, viejo y solo…
Para abundar en la historia de esa amistad, próxima al medio siglo, de la que hasta ahora sólo se han sabido algunos datos sueltos, Proceso le solicitó a Pacheco que aceptara compartir con los lectores algunos apuntes de su trato con su colega peruano, con el que se reencontró hace apenas unos días, cuando la Universidad Nacional Autónoma de México confirió a ambos autores sendos títulos como doctores Honoris Causa.
–¿Cuándo empezó la amistad con Vargas Llosa?
–Me disgusta el género "Picasso y yo", "Neruda y yo" en el que alguien trata de engrandecerse a la sombra del personaje célebre. Respondo en nombre de nuestra amistad y de la relación con Proceso, pero sobre todo porque esta conversación se refiere a aspectos de Vargas Llosa que no todos conocen.
"Por mi trabajo como jefe de redacción de La Cultura en México tenía relación con el crítico y traductor Claude Couffon, del que Fernando Benítez, Vicente Rojo y yo habíamos publicado algunos de sus trabajos sobre el asesinato de García Lorca. Yo acababa de cumplir 23 años y me sentía excedido por esa responsabilidad. Cuando menos no me aproveché del cargo y nunca le pedí a Couffon ni a nadie que me tradujera y promoviese.
"En octubre de 1962, Couffon le dio una tarjeta para mí a un joven peruano, Mario Vargas (aún sin el segundo apellido) que trabajaba en Radio Francia y había venido para una exposición en el Auditorio. Logré que algunos escritores de la época se reunieran a fin de que, como pedía Couffon, Vargas los entrevistara.
"El joven Mario me cayó muy bien. Lo invité a mi casa y lo llevé a recorridos por el México solar y por la ciudad nocturna que hoy serían imposibles de hacer sin riesgo de la vida. Le encantaron los más sórdidos cabarets mexicanos. Vio en ellos una cultura popular que llegaba hasta Panamá sin mayores cambios.
"Para mi eterna confusión y vergüenza, le hablé a Mario sin vanidad ni pretensiones, pero como si yo fuera el escritor que en ese momento corregía las pruebas de su primer libro, Los elementos de la noche, y él nada más un joven inteligente y simpático. Un día me dijo: ‘A mí también me gusta escribir. He hecho una novela muy extensa, La morada del héroe, que no tengo la menor posibilidad de publicar en el Perú’.
"Nos despedimos con la certeza de que no volveríamos a vernos, pues yo no tenía recursos para salir del país."
–¿Y qué pasó con La morada del héroe?
–Cambió su título por La ciudad y los perros, ganó el premio Biblioteca Breve e inició lo que se iba a llamar "el boom de la novela hispanoamericana".
"La nuestra fue la última generación que escribió cartas. De modo que iniciamos una correspondencia prolongada durante varios años. Me envió su novela, que desde luego me encantó, y yo le mandé Los elementos de la noche. Cómo olvidar que él hizo la primera reseña de mi primer libro."
Imposible no citar aquí, aunque Pacheco quizá lo desapruebe, un fragmento de esa reseña, publicada en la página 12 del diario limeño Expreso, el 5 de septiembre de 1964:
"Lo que sorprende, justamente, en el primer libro de poemas de José Emilio Pacheco, joven mexicano destinado a ocupar un lugar sobresaliente en la literatura latinoamericana, a juzgar por los méritos excepcionales de Los elementos de la noche, es la ausencia de ese primer estadio de balbuceo y de indecisión frecuente en que el poeta comienza. Tanto la actitud frente al mundo, como la elección de los temas y el uso de la palabra del autor de esta obra, muestran a un creador perfectamente formado, con una visión lúcida y muy personal de la realidad, y dotado de facultades expresivas nada comunes. Pacheco merece figurar, desde ahora, entre ese grupo de autores –Xavier Villaurrutia, José Gorostiza, Alfonso Reyes, Octavio Paz– que han hecho de la poesía mexicana una de las más ricas y profundas de la lengua en nuestros días."
"En Garibaldi hablamos de nuestras preferencias literarias y de escritores que en ese tiempo nadie leía: Azorín, a quien le dedicó en los noventa su discurso de ingreso a la Academia, y Samuel Beckett."
–¿No es una gran contradicción?
–No tanta. A principios del siglo XX Azorín y Unamuno publicaron las primeras novelas experimentales o antinovelas en España, mientras que en Europa predominaba el realismo. Yo había intentado traducir Comment c´est o How it Is de Beckett y me había hundido en el fracaso.
"Mario me dijo: ‘Vamos a hacerlo juntos’. Trabajamos muchos meses por correspondencia. Al fin, él se dedicó íntegramente a La casa verde. Quedé con el compromiso de traducir a solas la segunda y la tercera parte. A pesar de mis ruegos, no quiso firmar la traducción. Ese manuscrito debe de estar en el archivo de Joaquín Mortiz. Trabajé dos o tres años. Por todo ese esfuerzo cobré mil 700 pesos, 10 por cuartilla, lo que se pagaba entonces, y no fue culpa de Joaquín Díez-Canedo. Sin embargo, aprendí mucho. Sin Cómo es no existiría Morirás lejos."
–El reposo del fuego está dedicado a él y a Patricia, su esposa.
–Sí. Es lo menos que podía hacer. Gracias a Ramón Xirau, Gordon Brotherson me dio una beca de 190 dólares mensuales en la Universidad de Essex, que iba a ser el Berkeley de Inglaterra en 1968.
"Con ese dinero futuro y lo que ganaba con mis 200 trabajos en México, no podía pagar el viaje de mi esposa y de mi hija. Vargas Llosa se enteró y nos dio para los boletos gracias al premio Rómulo Gallegos que acababa de ganar en Caracas.
"Por cierto, releí El reposo del fuego y me impresionaron sus dos primeros versos. Parecen hablar, y no por mi voluntad, de México en 2010: ‘Nada altera el desastre./ Llena el mundo la caudal pesadumbre de la sangre’."
–Es de suponerse que en esos años en Inglaterra se vieron mucho.
–No tanto como yo hubiera querido. Sin embargo, iba algunos fines de semana a nuestra casa en Wivenhoe y nosotros a la suya y de Patricia en Londres. También frecuentábamos a Carlos Fuentes en Hampstead.
"Un sábado me tocó asistir al momento en que Carlos le expuso a Mario su proyecto de un libro colectivo de relatos sobre los dictadores hispanoamericanos. Imagínate todas las novelas que salieron de allí.
"Cuando ellos emprendieron un largo viaje nos dejaron gratis su apartamento de Earls Court. Me dijo: ‘Puedes ver todo lo que hay aquí’. No escudriñé sus cajones ni sus cuadernos, pero no resistí leer el inmenso manuscrito que estaba en su escritorio. Era nada menos que Conversación en la catedral recién terminada. La leí absorto durante cuatro o cinco días. Me fascinó y me sigue encantando con la pregunta hoy clásica de ‘¿En qué momento se jodió el Perú?’ Ahora todos decimos: ‘¿En qué momento se jodió México?’."
–Al comenzar la década de los años setenta, hiciste el prólogo a su grabación de Voz viva de América Latina y un guión, que nunca se filmó, de Los cachorros.
–Sí, él tuvo la generosidad de pedir que me los encargaran. Me gustaría rehacer y actualizar ese prólogo que ha seguido apareciendo como si éste no fuera otro mundo.
"La historia del guión es muy triste y muy complicada. Era imposible adaptar a imágenes un libro extraordinario que es todo lenguaje. Trabajé mucho y muy bien con Jorge Fons a lo largo de varios tratamientos. Nos reuníamos todas las mañanas.
"Un día Fons desapareció. Pasaron 40 años antes de que lo volviera a ver un minuto. Debo decir que antes de esfumarse hizo que los productores me pagaran. Me enteré por el periódico de que Los cachorros iba a filmarse con otro guión en el que no tuve nada que ver. Arturo Ripstein me dijo que era un acto de pena y delicadeza por parte de Fons. No se atrevió a decirme que no iba a utilizarse el guión, más suyo que mío, porque no pudieron encontrar tres generaciones de actores que tuvieran parecido físico en las edades sucesivas.
"El cine es una industria que procede con criterios nada industriales. Se gastan mucho dinero y mucho tiempo en trabajos que no van a servir para nada. Perdí mis mejores años escribiendo guiones que jamás se filmaron: El obsceno pájaro de la noche, sobre la novela de José Donoso; Tomóchic, de Heriberto Frías; Antonia, de Ignacio Manuel Altamirano, no sé cuántos más. Esperemos que me hayan servido de práctica."
–En esos tiempos apareció el libro de García Márquez: Historia de un deicidio, que está dedicado a Cristina y a ti. Pasó muchos años fuera de circulación y ahora ha reaparecido, aunque sólo en las obras completas.
–Tengo el que debe de ser el único ejemplar en el mundo dedicado por los dos. Eran los tiempos felices de la "generación de la amistad", como se dijo en España de los poetas del 27. En una de las crónicas para La Cultura en México equiparé lo que había sido para el verso el grupo de Rubén Darío y Leopoldo Lugones con lo que era para la novela de los setenta el conjunto de amigos reunidos en torno a la generosidad de Carlos Fuentes.
–Por desgracia todo acabó mal.
–Sí, me dolió mucho y todavía no dejo de lamentarlo. No tomé ni podía tomar partido. Y tú bien sabes que la neutralidad sólo sirve para quedar mal con ambas partes. Nunca hubo ruptura, pero la amistad con Vargas Llosa y con García Márquez sufrió un quebranto del que jamás se repuso."
–Pero tú y Vargas Llosa siguieron viéndose.
–Con dinero de otro premio nos invitó a Puerto Vallarta al único hotel de lujo en que hemos estado en nuestra vida. Nos reunimos cada vez que él y Patricia vinieron a México. En 1981, compartimos algunos días en Berkeley, donde tuve el primer y último diálogo público con él. Después ya no hubo cartas ni conversaciones telefónicas.
"Ya en el siglo XXI, me sorprendió mucho conocer, en Guadalajara, a Arturo Pérez Reverte. Me dijo: ‘Vargas Llosa lo ha propuesto para el Premio Cervantes". Le contesté que se lo agradecía mucho, pero que, entre tantas figuras importantes de las letras hispánicas, yo no tenía ninguna posibilidad y además era incapaz de pedir cartas de apoyo, ayuda editorial e institucional y movilizar agentes literarios.
"Se hizo el milagro, para mi asombro, confusión y, desde luego, inmensa gratitud. Nos volvimos a ver en la comida con los reyes de España. El corolario de esta relación fue el doctorado de la UNAM. Mario Vargas Llosa se portó tan cordial y afectuoso como siempre. Quién iba a decirles a esos dos jóvenes de 1962 que la amistad iniciada en Garibaldi iba a culminar en 2010 a unas cuadras de allí, en el Palacio de Minería. Y sobre todo con el Premio Nobel tan merecido. Es una de las mayores alegrías de mi vida.
"Gracias por permitirme hablar de todo esto."
Elena Poniatowska, "Al fin, un escritor al que le apasiona escribir, no lo que se diga de sus libros: Mario Vargas Llosa". La Cultura en México, suplemento de Siempre!, número 117, 7 de julio de 1965.
Recogida en La hoguera y el viento: José Emilio Pacheco ante la crítica, selección y prólogo de Hugo J. Verani, coedición de ediciones Era y Difusión Cultural de la Universidad Autónoma Metropolitana, México, 1993, 348 p.
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Su choque con la revolución cubanaJuan Balboa
LA HABANA, CUBA.- Embelesado con la naciente revolución encabezada por Fidel Castro Ruz, el escritor peruano Mario Vargas Llosa fue, en los años sesenta, uno de los escritores latinoamericanos más cercanos al proceso revolucionario de la isla.
"Mucho le agradezco su cariñosa carta del 29 de agosto, que he encontrado aquí en mi casa de Londres, esperándome. Sólo llegué del Perú hace tres días y por eso le acuso recibo con tanto atraso. Me dio mucha alegría saber que usted y los otros amigos de la Casa de las Américas estaban enterados de lo sucedido en Caracas (cuando pronunció un discurso al recibir el Premio Rómulo Gallegos) y aprobaban mi actitud."
Así iniciaba la carta escrita hace 43 años (2 de octubre de 1967) por el hoy Premio Nobel de Literatura y enviada a Haydée Santamaría, encargada del proyecto de la Casa de las Américas y una de las mujeres más cercanas a Fidel Castro Ruz desde el movimiento guerrillero de la Sierra Maestra.
En la misiva, el escritor peruano muestra su admiración e interés en regresar a Cuba:
"Voy a tratar de arreglar las cosas de tal manera que pueda viajar al Congreso Cultural en enero, pues no sólo tengo mucho interés en asistir a esa reunión que puede ser de gran trascendencia para América Latina, sino también un gran deseo de charlar con usted y los amigos de la Casa sobre muchas cosas comunes. Mi problema es la universidad, pues voy a dictar este año, aquí, un curso de literatura. Confío en obtener una licencia aunque sea de 10 días para estar con ustedes. Le agradecería mucho si me avisara con tiempo la fecha del Congreso, para hacer las gestiones del caso.
"De nuevo mil gracias por sus líneas, que me conmueven mucho, y me llenan de estímulo", expresa, y concluye con un afectuoso saludo de Mario Vargas Llosa.
Y cumplió su palabra. El año siguiente de la carta, Mario Vargas Llosa, junto con afamados escritores latinoamericanos, estadunidenses y europeos como Juan Goytisolo, Jean-Paul Sartre, Susan Sontag, Jorge Semprún, entre otros, participaron en el primer Congreso Cultural en La Habana. Durante varios días sostuvieron sendas reuniones con el líder de la revolución, Fidel Castro.
Así recuerda al escritor peruano el escritor y poeta cubano Roberto Femández Retamar (La Habana, 1930) y actual director de Casa de las Américas:
"Sé que él estuvo vinculado a Casa de las Américas, incluso se hizo en 1965 una mesa redonda sobre La ciudad y los perros, su primera y ya notable novela.
"Después formó parte del consejo de colaboración de la revista Casa de las Américas. Él estuvo realmente muy cerca de nosotros y desgraciadamente se separó después, no sólo de Casa de las Américas, sino de toda perspectiva revolucionaria, pasando a ser un connotado ideólogo de la extrema derecha.
"Pero recordamos con simpatía los años que estuvo con nosotros."
En efecto, Vargas Llosa tuvo un estrecho maridaje con el naciente gobierno comunista de Cuba: participaba en actos literarios, escribía cartas, defendía a Cuba y su revolución en medios de América Latina, participaba en congresos y se vinculaba con el proceso cultural de la mayor de las Antillas.
En enero de 1965, el narrador y ensayista aceptó integrar el jurado de la sexta edición del concurso literario Casa de las Américas. Junto a Camilo José Cela (España), José Pedro Díaz (Uruguay), Jaime Sarusky (Cuba) y David Viñas (Argentina) decidieron, por unanimidad, entregarle el premio de novela al argentino Víctor García Robles por su obra Oíd mortales.
En la página 8 de la cronografía del libro Memorias de los premios Casa de las Américas, recopilado por Inés Casaña y Jorge Fornet, aparecen dos fotografías en las que Vargas Llosa convive feliz, en La Habana, en una mesa en la que se encuentra parte del jurado de los premios (novela, cuento, poesía, etcétera) en 1965.
Entre otros aparecen José Lezama Lima, Camilo José Cela, Edmundo Aray y Jaime Sabines. En la misma página del libro se publica otra foto donde aparecen también los poetas Allen Ginsberg, José Lezama Lima, J. M. Cohen, Nicanor Parra y Jaime Sabines.
En esa edición, Vargas Llosa también convivió con un puñado de prestigiosos escritores de novela, cuento, teatro y poesía: Emilio Abreu Gómez, Vicentina Antuña, Emilio Carballido, Antonio Larreta, Ricardo Lachaman, Humberto Arenal y Enrique Caracciolo, entre otros.
Notable escritor, mal político
Los que conocieron a Mario Vargas Llosa en sus andanzas en La Habana, en los años sesenta, lo recuerdan como un hombre radical en todas sus acciones.
En la entrevista con Proceso, Fernández Retamar dice:
"Mario es el ejemplo más flagrante del escritor que va de un extremo al otro. Él no sólo era revolucionario, sino radical. No sólo apoyaba a la revolución cubana, sino a todo el movimiento de izquierda de América Latina.
"Yo me atrevería a decir que fue un hombre no de izquierda, sino de extrema izquierda. Como ahora no diría que es de derecha, sino de extrema derecha. Ha dado un cambio muy grande y lo que se ha conservado vivo en él es su talento literario."
Acota:
"Mario Vargas Llosa es un notable escritor, es tan buen narrador como mal político."
El director de Casa de las Américas celebra que la Academia Sueca le haya conferido el Premio Nobel de Literatura 2010:
"Encuentro justo que se le entregue, de verdad, a un escritor tan talentoso como es Vargas Llosa."
Pero lamenta que el Premio Nobel no haya sido para el poeta nicaragüense Ernesto Cardenal (Granada, Nicaragua, 1925).
Fernández Retamar reconoce, "a pesar de la diferencia política tan grande que existe entre nosotros", que el nuevo Nobel sea "un escritor de primera clase, de primera fila y en este orden entiendo ha sido bien dado el Nobel", y lo define: "no sólo es un notable narrador, sino también un gran ensayista y crítico de envergadura".
–¿Qué destacaría de su obra literaria?
–Para mi gusto y conocimiento, tiene varios libros notables. Pienso en La casa verde, pienso en Conversación en la catedral, pienso en La guerra del fin del mundo, por mencionar unas cuantas que son novelas notables, realmente muy buenas.
–¿Recuerda usted si escribió algo defendiendo a la revolución cubana?
–Recuerdo cuando el pequeño escándalo de la revista Mundo Nuevo, una revista pagada por la CIA. Cuando se hizo público que esa revista era una fachada de la CIA, recuerdo que Vargas Llosa escribió un artículo que se publicó en Marcha de Montevideo, Uruguay, sobre ese punto, en defensa de los movimientos en la región.
"Él fue un compañero identificado con la causa, no sólo de la revolución cubana, sino de las revoluciones de América Latina en general."
–¿Cuándo rompe con la revolución?
–Viene a principios del año 71. Él escribió una carta abierta a Fidel Castro. A partir de ese instante empezó a separarse de las posiciones de Cuba, hasta el extremo en que se encuentran hoy.
–¿Cuál era el contenido de la carta?
–Era una carta en relación con las cartas abiertas que se le enviaron a Fidel después del encarcelamiento de Heberto Padilla (escritor, poeta y crítico). El mismo Vargas Llosa confesó que fue el actor fundamental de la segunda de esas cartas.
"Una carta muy agresiva que no era posible responderle. A partir de ese momento inicia su separación de la revolución cubana. Varios de los firmantes se retractaron porque entendieron, meses después, que no habían actuado correctamente, pero Vargas Llosa llevó al extremo su separación de la revolución y empezó a combatirla desde su nueva ideología. La luna de miel del escritor peruano Mario Vargas Llosa con el régimen de La Habana concluyó en 1971, fecha en que el gobierno cubano reprende y encarcela al crítico escritor Heberto Padilla. l
***
Su guerra contra el poder en Perú
Ángel Páez
LIMA, PERÚ.- Hasta hace sólo unas tres semanas, Mario Vargas Llosa vivía una luna de miel con el presidente Alan García, su antiguo adversario político. A pedido del mandatario, el escritor encabezaba el controversial proyecto de construcción del Museo de la Memoria, donde se recordará los horrores de la guerra interna que protagonizaron los grupos alzados en armas y las fuerzas del orden entre 1980 y 2000, conflicto que se saldó con más de 60 mil víctimas.
El 14 de septiembre de este año, Vargas Llosa renunció al proyecto mediante una furibunda carta dirigida a García que el novelista se encargó de hacerla pública. Lo que gatilló la airada misiva del autor peruano fue una ley que días antes firmó el jefe de Estado y en la cual amnistiaba a militares que cometieron violaciones a los derechos humanos durante el régimen de Alberto Fujimori, un gobierno despótico y corrupto al que combatió visceralmente Vargas Llosa, a quien persiguió, calumnió y empujó al exilio bajo la amenaza de despojarlo de la nacionalidad peruana.
Lo que ocurrió con Alan García fue otro episodio de la guerra eterna de Vargas Llosa contra el abuso del poder, la principal materia prima de sus historias, desde La ciudad y los perros (1962) hasta El sueño del celta (2010).
Vargas Llosa participó de los círculos comunistas de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, donde estudió literatura, que combatieron frontalmente a la dictadura del general Manuel Odría (1950-56), cuya policía secreta asesina estaba a cargo del ministro de gobierno, el general Alejandro Esparza Zañartu. Éste aparece transfigurado como el famoso Cayo Bermúdez de la novela Conversación en la catedral (1969). Cuando salió publicado el libro, Esparza le dijo a los periodistas: "¿Por qué Vargas Llosa no vino a verme? Yo habría contado cosas mucho más interesantes que las que cuenta en su novela".
El escritor estudió en el colegio militar Leoncio Prado obligado por su padre, Ernesto Vargas Maldonado, un exoficial de la marina. Según su progenitor, la formación castrense disuadiría a su hijo de la "mariconada" de la literatura, pero el efecto resultó contrario. La experiencia sirvió a Vargas Llosa para escribir La ciudad y los perros, motivado por el hecho de que la sociedad peruana no superaba una vida republicana dominada por caudillos de uniforme.
De allí el retrato mordaz de la vida castrense en Pantaleón y las visitadoras (1973), la historia de un oficial del ejército que montó un servicio de prostitutas para satisfacer la demanda de la tropa que resguardaba la frontera en la amazonia.
La novela apareció en plena dictadura del general Juan Velasco Alvarado (1968-1975). El régimen condenó la novela e incluso se quemaron algunos ejemplares. No está de más decir que el "velascato" también fue objeto del encono del novelista y que el libro era una chanza a la satrapía.
La realidad peruana siempre alimentaría la fantasía literaria de Vargas Llosa. Por eso escribió Historia de Mayta (1984), para variar, protagonizada por un uniformado. Es el relato de la frustrada primera revolución marxista-leninista que lideró un subteniente de la policía, Francisco Vallejos, quien se levantó en armas el 29 de mayo de 1962. En esa época, el peruano vivía en París y admiraba las insurrecciones. El libro se publicó en un periodo en que la organización maoísta Sendero Luminoso y el guevarista Movimiento Revolucionario Tupac Amaru, intentaban, con diferentes métodos, capturar el poder. Vargas Llosa cayó fascinado por los que combatían el poder. Fue amigo de varios rebeldes que en los años 60 intentaron hacer la revolución al estilo del foquismo cubano. Del poeta Javier Heraud, del Ejército de Liberación Nacional (ELN), muerto en 1963; de Luis de la Puente Uceda, jefe del Movimiento de la Izquierda Revolucionaria (MIR), fusilado por las fuerzas de seguridad, en 1965; y de otros dos guerrilleros del mismo grupo, Paul Escobar y Guillermo Lobatón, ambos de la misma guerrilla abatidos ese año. De alguna manera, Historia de Mayta es una suerte de expiación, no buscaba comprensión. El ánimo era la explicación.
El aroma romántico de las guerrillas de los años sesenta contrastaría brutalmente con la descripción de la lucha armada de los maoístas de Sendero Luminoso, manifestada en Lituma en los Andes (1993), publicada coincidentemente al año siguiente de la captura del cerebro del levantamiento senderista, Abimael Guzmán, el 12 de septiembre de 1992. El libro relata el conflicto en los Andes. Los campesinos fueron las principales víctimas de los maoístas, pero también de los militares. Sendero Luminoso era también la expresión del abuso del poder del miedo. Los que no estaban con los comunistas estaban con los militares o policías, lo que implicaba la muerte. Vargas Llosa denuncia en esa novela otra forma del abuso del poder, la de los grupos armados que en nombre de la revolución cancelan la vida de los que no se sumaban a la guerra o eran indiferentes.
Sin embargo, Vargas Llosa cayó en la tentación de alcanzar el poder. En 1990 compitió con Alberto Fujimori y perdió. Si lo lamentó al principio, lo que resultó el gobierno de su oponente justificó haber sido vencido. Corrupción y crimen, algo que el novelista retrataba frecuentemente en sus libros. Pero en este caso Vargas Llosa no escribió ficción, sino unas memorias, El pez en el agua (1993), al año siguiente del golpe de Estado de Fujimori. Esta vez la ficción superaba a la realidad. Por eso mismo, el escritor aprovechó su condición de columnista para seguir peleando contra el fujimorismo y sus herederos.
De hecho, después de que Keiko Fujimori, la hija del exdictador condenado a 25 años de cárcel por haber autorizado los crímenes de un grupo de aniquilamiento del ejército, anunciara que si ganaba las elecciones presidenciales de 2011 iba a liberar a su padre, Vargas Llosa le declaró la guerra.
Estaba en esa lucha cuando el novelista se asombró con la historia del irlandés Roger David Casement, a quien el gobierno británico le encargó investigar el abuso de las compañías inglesas explotadoras de caucho en la amazonia que esclavizaban a los nativos de la zona del Putumayo, en 1906.
Casement presentó un informe devastador, muy parecido a los reportes que a principios de 1900 elevó a las autoridades inglesas sobre las atrocidades en el Congo. Una vez más, Mario Vargas Llosa recurría a la realidad para escribir. Esa historia está retratada en El sueño del celta (2010). Como era de esperarse, la historia de Casement es también la historia de los excesos del poder. Al regresar del Perú, el protagonista se unió a los revolucionarios irlandeses. Murió fusilado en 1916.
Probablemente la próxima novela de Vargas Llosa será algo relacionado con la satrapía de Fujimori –algunos de cuyos personajes aparecen en La fiesta del Chivo (2000)–, si se tiene en cuenta la vigorosa campaña de exposición de las atrocidades de este régimen. Aunque Fujimori sufre condena de 25 años de cárcel por violaciones a los derechos humanos y cumple otras por corrupción, su hija Keiko encabeza las preferencias presidenciales, según varias encuestadoras, lo que ha motivado la cólera del novelista. Vargas Llosa rechaza cualquier rezago del fujimorato y ha escrito numerosos artículos denunciado la corrupción y los crímenes de Fujimori.
A pesar de la posición del escritor, el presidente Alan García lo nombró director del Museo de la Nación, algo que fujimoristas y militares detestan. Era un avance notable para la sociedad peruana. Hasta que García cedió a la tentación de aprobar esa ley para anular los juicios a los militares violadores de los derechos humanos. Vargas Llosa no se lo perdonó. García reculó y anuló la ley de amnistía. Quizás el episodio no lo plasme en una novela, pero Vargas Llosa ganó una nueva batalla en contra del abuso del poder. l

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