5 mar 2011

Carlos Pascual

Un embajador incómodo/Ivonne Melgar
Columna Retrovisor,
Excélsior, 5 de marzo de 2011
El desenlace de la historia de Carlos Pascual, el embajador incómodo, terminará determinando de qué tamaño era el compromiso que Barack Obama tenía con la estrategia de seguridad de Felipe Calderón.
Ha sido el propio presidente mexicano quien este jueves le puso precio a la relación con su homólogo estadunidense, al declarar al Consejo Editorial del periódico The Washington Post que le resulta difícil seguir tratando al diplomático.
Muy a su estilo, Calderón jugó frontal e incluso rudamente la carta del cambio de representante al dejar en claro que no quiere nada con Pascual a quien se le han cerrado las puertas de Los Pinos.

La entrevista con los editores ocurrió antes de su visita a la Casa Blanca, donde durante más de hora y media revisó con Obama el estado de la cooperación en el combate al crimen organizado.
Como lo dicta el protocolo de las visitas de trabajo, primero se reunieron con sus respectivos colaboradores, para posteriormente cerrar la agenda con una conversación privada, sin testigos, de alrededor de 35 minutos.
¿Qué pasó entonces además de pactar la promesa de Calderón de buscar alternativas de seguridad para los agentes estadunidenses y, en reciprocidad, el ofrecimiento de Obama de que algo hará para moderar la venta de armas a los narcos mexicanos?
¿Hablaron sin tapujos del incómodo embajador que, desde la perspectiva de Los Pinos, osó señalar en los reportes —ventilados por WikiLeakes— lo mismo que los gobernadores del PRI susurran en corto: que hay descoordinación entre el Ejército y la Marina?
¿Le habrá dicho el Ejecutivo mexicano que puede desmentir la versión de Pascual de que la gente del general Guillermo Galván no quiso atender la información estadunidense que sí supo usar el equipo del almirante Francisco Saynez?
¿O es que a Obama ni siquiera le interesan las preocupaciones sobre la presunta ineficacia de las Fuerzas Armadas Mexicanas, señalada por el embajador, adscrito al grupo político de la secretaria de Estado, Hillary Clinton?
Mientras los presidentes afinaban en corto sus acuerdos, en el salón Este de la Casa Blanca, los rostros adustos del embajador Carlos Pascual y de su par mexicano Arturo Sarukhán, así como de la canciller Patricia Espinosa, daban cuenta de la tensión que marca la relación bilateral.
Distantes siempre, de un lado los mexicanos y del otro los estadunidenses, los funcionarios de ambas comitivas aguardaron el mensaje de Calderón y Obama, quienes en sentido contrario al clima de tensión, se elogiaron, anunciaron sus nuevas intenciones de apoyo recíproco y bromearon, proyectando un clima de entendimiento.
“México tiene un socio pleno en Estados Unidos, porque sea que vivan en Texas o en Tijuana, nuestros pueblos tienen el derecho de sentirse seguros”, afirmó el anfitrión.
“Hoy refrendo la convicción de que tenemos en el presidente Obama y en su equipo, en las diversas agencias estadunidenses, un aliado e incluso un amigo en su propia persona”, resumió el visitante.
¿Retórica? Habrá que esperar. Porque si bien ayer el vocero de la Casa Blanca dijo no tener noticias de un eventual retiro de Pascual de su cargo, en los corrillos del gobierno mexicano se calcula que el reclamo de Calderón surtirá efecto, no inmediatamente, pero sí antes del arranque de las elecciones presidenciales.
Sería una excepción, pues ningún embajador estadunidense cayó por el balconeo de WikiLeakes. Y al final se ha impuesto el consenso de que husmear y valorar la situación de los países donde operan, es parte de la tarea de los diplomáticos del imperio.
Pero el reproche aquí no es en sí por intromisión. Cual novela de intriga y espionaje, la historia del diplomático trasciende los reportes militares. La desconfianza gubernamental es política y personal. Porque igual que su antecesor Tony Garza que contrajo nupcias con una poderosa empresaria, Pascual podría casarse con una mexicana vinculada a la cúpula del PRI mexiquense.
Aun cuando los nexos del embajador con los legisladores y gobernadores sigan siendo buenos, sus márgenes de acción se reducen ahora que Calderón dejó de considerarlo un intermediario.
Pero si permanece en su cargo una vez que se definan los competidores de 2012, la interlocución de Pascual con el PRI se convertirá en incómoda carga para Los Pinos.
Y, lo peor, en una señal de desinterés de la Casa Blanca sobre la suerte del gobierno y de la estrategia de seguridad.
Porque al ponerle precio a la cabeza de Pascual, el gobierno amarró la suerte de la relación entre Obama y Calderón a la suerte del incómodo embajador.

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