3 ago 2013

LA GUERRILLA IGNORADA/David Flores.


LA GUERRILLA IGNORADA/David Flores.
Acabo de terminar de leer el libro de Guillermo Robles Garnica, cuyo ameno y valiente testimonio, aporta anécdotas muy interesantes sobre una fase poco explorada, que es la experiencia de quienes tuvieron que refugiarse en Cuba con motivo de la actividad revolucionaria en la que participaron.

A partir de esto, la primera idea agusanada que sostengo es que el gobierno cubano no supo –ni lo ha hecho nunca – corresponder a las muestras de solidaridad de todas las organizaciones armadas, civiles y políticas que han defendido de manera comprometida y hasta sus últimas consecuencias a la Revolución Cubana.
Pero antes de que me destrocen veamos.

 Básicamente fueron tres grupos los que partieron con destino a isla de Cuba luego de la ejecución de sendos operativos.
 El primer grupo se derivó del secuestro del entonces rector de la Universidad Autónoma de Guerrero, Jaime Castrejón Diez, acción ejecutada por la Asociación Nacional Cívica Revolucionaria (ACNR) el 19 de noviembre de 1971, por cuya liberación obtuvieron la entrega de dos y medio millones de pesos y la excarcelación de 9 activistas, entre ellos el polémico Mario Menéndez Rodríguez.
 El segundo -y tal vez el más notorio por sus características- fue el caso de los militantes de la Liga de los Comunistas Armados (LCA), quienes el 8 de noviembre de 1972 tomaron por asalto un avión que salía de la ciudad de Monterrey y tras tensas negociaciones logaron la liberación de varios de sus compañeros que estaban presos y la ubicación de otros que andaban prófugos, además de la entrega de cinco millones de pesos y de armamento; de modo que un total de 13 guerrilleros (algunos hablan sólo de 10) salieron con destino a la Habana en donde fueron recibidos por el gobierno de Cuba.
 Sin embargo, esa no sería la primera vez que un mexicano se veía involucrado en un caso de piratería aérea. El 10 de enero de 1969 el joven mexicano de origen español, Jesús Raúl Anaya Rosique –ex dirigente estudiantil de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM y en ese entonces corresponsal de una agencia de noticias en la ciudad de Quito- había secuestrado un avión de Aerolíneas Peruanas procedente Guayaquil con dirección a Miami, desviándolo hacia La Habana; y siete meses más tarde dos jóvenes mexicanos, María del Pilar Muñoz y José Cabrera, desvían un avión de Mexicana de Aviación hacia La Habana en donde el gobierno cubano les concede asilo político, provocando con ello una dura crítica por parte de la prensa mexicana, a la que por su parte el periódico Granma reacciona con una violenta réplica.
 El tercer y último grupo es el que salió luego del secuestro del cónsul norteamericano en Guadalajara, Terrance George Leonhardy, operativo ejecutado por parte de las Fuerzas Revolucionarias Armadas del Pueblo (FRAP) el 3 de mayo de 1973, y gracias al cual se logró la excarcelación de 30 guerrilleros presos en distintas partes del país y pertenecientes a diversas organizaciones armadas. Así, este grupo saldría pocos días después en un avión de la fuerza área mexicana con destino a la Isla de Cuba.
 Con esta referencia retomo no sólo el testimonio del compañero Garnica, sino también el que otros ya han hecho de manera pública y privada sobre su experiencia como “invitados” en la Isla de Cuba.
 Para muchos de ellos su estancia en ese modelo y paradigma de la revolución socialista fue todo un desengaño, cuyo saldo fue el desánimo, la depresión y en algunos casos hasta la decepción.
 Es importante señalar que, independientemente de su experiencia personal, ninguno de ellos se ha atrevido a negar o a cuestionar los logros de la Revolución Cubana; sino que más bien, esos sentimientos se fundamentan en la forma en cómo fueron tratados, pero sobre todo, respecto a la posición asumida por gobierno de Cuba respeto al de México.
 La mayoría de los activistas que llegaron a Cuba por vía de acciones revolucionarias, creyeron que su estadía en Cuba sería muy distinta a la que realmente experimentaron. Algunos llegaron con la idea de reagruparse y consolidar una organización armada que, previa instrucción militar en la isla, regresarían a México para continuar la lucha; otros pensaron en la oportunidad de prepararse y aprovechar su estancia para consolidar su formación académica e ideológica; otros más ilusamente creyeron que en algún momento serían llamados para conocer y experimentar los logros de la revolución y hasta participar en sus avances. Pero la realidad fue que nada de eso sucedió.
Todo lo contrario. Desde que llegaron fueron aislados, clasificados, encuartelados y limitados en sus libertades más básicas y derechos de todo asilado, o al menos invitado: como el de expresión y libre tránsito. Algunos de ellos se atrevió a afirmar que si no les daban esas libertades a los cubanos, mucho menos a ellos, pero esa es sólo una opinión.
Lo real es que si bien se les proporcionó todo lo necesario para su subsistencia -comida, techo y vestido- también lo es que individual y colectivamente en la práctica se les marginó. De modo que más que una guerrilla olvidada –como titula Héctor Guillermo su libro- más bien fueron una guerrilla ignorada. Tan así, que la mayoría de ellos iniciaron las gestiones para salir de la isla, algunos lo lograron, otros no.
Pero lo más lamentable de esa carencia de solidaridad no fue el que no se les proporcionara adiestramiento militar, o que no se les permitiera estudiar, o que no se les facilitaran los medios para tener una estancia más provechosa. Sino porque la posición del gobierno cubano siempre fue –y ha sido, salvo el raspón del “comes y te vas”- de franco y abierto respaldo a los gobiernos de México en turno, y de manera más irónica y penosa todavía con el de Luis Echeverría Álvarez (tal vez el principal represor de los movimientos revolucionarios en México) a quien cuando visitó la isla el gobierno cubano, y Fidel Castro en persona, lo trataron con todos los reconocimientos y honores posibles.
Y para colmo, para que no fueran a estorbar, a los revolucionarios mexicanos se le envió a la fuerza a otra isla más pequeña, como de concentración.
Eso lo supieron desde que llegaron, el propio Manuel Piñeiro se los advirtió desde el principio, el gobierno cubano consideraba al de México como su amigo y unos de sus principales aliados, recordando que el gobierno de México era el único que se había mantenido del lado de los cubanos en los momentos diplomáticos más difíciles. Eso, sin contar, que de México había partido el Granma en donde venían quienes encabezarían y llevarían al triunfo a la Revolución Cubana. Por eso, el mismísimo Fernando Gutiérrez Barrios tenía trato de comandante en la isla, además de prodigársele el más grande de los afectos. En consecuencia, el gobierno de Cuba no haría absolutamente nada que fuera en contra del gobierno mexicano. Y quedó bien claro!
Pero no sólo se les escondió y marginó en estos casos; también cuando Leonid Brezhvev visitó la isla se les confinó. Y cuando se llevaban a cabo otro tipo de celebraciones también sucedía lo mismo, de modo que apenas y tenían la oportunidad de entrevistarse con los camaradas que integraban las delegaciones mexicanas; además de que el aislamiento al que estaban sujetos incluía cualquier tipo de contacto fuera de Cuba, incluidos sus familiares. Al tal grado llegó esta situación que el resto de los asilados políticos radicados en la isla, principalmente latinoamericanos, empezaron a ver al grupo de mexicanos con desconfianza y hasta desprecio.
Acabamos de celebrar recientemente el pasado 26 de junio el 60 aniversario de la Revolución Cubana y nuevamente los revolucionarios de México hicieron patente su solidaridad con el gobierno y el pueblo de Cuba. Una solidaridad, como se ve, mal correspondida. Así lo pudieron atestiguar quienes formaron parte de aquella guerrilla ignorada. 

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