31 mar 2018

La Vigilia Pascual

La Vigilia Pascual
Hoy es sábado Santo, día de luto para los católicos, se trata de un día de silencio, no hay celebración eucarística, no se conceda celebrar el Matrimonio, ni administrar otros sacramentos, a excepción de la Penitencia y la Unción de los Enfermos.
 En la Iglesia Católica también se conmemora la Soledad de María después de llevar al sepulcro a Cristo, quedando en compañía del Apóstol Juan.
El sábado Santo, es el nombre que se le da al sábado de la semana del primer plenilunio de primavera; es el tercer día del Triduo Pascual, que concluye con las segundas Vísperas del Domingo de Resurrección culminando así para los cristianos la Semana Santa.
La celebración de la Vigilia Pascual en la noche del Sábado es la más importante de todas las celebraciones cristianas, porque conmemora la resurrección de Jesus...
La Vigilia, que significa pasar “una noche en vela”, cobra un sentido especial en la víspera pascual porque recuerda el pasaje bíblico (Mc 16:01) en el que un grupo de mujeres llegan al sepulcro para terminar de embalsamar a Jesús, pero no encuentran su cuerpo. Luego, un ángel se aparece y les dice: “¿Buscan a Jesús el Nazareno? No está aquí. Ha resucitado. Decidles a sus discípulos que vayan a Galilea y allí lo verán” (Mt 28, 6).
El papa Francisco presidirá la Vigilia Pascual..

Tiene lugar a partir de las 20:30 horas en la Basílica de San Pedro.
Y se puede. ver en vivo en este link.

http://w2.vatican.va/content/francesco/es/events/event.dir.html/content/vaticanevents/es/2018/3/31/veglia-pasquale.html
Durante la Vigilia Pascual se realiza tres actos importantes que inicia con la Celebración del fuego en donde se bendice el fuego y enciende el cirio pascual. En este acto se entona el Pregón Pascual, y se da la liturgia de la Palabra donde se leen siete lecturas, desde la Creación hasta la Resurrección, y el tercer acto es cuando la Iglesia entera renueva sus promesas bautismales.
La ceremonia en Roma comenzó ya con la bendición tradicional del nuevo fuego en el atrio de la Basílica, seguido por la procesión con el cirio pascual y el Exsultet así como la alegre proclamación de Pascua que canta el triunfo del Señor Resucitado sobre la muerte y la oscuridad del mundo. 
En este acto se entona el Pregón Pascual o Exsultet- un poema escrito alrededor del año 300 que proclama que Jesús es el fuego nuevo y se pone especial atención a la figura de la Santísima Virgen María acompañándola en su soledad que vela junto a la tumba de su amado Hijo-.
El Exultet, es  uno de los himnos más hermosos y emotivos de toda la liturgia romana pues canta el triunfo definitivo de Cristo sobre el pecado y sobre la muerte, el triunfo de la luz del Salvador sobre las tinieblas que parecían haber vencido al rey de la vida. Cuenta además con la fuerza de una tradición antigua ya que se encuentran testimonios de su existencia desde el mismo siglo IV.
"Esta es la noche en que,
rotas las cadenas de la muerte,
Cristo asciende victorioso del abismo.
¿De qué nos serviría haber nacido
si no hubiéramos sido rescatados?"
"Exulten por fin los coros de los ángeles,
Exulten las jerarquías del cielo,
y por la victoria de rey tan poderoso
que las trompetas anuncien la salvación.
Goce también la tierra, inundada de tanta claridad,
y que, radiante con el fulgor del Rey eterno,
se sienta libre de la tiniebla,
que cubría el orbe entero.
 En esta noche escuchamos, en las lecturas del Antiguo Testamento, el relato de las maravillas que hizo Dios con su pueblo. En las lecturas del Nuevo Testamento escuchamos las maravillas que Cristo ha hecho, liberándo a su pueblo de la muerte mediante el bautismo y abriéndonos las puertas de la Vida Eterna, con su resurrección. 
Se leen siete lecturas, que narran desde la Creación hasta la Resurrección, siendo la del líbro del Éxodo la más importante, ya que relata el paso de los israelitas por el Mar Rojo cuando huían de las tropas egipcias siendo así salvados por Dios, de la misma manera recuerda que Dios esta noche nos salva por su Hijo.
 Durante esta parte de la celebración, los fieles renuevan su compromiso bautismal entonando las promesas propias del sacramento del bautismo, mediante el cual, tal y como nos recuerda el Apóstol San Pablo,  "fuimos sepultados con Cristo en la muerte, para que así como Cristo fue resucitado de entre los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros andemos en una vida nueva”.
En la vigilia más importante para los cristianos, el papa Francisco bautizará a 8 adultos, 3 mujeres y 5 hombres, de edades comprendidas entre 28 y 52 años: son 4 italianos, un albanés, un nigeriano, un estadounidense y un peruano.
Asimismo, durante la ceremonia el papa invita a rezar especialmente por las familias, los pobres y los que sufren, sin olvidar orar para que los pastores de la Iglesia, vivan una verdadera sed de salvación de cada hombre.
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Homilía del Papa Francisco en la Vigilia Pascual
Esta celebración la hemos comenzado fuera... inmersos en la oscuridad de la noche y en el frío que la acompaña. Sentimos el peso del silencio ante la muerte del Señor, un silencio en el que cada uno de nosotros puede reconocerse y cala hondo en las hendiduras del corazón del discípulo que ante la cruz se queda sin palabras.
Son las horas del discípulo enmudecido frente al dolor que genera la muerte de Jesús: ¿Qué decir ante tal situación? El discípulo que se queda sin palabras al tomar conciencia de sus reacciones durante las horas cruciales en la vida del Señor: frente a la injusticia que condenó al Maestro, los discípulos hicieron silencio; frente a las calumnias y al falso testimonio que sufrió el Maestro, los discípulos callaron. Durante las horas difíciles y dolorosas de la Pasión, los discípulos experimentaron de forma dramática su incapacidad de «jugársela» y de hablar en favor del Maestro. Es más, no lo conocían, se escondieron, se escaparon, callaron (cfr. Jn 18,25-27).
Es la noche del silencio del discípulo que se encuentra entumecido y paralizado, sin saber hacia dónde ir frente a tantas situaciones dolorosas que lo agobian y rodean. Es el discípulo de hoy, enmudecido ante una realidad que se le impone haciéndole sentir, y lo que es peor, creer que nada puede hacerse para revertir tantas injusticias que viven en su carne nuestros hermanos.
Es el discípulo atolondrado por estar inmerso en una rutina aplastante que le roba la memoria, silencia la esperanza y lo habitúa al «siempre se hizo así». Es el discípulo enmudecido que, abrumado, termina «normalizando» y acostumbrándose a la expresión de Caifás: «¿No les parece preferible que un solo hombre muera por el pueblo y no perezca la nación entera?» (Jn 11,50).
Y en medio de nuestros silencios, cuando callamos tan contundentemente, entonces las piedras empiezan a gritar (cf. Lc 19,40)[1] y a dejar espacio para el mayor anuncio que jamás la historia haya podido contener en su seno: «No está aquí ha resucitado» (Mt 28,6). La piedra del sepulcro gritó y en su grito anunció para todos un nuevo camino. Fue la creación la primera en hacerse eco del triunfo de la Vida sobre todas las formas que intentaron callar y enmudecer la alegría del evangelio. Fue la piedra del sepulcro la primera en saltar y a su manera entonar un canto de alabanza y admiración, de alegría y de esperanza al que todos somos invitados a tomar parte.
Y si ayer, con las mujeres contemplábamos «al que traspasaron» (Jn 19,36; cf. Za 12,10); hoy con ellas somos invitados a contemplar la tumba vacía y a escuchar las palabras del ángel: «no tengan miedo… ha resucitado» (Mt 28,5-6). Palabras que quieren tocar nuestras convicciones y certezas más hondas, nuestras formas de juzgar y enfrentar los acontecimientos que vivimos a diario; especialmente nuestra manera de relacionarnos con los demás. La tumba vacía quiere desafiar, movilizar, cuestionar, pero especialmente quiere animarnos a creer y a confiar que Dios «acontece» en cualquier situación, en cualquier persona, y que su luz puede llegar a los rincones menos esperados y más cerrados de la existencia. Resucitó de la muerte, resucitó del lugar del que nadie esperaba nada y nos espera —al igual que a las mujeres— para hacernos tomar parte de su obra salvadora. Este es el fundamento y la fuerza que tenemos los cristianos para poner nuestra vida y energía, nuestra inteligencia, afectos y voluntad en buscar, y especialmente en generar, caminos de dignidad. ¡No está aquí…ha resucitado! Es el anuncio que sostiene nuestra esperanza y la transforma en gestos concretos de caridad. ¡Cuánto necesitamos dejar que nuestra fragilidad sea ungida por esta experiencia, cuánto necesitamos que nuestra fe sea renovada, cuánto necesitamos que nuestros miopes horizontes se vean cuestionados y renovados por este anuncio! Él resucitó y con él resucita nuestra esperanza y creatividad para enfrentar los problemas presentes, porque sabemos que no vamos solos.
Celebrar la Pascua, es volver a creer que Dios irrumpe y no deja de irrumpir en nuestras historias desafiando nuestros «conformantes» y paralizadores determinismos. Celebrar la Pascua es dejar que Jesús venza esa pusilánime actitud que tantas veces nos rodea e intenta sepultar todo tipo de esperanza.
La piedra del sepulcro tomó parte, las mujeres del evangelio tomaron parte, ahora la invitación va dirigida una vez más a ustedes y a mí: invitación a romper las rutinas, renovar nuestra vida, nuestras opciones y nuestra existencia. Una invitación que va dirigida allí donde estamos, en lo que hacemos y en lo que somos; con la «cuota de poder» que poseemos. ¿Queremos tomar parte de este anuncio de vida o seguiremos enmudecidos ante los acontecimientos?
¡No está aquí ha resucitado! Y te espera en Galilea, te invita a volver al tiempo y al lugar del primer amor y decirte: No tengas miedo, sígueme.
Fuente : agencias.

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