13 nov 2021

La hormona del crimen/Jorge Volpi

La hormona del crimen/Jorge Volpi

en REFORMA, 13 Nov. 2021

En el futuro, escribe Gerardo Laveaga en su fascinante Leyes, neuronas y hormonas, el desafío del Derecho "ya no será determinar el procedimiento a seguir para castigar o absolver a un homicida serial, a un defraudador o a un dictador despiadado, sino entender qué falló en la conexión entre su amígdala y su corteza prefrontal, del mismo modo que hay que entender por qué los frenos no reaccionaron en el camión que estrelló. Una óptica semejante, claro, podría acabar convirtiendo la delincuencia (al menos cierto tipo de delincuencia) en un problema de salud pública".

¿Laveaga siempre ha sido un agudo provocador: nada disfruta tanto como espolear a sus interlocutores con sentencias o preguntas irreverentes e incómodas a fin de ponerlos contra las cuerdas y confrontar nuestros prejuicios comunes. Director durante varios años del Instituto Nacional de Ciencias Penales, se ha decidido a explorar la unión del Derecho con las ciencias biológicas para remover las aguas estancadas de un medio que él juzga profundamente conservador. Para sus adversarios, su empresa resultará chocante y, como él mismo aventura en el prólogo, no dejará de ser comparado con Cesare Lombroso -el desdeñado creador de la frenología-, mientras que para otros su ensayo sonará un poco a ciencia ficción.

En efecto, algo del novelista -del brillante autor de El sueño de Inocencio- se filtra en estas páginas: el dibujo de un porvenir en el que, cuando al fin seamos capaces de conocer a profundidad el funcionamiento de nuestros genes y nuestros cerebros, seremos capaces de regular la conducta humana con una precisión que el Derecho hasta ahora solo ha atisbado. Un mundo donde saber las cantidades de dopamina, oxitocina o noradrenalina de un individuo, sus disposiciones genéticas o sus disfunciones biológicas permitirá anticipar su propensión al crimen. Un mundo, en fin, donde el Derecho se convertirá en una rama menor de la Biología.

Con una erudición apasionante que nos conduce de la zoología a las neurología y de las ciencias cognitivas a la epigenética, Laveaga desmonta los presupuestos esenciales del Derecho -al menos como nos lo han enseñado hasta ahora-, mostrándonos que la responsabilidad, la imputabilidad o incluso el libre albedrío -si existe: él prácticamente lo niega- nunca volverán a ser los mismos. Siguiendo el modelo de António Damásio -o de uno de sus predecesores, su adorado Hume-, Laveaga piensa que los humanos no perseguimos otra cosa que nuestra homeostasis -en una palabra: nuestro equilibrio- y, por tanto, que nos guían nuestras emociones, no la razón. Emociones que derivan de nuestra arquitectura cerebral y nuestro contacto con el ambiente y que algún día podrán ser moduladas y alteradas a conveniencia.

Ningún tema le obsesiona a Laveaga como el poder y Laveaga asienta su convicción de que el Derecho no es sino el instrumento de unos cuantos para preservar su propia homeostasis: apego, sumisión, obediencia y desobediencia a las leyes dependen de estas mismas bases, instrumentalizadas por las élites para asegurar el control. Él mismo sabe que se acerca peligrosamente a una suerte de determinismo biológico -y a la amenaza del biopoder de Foucault- y en su libro se detiene a tiempo: las preguntas que deja abiertas sobre cómo será el Derecho en el futuro lo vacunan ante cualquier dogma.

No somos sino materia pensante. Acaso lo único que se le escapa a Laveaga en esta exhaustiva y estimulante reflexión -un libro que nadie interesado en estos temas debería dejar de leer- es un principio que proviene de las ciencias físicas más que de las biológicas: la idea de que, aun si llegáramos a conocer con precisión el funcionamiento de nuestros cuerpos y nuestros cerebros, ese saber sería -como revela la física cuántica- apenas parcial y probabilístico. Somos, asimismo, sistemas complejos: es decir, caóticos. Acaso en ese mínimo espacio de incertidumbre sea donde al Derecho del futuro le quede un último resquicio para sobrevivir.

@jvolpi


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