20 sept 2021

Estética del populismo/Jesús Silva-Herzog Márquez

 Estética del populismo/Jesús Silva-Herzog Márquez

en REFORMA, 20 de septiembre de 2021

El populismo es también una estética. Cuando la política es entendida como teatralización más que como producción de efectos, el propósito fundamental de su intervención es simbólico. El relato, lo confirmamos todos los días, es lo que en verdad cuenta. Los resultados de la política, su impacto en la realidad mensurable es casi irrelevante cuando lo que se busca es darle sentido épico al presente.


No deseo ser hombre de Estado, sino de nación, dijo alguna vez el Presidente. La advertencia es relevante. No se imagina como un constructor de instituciones, como el fundador de un orden que perdura gracias a sus reglas, sino como el relator de un cuento persuasivo y apasionante. Un muralista que nos inserta en el paisaje de la historia con un sentido claro de rumbo y de batalla. Por eso se dedica tantísimo tiempo a la producción escenográfica. Ahí está toda o casi toda la ambición histórica del gobierno. No me deja de asombrar la cortinilla -creo que ese es el nombre del segmento que abre un programa televisivo- con que comienza la liturgia matutina. Todos los días se presentan las mismas imágenes como entrada a esa ceremonia que no es solamente espacio de propaganda, sino también el reflejo de donde provienen buena parte de las decisiones. En esas imágenes queda claro que el primer atributo del Presidente es ser jefe del Ejército. No es casualidad que la introducción a la ceremonia diaria sea un recordatorio de que el Presidente es, antes que cualquier cosa, el comandante supremo. El hombre que fue un líder social no se muestra acompañado por simpatizantes de todo el país; no es la cabeza de la administración que se deja ver en diálogo con sus colaboradores; no es tampoco el político que interviene en la escena internacional como representante del país. El segmento que se reitera todos los días lo muestra rodeado de verde olivo.

El militarismo del nuevo régimen es una política, pero es también una estética. No hay forma de negar los reveses del poder civil en estos últimos tres años. A los militares los vemos en las carreteras, en las calles, en los puertos, en las grandes obras públicas, en las aduanas. Por todos lados. Me llama la atención que, en la representación que se reproduce todas las mañanas, se han convertido también en símbolo visible de patriotismo, de orden, de lealtad. En el Ejército que se retrata hay una gallardía, una disciplina, una lealtad marcial que se ensalza como emblema estético de nacionalidad. El amanecer en el Palacio Nacional y la orden de un soldado. Mientras los ciudadanos duermen, los militares y su Presidente de pie y en guardia. Todos quienes acompañan al Presidente en el segmento son uniformados. No es difícil advertir en esta producción una glorificación visual de los guardias. El compás estricto de un patriotismo que marcha y espera la orden de su comandante. Al parecer, lo popular, si uniformado, mil veces más popular.

El telón que sirve de fondo a las misas de diario es también revelador. Se ha hablado del maniqueísmo histórico de López Obrador. De esa curiosa lectura del liberalismo como la fibra eterna de la historia universal y, en particular, como el motor permanente del pueblo mexicano. Los íconos del heroísmo, los representantes de las transformaciones previas son delineados en ese lienzo con una torpeza gráfica que no deja de ser llamativa. Difícil imaginar un trazo más infantil y ramplón para conectar el presente con el pasado. Morelos, Hidalgo, Madero y Cárdenas flanquean a Benito Juárez, quien sostiene, en el centro, la bandera. El diseño es elemental. Todos los personajes capturados con el mismo gesto, con quijadas de hierro y mirada fija en el horizonte. Todos tienen la misma complexión física. Todos, hasta Francisco I. Madero, son corpulentos, de espaldas anchas. Todos miran en la misma dirección. Más que héroes, son superhéroes. El parentesco gráfico de las imágenes oficiales proviene claramente de la estética de Marvel. Hasta Sor Juana, cuando ha pasado por la plantilla de heroicidad del régimen, queda convertida en miliciana. No hay ninguna búsqueda por representar con frescura, con originalidad y gracia a los personajes con los que el gobierno pretende vincularse. La torpeza estética, el infantilismo del diseño, la bobería del lenguaje estético dicen mucho. La estética del populismo tiene la marca cromática del militarismo y proscribe decididamente cualquier asomo de imaginación creativa.

http://www.reforma.com/blogs/silvaherzog/


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