11 ene 2015

Biblioteca inagotable/J. JESÚS ESQUIVEL

Biblioteca inagotable/J. JESÚS ESQUIVEL
Revista Proceso 1993, 10 de enero de 2015
Washington.- En la redacción escuchaba la plática sobre Vicente Fox entre Álvaro Delgado y Pepe Gil Olmos, cuando de pronto apareció don Julio: “Don Álvaro, don Pepe, señor Esquivel. ¿Qué dice de nuevo el poder en Washington?”, me cuestionó a manera de saludo el fundador de Proceso… y me quedé helado.
Tenía apenas unos meses como corresponsal de la revista en la capital de Estados Unidos y me sorprendió que alguien tan grande como don Julio Scherer, a quien veía en persona por primera vez, supiera mi apellido y quisiera conocer mi opinión.
Después de saludar a Álvaro y a Pepe, me tomó del brazo en espera de mi respuesta.
–No mucho, don Julio. Washington está muy metido en su guerra contra el terrorismo y con Saddam Hussein –fue lo que se me ocurrió responder y al instante me soltó del brazo para seguir saludando a los demás colegas que estaban en la redacción.
Me sentí un idiota. Ignorante de la personalidad de un gran coloso del periodismo como don Julio, pensé que mi respuesta apuntalaba mi temor de que nunca sería parte de la revista que desde adolescente más he admirado.

–Conocí y saludé a don Julio –le conté más tarde, frente a unas cervezas, a Homero Campa, el coordinador de la sección de internacionales.
–¡Ah! ¿Y qué dijo? –me preguntó Homero.
Saltándome lo referente a mi temor, le conté con detalle el incidente; acentuando que creía que mi respuesta le provocó soltarme del brazo.
–No te preocupes, así es don Julio –me respondió Homero dejándome todavía más confundido.
Meses después, en la celebración del 26 aniversario de Proceso se dio mi segundo encuentro con él.
En mis intentos por sentirme parte de la revista, me integré a la plática que sostenían Alejandro Gutiérrez, Pepe Gil, Álvaro, Homero y Rodrigo Vera; todos con nuestros tragos en las manos. La entrada de don Julio al patio de la casona de Fresas número 13 dejó en silencio al grupo de reporteros.
Como siempre, don Julio saludó a todos de mano y con un abrazo de felicitación por un aniversario más de la revista que fundó. Tocó que a mí me saludara al final y después de darme el abrazo me miró a la cara y me preguntó: “¿Y qué nos cuenta del imperialismo del presidente (George W.) Bush?”.
Más rojo que un jitomate iba a darle mi respuesta cuando, para mi suerte, Vicente Leñero rompió el círculo al que se había integrado don Julio y se lo llevó para que se uniera al grupo de los dirigentes de la revista en otra parte del patio.
La campana me salvó de otro ridículo, me dije.
Nunca tuve el privilegio de platicar a solas con don Julio. Todos mis encuentros con él fueron en las instalaciones de Proceso y junto a varios de mis colegas. Me enteré, por quienes sí tuvieron esa suerte, de que una comida o un café a solas con don Julio era una especie de clase de periodismo, de historia y de civismo.
Una felicitación
Todos quienes tuvimos el privilegio de conocer a don Julio, creo, atesoramos el recuerdo de un momento especial con el gran maestro. El mío ocurrió en mayo de 2006, después de cronicar en la revista un desencuentro verbal que tuve con el expresidente Fox al concluir el discurso que éste dio en la Universidad Harding, en Little Rock, Arkansas.
Me encontraba en la oficina de Proceso en Washington cuando sonó el teléfono; era la señora Ángeles Morales, asistente de la dirección de la revista.
–Don Rafael quiere hablar contigo –me dijo la señora Ángeles.
Me puse muy nervioso; lo primero que se me ocurrió fue que vendría algún regaño por mi trabajo.
–Jesús, don Julio, quien se encuentra frente a mí, te felicita por tu texto del pleito con Fox. Felicidades –me dijo.
Le di las gracias y con eso concluyó la llamada telefónica.
Cada vez que recuerdo esa conversación se apodera de mí una emoción tal vez inmerecida. Scherer, el periodista más importante de México, me felicitó por uno de mis trabajos para Proceso. Hasta el día de hoy no me lo creo.
El tiempo transcurrió y con ello más encuentros con don Julio en la redacción de Proceso, siempre en esa histórica sala en la Colonia del Valle.
–Escriba un libro para que nos cuente lo que se dice en Washington –me dijo en uno de esos encuentros don Julio y corrí a contárselo a Salvador Corro, el subdirector.
–Si te lo dijo es por algo. Don Julio tiene buen ojo –me aconsejó Corro.
Desde que lo conocí, además de celebrar mi suerte por la motivación que me dio para atreverme a escribir un libro, siempre pienso que es imposible dejar de aprender de este gran gigante del periodismo mexicano e internacional.
“Así somos en Proceso. Aquí estamos y así seguiremos”, en varias ocasiones me lo ha reiterado don Rafael.
Otra de las cualidades que siempre admiré de don Julio fue su caballerosidad. Fui testigo de que a toda mujer que saludaba, siempre le daba un beso en la mano y, sin soltársela, le decía algún piropo. “Es un señor que te enamora con sus palabras y te doblega con ese beso en la mano”, me confeso Carmen, la compañera de mi vida, la primera vez que tuvo la fortuna de que la saludara Scherer en una de las fiestas de aniversario de la revista.
Adiós, don Julio. Su trabajo, su legado y su caballerosidad siempre serán para mí una biblioteca inagotable de aprendizaje. 


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