1 abr 2016

Alejandro Avilés Inzunza, con la distancia de la contemplación/

Alejandro Avilés Inzunza, con la distancia de la contemplación/ Raquel Olvera /
17 octubre, 2015
Como a través de una vidriera pronuncia su poesía don Alejandro Avilés, con la distancia de la contemplación. Incluso la llama, incluso el juego de sus hijos, incluso su propia muerte pre-sentida. Esta distancia le permitió quitarle a su muerte el drama del dolor hasta ubicarlo en la mañana de su entierro y percibir, no el dolor de los deudos, no el llanto, no la pérdida; sino el aire, el canto de los pájaros y la luz de la mañana que sus amigos cargan el féretro para entregarlo a la tierra; y sobre todo, su propia gratitud hacia uno de los más preciados de sus tesoros: la amistad. Así lo dice en su poema Tránsito, y ahora que no está, hace las veces de epitafio:
(…) Aún bajará del cielo
la luz que vive, en gozo por el campo.
Y sonará en los aires
el sueño de los pájaros.
Y tenderá la tierra entre las sombras
sus maternales brazos.
Yo pesaré de gratitud, oh, amigos. (…)
Es con esta característica de mantenerse lejos para contemplar, (y que debe haber sido una habilidad que desarrolló conscientemente a lo largo de su escritura), que logra ubicarse para pronunciar con tanta precisión ambos extremos temáticos de todo poeta: muerte y vida. Como lo expresa su poema de largo aliento La vida de los seres, que le llevó a recibir el premio Ramón López Velarde en 1980. Ambos poemas perfilan la existencia del enorme poeta que fue don Alejandro.


La cadencia, el ritmo y la actitud de contemplación con que el poeta pronuncia La vida de los seres, me ha llevado a recordar, en repetidas ocasione al poema Muerte sin fin. Tal vez porque muchos pasajes de ese poema, al igual que en La vida de los seres, está escrito en verso blanco, endecasílabos sin rima que hace las delicias del oído y que presenta la contención, la disciplina de la medida, sin el peligro de la monotonía de la rima.

Quiero pensar que este poema comienza en las aulas de su niñez. Cada vez que lo leo, casi puedo ver al poeta niño frente al pizarrón escuchando la lección de su maestro de físicas de biología, que le explica que la duración en la vida de los seres, se puede calcular por la velocidad con que se desplazan. Y veo a ese niño que en su cabeza responde que la vida es un planeta extraño y que todo está herido de muerte. Este niño que escucha y aprende, pero que reflexiona y pronuncia su propia interpretación de los acontecimientos, muchos años después, comenzaría su poema fundacional con esta respuesta a su maestro: un poema de unos 250 versos aproximadamente. Donde afirma que la luz no está consiente de la sombra que proyecta sobre el mundo. En este poema los conocimientos de física, biología, filosofía, ética y estética, se reúnen y pasan a travez de un prisma: la mirada poética de don Alejandro Avilés.

(…) al trazar sus órbitas (la vida)
enciende soles y galaxias ávidas
que no saben de sí y enloquecidas
giran en torno de un amor sin años.

(…) sólo una noche larga y sin medida.

Suaves vetas de su conversación con poetas como San Juan de la Cruz, José Gorostiza, Antonio Machado, y por supuesto, con sus colegas y amigos del grupo de los ocho poetas, se pueden adivinar en el fluir de su voz.
A la distancia que estableció y se impuso para realizar el acto de la contemplación, se suma también la velocidad micrométrica a la que recurrió para detener, por ejemplo, las vueltas de la rueda de la fortuna el tiempo preciso para interrogar la mirada de su hija, al mismo tiempo que su propia mirada y descifrar que el motivo que la hace reír, es distinto al que hace reír al padre.

Subimos y bajamos,
bajamos y subimos en la rueda.
La ocasión de mirarnos
en cada giro va quedando abierta.

Dices adiós, nos vemos, no nos vemos,
y cada quien se ríe a su manera.

Siendo destacado político y ferviente católico, ni religión ni ideología política se cuelan en sus versos, ya que, y fue una claridad que tuvo el grupo, la poesía está más allá de toda religión y de toda ideología; o más precisamente aún, la ideología y la religión estorban a la poesía porque ambas son paliativos del horror a la muerte y a la vida. Un lujo que el poeta no puede darse pues ese paliativo es un velo que enturbia la mirada, y al tiempo que consuela, esconde el filo que define cada ser en el mundo, cada ausencia.

Dije que ninguna ideología y ninguna religión se traslucen en su poesía, pero eso no quiere decir que no contenga un sentido místico o una mirada social profunda en su acto de contemplar, como sucede en su poema Campesinos, un perfecto retrato de extraordinarios seres que los que crecimos en la sierra tuvimos la suerte de presenciar: Los campesinos, generalmente pobres, generalmente silenciosos, generalmente cetrinos y leves, bajando de la sierra con su monte a cuestas. Y el poeta no hace más que nombrarlos:

Bajan de la montaña
seguidos por el viento.
Circundados de un aire
lúcido y fino, bajan en silencio.
Lucen cetrinos con su monte a cuestas
mas como desasidos de su peso.

Agua de contraespanto
buscan, y beben de su paz sedientos.
Y con espíritu de golondrina
untan su sien contra el dolor y el tiempo.
Intemporales y sin culpa, bajan.
Lavan su sombra con mirar al suelo.

Digo que la característica más peculiar en el maestro Avilés, es la distancia con que mira las cosas. Pero hay otras que hacen su poesía notable y relevante: La claridad. Y creo que es una virtud que puede atribuírsele al grupo de los ocho poetas. Pues claridad puede encontrarse en la poesía de Dolores Castro, Rosario Castellanos, Roberto Cabral de Hoyos, Javier Peñalosa, Honorato Ignacio Margaloni, Efrén Hernández, Octavio Novaro y Rosario Castellanos, que no cedieron a la tentación de adornar con la explosión de imágenes que presentaban otras corrientes literarias como fuegos artificiales, escribiendo la belleza sin más adorno que lo que es. Este taller se reunió, durante más de cuatro décadas, si no me equivoco, en un diálogo donde cada uno presentó y conservó su voz única, afán que muestra el lema del grupo, ideado por Dolores Castro: “Cada uno su lengua, todos en una llama”. La confluencia de voces y posiciones políticas en sus tertulias fueron un ejemplo de pluralidad, respeto, admiración mutua y discusiones de enriquecedores resultados. La prioridad de los contertulios fue siempre ante todo, la poesía.

El maestro Avilés fue sobrio al expresar sus pasiones en la poesía. Así, cuando habla incluso de la escritura como resistencia a la muerte: No, no quiero morir, por eso escribo, lo hace reconociendo que también vivir es navegar muriendo, pero que escribir es borrar por momentos la muerte y olvidar un poco la noche que nos congrega a todos en el abismo. Que la escritura es una resistencia al abismo, sí; pero que no es la abolición de la muerte, porque se navega muriendo. ¿Quién, que conociera al Profe, podría imaginarlo quemándose para alumbrar, como la cera que mereció de su pluma, un tan preciso retrato?

Llora la cera en su llama
pidiéndole aliento al aire.
En voces cortadas busca
modo de despabilarse
porque el alma se le ha puesto
negra de tanto quemarse.
(…)

No huyas, cera, la noche
que te anunciaron las aves
ni las ondas que te cercan
del agua que tú lloraste.
Que en este mundo de sombras
no hay más cera que la que arde.

Este poema me hace recordar el que le escribió a su hija Rosario:

Aquella noche no pude dormir.
Y al abrirse las yemas de la luz
se vaciaron las sombras sin sentir.
Fue la noche translúcida del alma
que no se cansa de manar a oscuras
su apetito de ser y sucumbir.

Estos dos poemas, muestran el mismo objeto de contemplación: lo que arde para alumbrar.

En sus poemas, uno puede captar la belleza de la reflexión pero también cimbrarse al percibir el grado de conocimiento que llegó a tener de sus amigos y colegas. Un sentimiento que por sutil podría correr el riesgo de no accederse a él, pero que si tiene uno la suerte de ser convidado, conmueve hasta los cimientos. Y uno comprende que don Alejandro fue también un maestro de la amistad. La permanencia del grupo de los ocho poetas a los largo de la vida de cada uno, me parece que es único. Sin ser un movimiento, sin lanzar un manifiesto, sin tener reglas estéticas, ni políticas, ni sociales para pertenecer… “cada uno en su lengua y todos en una llama”, que permitió que se conocieran a profundidad entre ellos como para saber ponerse en los zapatos del otro y seguir conversando más allá de la muerte. Como sucedió con la partida de Rosario Castellanos tan impresionante para todo el país, pero en particular para sus más cercanos amigos de los ocho. Creo que no se ha estudiado lo suficiente, o tal vez, ni siquiera se ha empezado a estudiar, la influencia que este grupo y cada uno de los poetas tuvo con las generaciones que le precedieron y en la poesía Mexicana actual.

Alejandro Avilés, no es un poeta obsesivo. Plantea un tema, lo escarba, lo escribe, lo agota. Y luego pasa a otro. A la muerte, a la vida, a los hijos, a los amigos, al miedo, a los dones de existir. Su poesía es leve, sin dramas; las palabras: ave, luz, viento, se encuentran significativamente a lo largo de su poética:

Una encrestada ola es el poema
con estridor de sismo
y apariencia de perla y de paloma…

Por dentro terremoto, sí. Por fuera, Paloma. Y no muestra todo el trabajo de zapa que el poeta se impone para presentar decantados hasta lo luminoso, pero sin negarlos a la oscuridad, al miedo, a la muerte o al dolor.

Porque la vida en el dolor se ahonda
y remonta su curso hasta la fuente
que llora allá en la cumbre
donde la nieve escribe sus memorias.
Que llora allá porque esperar es vano
y es necesario descender al Valle
para poblar de árboles la orilla.


Así se explica que don Alejandro siempre caminara acompañado de una luminosa presencia juguetona y alegre, que seguramente manaba de su fe en la humanidad y en la capacidad de convertir las lágrimas del dolor, en la humedad para hacer crecer árboles en donde antes habría sido un terreno yermo. Es cierto que doña Evita y su abrigo negro, eran sus inseparables compañeros, pero también su luminosa sonrisa tan llena de fe, de alegría y de humor. Esa sonrisa juguetona que quienes lo conocimos recordaremos como recordaremos su palabra poética. Su luz sonriente.

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