11 ene 2015

Su Lettera gris/JOSÉ GIL OLMOS

Su Lettera gris/JOSÉ GIL OLMOS
Proceso 1993, 10 de enero de 2015
Don Julio, como siempre le dijimos en la redacción de Proceso, tecleaba sus textos en una máquina de escribir. De hecho tenía dos Olivetti que usaba indistintamente en la revista o en su casa. Hasta donde sé nunca escribió en una computadora y por ende no consultaba internet para hacer sus investigaciones.

Reportero de otra época, hurgaba en el pasado en los archivos de papel, periódicos amarillentos con arrugas en las portadas y expedientes polvosos que le acercaban Rogelio Flores y Juan Carlos Baltazar, los encargados del archivo de Proceso, a quienes les pedía el dato perdido en los anaqueles pero que don Julio tenía grabado en la memoria.
En el teclado de su máquina Olivetti Lettera 22 gris, don Julio se hacía y rehacía cada vez que escribía un reportaje, una historia o un libro. Siempre tenía una de repuesto y le pedía a Ángeles, la secretaria de la dirección, que la tuviera en perfectas condiciones. Eran la extensión de sus manos, dedos y memoria fundamentales como reportero que siempre fue.

Hombre de otro tiempo y de otro trato a pesar de su cercanía con el poder, prefería hablar directamente con la gente que a través del celular que alguna vez le dieron en la revista y pronto abandonó en algún rincón quién sabe dónde.
 A doña Tere, quien durante décadas preparó comida para la redacción de Proceso, la recibía con caballerosidad cuando llegaba con algún platillo salido de su cocina, y si la encontraba en la calle la saludaba como lo hacía con todas las mujeres, con un beso en la mano. A los reporteros nos decía “hermanos” cuando nos saludaba con fuertes y sonoras palmadas en la espalda, y luego nos pedía que le platicáramos. “Cuéntenme algo”, inquiría siempre en su afán de saber.
 Decía que le gustaban las bodas de los reporteros y él mismo se invitaba para asistir a la fiesta en la que disputaba, sin querer, los reflectores de la celebración con los novios. Pero también era solidario en los momentos dolorosos y asistía a los velorios de quienes perdimos una madre, un padre, alguien querido.
 En las últimas fechas, cuando se presentó una serie de amenazas contra algunos reporteros de Proceso, estuvo presente y defendió la integridad de cada uno de nosotros. Cuando mataron a Regina Martínez, corresponsal en Veracruz, junto con el director Rafael Rodríguez Castañeda enfrentó al gobernador Javier Duarte. Esa noche aciaga nos convocó a todos a ser más cuidadosos con lo que escribíamos, pues ya no era el poder político al que nos enfrentábamos, sino al político fusionado con el crimen organizado.
 Los integrantes de la última generación de reporteros del semanario conocimos a un Julio Scherer más bondadoso y afable, más sabio y generoso, viviendo un tiempo más pausado y quizá más creativo literariamente.
 Pero igualmente fiel a su máquina de escribir Olivetti Lettera 22 y al respeto a la libertad de expresión en estos tiempos violentos, que alcanzó a narrar en su último libro, Niños en el crimen.  

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