Revista
Proceso
# 2033, a 18 de octubre de 2015...
Civilidad
y violencia La Sinaloa de El Chapo/SERGIO
AGUAYO
Dice
un estudioso del fugitivo más famoso del mundo, Joaquín El Chapo Guzmán, que a
él le gusta tener una Sinaloa “calmada” y “controlada”. Es un deseo lógico
porque los empresarios y El Chapo, que es muy exitoso, necesitan de estabilidad
y certidumbre. ¿Qué piensan y sienten los sinaloenses de ser la sede de un
imperio trasnacional que se extiende por el mundo?
Lo
notable de la percepción es que, entre 1997 y 2014, Sinaloa tuvo la tasa de
homicidios anual promedio más alta de todo el país (según datos del Sistema
Nacional de Seguridad Pública). En algunos años la rebasó Chihuahua o
Tamaulipas; en otros, Michoacán o
Guerrero; pero es la entidad consistentemente más letal durante los 17 años
medidos. Es inevitable preguntarse sobre las propiedades del aire que respiran
o del licor que beben los sinaloenses, porque suena ilógico que se sientan tan
seguros quienes viven en la entidad donde se asesina a más personas.
El
misterio tiene explicación. En la percepción de inseguridad son determinantes
otros delitos de alto impacto: secuestros, robos, violaciones, etcétera. Este
tipo de crímenes están controlados en Sinaloa por una estrategia deliberada de
las empresas del Chapo. La Federación de Sinaloa se concentra en la producción,
trasiego y comercialización de cuatro productos: cocaína, heroína, mariguana y
metanfetaminas. Su negocio gira en torno a la droga. En el otro extremo
estarían Los Zetas que aterrorizan a la población y la someten a todo tipo de
vejaciones para exprimirle recursos por todos los medios posibles. La violencia
en Sinaloa es pragmática y selectiva, y entre las consecuencias que tiene se
halla la existencia de más espacios para la libertad de expresión. Basta con
comparar a El Noroeste con El Mañana de Nuevo Laredo para contrastar el espacio
en que operan el periodismo de Sinaloa y el de Tamaulipas.
La
calma y el control tienen fisuras importantes. Otra encuesta (ENVUD,
Banamex/Este País, México, 2010) midió el grado de felicidad por entidad.
Cuando levantaron ese sondeo de opinión los más felices eran los
quintanarroenses, y en el rincón de los desdichados estaban en penúltimo lugar
los sinaloenses, seguidos de los guerrerenses. Es siempre complicado calcular
los ingredientes de la dicha, pero de la encuesta de Casede-Simo se desprende
que influye la sensación de dominar el destino. En Sinaloa se sienten seguros,
pero también controlados y creen que su futuro está en manos de otros. En ello
también influye el hecho de que Sinaloa tiene una sociedad poco organizada y
que participa escasamente en los asuntos públicos.
También
hay rastros de miedo en la Sinaloa del Chapo. En la encuesta citada
inicialmente (Gabinete…) preguntaron si habían oído hablar del fugitivo.
Resulta poco creíble que 49% de los sinaloenses declarara no conocerlo, y es
bastante revelador que, de quienes dijeron saber de él, 50% lo consideraban
violento; 45%, malo, y 40% sanguinario.
En
el trasfondo de estos brochazos acerca de las mentes y los sentimientos
sinaloenses se encuentra un hecho que me señaló Froylán Enciso, un estudioso de
Sinaloa: La organización delictiva más poderosa del mundo podrá resolver los
problemas individuales de quienes se unen a ella –y muy relativamente porque
hasta donde se sabe los sicarios carecen de pensiones–, pero desatiende los
problemas estructurales. En otras palabras, la empresa mexicana más extendida
por el planeta (hay quien asegura que tiene presencia en más de 50 países) ha
fallado al igual que el gobierno y el sector privado en ofrecer oportunidades
para la sociedad; el municipio donde nació El Chapo, Badiraguato, sigue siendo
el más pobre de Sinaloa.
La
federación de Sinaloa transmite una imagen de solidez que contrasta con las
dificultades de otros estados. Es una fortaleza asentada en una sociedad ambivalente
sobre el papel que le fue asignado. En suma, un equilibrio inestable. l
Comentarios:
www.sergioaguayo.org
Nota:
Rodrigo Peña González colaboró con la organización e interpretación de
encuestas; Maura Álvarez Roldán recopiló información y Ariel Ramírez, profesor
de la Universidad Autónoma del Estado de Morelos, me facilitó las tablas
históricas sobre homicidios.
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