18 nov 2008

El G-20

G-20, muchas luces y alguna sombra/Manuel Escudero, director del Centro de Investigación del Global Compact
Publicado en EL PAÍS, 18/11/08;
El comunicado de la reunión del G-20 celebrada en Washington arroja muchas luces de esperanza sobre la actual crisis. En primer lugar, pone el dedo en la llaga y llama a una acción efectiva respecto a las raíces esenciales de los males financieros presentes: la mejora de los estándares de información pública de las instituciones financieras y la necesaria transparencia del mercado de activos financieros derivados, que estuvieron en el origen del gran fiasco de la banca de inversión; la eficacia y efectividad de las instituciones de rating, y las retribuciones de los altos ejecutivos. Tiene también gran importancia la apelación contra las políticas proteccionistas: era crucial que se evitara una vuelta a las políticas de que cada cual salga del estancamiento a costa del vecino, y tal ha sido el compromiso de los líderes reunidos en Washington.
Algunas demandas razonables acerca de un orden económico mundial más adecuado al siglo XXI se ven reflejadas por primera vez en las palabras de los líderes mundiales. Así, escuchar que “en las instituciones económicas que nacieron de Bretton Woods (el Fondo Monetario Internacional o el Banco Mundial), las economías emergentes y en desarrollo, incluyendo los países más pobres, deben tener mayor voz y representación” es un compromiso que puede tener un enorme recorrido en la reforma del orden económico mundial.
Por último, la reunión es un gran paso hacia una nueva arquitectura mundial al menos en dos aspectos relevantes. En primer lugar, la reunión se ha convocado y realizado con prontitud, lo que habla elocuentemente de un mundo que está adquiriendo gran reflexividad, y que comienza a tener capacidad de respuesta para corregir con celeridad los errores provocados por las propias acciones humanas. En segundo lugar, ha sido el G-20 y no el G-7 el que se ha reunido, reflejando que las grandes decisiones ya no las tomarán las grandes potencias mundiales si no van acompañadas de igual a igual por los países emergentes. Probablemente, en Washington, el mundo unipolar del G-7 ha muerto y ha nacido un mundo más multipolar y multilateral.
Sin embargo, hay cosas que se dicen, o que se omiten, que lanzan alguna sombra sobre los acuerdos. El comunicado no está a la altura de la gravedad de la recesión que nos amenaza. Quizá el primer objetivo de este primer encuentro debería haber consistido en encontrar cuanto antes una salida a las recesiones simultáneas en una multiplicidad de países que, reforzándose unas a otras, pueden llegar a arrastrar a todo el mundo en su conjunto. Sin embargo, la declaración pasa sobre este tema con buenas recetas nacionales y vagas provisiones internacionales. El documento ofrece un plan detallado e inmediato respecto a la reforma de las instituciones financieras, pero no es ni tan detallado e inmediato respecto a la necesidad de restablecer el crecimiento de la economía mundial. Cuando la recesión, vía exportaciones, se comience a sentir de lleno en muchos países emergentes y en vías de desarrollo, ¿dónde estarán los mecanismos precisos y los fondos necesarios para que esos países realicen políticas expansivas monetarias y fiscales, como las que podrán realizar los países desarrollados?
Un segundo aspecto no tan positivo se refiere al horizonte que se abarca. Es cierto que el documento menciona la amenaza del cambio climático y los Objetivos de Desarrollo del Milenio. Pero no existe una conexión conceptual entre el objetivo central de la cumbre, la crisis financiera y otros aspectos candentes, particularmente la necesidad de gestionar globalmente la creciente escasez de recursos naturales.
En tercer lugar, se ha concedido un escaso crédito a los esfuerzos que ya realizan otras grandes potencias económicas ausentes de la cumbre: las grandes corporaciones globales y los sectores financieros que sí observan estándares de responsabilidad adecuados, en contraste con los jefes de los temerarios bancos de inversión que iniciaron el presente caos. Una llamada más explícita a la corresponsabilidad con tales sectores hubiera sido no sólo un reconocimiento a la importancia de las iniciativas voluntarias de responsabilidad del mundo corporativo, sino también una avenida a explorar para la resolución efectiva de los problemas planteados.
Pero tal vez el elemento más problemático del acuerdo es el hecho elocuente de que, a pesar de que se refiere a la reforma de los mercados financieros internacionales, expresa muy claramente que esta tarea corresponde de modo primordial a las autoridades nacionales. Este énfasis en las responsabilidades nacionales ni es anecdótico ni se debe a la particular fijación antirregulatoria de la Administración saliente de Estados Unidos. Más bien está relacionado con un gran obstáculo que todo intento de reforma de la arquitectura económica internacional va a encontrar: la tradicional negativa de Estados Unidos a rendir un ápice de su soberanía a organismos económicos internacionales. Y esto, en el contexto de unas conversaciones que pudieran continuar en el futuro con el mismo tono decidido, va a plantear un problema inédito: ¿es realmente posible conservar el liderazgo en un mundo tan globalizado e interdependiente como el nuestro si el líder no es capaz de renunciar a alguna parcela de su poder de decisión a favor de autoridades más globales?

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