23 jun 2014

Ana la patita andante/Alex Álvarez


Ana la patita andante/Alex Álvarez

 Todas las noches después de que caía el último rayo del sol, Ana miraba al cielo para contemplar las estrellas y la luna.
 -¿Te has fijado en lo hermosas que son las estrellas? – preguntaba la patita emocionada.
 -Yo sólo veo un montón de puntos brillantes en la oscuridad- le contestaba Renata, una rana de barriga verde.
 -Observa con cuidado Renata, están acomodadas en perfecto orden, es como si cayeran de un cielo infinito, es como una lluvia, ¡eso, es como una lluvia de estrellas!- dijo Ana con asombro.
 Lo que Ana y Renata miraban era la Lluvia de Estrellas número 85, un fenómeno cósmico que pocas veces ocurría, y que según los astrónomos era el primero de dos que ocurrirían ese año.
 A Renata la rana de barriga verde parecía no interesarle mucho eso de las estrellas y el cielo nocturno, así que se despidió de Ana con un “croac”, que en el idioma de las ranas y los sapos significa buenas noches y cerró los ojos después de un enorme bostezo e inmediatamente cayó en un profundo sueño en el que era una famosa bailarina.

 Ana no cerró sus ojos en toda la noche admirando la ráfaga blanca que manchaba el cielo nocturno, fue hasta muy temprano por la mañana cuando el primer rayo del sol apareció que la patita andante se quedó dormida.
A la orilla del río, Uga una anciana tortuga de más de cien años, les contaba historias a los pequeños pececillos que pasaban presurosos siguiendo la corriente y sólo hacían un alto obligatorio para escucharle, les hablaba sobre un principito que vivía en un planeta muy pequeño y adoraba una rosa, también les contaba la historia de un caballero andante que luchaba contra gigantes, y cuentos de enormes ballenas y hermosas sirenas.
Mientras el último grupo de pececillos se despedía, llegó hasta Uga, Anizeta, la cigarra más veloz de toda la comarca, nadie agitaba las alas más rápido que ella.
-Uga, Ana no durmió en toda la noche, sólo miraba el cielo- le dijo un poco triste.
 -Es porque necesita volar, necesita irse de aquí- le dijo Uga con voz lenta.
 -¿Irse?, pero ¿a dónde?, si este es su hogar, todos aquí le queremos mucho- contestó confundida la cigarra.
 -Ana pertenece a una familia de patos migrantes…-
 -¿Mi qué?- lo interrumpió Anizeta.
 -Migrantes, quiere decir que viajan de un lugar a otro, es su naturaleza, por eso Ana todas las noches mira el cielo- le dijo con sabiduría el viejo Uga.
 -¿Entonces por qué no vuela?- preguntó la cigarra.
 -Porque no sabe aún.
 -¿No sabe volar? pero usted me dijo que pertenecía a una familia de… mmm patos que vuelan muy lejos- le dijo confundida la cigarra.
 -Claro que sabe volar, pero necesita saberlo.
 -¿Saber que sabe volar?- la cigarra cada vez entendía menos.
 -Exacto, Ana debe saber que en algún lugar del norte, una familia de patos migrantes la espera- dijo Uga con una sonrisa en su rostro.
 Uga por ser el más viejo de todos, conocía muchas historias, entre ellas, la de Ana y el día en que por accidente la olvidaron en el río. Su familia apresurada por la migración y porque un grupo de cazadores los perseguía, se fueron volando sin despedirse y no se dieron cuenta que la pequeña Ana se encontraba jugando con un caracol de lento caminar.
 La cigarra llevó la noticia por todos lados, así que los amigos de Ana decidieron ayudarle para que emprendiera el vuelo, era algo muy triste para ellos, porque le tenían mucho cariño, pero sabían que ella sería muy feliz al lado de su familia, así que eso también les alegraba.
 Esa mañana el sol había salido más brillante que nunca, las hojas de los árboles parecían más verdes de lo común y el agua del río se antojaba fresca para un buen chapuzón.
 -Abre las alas, muévelas y ahora salta- gritaba la cigarra desde lo alto dándole instrucciones para volar.
 -¿Cómo lo hago?- preguntaba Ana agitada por el esfuerzo.
 -Muy bien- respondía Anizeta.
 La verdad es que Ana poco podía levantar su pequeño cuerpo del suelo, sus alas no eran capaces de hacerla volar.
 -¿Cómo vas Ana?, escuchamos que aprendes a volar ¡eh! Cuando quieras nadar nosotros te podemos enseñar- Dijeron a coro el grupo de pececillos nadando apresurados con la corriente.
 -Gracias- les contestó Ana –lo tendré en mente.
 Después de mucho esfuerzo intentando volar el día se fue, Ana no logró mucho, pero no perdía la esperanza de que al día siguiente seguro volaría. Anizeta en cambio, pensó que era una tarea imposible enseñarle a volar.
 Renata la rana de barriga verde cantaba alegre sobre un nenúfar, la luna que asemejaba un enorme pedazo de queso incompleto bailaba reflejada en las tranquilas aguas.
 -Renata, ¿cuando darás un concierto?- preguntaba Ana sin dejar de ver las estrellas y la luna.
 -¿Un concierto, yo?, no, qué dirán de mí, no, que pena- decía la rana apresurada.
 -Si tu sueño es ser bailarina y cantante famosa nunca lo lograrás cantando durante la noche, cuando todo mundo está dormido, necesitas que te vean, así admirarán tu talento- dijo Ana.
 -Talento, ¿en verdad lo crees?- dijo Renata con los cachetes rojos de emoción.
 -Estoy segura- afirmó Ana.
 -Talento, tengo talento, un concierto, para todos, aplaudiéndome, bailando, la estrella, Renata… -decía la rana mientras caminaba alejándose de Ana.
-Es mejor que esta noche intente dormir- pensó Ana en voz alta.
-He escuchado que pronto te irás de aquí Ana- le dijo Pecillo el pez que nadaba en contra de la corriente.
-Sí Pecillo, estoy aprendiendo a volar, es más difícil de lo que imaginé, pero Anizeta es buena maestra.
-Persevera Ana, pronto lo lograrás- dijo Pecillo sonriéndole.
-Pecillo, ¿por qué nadas contracorriente?- preguntó Ana.
-Porque nadando contracorriente puedo encontrar cosas maravillosas antes que la corriente se las lleve, si nado en dirección de la corriente jamás me encontraría con ellas, el esfuerzo es mayor pero vale la pena- le dijo sonriente.
-Qué interesante no lo había pensado de esa manera- dijo Ana.
-Espero que algún día el resto de mis amigos puedan entenderlo y naden contracorriente- dijo Pecillo animoso.
-Verás que sí Pecillo- dijo Ana.
Se despidieron con una sonrisa y Ana durmió como no lo hacía en noches.
Pasaron dos semanas con las clases de vuelo, pero no conseguía levantar siquiera diez centímetros del suelo, los ánimos de Anizeta no eran muy buenos, pero Uga la alentaba a seguir con las clases, en cambio Ana estaba segura de poder lograrlo.
Una noche en que la luna parecía un enorme queso al que no le faltaba ni un pedazo, Ana cerró los ojos, justo cuando estaba entrando en uno de sus sueños, la sonrisa de la luna la despertó, se talló los ojos para verla con claridad, la luna le habló al oído palabras que nadie escuchó, sólo Ana, cuando la luna regresó a su lugar, las estrellas empezaron a caer desde el firmamento como si fueran gotas de agua, entonces, las alas de Ana se llenaron de brillo, rodeada por pequeñas estrellas Ana se levantó del suelo sobre el que dormía, en un giro mágico Ana estaba volando sobre el río, las risas de las estrellas despertaron a todos para que vieran a Ana volar, lo hacía con enorme facilidad, incluso era más rápida que Anizeta, esa noche todo fue fiesta.
 La mañana siguiente, Ana empacó sus cosas y se despidió uno a uno de sus amigos y bajo el sol alegre emprendió el vuelo. Desde el aire pudo ver a un grupo de pececillos nadando contracorriente, un letrero que decía “Hoy Renata la rana cantora” y aunque nadie lo sabía hasta entonces, la cigarra Anizeta tocando el ukulele.
 Voló durante todo el día en dirección al norte, cuando la noche cayó, una lluvia de estrellas la arropó en su largo viaje.
 A orillas del río, Uga contaba a los más pequeños la historia de Ana la patita andante, aunque a veces le cambiaba el título por el de Ana la patita viajante, pero siempre terminaba con la frase “en algún lugar del norte se encuentra junto a su familia la patita que nunca dejó de soñar”.
Fin.

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