11 ago 2013

Hay que aprender a sobrevivir.../Mathieu Tourliere

Hay que aprender a sobrevivir.../MATHIEU TOURLIERE
Revista Proceso No. 1919m 10 de agosto de 2013,
El periodista Jesús Lemus Barajas, injustamente preso tres años en el penal de máxima seguridad de Puente Grande, Jalisco, vivió de cerca los últimos días de Rafael Caro Quintero en esa cárcel de “exterminio”, cuya altas paredes “poco a poco, con el paso de los días van devorando las leyendas” de quienes ahí son encerrados.
Acusado por el gobierno de Felipe Calderón de delincuencia organizada –cargo del que fue absuelto–, Lemus dejó testimonio de su paso por dicho penal en el libro Los malditos. Crónica negra desde Puente Grande (Grijalbo, 2013), donde relata los días que convivió con sentenciados famosos, entre ellos Rafael Caro Quintero, uno de los jefes del narcotráfico en México hasta mediados de los ochenta.
Lemus relata en su libro que la primera vez que lo vio fue en el área del locutorio del Centro de Observación y Clasificación: “Cuando escuché que lo llamaron… la inercia de la curiosidad me condujo a levantar la cabeza para ver la figura que caminaba a sólo dos metros de mí.
“Ni rastros de aquel joven acusado de narcotráfico cuyas imágenes dieron a conocer los noticiarios de 1985, en los cuales resaltaban sus pequeños ojos negros, abundante cabellera oscura y un bigote desplegado a todo lo ancho de su boca. Ahora era un individuo delgado, alto y encorvado, con el peso de los años en la cárcel claramente cargado en los hombros, con la espalda dando muestras de cansancio y la típica rigidez muscular de los presos que así manifiestan todo el odio contenido en el cuerpo. El pelo, aunque muy corto, tupido de canas.”
A finales de 2008 Lemus fue asignado a la zona de “población” del penal, en la celda 149 del pasillo 2B del módulo uno. La celda 150 era la que ocupaba Caro Quintero. Fueron vecinos hasta el 30 de mayo de 2010, cuando el fundador del Cártel de Guadalajara –acusado del asesinato del agente de la DEA Enrique Camarena– fue trasladado a una cárcel de mediana seguridad, también en Jalisco.
En su libro, Lemus lo describió como un preso solitario, discreto, disciplinado y a esas alturas de su vida un apasionado de la historia revolucionaria mexicana.
“¿No le gusta jugar voleibol, Don Rafa?”, le preguntó un día. El exnarcotraficante estaba sentado sobre la banca pegada a la cancha desde donde solía observar los partidos de los prisioneros.
“No me gusta perder, por eso prefiero no jugar. Me siento más a gusto”, le contestó en una de las conversaciones que tuvieron en “la oficina”, como el propio Caro describía esa banca que siempre ocupó.
“Lo conocí cuando tenía 56 años de edad y casi 24 de estar en prisión. Recluido poco menos de la mitad de su vida. Siempre bajo una estricta vigilancia del Estado por ser considerado el capo más grande del narcotráfico, en parte por la presión ejercida por el gobierno de Estados Unidos y en parte por la fama que le crearon los medios”, escribió el periodista.
Fama indebida
“–A mí los periodistas me hicieron la fama más grande de la debida –me dijo un día que le platiqué que yo era reportero– y me pesa mucho. Hablaron de mí hasta más no poder. Nadie se los podía impedir. Yo realmente no tengo nada que contarles. Lo que he vivido es mi vida. Y esa parte es mía.
“De esa vida, 24 años los pasó en prisión, casi siempre en penales federales.”
“Saldrían cientos de libros si yo me pusiera a escribir lo que me ha tocado vivir”, le dijo alguna vez a Lemus.
“Oiga, Don Rafa, ¿es cierto que usted ofreció una vez pagar la deuda externa de México?”, le preguntó el periodista en una ocasión.
“No. Nunca dije que pagaría la deuda externa, eso es fama que me hicieron. Eso salió de una plática que sostuve, ya estando detenido, con un agente del Ministerio Público que me preguntaba por mis propiedades y yo por salir del paso le dije que tenía hasta para pagar la deuda externa.
“–¿Nunca habló con el presidente de la República?
“–No. Todo eso es mentira, son puros cuentos de la gente que le gusta inventar cosas… y más cuando uno está aquí, que no puede desmentir a nadie.”
Lemus contó que cuando Caro Quintero tenía ganas de conversar o comentar algún tema que le interesaba –siempre de asuntos políticos o noticiosos del momento–, él mismo llamaba al preso con el que quería dialogar y le hacía la invitación a sentarse en “la oficina”.
Allí en su “oficina” muchas veces hablaron de temas históricos. “Había leído todos los libros de historia de la biblioteca del penal”, contó el reportero en su libro.
“Rafael Caro Quintero era de pocas palabras, cualquier diálogo que se le buscaba lo concluía en forma rápida, con frases concretas, bien explicadas, opiniones certeras, conceptos muy claros. Nunca dejaba ideas sueltas en el aire ni expuestas a la libre interpretación.­
“Nunca lo vi reunirse en grupo. Siempre que buscaba diálogo lo hacía con una o dos personas, máximo. Era muy discreto al hablar, ni una mala palabra salía de su boca. Jamás le escuché comentar temas de narcotráfico o delincuencia, como se estilaba entre otros internos que buscaban notoriedad y respeto dentro del penal.
“Era disciplinado, siempre guardaba la compostura. Entre los internos se le quería por ser un preso nada conflictivo, una persona que se alejaba de los problemas y que además cada que podía evitaba que los demás tuvieran conflictos y trataba de ayudarles.”
Lemus aseguró que Caro Quintero era el preso más “distinguido” de Puente Grande: “Él era uno de los más queridos ahí. Si no fue el más famoso de todos los que han estado en ese penal, sí compite en popularidad y en muestra de afecto de la población carcelaria con el propio Chapo Guzmán, no obstante el carácter reservado y callado que siempre manifestó el que fuera detenido en Costa Rica”.
Relató otro diálogo que tuvo con el sinaloense una vez que estaban formados para regresar del patio a la estancia: “Chuyito, le voy a dar un consejo. Ojalá no me lo tome a mal, pero si quiere sobrevivir a la cárcel y no volverse loco necesita mayor convivencia, no debe aislarse ni mantenerse en una orilla del patio.
“Hágalo. Se va a sentir menos triste y se le va a pasar más rápido el día, porque los primeros meses de la cárcel son lo más duro para el hombre.
“–¿Cuánto tiempo lleva usted aquí, Don Rafa?
“–Llevo toda una vida aquí –dijo en tono de broma–; ya veo a los guardias y a los presos como si fueran de mi familia. La mayoría de estos años los he pasado en cárceles federales, así que ya se puede imaginar todo lo que han presenciado mis ojos de preso.”
Jesús Lemus afirmó que a Caro Quintero la disciplina de la cárcel le formó el hábito del deporte: “Siempre solitario corría sin descanso más de una hora, la mayor parte de las veces trotando para cerrar a toda velocidad, sin importar que el ejercicio físico en Puente Grande se permitiera sólo a las cuatro de la tarde, cuando el sol caía a plomo”.
Pecador
La práctica abierta del culto religioso es la única actividad opcional para los presos de Puente Grande. La mayoría es católica. En una ocasión, escribió Lemus, un cura incauto habló sobre el pecado y la maldad que existen en el hombre.
“Deslizó su convencimiento de que los presos tenían que pagar de alguna forma el daño cometido, dando por sentada la culpabilidad de todos los que estaban en proceso. La aseveración del religioso exacerbó los ánimos de algunos asistentes en aquella pequeña aula, pero la voz de Caro Quintero permitió que los exaltados volvieran a la tranquilidad, recordando la buena fe del sacerdote y los riesgos de hablar sin conocer cada caso particular de los que estábamos recluidos.
“–Oiga, padre –le dijo Caro–, si el pecado es algo que todos los hombres tenemos, ¿qué diferencia hay entre usted y yo?”
“–¿Usted es firme creyente, Don Rafa?
–le pregunté a los pocos días de ese episodio.
“–Creo en Dios, como la mayoría.
“–¿Cree usted que Dios perdone nuestros pecados?
“Ante la pregunta volteó la cabeza lentamente y se me quedó mirando con aquellos minúsculos ojos negros que parecían sostener las dos largas, espesas y negras cejas. Me observó con algo de curiosidad y esbozó una leve sonrisa.
“–Sí, lo creo, pero antes hay que ganarse el perdón. Aquí estamos pagando todos los pecados que cometimos.
“–¿Usted ha cometido muchos, Don Rafa? –me arriesgué a preguntarle.
“–Aquí estoy pagando lo que me comí–me contestó con un tono de sarcasmo que reforzó con una naciente sonrisa en sus labios.
“Un día de principios de junio de 2009 Rafael Caro Quintero regresó del juzgado caminando despacio –como siempre–, con la cabeza y la mirada hacia abajo, pensativo; más absorto que de costumbre en sus reflexiones. Encerrado en la fortaleza de ese silencio que nadie se atrevía a tratar de penetrar.
“Algunas horas después se supo que tras 24 años de proceso por fin había recibido sentencia. Él nunca habló de lo que le leyeron en el tribunal, pero la versión entre los presos pronto se expandió, gracias a los oficiales que atestiguaron la lectura del veredicto: le habían dado 40 años de prisión.”
Pero cuatro años más tarde, la madrugada del 9 de agosto de 2013, salió en libertad porque un tribunal federal con sede en Jalisco consideró que ya había purgado sus delitos.

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