El
economista Hernando De Soto refuta las tesis de Piketty/Hernando de Soto, economista peruano, es autor, entre otros libros, de El misterio del capital. ¿Por qué el capitalismo triunfa en occidente y fracasa en el resto del mundo? (2000).
El
País |3 de mayo de 2015
La
obra de Thomas Piketty El Capital en el Siglo XXI concitó interés a nivel
mundial, no porque emprenda con ella una cruzada contra la injusticia social
—somos muchos los que lo hacemos— sino porque, basándose en sus lecturas de los
siglos XIX y XX, enarbola como tesis central: “El capital produce mecánicamente
desigualdades arbitrarias e insostenibles” que inevitablemente conducen al
mundo a la miseria, la violencia y las guerras y que continuará haciéndolo en
este siglo.
Hasta
ahora los críticos de Piketty sólo han planteado objeciones técnicas a sus
malabarismos con las cifras, pero no han impugnado su tesis política y
apocalíptica, que es absolutamente incorrecta. Yo lo sé porque en los últimos
años mis equipos de investigadores han realizado estudios de campo, explorando
países donde campeaban la miseria, la violencia y la guerra, en pleno siglo
XXI. Lo que descubrimos fue que lo que la gente realmente desea es más capital,
no menos, y quieren que su capital sea real y no ficticio.
La
plaza de Tahrir, El Cairo: la ciudad del capital muerto
Thomas
Piketty, al igual que muchos otros estudiosos occidentales que investigan
dotados de un presupuesto limitado, cuando tropieza en países no occidentales
con datos estadísticos precarios y disparatados, en lugar de efectuar su propio
muestreo en el terreno, adopta las categorías de clase y los mismos indicadores
estadísticos europeos y los extrapola a las realidades de esos otros países.
Luego se basa en ellos para sacar conclusiones de validez mundial y llegar a
una ley de aplicación universal, sin tomar en cuenta que el 90% del mundo vive
en países en vías de desarrollo o de la antigua Unión Soviética, cuyos
habitantes producen y mantienen su capital en el sector informal, vale decir,
al margen de las estadísticas oficiales.
Los
alcances de este error no se limitan a simples métodos de cálculo. Aunque
sucede que el tipo de violencia que estalló en lugares como la plaza de Tahrir,
Egipto, en 2011, se presenta precisamente en aquellas partes del mundo, según
nuestros estudios de campo, el capital tiene un papel determinante pero oculto
que el análisis eurocéntrico no puede percibir.
A
petición del ministro de Hacienda de Egipto, mi equipo, junto a 120
investigadores, en su mayoría egipcios, no sólo estudiaron documentos
oficiales, sino que apelaron a todos los medios locales para conseguir
información que permitiera al Gobierno comprobar la veracidad y la integridad
de sus estadísticas convencionales.
Descubrimos
que el 47% del ingreso anual del trabajo en realidad proviene del capital. Los
casi 22,5 millones de trabajadores que hay en Egipto no sólo ganaban un total
de 20.000 millones de dólares (18.361 millones de euros) en salarios, sino que
además percibían otros 18.000 millones de dólares (16.527 millones de euros)
por el rendimiento de su capital no registrado. Nuestro estudio demostró que
los “trabajadores” egipcios son propietarios de bienes inmuebles cuyo valor se
estima en unos 360.000 millones de dólares (330.534 millones de euros), que
representa un monto ocho veces superior a toda la inversión extranjera directa
llegada a Egipto desde que Napoleón invadió el país. ¡Con razón Piketty no se
percató de estos hechos, pues solo estudió las estadísticas oficiales!
Las
revoluciones árabes y las guerras por el capital
A
Piketty le preocupa que haya guerra en el futuro y sugiere que cuando se
produzca lo hará como una rebelión contra las injusticias que provoca el
capital. Al parecer, no se ha dado cuenta de que las guerras por el capital ya
han empezado, en Oriente Próximo y el norte de África, con Europa por testigo.
Si no se le hubieran pasado por alto estos acontecimientos Piketty se habría
percatado de que no son revueltas contra el capital, como supone su tesis, sino
más bien revueltas por el capital.
La
primavera árabe se desencadenó a causa de la inmolación de Mohamed Bouazizi en
Túnez, en diciembre de 2010. Como las estadísticas oficiales y eurocéntricas
califican de “desempleados” a todos aquellos que no trabajan para empresas
formalmente reconocidas, no debe sorprendernos de que la mayoría de
observadores rápidamente le adjudicaran a Bouazizi el calificativo de
“trabajador desempleado”. Sin embargo, este sistema de clasificación no se
percató de que Bouazizi no era un trabajador, sino un comerciante desde los 12
años, y que deseaba vehementemente tener más capital (ras el mel, en árabe). Se
puede decir que una taxonomía eurocéntrica nos impidió ver que, en realidad,
Bouazizi estaba encabezando cierto tipo de revolución industrial árabe.
Y
no fue el único. Poco después descubrimos que otros 63 empresarios, en un
periodo de dos meses, e inspirados por Bouazizi, intentaron suicidarse
públicamente en todo Oriente Próximo y el norte de África, y animaron a
millones de árabes a tomar las calles derrocando casi de inmediato a cuatro
gobiernos.
A
lo largo de dos años entrevistamos a casi la mitad de los 37 inmoladores que
sobrevivieron a las quemaduras y también hablamos con sus familiares. Lo que
precipitó sus intentos de suicidio fue que les habían expropiado el poco
capital que poseían. Unos 300 millones de árabes viven en las mismas circunstancias
que ellos, y de ellos podemos aprender muchas cosas.
Primero,
que el origen de la miseria y de la violencia no es el capital, sino la
carencia del mismo. No tener capital es la peor injusticia.
Segundo,
que para la mayoría de nosotros que no pertenecemos al mundo occidental y, por
lo tanto, no estamos sometidos a las categorizaciones europeas, el capital y el
trabajo no son enemigos naturales, sino más bien facetas que se entretejen para
formar un todo.
Tercero,
que el mayor freno para el desarrollo de los pobres es su incapacidad para
forjarse un capital y protegerlo.
Cuarto,
que la disposición personal a enfrentarse al poder no es exclusivamente una
cualidad occidental. Cada uno de los inmoladores es Charlie Hebdo.
El
capital ficticio y la crisis económica europea
Concuerdo
plenamente con Piketty cuando sostiene que la ausencia de transparencia es un
mal medular de la crisis europea, que no amaina desde 2008. Pero no comparto la
solución que propone: armar un libro de contabilidad gigante —un “catastro
financiero”— que incluya todos los activos financieros. No tiene sentido porque
el problema está en que los bancos europeos y los mercados de capital tienen
gran cantidad de lo que Marx y Jefferson llamaban capital “ficticio”. Es decir,
papeles que ya no reflejan un valor real. ¿Quién querría un catastro de
billones de dólares y euros, de derivados financieros agregados en paquetes de
origen turbio, basados en bienes que no dejan rastro o cuya documentación está
incompleta, que se propagan y arremolinan sin control por los mercados
europeos? Un catastro que se limite simplemente a sumar el “valor” de todos
estos instrumentos solo podría reportar un guarismo inútil sobre un capital
ficticio. Especialmente, cuando vemos que una de las razones principales del
mínimo crecimiento de la economía europea es que nadie confía en las
instituciones financieras que detentan esos papeles sin valor.
Entonces,
¿cómo haríamos para crear un catastro que refleje la realidad y no la ficción?
¿Cómo pueden los Gobiernos manejar datos económicos cuya veracidad se pueda
comprobar en un mercado mundial lleno de papeles ilusorios? ¿Cómo podemos
ubicar, fijar y controlar algo tan inmaterial y trascendente como el capital?
Fueron los franceses quienes aportaron la respuesta con sus sistemas de
registro de propiedad desarrollados antes, durante y después de la Revolución
francesa. Los sistemas de registro de aquella época feudal no podían ir al
ritmo de los mercados en fuerte expansión. Las recesiones eran incontrolables y
desapareció la confianza entre los franceses, por lo que llevaron su
frustración a las calles. Los reformadores franceses no respondieron con un
catastro que retratara el caos del sistema financiero, sino creando sistemas de
recopilación de datos, radicalmente nuevos, que reflejaran datos reales y no
ficticios.
Simple
y genial. Al contrario de lo que sucede con los estados financieros, los
registros de propiedades se guardan en archivos muy bien reglamentados y son
accesibles al público, además contienen toda la información disponible sobre la
situación económica de las personas y de los bienes que controlan. Nadie puede
permitirse cometer errores al declarar la cantidad de capital que posee pues
perdería su capital.
Como
bien señaló el reformista francés Charles Coquelin, Francia pudo modernizarse
cuando el país aprendió a registrar la propiedad durante todo el siglo XIX y,
por lo tanto, pudo hacer un levantamiento de los millares de enlaces que
entretejen las empresas, y con ello socializar y reestructurar la producción en
forma más flexible.
Piketty
tiene el corazón en el lugar correcto, pero tiene los papeles en los archivos
equivocados. El problema del siglo XXI son los papeles sin respaldo en bienes
de Occidente, y los bienes sin papeles en el resto del mundo.
¿Cómo
lidiamos con la miseria, las guerras y la violencia cuando la mayoría de los
registros del mundo han dejado de representar aspectos cruciales de la
realidad? La historia francesa es un buen punto de partida para encontrar
respuestas, especialmente en la etapa de Revolución francesa.
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