23 jul 2013

El efecto Watergate/Juan Van-Halen


El efecto Watergate/Juan Van-Halen, escritor. Académico correspondiente de la Real Academia de Historia y de Bellas Artes de San Fernando.
ABC, 22 de julio de 2013
El oficio de periodista supone un servicio a la verdad, a la información veraz. El caso Bárcenas va desperezándose cada día en sus aspectos colaterales, pero no ha dado un paso en el camino de aclarar de dónde sacó el extesorero esos millones que guardaba en Suiza y otros paraísos; parece no interesarles ni a abogados de las partes, ni a medios de comunicación ni a partidos políticos. La única obsesión es Rajoy y la estrategia de intentar su derribo.
El periodismo, al que he dedicado bastantes años de mi vida, tiene, como cualquier otro menester, el riesgo de la sobreactuación. Hace tiempo que califiqué esa desmesura como «efecto Watergate». Como soy veterano recuerdo muy bien la investigación de Carl Bernstein y Bob Woodward que acabó en 1974 con la dimisión de Nixon, único presidente estadounidense que ha renunciado a su cargo. No olvido el sentimiento cercano a un ingenuo fervor con el que visité el complejo Watergate en un viaje a Washington un año después del estallido. En aquel tiempo todos soñábamos con ser Bernstein y Woodward, trabajar en el «Washington Post» a las órdenes del editor Ben Bradlee, un ejemplo de tipo riguroso, sin arrebatos y sin pasiones, y cargarnos limpiamente la vida pública de un mandamás corrupto tras una investigación exitosa.

Bernstein y Woodward publicaron en 1974 «All the President’s Men», que luego se convirtió en película. En «Todos los hombre del presidente» se encierra un auténtico manual del periodismo de investigación. En el blog «La columna quinta», de Juan Francisco Beltrán, se enumeraban hace un año, en el cuadragésimo aniversario del inicio de lo que sería gran escándalo, un buen número de estas enseñanzas. Pueden destacarse algunos de sus principios: 1. Rigor periodístico en todo. 2. Comportamiento ético siempre. 3. El periodismo no es una cacería de brujas. 4. No creas todo, te pueden engañar. 5. Los documentos pueden ser falsos. 6. Precisión y confirmación de datos. 7. En caso de duda no lo publiques.
En el culebrón del caso Bárcenas no se están siguiendo varios de esos principios. Y lo escribo con el máximo respeto a la labor de quienes ejercen la libertad de expresión, sin duda con las mejores intenciones. Hace poco un periódico publicaba en portada unos documentos a los que se les daba la correspondiente –y al parecer inevitable– interpretación; o los documentos se interpretan por sí mismos o se descartan a sí mismos como no fiables; fueron desmentidos por la persona a la que afectaban; en lo publicado no había evidencia de lo contrario. «Precisión y confirmación de datos». Otro día un periódico publicaba la extraordinaria información de que unos abogados habían visitado a Bárcenas en la cárcel para trasladarle el recado de Rajoy de que si guardaba silencio el caso quedaría en nada y, de paso, le ofrecía la cabeza del ministro de Justicia, como Herodes ofreció a Salomé en una bandeja la cabeza del Bautista. Inmediatamente uno de estos abogados desmintió ese menester de correo que se le atribuía y tildó de falsas a las fuentes que habían gozado de credibilidad; también lo desmintió la cárcel de Soto del Real, ya que en la información se citaban fuentes penitenciarias. «No creas todo, te pueden engañar».
La historia del recado de Rajoy resulta rocambolesca porque para ceder al chantaje de Bárcenas el presidente del Gobierno habría tenido muchas ocasiones previas al cambio de estrategia del ahora encarcelado, y si se produjo el chantaje es obvio que no se aceptó. El juez, los policías, los funcionarios de la Agencia Tributaria y las fiscales que trabajan en el caso son los mismos que venían encargándose de la investigación con el anterior Gobierno socialista.
En algún tratamiento periodístico del caso Bárcenas han primado la sobreactuación o la obcecación, acaso comprensible pero confundidora, por llegar hasta donde se quiere llegar. En el caso Watergate el «Washington Post», fiel a uno de esos principios, no cargó las tintas; sencillamente, informó y dejó que los acontecimientos y sobre todo la Justicia, en aquella ocasión el pundonoroso juez John Sirica, hiciesen su labor. En el caso Bárcenas, el Gobierno y el partido que lo sustenta, al contrario que las descalificaciones que recibe la juez Alaya por la instrucción de los ERE andaluces, han reiterado su colaboración y su apoyo al juez Ruz. En el caso Bárcenas se niega credibilidad al presidente del Gobierno y se cree a pies juntillas a quien se muestra como un mentiroso cambiante y parece que convulsivo que, por otra parte, se ha convertido en el inspirador de un socialismo desnortado, débil y sin liderazgo, y en el portavoz de quienes desde pocos meses después de tomar posesión el Gobierno piden elecciones anticipadas, como si el equipo de casa urgiese a repetir el partido cuando ha perdido por goleada.
Rubalcaba ha manifestado, a mi juicio sin rigor, que la continuidad de Rajoy en La Moncloa debilita a España. Lo que ciertamente puede debilitarla es una oposición echada al monte que se diría que teme lo que los españoles desean: que tantos sacrificios nos saquen de la crisis económica cuando antes. La salida de la crisis por las medidas de este Gobierno dejaría al PSOE y a otros partidos de la oposición sin discurso. Porque el caso de los nacionalistas catalanes es distinto. Ya ha declarado Xavier Trías, alcalde de Barcelona, que CiU apoyaría una hipotética moción de censura sólo si anunciara que Cataluña obtendrá su «derecho a decidir», es decir: si anunciara que se vulnerará la Constitución. Una moción de censura implica, además de un candidato alternativo, un programa de gobierno y un suficiente número de votos. Quien se examina es el candidato, no el presidente; el debate sería sobre el programa alternativo. Es una falacia que esa fórmula constitucional se entienda como la vía para que Rajoy dé explicaciones, que por otra parte ya ha dado, aunque obviamente no hayan satisfecho a quienes, como el PSOE, no quieren explicaciones, sino dimisiones, y en el caso de IU elecciones anticipadas.
En el escándalo Watergate, el misterioso «Garganta Profunda», muchos años después identificado como William Mark Felt, entonces subdirector del FBI, el orientador y fuente principal de Bernstein y Woodward, no mintió; es cierto que tenía con Nixon la cuenta pendiente de no haberle nombrado director del FBI a la muerte de Hoover en 1972, pero no era un enfado premeditado, sino sobrevenido. No habría sido capaz, como Bárcenas, de guardar mensajes telefónicos dos años para utilizarlos un día, naturalmente elegidos unos sí y otros no, a su conveniencia. Felt tampoco tenía que explicar el origen de suculentas cuentas en Suiza. A un tipo así no le habrían hecho ningún caso los del «Post». Con Nixon sus investigadores periodísticos no tuvieron que interpretar ni exagerar. Tras confirmar las fuentes, siempre más de una, creyeron a quienes les dijeron la verdad, y resultó que el mentiroso era Nixon, lo que a muchos no les sorprendió demasiado. Las famas cuentan.

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