13 nov 2011

Un poeta del siglo 20/Javier Rodríguez Marcos

Un poeta del siglo 20/Javier Rodríguez Marcos, Periodista/ Diario El País 
El Angel, Reforma, 13-Nov-2011;
Tomás Segovia nació en España en mayo de 1927 y murió esta semana en México. Son dos datos fríos que, sin embargo, resumen bien la trayectoria vital de un poeta marcado por la Guerra Civil, que lo convirtió en niño del exilio republicano.
A pesar de que el cuerpo dejó de acompañarle cuando le detectaron el cáncer que ha terminado con su vida, su cabeza y su ánimo nunca dejaron de funcionar a pleno rendimiento. Cuando en primavera publicó un libro de poemas, Estuario, ya había entregado otro a Pre-Textos, su editorial española de toda la vida. Semanas después publicaba un volumen que recopilaba dos años de entradas de su blog y el libro de ensayos Digo Yo (FCE), una obra que ahora es imposible no mirar como un testamento y que contiene algunas de las más brillantes reflexiones sobre la idea de exilio -una condición, no un tema ni una identidad, decía- y, de paso, recuerda a algunos de sus maestros y amigos: de Juan Ramón Jiménez a Ramón Gaya pasando por Juan Gil-Albert. Ese volumen, además, recoge los brillantísimos discursos que pronunció al recoger algunos de los premios que jalonaron su trayectoria: el Octavio Paz, el Juan Rulfo, el Extremadura a la Creación, el García Lorca... Hace unos días recibió en Aguascalientes un homenaje, al lado del argentino Juan Gelman, ambos ganadores del Premio Poetas del Mundo Latino Víctor Sandoval. Ésa era una de las razones de esta estancia en México que se ha convertido en definitiva, aunque Tomás Segovia no necesitaba ninguna para viajar a un país en el que era un mito. ¿Mexicano? ¿Español? Poeta alemán lo llamó su amigo José Bergamín. Hispano decía él, que, pese a todo, defendió siempre que un escritor es más de su época que de su país.
"Aunque yo me desmarco del gueto del exilio español, como dicen en México: lo que sea, de cada quien. Fue gente que nunca tuvo tiempo de ganar, en nada. Fueron siempre las víctimas", decía. Él, que durante un tiempo fue un estrecho pero díscolo colaborador de Octavio Paz, fue un hombre libre, un enorme traductor de autores como Shakespeare, Nerval o Ungaretti y un ensayista de primer orden sobre cuestiones lingüísticas y poéticas. Pero fue sobre todo un poeta que pasará a la historia de la literatura por libros como Anagnórisis, Cantata a solas o los más recientes Salir con vida y Siempre todavía. Difícil de clasificar, una vez le preguntaron si la literatura del exilio es literatura española. Su respuesta: "Un escritor español del siglo 20 es más del siglo 20 que español. Tiene más que ver con un checo del mismo siglo que con un compatriota suyo del 15. Las identidades existen, pero de hecho, no de derecho. Invocar como derecho un hecho diferencial es lo más alejado que existe de la democracia. Es lo mismo que invoca un rey respecto a sus antepasados. Al final, la identidad siempre acaba en bombas. Más que las identidades importan las lealtades. Y para ser leal hay que ser libre, único, mientras que lo identitario es lo idéntico".
Antes que el tiempo muera.../Antonio Saborit
El Angel de Reforma, 13-Nov-2011;
La primera vez que crucé una palabra con Tomás Segovia fue en Madrid, durante una cena en el piso de la única diplomática a la altura del arte que conozco, admiro y respeto, Luz del Amo. En esa ocasión, Segovia me regaló un ejemplar de su Bisutería (saldo total), diseñado, tipografiado, impreso y encuadernado por él mismo para su colección Taller del Poeta. Le agradecí de corazón los tres tomos de los Ensayos reunidos de Frances A. Yates, cerca de mil 500 páginas publicadas por el Fondo de Cultura Económica en 1990, 1991 y 1993. Yates nunca escribe tan bien como cuando la lleva al español Segovia. Y así con muchos de los autores que él tradujo.
En un aparte, en lo que Luz del Amo ordenaba la conversación entre Marie Jo Paz, Blas Matamoro, María Luisa Capella y Hans Meinke, Segovia empezó a decir de memoria la Epístola moral a Fabio tras mencionarle mi admiración por esta pieza de Fernández de Andrada. Gozo la última estrofa: "Ya, dulce amigo, huyo y me retiro/ de cuanto simple amé: rompí los lazos./ Ven y sabrás al grande fin que aspiro,/ antes que el tiempo muera en nuestros brazos". Segovia la gozó mucho más, puesto que a sus cuadernos de notas los tituló El tiempo en los brazos.

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