2 oct 2011

Sobre Luis Calderón Vega, padre del presidente

Sobre Luis Calderón Vega: Ni sus hijos lo honran
La Redacción
Revista proceso 1822, 2 de octubre de 2011
Palabra De Lector,
De Juan de Dios Castro Lozano
Señor director:
Por razones de las piedras que traigo en el zapato (entiéndase por esto, las muchas actividades que el desempeño de mi trabajo exige), no había reparado en el artículo escrito por el reportero Arturo Rodríguez García en la edición del 11 de septiembre de 2011, número 1819 de Proceso, refiriéndose a quien fue mi amigo muy querido, don Luis Calderón Vega.
En efecto, en el artículo de referencia (Luis Calderón Vega / Ni sus hijos lo honran), don Arturo Rodríguez cita conceptos que atribuye tanto al señor Jesús González Schmal como a don Bernardo Bátiz. Yo estimo que ambos, si las citas corresponden a lo que dijeron, carecen de información directa. Fui miembro de la LI Legislatura del Congreso de la Unión; mi coordinador fue años después, en otra legislatura, Jesús González Schmal. Fui compañero de curul tanto de don Luis Calderón como de David Alarcón Zaragoza, mis amigos entrañables ya fallecidos. Viví y conversé amplísimamente, tanto con David Alarcón como con don Luis Calderón, sobre el tema al que hace referencia su reportero.
Existe un error en la información que las personas citadas dieron a su reportero.
Es cierto que David Alarcón Zaragoza fue expulsado del Partido Acción Nacional por negarse a pagar sus cuotas estatutarias, por razones de convicción. Es cierto también, y me consta, que, reaccionando a la expulsión de David Alarcón, don Luis Calderón Vega envió una carta al Comité Ejecutivo Nacional del PAN expresando su negativa a pagar cuotas. El importe de esas cuotas que se negó a pagar lo gastó en libros sobre el PAN, que nos regalaba a sus compañeros diputados.
Me consta, porque lo viví, que, a diferencia de David Alarcón, el Comité Ejecutivo Nacional jamás, en ningún momento, turnó el caso a la Comisión de Orden y no fue expulsado don Luis Calderón, uno de los grandes fundadores y luchadores del Partido Acción Nacional. Me consta que él coincidió con las razones que dio David Alarcón Zaragoza. Insisto, el partido nunca lo expulsó. A David sí.
Me abstengo de hacer juicios sobre la conducta que posteriormente asumieron, en su actividad política, los señores Bátiz y González Schmal.
Atentamente
Maestro Juan de Dios Castro Lozano
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Calderón Vega Ni sus hijos lo honran
Arturo Rodríguez García
Proceso 1819, 11 de septiembre de 2011
Quienes conocieron a Luis Calderón Vega, el político y cronista del PAN, suelen referirse a él con respeto; incluso lo califican de intelectual, demócrata y hombre probo. Entrevistados por Proceso con motivo de la inminente aparición del libro La mancha azul, escrito por su mejor amigo Jorge Eugenio Ortiz Gallegos, los expanistas Jesús González Schmal y Bernardo Bátiz Vázquez aclaran que el padre del presidente Felipe Calderón no renunció al PAN, sino que lo expulsaron cuando se negó a pagar las cuotas al partido. Pero sobre todo se lanzan contra los hijos de Luis –Felipe y Luisa María–, quienes, dicen, no han sabido honrarlo.
Los expanistas Jesús González Schmal y Bernardo Bátiz Vázquez, quienes conocieron al padre de Felipe Calderón Hinojosa, Luis Calderón Vega, aseguran que él era un intelectual, un demócrata y un humanista probo, características que, sin embargo, sus hijos no poseen.
Hombre de amplias inquietudes, Calderón Vega se formó como militante del PAN a la sombra de Manuel Gómez Morín, a quien se aproximó en tiempos de la consecución de la autonomía por parte de la Universidad Nacional en las postrimerías de la década de los veinte del siglo pasado.
Paisano de Calderón Vega y considerado como su mejor amigo, Jorge Eugenio Ortiz Gallegos militó en Acción Nacional entre 1945-1991. Antes de morir en mayo de 2010, Ortiz plasmó algunos de sus recuerdos sobre el vástago de Calderón Vega en el libro La mancha azul. Del PAN al Neopan y al Priopan, que comenzará a circular en los próximos días bajo el sello de Grijalbo.
En el volumen, Ortiz califica a Felipe Calderón –El Pildo, como lo apodaba desde su infancia– como neopanista: “Ha pasado a la historia como uno de los dirigentes (del PAN) más pragmáticos, influenciado y dirigido por grupos empresariales asociados a los gobernantes del partido oficial. Desmemoriado o falsificador, jamás invocó siquiera el pensamiento de su padre”, escribe.
El autor alude a una reunión del comité nacional panista en la que Fernando Canales Clariond, José González Torres y el propio Ortiz Gallegos proponían un homenaje a Calderón Vega. Ahí estaba Felipe, quien golpeó la mesa en dos ocasiones para manifestar su rechazo a la propuesta. El homenaje nunca se realizó.
Jesús González Schmal y Bernardo Bátiz Vázquez, quienes a pesar de ser más jóvenes coincidieron en las filas del PAN con Ortiz Gallegos y Calderón Vega, comentan a Proceso que ni Felipe ni su hermana Luisa María, Cocoa, candidata del partido al gobierno de Michoacán, honran la vocación demócrata de su padre.
Ambos coinciden en que Calderón Vega se formó a la sombra de Gómez Morín durante el proceso de autonomía universitaria, lo que le impidió concluir sus estudios profesionales, y lo siguió hasta su muerte. Él, dicen, era un idealista; incluso durante su vida de militante de la vieja oposición hizo innumerables sacrificios y tuvo diversas ocupaciones intelectuales. Venía de dirigir la Unión de Estudiantes Católicos cuando se fundó Acción Nacional.
“Además de (escribir) la historia del PAN, tenía varios libros, uno de ellos sobre ética, otro de sociología… era un hombre culto. Me tocó viajar con él cuando dábamos juntos los cursos de capacitación e inducción al PAN a los nuevos miembros. Él solía hablar de los principios e historia del PAN”, resume Bátiz, quien renunció al partido en 1992.
Los antiguos compañeros de Calderón Vega insisten: los hermanos Calderón Hinojosa no honran a su padre, en especial Felipe, quien – recalca Bátiz– “no honra la tradición demócrata de don Luis”.
Y expone: “Felipe se negó a contar los votos que dudosamente había obtenido en (los comicios presidenciales de) 2006. Al correr de los años se ha demostrado –por las declaraciones de Vicente Fox, de Elba Esther Gordillo, del obispo retirado Juan Sandoval Íñiguez–, la ilegalidad de esos comicios y de la falla ética de Felipe al aceptar una presidencia cuestionada por su renuencia a aceptar el conteo de los votos”.
La expulsión
En su campaña presidencial de 2006, Felipe Calderón tomó como himno el corrido El hijo desobediente. La canción habla de un joven pendenciero llamado Felipe, quien se niega a escuchar a su padre cuando le pide que no se pelee con otro mancebo.
Además, Felipe Calderón bautizó su autobús de campaña y publicó un libro de memorias, experiencias de campaña y propuestas con el mismo nombre. En el volumen también alude a su padre en varias ocasiones, algunas en un tono neutral.
Narra, por ejemplo, las prolongadas ausencias de su padre, así como algunas glorias familiares; pero sobre todo menciona las penurias económicas por las que atravesó su madre cuando quedó a cargo de la familia. Felipe relata que en algún momento, cuando tenía 15 años, pudo construir una relación con su padre; también escribe que Luis Calderón jamás lo registró como militante del PAN.
Y así fue. En 1980 Felipe se afilió al PAN. Al año siguiente, Luis Calderón quedó fuera del partido que había ayudado a construir. Felipe abrevó más en personajes como Luis H. Álvarez y Carlos Castillo Peraza, ambos colocados al otro extremo de la línea de pensamiento de su padre, quien comentó a Ortiz Gallegos su temor a publicar su libro sobre el partido para no perjudicar a sus hijos Felipe y Luisa María, quien ingresó al PAN en 1976.
Lo que Felipe y Luisa María zCalderón sí han acentuado es su vena panista. Ambos recuerdan incluso que desde niños se acostumbraron a ver a los personajes de la política michoacana que llegaban a su casa a ofrecer candidaturas a su padre; los dos hermanos recuerdan incluso que en algunas campañas pintaron bardas, repartieron volantes y colocaron propaganda panista.
Fundador del PAN en 1939, Calderón Vega militó en el PAN durante cuatro décadas. En 1979 fue electo diputado federal por la vía plurinominal en la LI Legislatura. Dos años después fue expulsado del partido, luego de que se negó a pagar sus cuotas estatutarias.
Sumido en la precariedad presupuestal, por esas fechas la dirigencia del PAN –partido de leal oposición– había establecido una regla: sus militantes con empleo, cargo o comisión gubernamental tenían que aportar la tercera parte de sus ingresos para la causa partidaria… Calderón Vega y su correligionario David Alarcón Zaragoza se negaron.
Ese capítulo lo conocen Jesús González Schmal, quien participó en aquella legislatura, y Bernardo Bátiz, entonces integrante del Comité Ejecutivo Nacional panista.
“Calderón y Alarcón Zaragoza adujeron motivos fuera de cauce. El presidente del partido era Abel Vicencio Tovar, quien se mantenía en una línea muy clara. Para entonces habíamos podido rechazar las acometidas de grupos de ultraderecha y librarnos de la infiltración con que nos acosaban”, recuerda González Schmal.
Dice que, para convencerlo de que pagara las cuotas, José González Torres, Abel Vicencio y Alonso Ituarte, entre otros, hablaron con él y le propusieron que él mismo estipulara el porcentaje. “Luis no aceptó. Les respondió que había una interpretación conservadora de los principios, lo cual era falso”, según González Schmal.
Bátiz agrega que a Vicencio se le criticaba porque provenía de Acción Católica y encabezaba un grupo de panistas que se habían formado en ese organismo. Y aclara: “La razón de la expulsión de Luis, no hay duda de ello, fue porque no pagaba la cuota de 33% que estipulaban los estatutos”.
Tanto él como González Schmal insisten: Luis Calderón Vega fue un intelectual, demócrata y humanista… visión que no tienen sus hijos.
–¿Tampoco Cocoa? –se les pregunta.
–Cocoa se describe como indigenista, pero en mi experiencia en la Comisión para la Concordia y Pacificación de Chiapas, que presidí, siempre fue reacia a nuestra propuesta de retirar al Ejército –asegura González Schmal.
Y agrega: “La tragedia de las comunidades asediadas por el Ejército consistía en soportar los excesos, las violaciones de mujeres y niñas, y hasta un daño en sus economías, dado que los soldados tenían mayor poder adquisitivo.
“La intención era pedirle al secretario de Gobernación, Carlos Abascal, que se retirara a las tropas porque no había emergencia ni violencia. Cocoa siempre se negó a apoyar la propuesta. Es el retrato de que Felipe y ella, en sus afanes militaristas, carecen del humanismo de su padre; ellos de ninguna manera honran su vocación demócrata”.
Una década después de que Calderón Vega fuera expulsado del PAN por negarse a pagar sus cuotas, González Schmal y Bátiz renunciaron a su militancia y se integraron al Foro Democrático y Doctrinario. Los dos aseguran que lo hicieron porque ya no podían estar en un partido que había sido tomado por una élite empresarial y por grupos de ultraderecha integrados como neopanistas, en los que ubican también a Felipe Calderón.
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De cómo abdicó de su padre, del panismo y de la ética...
Jorge Eugenio Ortíz Gallegos
Proceso 1819, 11 de septiembre de 2011
Militante del PAN de 1945 a 1991, Jorge Eugenio Ortiz Gallegos fue protagonista y testigo de la evolución de ese partido, fundado por Manuel Gómez Morín.
Amigo personal de Luis Calderón Vega, padre del presidente Felipe Calderón, asegura que el actual mandatario pasará a la historia como un neopanista pragmático que sacrificó los valores éticos del partido con tal de conseguir el poder sin importar los costos. La editorial Grijalbo está por poner en circulación la obra póstuma del ensayista y poeta, La mancha azul, en la que retrata a varios de los personajes que, encumbrados a través del panismo, dieron la espalda a la doctrina que alentó a una sacrificada militancia de oposición por más de cuatro décadas. Con autorización de la editorial, Proceso reproduce fragmentos del libro.
Después de su renuncia en 1981, seguí en contacto por correspondencia con Luis (Calderón Vega) y lo visité varias veces en su casa en Morelia. Desde Kenya le mandé una fotografía donde aparece mi guía Kikuyo, mostrando uno de sus libros, tal vez Retorno a la tierra. El 14 de febrero de 1984 me escribió que le habían amputado una pierna, pero se encontraba con la misma vida espiritual. Murió en 1989, aquejado por hemiplejías que fueron impidiéndole la movilidad, hasta el extremo de ser conducido en silla de ruedas.
No he podido encontrar su libro Carta a mis hijos. El cisma del PAN 1975. En carta manuscrita del 20 de marzo de 1984, me decía: “No sé si me atreva a publicarlo, pues pienso que hacerlo perjudicará más las posibilidades de mis hijos panistas”.
En enero de 1991, una vez terminados los asuntos del orden del día de la junta del Comité Nacional del PAN en las oficinas de la calle de Ángel Urraza, Luis H. Álvarez presentó la propuesta, que hicimos varios miembros del comité, de hacer un homenaje a don Luis Calderón Vega, muerto dos años antes.
Felipe Calderón Hinojosa, que no tenía derecho de estar en el Comité Nacional, ya que como jefe de la juventud panista debió de retirarse a los 26 años, golpeó la mesa inmediatamente para lanzarse contra las personas sugeridas para hablar en el homenaje: José González Torres, quien había sido presidente del partido y candidato a la Presidencia de la República, y Jorge Eugenio Ortiz Gallegos, que había sido por todos conocido como el gran amigo de Luis Calderón Vega.
Varios miembros del comité insistieron a Felipe que el homenaje a su padre era necesario para rendir tributo al gran panista que fue, aunque hubiera renunciado al partido en 1981. Felipe volvió a golpear la mesa cuando habló el diputado Fernando Canales Clariond tratando de convencerlo. Luis H. Álvarez dio por terminada la sesión.
Inmediatamente apareció doña María del Carmen Hinojosa viuda de Calderón, que había estado escuchando todo en la sala de espera del partido, y me abrazó. Todos los miembros del comité le fueron dando, uno a uno, el pésame.
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El fundador del Yunque, Ramón Plata Moreno, fue asesinado en 1979, y quedó como dirigente David Díaz Cid. Entrenaba a los jóvenes con un lenguaje y requisitos extraños, como si fueran un grupo militar, en vez de cívico. Organizaban huelgas en la Universidad de Puebla antigua, muy cerca de la oficina que yo tenía instalada en los bajos de la calle de Arronte. Los antiguos fundadores del PAN en Puebla, encabezados por los hermanos Jesús y David Bravo y Cid de León, estaban en contra de los muchachos pertenecientes al Yunque. Y, en 1987, yo viajaba un sábado al mes a la ciudad de Puebla para dirimir diferencias entre los dos grupos.
De acuerdo con Luis H. Álvarez, presidente del PAN, se fijó un sábado para celebrar la asamblea general que eligiese al comité panista en la ciudad de Puebla. Debían participar únicamente los miembros del partido. Pero, el día de la elección, se presentó Luis H. Álvarez y dejó que entrara una fila invasora de muchachos que no estaban en el padrón. Traté de evitarlo, pero me llamó la atención diciendo: “Jorge Eugenio Ortiz no tiene autoridad en esto. Aquí el que manda es el jefe del partido, que soy yo”.
Así se consumó el control del Yunque en Puebla.
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Como miembro del Comité Ejecutivo Nacional (CEN), recibí el encargo de entrevistar al licenciado Luis Felipe Bravo Mena a mediados de 1987, entonces analista de la Confederación Patronal de la República Mexicana (Coparmex). Luis H. Álvarez quería contratarlo como ideólogo del PAN. No aceptó, alegando que no podíamos pagarle lo que ganaba en la Coparmex y que el PAN no tenía futuro político, porque el pueblo se había cansado de idealismos.
No sólo eso. En el boletín de la Coparmex a su cargo, escribió textualmente:
“La clientela electoral del PAN ya se aburrió del discurso panista. Ya no motiva la denuncia del fraude, la corrupción y la crisis. La nueva dirigencia nacional del PAN resultó ‘anticlimática’, y se ha producido gran confusión entre sus militantes. Los resultados prácticos de las batallas de 1985 y 1986 dejaron muy lastimada la moral de ese partido, y el nuevo CEN ha dejado que ese desánimo cunda entre activistas y simpatizantes.”
Sin embargo, poco después aceptó recibir dinero que no provenía de la tesorería del PAN y trabajar como asesor ideológico de Manuel Clouthier, candidato del PAN a la Presidencia de la República (1988). Fue después candidato a la presidencia municipal de Naucalpan (1990), diputado federal plurinominal (1991-1994), candidato a gobernador del Estado de México (1993), senador (1994-2000), presidente del partido (1999-2005), embajador ante la Santa Sede (2005-2008) y ahora secretario particular del presidente Felipe Calderón. Tenía razón: el PAN se había cansado de idealismos.
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Federico Ling Altamirano fue un gran amigo mío en la diputación de la Legislatura 1985-1988. Estuvo al margen de los cabestreos de su hermano Alfredo, jefe del PAN en Guanajuato y miembro del Yunque. El 9 de octubre de 1987 tuve un accidente en mi automóvil, cuando iba de Abasolo para entroncar rumbo a Irapuato, y quedé inconsciente, con la cabeza rota, a la orilla de la carretera.
Alfredo, como un buen samaritano que pasaba, se detuvo, me recogió y me llevó a la casa de un amigo panista y médico que me atendió y me puso una venda en la cabeza. Pero no se volvió a acordar de mí ni reportó el accidente al partido.
El que me llamó por teléfono fue Carlos Salinas de Gortari, en ese entonces secretario de Programación y Presupuesto. Me preguntó cómo me sentía y le contesté que estaba reponiéndome. Mencionó que un amigo le había informado del accidente y que podía contar con él.
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¿Cómo es que Luis H. Álvarez, el de las caminatas y el ayuno al estilo Gandhi, había llegado a alcalde de Chihuahua en 1983? No una, sino muchas veces había figurado como candidato a alcalde, diputado y a senador, con resultados adversos. Súbitamente, en julio de 1983, se reconocieron en Chihuahua siete ayuntamientos y cuatro diputaciones locales al PAN.
Miguel de la Madrid estaba en su primer año de gobierno, después de haber hecho una campaña por “la renovación moral de la sociedad”; y, en el estilo sexenal del PRI, el presidente siempre pretendía aparecer como demócrata en los inicios de su gestión. Pero, además, ha de tenerse en cuenta que, unos meses antes, en diciembre de 1982, Ciudad Juárez fue el escenario de una reunión cupular de empresarios irritados y decididos a enfrentarse al régimen que en septiembre de 1982 había expropiado la banca.
En el hotel Colonial, bajo el nombre de “México los ochentas”, se animó por varios días la reflexión y la decisión generalizada de que los empresarios debían unirse al PAN para disputarle al gobierno los terrenos de la política. Eloy Vallina Garza aparecía entonces como el líder empresarial de Chihuahua y estaba en conflicto con el gobierno federal con motivo de las explotaciones forestales para su planta productora de celulosa. Habló con Miguel de la Madrid acerca de la significativa reunión empresarial, y así llegó Luis H. a presidente municipal de Chihuahua.
Así comenzaron, con altas y bajas, los nuevos tiempos opositores del PAN. Con el empuje de los empresarios resentidos, la simpatía de priistas descontentos con la expropiación y otras arbitrariedades del presidente José López Portillo, y la instalación de la costumbre de los diálogos, iniciada por “México los ochentas”, comenzaron a concertarse arreglos de ventaja mutua para las tres partes: la iniciativa privada, la política oficial y la política del PAN.
A lo largo de ese año de 1986, en repetidas ocasiones, el entonces presidente del partido Pablo Emilio (Madero) y otros dirigentes abordaron a Luis H. para que aceptase figurar como candidato a la presidencia del partido en las elecciones internas que se celebrarían en febrero de 1987. Y en formales reuniones de precandidatos Luis H. rechazó repetidamente la invitación. Sin embargo, súbitamente registró su candidatura a tiempo de triunfar en la elección y asumir la jefatura en febrero de 1987. Fue reelegido en 1990.
Durante el doble período que presidió, el sentido pragmático y la negociación encajaron a la medida de las cualidades de Luis H. Él encabezó la era de la concesión de puestos de poder, la era del disfraz, el ocultamiento o el pleno olvido de los propósitos, tesis y postulados históricos del PAN.
A partir de entonces, jamás volvieron a ser consideradas en la lucha oposicionista del PAN las conclusiones de las convenciones nacionales y estatales. Los textos fueron arrinconados, puestos en ignorancia o en olvido y sustituidos por la colaboración en los proyectos del partido oficial y de sus gobernantes, particularmente en aquellas medidas y reformas electorales y económicas que convenían al régimen, aunque se apartaban o contrariaban la doctrina tradicional.
Luis H. cambió el rumbo. Subordinó los intereses de fondo a la consecución inmediata de puestos políticos, con frecuencia empleos sobresalientes que no eran de origen electoral, sino de simple concesión, de nombramiento de colaboradores que pasaron del PAN a incorporarse a las burocracias federales o estatales. Los resultados están a la vista.
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La “necesaria subordinación de la política a la ética”, de la que hiciera gala Felipe Calderón Hinojosa en 1996, quedó agregada al inagotable empedrado de los verbalismos políticos definidos por el gaucho Martín Fierro como gritos de pájaros teros:
De los males que sufrimos hablan mucho los puebleros, pero hacen como los teros para esconder sus niditos: en un lao pegan los gritos y en otro tienen los güevos.
Ha pasado a la historia como uno más de los dirigentes pragmáticos, influenciado y dirigido por grupos empresariales asociados a los gobernantes del partido oficial. Desmemoriado o falsificador jamás invocó siquiera el pensamiento de su padre, don Luis Calderón Vega, cofundador y extraordinario artesano de la obra del PAN de los primeros 40 años. Se traicionó a sí mismo en ambivalencias y en entreguismos al régimen oficialista.
Ha quedado en la historia de la institución panista como uno más de los sometidos por la urgencia imperativa de “la prisa por el poder”, en fiel seguimiento del estilo negociador que iniciara el tristemente neopanista Luis H. Álvarez a partir de su inicio como presidente del partido en 1987.

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