13 sept 2019

Renato Leduc: ayer y hoy/ Raquel Díaz de León

La Jornada Semanal, domingo 6 de mayo de 2007 Num: 635;
Renato Leduc: ayer y hoy/ Raquel Díaz de León
Hace cincuenta años conocí al Señor del Tiempo –Renato Leduc. A tiempo llegó a mi vida y fue mi maestro. ¡En aquel tiempo no había escuelas de periodismo!
De tiempo en tiempo y muy a tiempo, siempre lanzaba sarcasmos y críticas a los que han matado el tiempo con el hambre del pueblo, ya que al saber que el tiempo es oro, éste se lo han repartido todo el tiempo "los de arriba", quitándoselo "a los de abajo".
Luchó por "las masas" en las mesas de los políticos que opíparamente se han servido con la cuchara grande, mientras que el pueblo, desde siempre, ha levantado las migajas de las promesas oficiales.
Leduc le dio su tiempo, su vida, a la lucha social, y por ello es más señalable que a casi veintiún años de su partida –1 de octubre de 1986–, no se le halla hecho un homenaje nacional como le correspondería. Lo único que se le ha ofrecido es que el presidente López Portillo develó un busto el 23 de enero de 1982 en un jardincito que lleva su nombre, en la colonia Toriello Guerra, en la Delegación Tlalpan.

Pero al Señor del Tiempo, en esta interpretación no muy favorecedora realizada por Raymundo Cobo, se le ha echado el tiempo encima por el abandono en que se encuentra: pintarrajeos, mugre y olvido. Bien decía Renato: "Los monumentos y los bustos sólo sirven para que los míen los perros y los caguen las palomas." Dicen que al mal tiempo buena cara, pero aquí esta apreciación no es válida, porque el tiempo que nos legó Leduc es de mayor trascendencia que el Premio Nacional de Periodismo que le fue otorgado cuatro años antes de su partida.
Hablar de Renato da para rato. ¿Cómo olvidar su trato? Todavía nos suena su crítica amena, que con desenfadado desacato y sin ningún recato, llamaba a las cosas por su nombre. Le importaba un "comino" decir de frente las verdades para no perder el tiempo en nimiedades. Vivaz y majadero, siempre dejaba algo en el tintero, para después oportunamente lanzarlo, que con su ingenio demoledor mezclaba con derroche involuntario su poética semblanza. Leduc fue el más original de todos los poetas de su tiempo. Este personaje impar de lengua suelta, mente aguda, si viviera tendría 110 años ("no la chingues" diría al momento), ya que nació en Tlalpan en 1897 (Sic 1985). Sus antecedentes franceses le vienen de que era nieto de un soldado francés de las tropas invasoras. "El idioma lo aprendí –decía– haciendo el amor con las francesas."
Leduc, un hombre fuera de serie, tenía la virtud de dar. Daba en qué pensar, de qué reír, en qué saber, soñar, vibrar, en sí, en qué vivir. Este personaje expresivo y sorpresivo en reuniones especiales, comía vidrio, eso sí, del más transparente y fino cristal. Al terminar una copa, empezaba a morder los cantos de ésta ante la sorpresa de los ahí reunidos; las damas lanzaban un grito de asombro, los hombres lo veían con recelo. Quizá pensaban que así podría comerse a sus adversarios. "¿Cómo le haces Renatito –se le preguntaba–, masticando el vidrio finamente, despacio?"
Manejaba el humor con maestría, y de esto tenemos una prueba en el periodiquito que por un tiempo publicó, El Apretado, para ridiculizar la campaña de Casas Alemán que pretendía lanzarse como presidente. Lo acompañaron en la tarea Arias Bernal y otros venerables caricaturistas, haciendo alarde de mofa. ¡Cómo hubiéramos gozado su descripción de todos los saineteros políticos que nos han acompañado en los ya veintiún años de su largo viaje!
Con su aspecto de piel roja o yaqui semicivilizado, Renato es el más típico representante de la generación que creció al ritmo de los disparos de la Revolución de 1910. Leduc se infiltró en los campos de batalla con Villa, con telegrafistas de campaña. Rudo fue para aquel muchachito descifrar en el acompasado ritmo del "tic tic" el cambio ideológico que se gestaba en su país, marcando las desigualdades de los futuros gobiernos. Quizá de ahí le nació el rechazo a lo establecido. He ahí el porqué de su creencia en los de abajo y su tenacidad por desenmascarar a los de arriba que hicieron de la democracia una ganancia.
Sería interesante que en el homenaje que se le debe al maestro, se presentara su vasta obra y se valorara su agudeza narrativa, y se creara una escuela de periodismo que llevara su nombre. Para ello ¿qué mejor sería que se rescatara la mansión que por treinta años habitó y está derrumbándose a pesar de ser una reliquia con un historial sorprendente? Además, "no pide esquina" porque la tiene en Rosas Moreno y Antonio Caso.
Esta residencia, que representa la idiosincrasia del México que se nos fue, data de los tiempos en que "Dios era omnipotente y el señor don Porfirio presidente", y fue construida y habitada por otro presidente, Manuel González. Posteriormente pasó a ser la Delegación rusa, y luego fue el Liceo Fournier, y más tarde el consultorio de un dentista que era el único que la habitaba. Al final la compró una familia de comerciantes de pueblo que por ningún motivo querían habitarla o rentarla. Renato convenció al hijo de la dueña que le advirtió: "Está enchinchada", pero esto no fue ningún problema; se pidió a salubridad que la interviniera.
Esta gloriosa y misteriosa mansión, si hablara ¡cuántas cosas contaría! Primero, que está inundada por espíritus de toda monta: artistas, literatos, diplomáticos, políticos, periodistas líderes, gente del pueblo que visitaban a nuestro personaje y todos lo consultaban o le pedían algo. Esta casa tenía sus sorpresas desde la entrada: una portera "fritanguera" daba alguna razón de mala gana, pero para llegar al estudio de Leduc en este bello edificio de estilo francés había que recorrer pasillos oscuros, subir unas escaleras rechinantes que amenazaban con desbaratarse al dar el siguiente paso. La puerta de sus habitaciones no ocultaba su antigüedad y, al entrar, se admiraban los techos altos, ventanas amplias y señoriales con vidrios de destellos aristocráticos, de cristales biselados y tallados en volutas.
Estos ventanales eran la memoria de pasadas glorias que ahora se daban "el tú por el tú" con la mesa de ocote, de cocina, que actuaba como escritorio, con una máquina fuerte y desgastada por el uso. Libreros improvisados con tablones enriquecidos con libreros de Renato, periódicos, revistas y papeles.
En el otro cuarto, más chico, había una cama con una cabecera de latón y un águila dorada que le fue regalada por María Félix, aduciendo que había pertenecido a Maximiliano. Completaba el lecho imperial, con cobijas gruesas, artesanales. Así era "el teje y maneje" rústico, de austeridad franciscana, de Renato Leduc.
Se nos ocurre pensar que el señor Carlos Slim podría poner el ojo en este espacio, no para convertirlo en un Samborn’s, sino para crear en este sitio una escuela de periodismo, ya que ha manifestado que por medio de sus fundaciones piensa apoyar la investigación, la educación y la salud.
Renato, a quien no se le escapaba una, "no dejaba títere con cabeza", se inspiró en el primer Samborn's (el de los Azulejos) para catalogar este sitio de "familias bien" como un "antro de la época".
Samborn's
Decoración planeada
por algún pasteleo dadaísta.
Rastacuerismo y juventud.
El jazz tiene desfallecimientos
y los muchachos "bien"
también...
Exudación: esencias D’ Houbigant.
Elocuencia pedestre
de la jeunesse dorée,
y del áureo champagne...
Corolarios:
El resto de la noche
en casa de Madame...
Eficacia del Peeper, y mañana
abluciones de soda con coñac...
Pero el Señor del Tiempo le preguntó: "¿Habrá todavía tiempo para llegar a tiempo?"




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