El papa en el Ángelus: 'La Síndone es un icono del amor más grande'
Encomendó este domingo a la Virgen de la Consolación la
ciudad de Turín, su territorio y todos los que viven allí, para que puedan
vivir en la justicia, en la paz y en la fraternidad
Introdujo el rezo del Ángelus desde la Plaza
Vittorio de Turín, donde hoy presidió la Eucaristía.
Texto
completo de la homilía del Santo Padre en la Plaza Vittorio de Turín
El
Pontífice invitó este domingo a difundir el amor de Dios en el mundo, como los
santos libres y testarudos
Después
de su encuentro con el mundo del trabajo y de venerar la Sábana Santa, el papa
Francisco se trasladó por la mañana a la Plaza Vittorio de Turín,
una de las más grandes de Europa, que estaba abarrotada de fieles.
En
su homilía, el Pontífice destacó tres características del amor de Dios: es un
amor fiel, un amor que recrea todo, un amor estable y seguro. A continuación
publicamos las palabras que pronunció el Santo Padre:
En
la Oración Colecta hemos rezado: "Dona a tu pueblo, oh Padre, vivir
siempre en la veneración y en el amor a tu santo nombre, porque tú nunca privas
de tu gracia a los que has establecido en la roca de tu amor". Y las
lecturas que hemos escuchado nos muestran cómo es este amor de Dios hacia
nosotros: es un amor fiel, un amor que recrea todo, un amor estable y seguro.
El
salmo nos ha invitado a agradecer al Señor "porque su amor es
eterno". He aquí el amor fiel, la fidelidad: es un amor que no defrauda,
que nunca falla. Jesús encarna este amor, es su testigo. Él nunca se cansa de
amarnos, de soportarnos, de perdonarnos, y así nos acompaña en el camino de la
vida, según la promesa que hizo a sus discípulos: "Yo estaré siempre con
ustedes hasta el fin del mundo". Por amor se hizo hombre, por amor ha
muerto y resucitado, y por amor está siempre a nuestro lado, en los momentos
bonitos y en los difíciles. Jesús nos ama siempre, hasta el final, sin límites
y sin medida. Y nos ama a todos, hasta el punto que cada uno de nosotros puede
decir: 'Ha dado la vida por mí. ¡Por mí!' La fidelidad de Jesús no se rinde ni
siquiera ante nuestra infidelidad. Nos lo recuerda san Pablo: "Si somos
infieles, Él permanece fiel, porque no puede renegar de sí mismo". Jesús
permanece fiel, aun cuando nos hemos equivocado, y nos espera para perdonarnos:
Él es el rostro del Padre misericordioso. He aquí el amor fiel.
El
segundo aspecto: el amor de Dios recrea todo, es decir, hace nuevas todas las
cosas, como nos ha recordado la segunda lectura. Reconocer los propios límites,
las propias debilidades, es la puerta que abre al perdón de Jesús, a su amor
que puede renovarnos en lo profundo, que puede recrearnos. La salvación puede
entrar en el corazón cuando nosotros nos abrimos a la verdad y reconocemos
nuestras equivocaciones, nuestros pecados; entonces hacemos experiencia, esa
bella experiencia de Aquel que ha venido, no para los sanos, sino para los
enfermos, no para los justos, sino para los pecadores. Experimentamos su
paciencia --¡tiene mucha!--, su ternura, su voluntad de salvar a todos. Y ¿cuál
es la señal? La señal es que nos hemos vuelto ‘nuevos’ y hemos sido
transformados por el amor de Dios. Es el saberse despojar de las vestiduras
desgastadas y viejas de los rencores y de las enemistades, para vestir la
túnica limpia de la mansedumbre, de la benevolencia, del servicio a los demás,
de la paz del corazón, propia de los hijos de Dios. El espíritu del mundo está
siempre buscando novedades, pero solo la fidelidad de Jesús es capaz de la
verdadera novedad, de hacernos hombres nuevos, de recrearnos.
Finalmente,
el amor de Dios es estable y seguro, como los peñascos rocosos que reparan de
la violencia de las olas. Jesús lo manifiesta en el milagro narrado por el
Evangelio, cuando aplaca la tempestad, mandando al viento y al mar. Los
discípulos tienen miedo porque se dan cuenta de que no pueden con todo ello,
pero Él les abre el corazón a la valentía de la fe. Ante el hombre que grita:
'¡ya no puedo más!', el Señor sale a su encuentro, le ofrece la roca de su
amor, a la que cada uno puede agarrarse, seguro de que no se caerá. ¡Cuántas
veces sentimos que ya no podemos más! Pero Él está a nuestro lado, con la mano
tendida y el corazón abierto.
Queridos
hermanos y hermanas turineses y piamonteses, nuestros antepasados sabían bien
qué quiere decir ser ‘roca’, qué quiere decir ‘solidez’. De ello da un bonito
testimonio un famoso poeta nuestro: "Rectos y sinceros --dice--, aparentan
lo que son: cabeza cuadrada, pulso firme e hígado sano, hablan poco, pero saben
lo que dicen,
aunque
caminan despacio, van lejos. Gente que no ahorra tiempo, ni sudor --raza
nuestra libre y testaruda--. Todo el mundo conoce quiénes son y, cuando pasan…
todo el mundo los mira".
Podemos
preguntarnos, si hoy estamos firmes en esta roca que es el amor de Dios. Cómo
vivimos el amor fiel de Dios hacia nosotros. Siempre existe el riesgo de
olvidar ese amor grande que el Señor nos ha mostrado. También nosotros, los
cristianos, corremos el riesgo de dejarnos paralizar por los miedos del futuro
y de buscar seguridades en cosas que pasan, o en un modelo de sociedad cerrada
que tiende a excluir, más que a incluir. En esta tierra han crecido tantos
santos y beatos que han acogido el amor de Dios y lo han difundido en el mundo,
santos libres y testarudos. Sobre las huellas de estos testigos, también
nosotros podemos vivir la alegría del Evangelio, practicando la misericordia,
podemos compartir las dificultades de mucha gente, de las familias, en especial
de las más frágiles y marcadas por la crisis económica. Las familias tienen
necesidad de sentir la caricia maternal de la Iglesia para ir adelante en la
vida conyugal, en la educación de los hijos, en el cuidado de los ancianos y
también en la transmisión de la fe a las jóvenes generaciones.
¿Creemos
que el Señor es fiel? ¿Cómo vivimos la novedad de Dios que todos los días nos
transforma? ¿Cómo vivimos el amor firme del Señor, que se pone como barrera
segura contra las olas del orgullo y de las falsas novedades? El Espíritu Santo
nos ayude a ser siempre conscientes de este amor ‘rocoso’, que nos vuelve
estables y fuertes en los pequeños y grandes sufrimientos, nos hace capaces de
no cerrarnos ante las dificultades, de afrontar la vida con valentía y mirar al
futuro con esperanza. Como entonces en el lago de Galilea, también hoy en el
mar de nuestra existencia, Jesús es aquel que vence las fuerzas del mal y las
amenazas de la desesperación. La paz que Él nos dona es para todos; también para
tantos hermanos y hermanas que huyen de guerras y persecuciones en busca de paz
y libertad.
Queridísimos,
ayer han festejado a la Bienaventurada Virgen de la Consolación --La Consola--,
que está allí, pequeña y sólida, sin fastuosidades, como una buena madre.
Encomendémosle a nuestra Madre el camino eclesial y civil de esta tierra. Ella
nos ayude a seguir al Señor, para ser fieles, para dejarnos renovar todos los
días y permanecer sólidos en su amor. Así sea.
(Texto
traducido y transcrito del audio por ZENIT)
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