Con licencia para matar
Obama oficializa su permiso a la CIA para que
liquide a presuntos terroristas usando dronesJavier Valenzuela
El País, 11 MAR 2012
Es oficial desde esta semana: la CIA tiene licencia para matar en cualquier momento, en cualquier lugar y por cualquier medio a personas relacionadas con el terrorismo, aunque tengan nacionalidad estadounidense. Lo venía haciendo desde los atentados del 11-S, por supuesto, pero sus víctimas solían ser árabes, afganos, pakistaníes o somalíes, así que el asunto no despertaba mayor debate en Estados Unidos. Sin embargo, la ejecución extrajudicial (targeted killing), el pasado septiembre, de Anwar al-Awlaki despertó dudas y varias organizaciones norteamericanas de derechos humanos presentaron querellas contra su Gobierno exigiendo saber cuáles eran los fundamentos jurídicos de esa acción. Aunque al-Awlaki llevara barba y turbante, fuera un conspicuo predicador en Internet del yihadismo de Al Qaeda y se escondiera en Yemen, no dejaba de ser ciudadano estadounidense. ¿Puede liquidarse sumariamente a un norteamericano sin que, como manda la Constitución, haya mediado una acusación, una detención, un proceso, un juicio y una condena ya inapelable?
Eric Holder, el fiscal general de Estados Unidos, cargo que allí equivale asimismo al de ministro de Justicia, despejó las dudas el pasado lunes. En un muy publicitado discurso en la Universidad Northwestern (Chicago), Holder justificó retrospectivamente el asesinato de al-Awlaki: las autoridades de Estados Unidos se reservan el derecho a eliminar ísicamente a cualquiera, por muy compatriota que sea, que suponga un riesgo grave para la seguridad nacional y no pueda ser detenido y presentado ante un juez. Queda así fijada la doctrina Obama en esta materia, que hereda sin matices la de Bush: el “terrorismo” declaró la guerra a Estados Unidos el 11-S y Estados Unidos responde con la guerra.
Como el viejo agente 007, el personaje de ficción
de Ian Fleming, la CIA tiene, pues, licencia para matar. Aunque allí donde el
británico Bond solía preferir su pistola Walter PPK, el espionaje
norteamericano es un enamorado de los drones, esos aviones no tripulados,
dirigidos por control remoto desde una base, que comenzaron sirviendo para el
reconocimiento, la vigilancia y el espionaje, pero que, armados con misiles
Hellfire, han terminado siendo pájaros metálicos mortíferos. En Afganistán,
Pakistán, Irak, Yemen y Somalia conocen bien a los Predator y sus sucesores, los Reaper:
aparecen de repente y comienzan a soltar pepinazos, llevándose por delante a
los sospechosos… y a unas cuantas “bajas colaterales”. En septiembre, dos Predator con misiles Hellfire machacaron
a al-Awlaki en el norte de Yemen.
El Mosad dispone de una unidad especial, el Kidon,
para asesinar en cualquier lugar a enemigos de Israel
El Mosad siempre ha sonreído por lo bajo ante los
escrúpulos de una parte de la opinión pública estadounidense que debían superar
sus colegas de la CIA en materia de “asesinatos selectivos”. Ahora mismo, el
espionaje exterior israelí libra una “guerra secreta” contra científicos y
militares relacionados con el programa nuclear de Irán. Varios de ellos han
sido abatidos en el mismísimo Teherán, con frecuencia por el procedimiento de
una bomba adosada a su vehículo por unos esquivos motoristas. Es probable que,
dadas las dificultades de los israelíes para moverse en Irán, esos motoristas
sean opositores iraníes, gente de las minorías kurda o suní. Y también es
probable que fueran reclutados bajo una “falsa bandera” (false flag). Los del
Mossad, según informó la revista Foreing Policy, se habrían hecho pasar por
agentes de la CIA para embarcarlos en su campaña de asesinatos.
Es
un secreto a voces que el Mosad dispone de una unidad especial dedicada a
liquidar físicamente en el extranjero a individuos considerados un “peligro
existencial” para el Estado judío, palestinos con
frecuencia y, últimamente, iraníes. Se llama Kidon (bayoneta, en hebreo),
inicialmente fue conocida como Cesárea y aplica la sentencia del profeta
Ezequiel: “Y los enemigos sabrán que soy el Señor cuando haga caer mi venganza
sobre ellos”. Esta unidad consiguió fama mundial tras los Juegos Olímpicos de
Múnich de 1972, cuando se dedicó a ir localizando y abatiendo a los miembros
del grupo terrorista palestino Septiembre Negro que habían causado la matanza
de una docena de atletas israelíes, asunto sobre el que Spielberg terminó
haciendo una película.
En los
últimos lustros, sus éxitos (asesinato en 1996 de Yahia Ayach, El Ingeniero de
Hamás, con un teléfono móvil bomba) y sus fracasos (intento de envenenamiento
en Ammán de Jaled Meshal en 1997) han sido tan novelescos como las hazañas del
sicario israelí Gabriel Allon en los thrillers de Daniel Silva. Lo de Meshal
fue sonado: un comando del Mossad, que usaba pasaportes canadienses, roció con
veneno el oído del dirigente de Hamás en pleno centro de la capital jordana.
Mientras éste quedaba paralizado instantáneamente, su guardaespaldas se lanzó
en pos de los sicarios, dos de los cuales fueron capturados. A cambio de su
liberación, un indignado rey Hussein exigió a Israel la entrega del antídoto
para el veneno, lo que salvó la vida de Meshal, y la liberación del fundador de
Hamás, el jeque Yasín.
En 2008 el
Mosad recuperó su prestigio al abatir al libanés Imad Muhniyeh cuando salía de
la embajada iraní en Damasco. La CIA no había logrado echarle el guante a este
activista de Hezbolá al que siempre se le atribuyeron los atentados que en la
primera mitad de los años ochenta destruyeron en Beirut la embajada
norteamericana y el cuartel general de los marines. Pero el Mosad logró colocar
un explosivo en el reposacabezas de su automóvil. Dos años después, el
descubrimiento de que los agentes israelíes que asesinaron en Dubai a Mahmud al
Mabhuh, activista de Hamás, habían usado documentos de identidad de países
europeos como Reino Unido, Francia y Alemania (otra false flag) le supuso una
china en sus zapatos. Pero fue leve: los afectados se limitaron a murmurar sus
protestas.
Ya en las
novelas de Fleming, la licencia para matar de 007 no era oficial sino oficiosa,
explicitada en documentos altamente confidenciales. Los países europeos no
aplican la pena de muerte ni tan siquiera con todas las garantías del
procedimiento procesal, menos aún sin ellas. Teóricamente, porque algunos han
protagonizado en las últimas décadas escándalos sonoros relacionados con el uso
de fuerza letal sin propósitos defensivos. En Francia fue el affaire Rainbow
Warrior de los años ochenta, en tiempos de François Mitterrand, cuando la
explosión de unas minas colocadas en el buque ecologista por agentes de la Direction Générale de la Sécurité Extérieure
(DGSE) provocó la muerte del fotógrafo Fernando Pereira; el objetivo de la
DGSE era entorpecer las protestas de Greenpeace contra los ensayos nucleares
franceses en el atolón de Mururoa. En Reino Unido, fue la muerte en Gibraltar
de tres militantes del IRA por disparos de comandos británicos en 1988,
gobernando Margaret Thatcher; siete años después, el Tribunal de Derechos
Humanos de Estrasburgo condenaría a Londres por ese caso. En España fue el caso
GAL de los noventa, gobernando Felipe González. En esos y otros casos, lo que
destapó el pastel fue una actuación chapucera.
A
la Rusia de Vladimir Putin se le atribuyen dos asuntos sonoros:
lo que pareció un intento relativamente fallido de envenenamiento con dioxina
del presidente pro-occidental de Ucrania, Víctor
Yúschenko, en 2004, y el asesinato de la periodista disidente Anna
Politkovskaya, tiroteada en 2006 en el ascensor de su vivienda moscovita.
No es de extrañar si se recuerda que el propio Putin fue un oficial del KGB en
los últimos tiempos de la Unión Soviética. Estaba destinado en Dresde y se
dedicaba al reclutamiento de informadores y agentes especializados en el robo
de secretos tecnológicos occidentales.
El Estados
Unidos de Obama, un entusiasta de estos artefactos, ya dispone de una flota de
unos 7.500 drones, y su Fuerza Aérea entrena a más operadores de estos aviones
teledirigidos que a pilotos de cazas y bombarderos. Se dice que Obama es un
entusiasta de estos artefactos, que no ponen en peligro vidas norteamericanas
(síndrome de Vietnam) y permiten cierta distancia entre el verdugo y la
víctima. Pero como ha dejado en evidencia el discurso de Eric Holder de esta
semana, la ejecución extrajudicial es legal en Estados Unidos porque el
presidente y sus abogados dicen que lo es. Así de simple.
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