11 ene 2015

Televisa, “arma de la manipulación”

 Televisa, “arma de la manipulación”/JENARO VILLAMIL
Revista Proceso 1993, 10 de enero de 2015

El lunes 25 de octubre de 2005, por la mañana, recibí una llamada de Ángeles Morales, nuestro ángel de la guarda en Proceso. En la edición del domingo acabábamos de publicar las revelaciones del convenio recién firmado entre Televisa, vía su filial TV Promo, y el gobierno de Enrique Peña Nieto, por 742 millones de pesos en el primer año de su administración en el Estado de México. Ambas partes asumían abiertamente que los espacios informativos en Canal 2 y Canal 4 se compran, junto con entrevistas, reportajes especiales y hasta “menciones” en programas de espectáculos, con dinero público. La llamada era de don Julio. Sentí un escalofrío. Pensé que algo estaba mal o incompleto en el reportaje.
 –Señor Villamil, le reitero que es un lujo tenerlo como reportero de la revista –escuché del otro lado del auricular.
 Don Julio estaba exaltado. Me animó a seguir “hasta donde lleguemos, don Jenaro”. Las revelaciones confirmaban la larga batalla de Scherer en contra de esa prensa que confunde propaganda con información y engaña a los lectores y audiencias de manera descarada. No sólo eso. Le daban la razón para desconfiar de esa nueva generación de ejecutivos de Televisa que llegaron en 1997 de la mano del junior Emilio Azcárraga Jean.

 Por la tarde, don Julio me esperaba en la revista. Quería contarme su propia perspectiva frente a la generación de los Cuatro Fantásticos que tomaron el poder en Televisa y planeaban tomar Los Pinos.
 –Con los televisos tengo una relación peculiar, don Jenaro. Después de la famosa entrevista con el subcomandante Marcos, perdón, se lo digo así porque fue famosa, se enfriaron las negociaciones. Negocié con el joven Azcárraga Jean. ¡Hágame el favor, don Jenaro! Me querían pagar 150 mil pesos “por fuera”, como si se tratara de su empleado. Yo les dije que se trataba de un trabajo de Proceso y que era necesario apoyar a la revista. ¡No querían eso! ¡Querían que yo les sirviera como si fuera su empleado!
 Tres días después, el vicepresidente de Finanzas de Televisa, Alfonso de Angoitia, la otra mano “derecha” de Emilio Azcárraga Jean junto con el implacable Bernardo Gómez, habló a Proceso. Quería aclararle al director Rafael Rodríguez Castañeda que él no había sido el “filtrador” de la nota que condujo a Arturo Montiel al cadalso, que él sólo se dedica a las finanzas de la empresa y que le molestaba que lo involucraran en asuntos públicos. No desmentía nada de lo relacionado con el Plan de Acción que Televisa le habían vendido a Peña Nieto. El director me pidió hablar con Angoitia.
–Te llamo porque también te investigué –me dijo Angoitia–. Y sé que eres un reportero serio. Te pido que cuando tengas algo relacionado conmigo me hables directamente.
 Angoitia me confirmó que era “muy amigo” del entonces secretario de Hacienda foxista, Francisco Gil Díaz, pero que él no se dedicaba al asunto de las “filtraciones” y menos a perseguir políticos. Le expliqué que el reportaje aportaba una relación de hechos y que, en momento alguno, se le responsabilizaba a él. “Eso es lo que se insinúa”, me dijo. Sólo pensé para mis adentros: “Autogol”.
Meses después, otra mañana de lunes, 6 de febrero de 2006, don Julio me esperaba en la entrada de Fresas número 13. Me saludó con mucha alegría y me comunicó un singular triunfo de su empeño:
 –Esta semana comienza a publicarse Por mi madre, bohemios.
 –¿No le comentó Monsiváis que era mejor esperar para la próxima semana, don Julio? –le pregunté.
 –No, don Jenaro. Acabo de desayunar con Carlos y lo convencí. Me dijo que quería contestarle a Martín Rábago (el vocero de la Conferencia Episcopal Mexicana que en su homilía apoyó a Carlos Abascal. Al recibir el Premio Nacional de Literatura y Lingüística, Monsiváis le reprochó al entonces secretario de Gobernación que confundía el cargo público con un “púlpito virtual”. La Jornada publicó la nota en su primera plana con la siguiente cabeza: “Monsiváis zarandea a Abascal”).
 Don Julio estaba feliz porque desde hacía semanas quería convencer a Monsiváis de revivir en Proceso la columna de Por mi madre, bohemios, en vísperas del inicio de la campaña electoral. Y siempre le reprochaba que apareciera en los comentarios editoriales de El Noticiero de Joaquín López Dóriga. “Eso no es para ti, Carlos”, le dijo varias veces don Julio.
 Scherer volvió a la carga. En Televisa habían reprochado a Andrés Manuel López Obrador que hubiera iniciado un programa en TV Azteca.
 –Don Jenaro, lo extrañé la otra vez sobre el asunto de López Obrador y TV Azteca. Me dijeron que andaba de vacaciones. Carajo, qué lástima que no pude leerle.
 Scherer no quería que me separara un milímetro de lo que las televisoras estaban preparando en vísperas de la contienda presidencial, y menos de la Ley Televisa, que ya se había cocinado y gestado para imponerla en el Senado.
 La imposición de la Ley Televisa fue imparable. Las bancadas del Senado se fracturaron y la operación iniciada en Valle de Bravo, en febrero de 2006, para convencer a los candidatos a la Presidencia de la República de beneficiar al monopolio televisivo, se impuso. En Proceso bautizamos así a esa reforma legal que pretendía beneficiar por 20 años más a los detentadores de 70% de las concesiones públicas de televisión.
 Por esos días, don Julio me observó abatido, cansado. Y me sugirió:
 –Don Jenaro, esto es apenas el inicio. Como amigo le digo, piense que es una batalla a largo plazo. Piense que les está costando todo a los televisos. Nunca como ahora quedó al descubierto y tan clara la manera corrupta que tienen de operar.
 Una vez más, me dio ánimos para que no dejara de indagar y reportear todos los detalles sobre la operación del monopolio televisivo para asumir el poder político.
 Tres años después, en 2009, el editor de Grijalbo, Ariel Rosales, me sugirió un libro que actualizara y profundizara sobre el convenio que Televisa firmó con el gobierno de Enrique Peña Nieto. A cuatro años de distancia, cada paso y cada sugerencia del Plan de Acción que se proyectó para llevar al gobernador del Estado de México a la Presidencia de la República se había cumplido. Y querían que culminara en 2012.
 Monsiváis, confidente y cómplice en muchas otras cosas, se había molestado conmigo porque acepté escribir el libro.
 –Te quieren convertir en un autor de best sellers y de escándalos políticos de ocasión –me dijo tajante–. No estás para eso.
 Le argumenté a mi manera por qué era necesario actualizar y abundar sobre esta operación que pronosticaba el ascenso de un telepresidente. Era imposible. Monsiváis temía que la furia de los Cuatro Fantásticos se viniera en mi contra. Me recordó que no me perdonaban el reportaje de octubre de 2005 y que eran capaces de “muchas cosas”.
 Frente a la oposición de Monsiváis, acudí a mi referente en momentos difíciles: don Julio Scherer. Le platiqué la propuesta, le comenté los argumentos de Carlos y con una lucidez implacable me dijo:
 –Monsiváis se equivoca en esto, don Jenaro. El tema le pertenece a usted. Sería un grave error dejarlo. Usted abrió la rendija y no puede cerrarla. No se lo perdonaría nunca.
 Don Julio se ofreció para hablar con Monsiváis y tratar de convencerlo. Como una expresión de su apoyo se ofreció para escribir el prólogo del libro que se tituló Si yo fuera presidente, el reality show de Peña Nieto. En la parte fundamental, Scherer escribió:
 “No se abre a ninguna forma de optimismo el libro de Jenaro Villamil. Los hombres y mujeres que disponen de los bienes de todos no existen como políticos apasionados por el bien público y el noble avance de la nación. Su vida es la del poder y la riqueza, armas de la manipulación. En frases hankistas que se volvieron apotegmas –‘un político pobre es un pobre político’– se resume la sabiduría necesaria para hacerse de un espacio en la vasta cumbre de la nación.
 “La fórmula es sencilla: comprar el tiempo mediático, corromper y corromper, mentir y mentir, aprender que a los aprendices se les puede y debe aprovechar. Así, todo el poder para el político rico, todo para la mafia, todo para el Grupo Atlacomulco o lo que de él quede, todo para apoyar a Enrique Peña Nieto, atractivo por su presencia física a costa de la inteligencia y la pulcritud moral.”

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