10 sept 2012

Divorcio en el Zócalo /Roberto Zamarripa

“Muy cerca de mi ocaso, yo te bendigo, Vida,
porque nunca me diste ni esperanza fallida,
ni trabajos injustos, ni pena inmerecida;
porque veo al final de mi rudo camino
que yo fui el arquitecto de mi propio destino (…)
Amé, fui amado, el sol acarició mi faz.
¡Vida, nada me debes! ¡Vida, estamos en paz!” Nervo.

Divorcio en el Zócalo /Roberto Zamarripa
Crónica.
Reforma Pp, 10 de septiembre de 2012
La razón de la ruptura es que a partir del 12 de septiembre inician las asambleas de Morena para decidir si constituye un nuevo partido

Ciudad de México  (10 septiembre 2012).- Dos viejos caminaban al mediodía de ayer sobre el templete colocado frente a Palacio Nacional en el Zócalo.
Se cruzaban uno a otro aparentemente ajenos a la ceremonia en la cual, miles y miles de personas, mayormente en silencio que en euforia, escuchaban el despido de Andrés Manuel López Obrador del agrupamiento que dirigió nacionalmente y en el que militó durante 23 años, el Partido de la Revolución democrática.
Va a formar otra organización.
Uno de esos viejos que camina frenético sobre el templete, Enrique González Pedrero, hoy con 83 años a cuestas, hace un cuarto de siglo estaba en las filas contrarias al cardenismo.
El otro, Porfirio Muñoz Ledo, hoy lindando las ocho décadas de vida, era fogoso orador y emblema de lucha. Ayer caminaban sin parar, quizás por prescripción médica, pasando al lado de un hombre que miraba como estatua el mitin.
Era Manuel Bartlett, a quien la izquierda de entonces le acusó de propiciar el fraude electoral contra Cárdenas. Hoy, los tres viejos compartían y no reñían.
Aunque tampoco se hablaban entre sí. Separados, fueron testigos entonces del origen, y hoy, juntos, de la reedición. La miraron callados, muy callados.
En 1989, tras lo que Cuauhtémoc Cárdenas calificó como fraude electoral, surgió el PRD.
Las masas le pedían a Cuauhtémoc en este mismo Zócalo tomar Palacio Nacional. Él creó un partido. Entonces, emergiendo de un movimiento de indígenas y rompiendo con su militancia priista, Andrés Manuel López Obrador, un activista político originario de Macuspana de 35 años de edad, aceptaba ser el candidato de esa organización naciente a la gubernatura de Tabasco.
Este domingo 9, ante miles de sus seguidores, López Obrador, de 58 años de edad, dos campañas presidenciales a cuestas, dos candidaturas a Gobernador de Tabasco y una gubernatura en el Distrito Federal, anuncia su "separación" de los partidos del Movimiento Progresista, incluido el PRD, mismos que lo postularon a la Presidencia hace algunos meses.
"No se trata de una ruptura. Me despido en los mejores términos", explica para arrancar algunos aplausos, pero no necesariamente una ovación. Ni arriba, ni abajo. Ni en el templete ya no repleto como en otros mítines, ni en la plancha del Zócalo, llena sí, pero transitable en sus orillas, signo inequívoco de que no es ésta la mayor manifestación de apoyo al tabasqueño pero, tampoco, se trata de una manifestación desdeñable.
La razón de la ruptura es que a partir del 12 de septiembre, pasado mañana, inician las asambleas de Morena (Movimiento Regeneración Nacional) para decidir si constituye un nuevo partido de izquierda el próximo 20 de noviembre.
El aviso no genera muecas entre líderes de los partidos que apoyaron a AMLO y que sí vinieron al mitin. Sobre aviso estaba Jesús Zambrano, el presidente del PRD, quien ya había tomado nota el pasado jueves durante un encuentro a las ocho de la mañana con López Obrador.
Por eso Zambrano ya ni vino a la firma del divorcio. Ni a sus abogados mandó.
La plancha del Zócalo tardó en llenarse. Decenas, cientos de camiones trasladaron a los simpatizantes desde distintas entidades.
Otros tantos llegaron por su propio pie. Pasadas las once de la mañana la plancha estaba llena y debajo de los portales se protegían quienes no querían el sol en sus caras. Arriba no estaba ni el Jefe de Gobierno saliente, Marcelo Ebrard, ni el entrante, Miguel Ángel Mancera.
Tampoco Graco Ramírez, Gobernador electo de Morelos, ni Cuauhtémoc Cárdenas, el líder histórico del PRD, y el otro candidato presidencial del perredismo. (Sí, sólo han tenido dos candidatos presidenciales en cinco elecciones. Dos en 24 años).
Tras el templete ha sido colocada una enorme manta que dice: "Lo nuestro es una cuestión de dignidad" que daba algo de sombra a personajes como Martín Esparza. Hay de todo: desde Ricardo Monreal a Armando Ríos Piter; de Manuel Camacho a Rosario Ibarra: Edgar Sánchez y Alberto Anaya; Flavio Sosa y Alfonso Durazo.
Está también Ana Guevara, de pants rojos y tenis Nike, y Javier Jiménez Espriú, figura señera de la UNAM, quien lanza un discurso de mayor acidez incluso que el del propio AMLO.
"Hemos sido sentenciados por el Tribunal Federal Electoral, sin derecho a fianza, a seis años de regresión, opresión, corrupción y trabajos forzados, y esto significa, para nosotros, los que no estamos de acuerdo con la sentencia, una lucha social sin cuartel para defender una democracia que se desmorona, un patrimonio que desaparece, una soberanía que se remata al mejor postor", define quien había sido propuesto para ser titular de la Secretaría de Comunicaciones y Transportes en caso de que el Movimiento Progresista venciera a Enrique Peña.
Por cierto, cuando don Javier acelera su oratoria y dice que "nos esperan seis años de un futuro oprobioso", de la plancha asoman los dientes afilados en las partes extremas con gritos de "¡Revolución! ¡Revolución!".
El grito prende. Esta izquierda partidista ya ha alegado tres fraudes presidenciales y siempre queda en la raya.
Pero López Obrador viene persuasivo y no agitador. Explica, diserta, aplaca.
Defiende la participación electoral echando agua fría a los gritones de abajo: "siempre debe intentarse la transformación por la vía pacífica y electoral. Respeto otros puntos de vista, pero no considero a la violencia como alternativa".
Siguen los gritos de "¡Revolución!", pero los apaga el calor y la perorata obradorista. "Pienso que produce más sufrimiento y se terminan imponiendo con mayor facilidad quienes no tienen la razón, pero cuentan con la fuerza para reprimir. La violencia, en vez de destruir al régimen autoritario, lo perpetúa", alega y califica de "halcones" a los gobernantes priistas entrantes.
Dulces de felicidad
A eso viene Obrador. Al apacigüe y al deslinde. Reivindica como triunfo de su movimiento de una docena de años, la emergencia de clases medias y del movimiento juvenil #YoSoy132: "Un movimiento limpio, auténtico, independiente y creativo. Al grado que podemos proclamar que ya se tiene relevo generacional".
Y sí, el mitin tiene otro rostro.
Tradicionalmente las manifestaciones del tabasqueño tenían amplias zonas de ancianos en las primeras filas. Este domingo son ínfimas en comparación con la pléyade de jóvenes dispersos por la plaza.
Tanto que dos hijas de dos dirigentes del primer círculo de AMLO son oradoras estelares: las diputadas Luisa Alcalde, hija de Bertha Luján y Arturo Alcalde, y Fernanda Romero, hija de Octavio Romero, uno de los más cercanos al líder tabasqueño.
Hay en el Zócalo un evidente cambio de discurso. La parsimonia sustituye a la sangre tropical.
La impugnación se convierte en resignación. Nadie habla de impedir que Peña Nieto tome asiento en la silla presidencial como si se amenazó en 1988 con Salinas o en 2006 con Calderón.
Por si las dudas, AMLO repite: "No voy a reconocer a Peña Nieto como Presidente legítimo de México", pero eso, aunque arranca aplausos, ya se escucha lejano. Vaya, no parece ser lo mero principal.
López Obrador viene a serenar.
Le gritan revolución y responde formemos un partido. Le reclaman desobediencia y pide asambleas distritales. Le piden armas y reparte dulces de sonrisas.
"Podemos ser felices si dedicamos nuestra existencia a procurar el bienestar y la felicidad de otros. Además, la vida es demasiado corta para desperdiciarla en cosas que no valen la pena", recomienda con mayor peso cristiano que militante.
En 70 días, AMLO tendrá nuevo partido. Dicen que sus encuestas internas le arrojaron, después de la elección, que 35 por ciento de sus votantes, casi 6 millones de personas, querían un nuevo partido. Y que su plazo legal para registrarlo es en enero de 2013.
Y formulan de antemano su NRDA. Raquel Sosa lee, en nombre de los organizadores de la agrupación en ciernes, requisitos estatutarios: no les moverá la ambición al dinero, ni el poder para beneficio propio; y no se permitirá "ninguno de los vicios de la política actual: el influyentismo, el amiguismo, el nepotismo... la perpetuación en los cargos, el uso de recursos para imponer o manipular la voluntad de otros, la corrupción ". ¿Hay alguien ahí?
Ceremonia del adiós
"Me separo", expresa textual y de manera áspera López Obrador para darle mayor dramatismo a la decisión. Ahí se ven.
Solo a un dirigente le da las gracias por su nombre, al del PT, Alberto Anaya. A los del PRD, su partido, nomás el agradecimiento anónimo. "Les di lo mejor de mí y los representé con entrega y dignidad. Estamos a mano y en paz", espeta al firmar el divorcio en tribuna entre aplausos, algunos silbidos y extrañezas.
Obrador habla del legado, pero sin ápice de autocrítica. Lo suyo suena a despedida no a candidatura. Incluso adelanta un epitafio.
"Pensemos en ese extraordinario luchador social, Ricardo Flores Magón, que decía: 'Cuando muera, mis amigos quizá escriban en mi tumba: 'Aquí yace un soñador', y mis enemigos: 'Aquí yace un loco'. Pero no habrá nadie que se atreva a estampar esta inscripción: 'Aquí yace un cobarde y un traidor a sus ideas'".
Es su despedida. Será, anticipa, el delegado del grupo seccional en Copilco del partido en ciernes en la asamblea del próximo sábado 15. Acelerará todo para un nuevo partido, a costa, quizás, de la división de quienes fueron sus apoyadores hasta este domingo.
AMLO desciende la escalinata poco antes de las dos de la tarde para zambullirse entre miles de simpatizantes que agitan sus manos para la caricia. La plancha, empero, se vacía rápido, en silencio, sin euforia ni enojos.
Sin cantaletas ni consignas. Van callados los seguidores. Muy callados

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