Razones/Jorge
Fernández M.
Excelsior, 17 de septiembre de 2014
Nadie supo
nada: la muerte de Garza Sada
Hay
dos tipos de impunidad: la que simplemente deja los crímenes sin castigo alguno,
y la que aparenta hacer justicia castigando a algunos responsables, pero jamás
toca a quienes los instigaron y permitieron. Hemos tenido muchos crímenes de
este tipo en nuestro país. Queda claro que Aburto mató a Colosio, pero nunca
hemos sabido a ciencia cierta quién o qué lo llevó a cometer ese crimen.
Sabemos que Daniel Treviño mató a Ruiz Massieu y sabemos quién lo contrató,
pero nunca hemos conocido los móviles y los verdaderos responsables de esa
muerte. Sabemos que Toral mató a Obregón, pero nunca hemos conocido a fondo la
conspiración que hubo detrás, ni por qué el cuerpo de Obregón estaba atravesado
por muchos más disparos de los que pudo hacer el asesino.
Uno
de esos casos en que la responsabilidad política ha quedado impune es el
asesinato hace 41 años de don Eugenio Garza Sada. Sin embargo, sabemos quiénes
fueron los responsables de esa muerte. En 2006, publicamos el libro Nadie
supo nada, la verdadera historia del asesinato de Eugenio Garza Sada.
Años atrás, revisando la documentación de la Dirección Federal de Seguridad que
había sido trasladada al Archivo General de la Nación, en el antiguo Palacio de
Lecumberri, había encontrado los documentos que permitían confirmar que la
muerte del presidente de la Cervecería Cuauhtémoc y líder empresarial del
llamado grupo Monterrey, ocurrido el 17 de septiembre de 1973 tras un frustrado
intento de secuestro por una célula guerrillera, había sido una acción
consentida, conocida previamente y realizada con el visto bueno del gobierno en
turno, que encabezaba Luis Echeverría.
En
el documento de la DFS desclasificado y marcado con el expediente 11-219-972,
en el legajo dos, hojas 46 y 47, se puede leer un detallado informe enviado por
el representante de la DFS en Nuevo León, Ricardo Condelle Gómez, titulado
“Planes de secuestro de los industriales Eugenio Garza Sada y Alejandro Garza
Lagüera”. El documento está fechado el 22 de febrero de 1972, un año y medio
antes de los hechos.
Allí
se puede leer que Manuel Saldaña Quiñones (alias Leonel) “que fue reclutado,
dice el documento, como profesional de la guerrilla por Héctor Escamilla Lira (alias Víctor) en septiembre de 1971”, era
informante de la DFS. En el documento se describe con pelos y señales lo que
ocurría en la “casa número 18, apartamento cinco de Casas Grandes, colonia
Narvarte” donde vivían y se reunían los dirigentes de la organización que con
el paso del tiempo se transformó en la Liga 23 de septiembre. En el documento
se relata el contenido de las reuniones y se dice que “aproximadamente el 4 de
diciembre (de 1971) efectuaron una junta donde (…) propusieron efectuar el
secuestro de una persona que pagara inmediatamente un rescate de varios
millones de pesos para comprar más armas y una radiodifusora para la trasmisión
clandestina de mensajes revolucionarios…”.
Se designó a
Héctor Escamilla Lira como responsable de la operación. También a un grupo de
entre diez
y 12 personas para efectuar el operativo. Todos están identificados en ese y en
documentos posteriores. En uno de ellos, de febrero del 72, se dice que “el 8
de diciembre del 71, Leonel regresó a Monterrey y supo por boca de Víctor
(Escamilla Lira) que los señores Eugenio Garza Sada y Alejandro Garza Lagüera,
serían las personas que el grupo trataría de secuestrar”.
Escamilla
Lira fue detenido mucho más tarde en Culiacán. En su declaración ratificó y
amplió el informe confidencial que había recibido la DFS. Dice que se volvió a
encontrar con Leonel antes del secuestro y que éste había admitido que había
sido detenido y “se había visto obligado a denunciar al exponente (o sea a
Escamilla) como uno de los participantes” en el comando y que “obtuvo su
libertad mediante el compromiso de continuar proporcionando información a la
policía”. Escamilla era vigilado, dicen los documentos, por la DFS, pero no fue
detenido para que continuara con su plan. En Monterrey, según su testimonio, Escamilla se alojó en la casa de Jesús
Piedra Ibarra, el hijo de Rosario Ibarra de Piedra, quien posteriormente sería
desaparecido. Escamilla confesó que él tenía la responsabilidad de vigilar
los movimientos de Garza Sada y de organizar el secuestro. Que él mismo decidió
el lugar y la fecha del operativo, pero que unos días antes del mismo fue
enviado a Tampico porque la célula en la que participaba consideraba “que ya había
sido descubierto por la policía”.
Aunque
la célula encargada del secuestro siguió viviendo en sus mismas casas y no se
modificó ni la fecha ni la hora ni el lugar del operativo, no fueron detenidos.
Siguieron adelante con su plan. Garza Sada y su chofer fueron asesinados cuando
se enfrentaron a los secuestradores.
La
historia está completa en el libro y confirma que hubo participación y
tolerancia del gobierno de Echeverría, que conocía previamente y al detalle lo
que ocurriría. No hizo nada. Han pasado 41 años, y el caso sigue impune.
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