Revista Proceso # 2118, 4 de junio de 2017
“El Chato” Rivera: Biografía de la ambición/RODRIGO VERA
Con motivo de la renuncia del cardenal Norberto Rivera a la arquidiócesis de México, en los próximos días se pondrá en circulación el libro Norberto Rivera, el pastor del poder, una compilación de textos coordinada por el especialista Bernardo Barranco y editada por Grijalbo. A continuación se publica un extracto de la colaboración del reportero de Proceso Rodrigo Vera, titulada “El Chato”. Ahí se relatan los años de formación sacerdotal del cardenal Rivera, así como su paso por el obispado de Tehuacán, un periodo poco explorado de su vida, pero crucial para comprender el desempeño que tuvo después al frente de la arquidiócesis de México.
A principios de los años sesenta monseñor Antonio López Aviña, entonces arzobispo de Durango, le aconsejaba a su joven protegido, Norberto Rivera Carrera, que para ejercer el poder se requiere guardar en la memoria todos los rostros y llamar a la gente por su nombre, y además, que las deferencias –sobre todo con los superiores– son muy redituables para conseguir o sostenerse en cualquier cargo eclesiástico.
A López Aviña –de línea conservadora y raigambre cristera– le había funcionado muy bien esa postura cortesana para escalar posiciones y conseguir el arzobispado de Durango, donde logró mantenerse por más de 30 años y desde el cual conquistó fuerte influencia sobre gobernadores, empresarios y políticos locales.
En aquel tiempo el joven Norberto acababa de egresar del seminario de la ciudad de Durango, donde sus compañeros de clase lo motejaban como El Chato por su cara aplanada, adusta y de labios gruesos, como las de aquellas colosales cabezas olmecas esculpidas en roca. Lauro Macías, expresidente de la Federación Latinoamericana de Sacerdotes Católicos Casados y quien coincidió con él en el seminario, recuerda:
“Le decíamos El Chato en el seminario. Iba un año adelante que yo; no era ningún estudiante brillante. Varios sacerdotes de su generación sostienen que el arzobispo López Aviña se fijó en él por su docilidad y su incapacidad para pensar por sí mismo. Aquella era una Iglesia carrerista, obsesionada con apoyar a las personas más serviles para que hicieran carrera en el sentido tradicional del término. El Chato daba ese perfil.”
Norberto era vástago de una devota familia campesina de la comunidad de La Purísima, en la empobrecida zona duranguense de Tepehuanes. Su padre, don Ramón Rivera, había tenido que emigrar de bracero a Estados Unidos para sacarlos adelante a él, a su hermano y a sus dos hermanas. Por fortuna para la familia, Norberto –quien de niño fue monaguillo– muy pronto se acogió a la sombra de la Iglesia, que le dio estudio, sustento, techo y un trabajo seguro de por vida.
Gracias al apoyo del arzobispo López Aviña, tan pronto salió del seminario Norberto logró viajar a Roma en septiembre de 1962 para estudiar Teología Dogmática en la prestigiada Universidad Gregoriana. Arrancaba entonces el Concilio Vaticano II, convocado por el Papa Juan XXIII y que introdujo una gran renovación en el quehacer de la Iglesia católica. Por las viejas calles de Roma deambulaban 2 mil 300 obispos de todo el mundo que asistían a congresos y ceremonias litúrgicas; la ciudad amurallada del Vaticano era un hervidero de hombres de sotana. En medio de esta efervescencia eclesiástica arribó el estudiante Norberto con techo y sustento asegurados en el Colegio Pío Latinoamericano, un internado de élite para los jóvenes sacerdotes de América Latina que llegaban a especializarse a las universidades pontificias. Ahí vivió durante cuatro años.
Después de titularse, en 1966 Rivera Carrera regresó a México y se le destinó como párroco en Río Grande, Zacatecas, perteneciente a la Arquidiócesis de Durango; poco tiempo estuvo ahí, el suficiente para foguearse como sacerdote. Su protector, López Aviña, lo regresó a la ciudad de Durango en 1968 para colocarlo como asesor del Movimiento de Jornadas de Vida Cristiana: este movimiento de corte conservador se encargaba de adoctrinar en la fe a jóvenes provenientes de familias pudientes, principalmente estudiantes de colegios privados católicos, como el Americano, el Teresa de Ávila o el Sor Juana.
De la década de los setenta hasta mediados de los ochenta, Rivera Carrera se desempeñó, entre otras cosas, como cura de la catedral de Durango, profesor del seminario y presidente del consejo presbiteral, siempre bajo la tutela del arzobispo, quien era muy dado a oficiar misas exclusivas para la clase pudiente, de la que recolectaba jugosos donativos.
Lauro Macías, para entonces ya también sacerdote y padre espiritual del seminario, indica que en esos años a Norberto “no le veía ningún celo pastoral, interés en obras sociales o preocupación por los marginados”. Señala que, en una ocasión, tres párrocos rurales empezaron a defender a los campesinos porque estaban siendo explotados por los intermediarios, que les compraban sus productos agrícolas a precios muy bajos. Estos comerciantes, dice, fueron a pedirle al arzobispo que aplacara a sus párrocos, y los reprendió duramente.
“Luego –prosigue Lauro Macías– apareció una inserción anónima en la prensa local donde se criticaba a López Aviña por su actitud represora. Norberto inmediatamente salió a defender al arzobispo y a acusar a estos hermanos sacerdotes, sin prueba alguna, de ser los autores de la inserción. Los golpeó de manera muy cruel.”
Tehuacán: los primeros golpes
Las gestiones de López Aviña a favor de su protegido dieron frutos el 30 de octubre de 1985. Ese día el entonces delegado apostólico en México, Girolamo Prigione, le avisó a Norberto que el Papa Juan Pablo II lo había nombrado obispo de Tehuacán, una pequeña diócesis poblana con apenas 400 mil católicos, 77 sacerdotes y 41 parroquias, aunque ahí estaba asentado el influyente Seminario Regional del Sureste (Seresure), donde en ese tiempo se formaba en la corriente eclesiástica de la Teología de la Liberación a sacerdotes de distintas diócesis del sureste, como la de San Cristóbal de las Casas, Oaxaca, Tehuantepec, y la misma diócesis de Tehuacán.
El Sol de Durango publicó en primera plana una foto del nuevo obispo de 43 años, al lado de López Aviña. Norberto declaró entonces: “Me siento con muchas limitaciones y reconozco que hay gente mucho muy capaz. Sin embargo, Dios se vale del elemento humano que ha escogido”.
Ya con probada fidelidad en las filas del conservadurismo, a partir de ese momento Rivera Carrera pasó a formar parte del pequeño grupo de obispos incondicionales de Prigione, quien poco antes había realizado una visita de inspección al Seresure y pudo comprobar, escandalizado, que ahí la formación de los seminaristas se inclinaba marcadamente a favor de la llamada opción preferencial por los pobres, alejada de la rígida ortodoxia trazada por Juan Pablo II. Para cobrarle su nombramiento como obispo, Prigione puso a prueba a Norberto al encargarle una importante misión que sólo una mano dura podía realizar: desbaratar la línea pastoral impartida en el Seresure.
No era tarea fácil. En el seminario intervenían colegiadamente algunos experimentados obispos de esa región que incluso gozaban de prestigio internacional como abanderados de la Teología de Liberación: Samuel Ruiz, obispo de San Cristóbal de las Casas; Bartolomé Carrasco, de Oaxaca, o Arturo Lona, de Tehuantepec. Éstos habían introducido en los planes de estudio los libros de los principales teólogos de esa corriente eclesiástica, como el franciscano brasileño Leonardo Boff o el dominico peruano Gustavo Gutiérrez, quienes eran mal vistos en el Vaticano por la Congregación para la Doctrina de la Fe (CDF), entonces a cargo de Joseph Ratzinger, quien con el tiempo sería Papa. Al seminario también se le achacaba impartir una educación marxista, haber relajado la disciplina e introducir valores culturales de las zonas indígenas de donde provenían los mismos seminaristas.
Gracias a las maniobras de Prigione, Rivera obtuvo finalmente el respaldo de la curia romana: en 1987 recibió un oficio, basado en el decreto Optatam totius –sobre la formación sacerdotal–, donde el Vaticano le ordenaba disolver la dirección del seminario por impartir una “formación doctrinal confusa”. Poco a poco Norberto fue quitando a los maestros indeseables pero no sin reacciones de protesta, ya que los curas de la institución solían reunirse en la Sierra Negra para determinar sus acciones a seguir. En una de estas reuniones, realizada en el templo de Santa Ana Coapan durante la Pascua de 1989, irrumpió el obispo Norberto y les reclamó por oponerse a sus medidas:
–Se juntan a hablar mal del obispo y mis comunicados los meten al bóiler –los encaró.
–Pero lo que usted está haciendo en el seminario es inhumano –le respondió el padre Anastasio Hidalgo, coordinador de Pastoral Social en la diócesis.
Sin alterarse, el obispo les leyó un documento en el que se aseguraba que el seminario era un carnaval; los alumnos ingerían alcohol y salían de las instalaciones para irse de fiesta, y también les dijo que se practicaba la homosexualidad. Al oír esto, Hidalgo le respondió molesto:
–Obispo, si no lo prueba aquí, usted es un mentiroso.
A los pocos días, la diócesis le entregó la carta de su cese al cura, quien había estado siete años en el cargo.
Ante tanto hostigamiento, atizado por Prigione y la curia romana, el rector del seminario, Jesús Mendoza, decidió renunciar; Norberto mismo ocupó su puesto. La protesta final de alumnos y maestros fue una jornada de oración en la catedral de Tehuacán. Después el Seresure se fue vaciando, los seminaristas regresaron a sus comunidades. Norberto logró desbaratar el principal semillero con que contaba en México la corriente de la Teología de la Liberación.
Rudo competidor
Norberto había sustituido como obispo de Tehuacán a Rafael Ayala, quien estuvo al frente de esa diócesis durante 23 años y tejió fuertes alianzas con Socorro Romero, Socorrito, una acaudalada dama piadosa dueña del Grupo Romero, el cual poseía en la región varias de las más grandes granjas avícolas del país –entre ellas El Calvario–, así como distribuidoras, laboratorios biotécnicos, flotillas de camiones y establecimientos comerciales.
Gracias al fuerte apoyo económico de Socorrito, el obispo Ayala creó en la diócesis de Tehuacán todo un “esquema de instituciones, organismos, movimientos y sistemas de motivación cristiana”, señala el libro Excelentísimo don Rafael Ayala Ayala, primer obispo de Tehuacán, escrito por el religioso ecuatoriano Gonzalo Hallo del Salto, a quien el obispo Ayala le había encomendado encargarse de los asuntos relacionados con el Grupo Romero.
En su libro, Hallo del Salto agrega que, en 1969, Socorro Romero le regaló al obispo Ayala una granja avícola que constituyó desde entonces la principal fuente de ingresos del obispado; aparte apoyó en la construcción de la secundaria técnica Cultural Coatepec, la Casa de Religiosas Carmelitas, la Casa-Hogar, el Asilo de Ancianos, las oficinas del curato y telesecundarias en Tehuacán y Coatepec de Harinas.
En 1980 –prosigue el libro– el Grupo Romero y el obispo Ayala “dieron vida a un cadáver” al construir –en el casco del exconvento de San Francisco– el Instituto Pastoral de Tehuacán, pero las dos principales obras que levantaron fueron el Seminario Menor y el Seminario Regional. Además, el Grupo Romero apoyaba en la región a varias organizaciones católicas como la Liga Misional Juvenil, el Movimiento Familiar Cristiano, Catequesis Familiar, Caballeros de Colón, Acción Pastoral, Muchachas Apostólicas, Escuelas de la Cruz y Familia Educadora de la Fe, entre otras.
Hallo del Salto relata en su libro que en sus homilías, y con “incontrolada emoción”, el obispo Ayala solía agradecer “los millones, muchos millones de pesos” que doña Socorrito regalaba a la diócesis de Tehuacán.
Al llegar Norberto Rivera a Tehuacán y reparar en los cuantiosos recursos que manejaban el Grupo Romero y la diócesis, le ordenó a Hallo del Salto que sacara las manos de la administración pero éste se negó, según contó a la revista Proceso Alejandro Gallardo Arroyo, confidente del religioso ecuatoriano y analista político local. Relató Gallardo entonces:
“Rafael Ayala encomendó al sacerdote los negocios del clero con el Grupo Romero, dueño de las granjas avícolas más grandes de Latinoamérica, con avanzados laboratorios de biotecnología. Durante varios años, Hallo manejó muy bien los negocios; es un administrador increíblemente inteligente, hábil. Sin embargo, al morir Ayala, el nuevo obispo, Norberto Rivera, a mediados de los ochenta, no sólo le pidió a Hallo que sacara las manos de las arcas de la Iglesia, sino también que dejara su parroquia. Y el sacerdote se negó. A partir de entonces empezó la lucha por el botín… En 1991 el mismo sacerdote me lo confió, en charlas confidenciales que sostuve con él.”
Sorpresivamente, el domingo 19 de junio de 1994 dos patrullas con agentes judiciales interceptaron al sacerdote en las inmediaciones de Chapulco, lo encapucharon y lo trasladaron a San Martín Texmelucan: ahí tomaron un helicóptero que lo trasladó a las oficinas de Migración en la Ciudad de México. Tras su declaración, Hallo fue enviado a Ecuador en un vuelo comercial.
La Secretaría de Gobernación emitió un comunicado en el que señalaba que el ecuatoriano, aparte de estar ilegalmente en México, encabezaba “una organización civil armada que ayudó a que cientos de personas se armaran con escopetas, rifles calibre .22 y pistolas, en las comunidades de Azumbilla, San Pedro Chapulco, Francisco I. Madero y Nicolás Bravo, del propio estado de Puebla”.
Gobernación jamás presentó prueba alguna de que el sacerdote fuera guerrillero o estuviera relacionado con grupos armados; nunca fue creíble tan disparatada versión, ni tampoco el que después de tantos años de vivir en México las autoridades hayan reparado en la irregular situación migratoria del párroco. La feligresía de inmediato achacó a Rivera Carrera su violenta e inesperada expulsión del país: tan pronto se le deportó, las poblaciones de Chapulco y Azumbilla fueron prácticamente tomadas por la gente, que exigía el retorno de su párroco.
Ego sum qui sum; analista político, un soñador enamorado de la vida y aficionado a la poesía.
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