Las cinco familias de la mafia italoamericana/
Íñigo Domínguez
El País Semanal, 5 de febrero de 2017
La Mafia italoamericana es una epopeya del capitalismo en su versión más salvaje. Triunfó al organizarse cual gran compañía. La falta de liderazgo desencadenó el declive.
EL PRIMER capo de la Mafia italiana de Nueva York fue un inmigrante siciliano, un tal Giuseppe Morello, que llegó a la ciudad con 25 años en 1892. Tenía una mano deforme, donde solo había un meñique, y provenía del ambiente mafioso de Corleone. Solo había mil italianos en Nueva York en 1850, pero en 1900 ya eran 150.000.
Morello no logró ser mafioso enseguida, nadie empieza de jefe. Era un inmigrante tiradísimo más, los italianos aún no pintaban nada en las calles, dominadas por bandas de irlandeses y judíos, y además llegó a Estados Unidos en plena crisis económica. Tuvo que buscarse la vida recolectando algodón y cortando caña de azúcar en Luisiana y Texas. Cinco años después pudo volver a Nueva York y ya montó su propio grupo, que protagonizó en 1903 uno de los primeros crímenes que alarmaron a la prensa sobre ciertas pandillas bárbaras de italianos, el sonado caso del barril: apareció un cadáver doblado en dos dentro de un tonel.
Con semejante elemento, el tal Morello, nace una dinastía mafiosa neoyorquina que llega hasta hoy mismo, el clan de los Genovese. Dinastía sin sucesiones de sangre en el mando en sentido estricto, de padres e hijos, pero sí a menudo sangrientas. Por selección natural, en los años treinta se acabaron de perfilar otros cuatro grandes apellidos: Colombo, Bonanno, Gambino y Lucchese.
Y así tenemos a las Cinco Familias mafiosas de Nueva York, con líneas de sucesión ininterrumpidas hasta hoy. Quien decidió organizar así la cosa fue Charles Lucky Luciano, artífice de la Mafia moderna y miembro de los Genovese. Este reconocimiento de bandos, esta división de poder, territorio y competencias, fue una idea para acabar con las guerras internas. En fin, para poner un poco de orden y poder dedicarse a los negocios. Porque era de eso de lo que se trataba: la Mafia es una copia de papel carbón del sistema, una epopeya del capitalismo en su versión más salvaje, con el lema de ganar dinero donde sea y como sea. Esos inmigrantes procedentes de puebluchos míseros y aún feudales de Sicilia anhelaban dinero y respeto; luego, lujo y poder.
Ser como los de allí o más, más americanos que los americanos. ¿Recuerdan la primera frase que se escucha en El Padrino? Es esta: “Yo creo en América. América hizo mi fortuna”. Lucky Luciano, que tenía una visión moderna de cómo ser un gánster, planteó la Mafia como una gran compañía, con cinco grandes directivos en el consejo de administración y reparto del mercado. La llamada Comisión se reunió por primera vez en 1931. Empezó entonces una época de oro que termina entre los setenta y ochenta, con leyes letales contra ellos y oleadas de arrepentidos.
Los mafiosos sicilianos nunca respetaron mucho a sus primos americanos, les veían como nuevos ricos que perdían peligrosamente las formas. Estaban encantados de conocerse, se llamaban a sí mismos goodfellas o wiseguys, buenos chicos o chicos listos. La ostentación, la visibilidad y la vida social les parecían un error estratégico, además de poco serio. El tiempo les dio la razón.
El declive de las Cinco Familias comienza cuando dejan de ser un secreto. Desde los años veinte, el país conocía a capos temibles y la violencia de las bandas, pero no es hasta finales de los cincuenta cuando el FBI admite que la Mafia existe. Entonces tenían a 400 agentes dedicados a combatir el comunismo, era la Guerra Fría, y solo a cuatro contra el crimen organizado.
EL DECLIVE DE LAS CINCO FAMILIAS COMIENZA CUANDO DEJAN DE SER UN SECRETO
La verdad sobre la Mafia italoamericana empieza a desvelarse en 1950 con la comisión de investigación Kefauver del Senado; sigue en 1957 con la gran redada de Apalachin en plena cumbre mafiosa, y se remata en 1963 con el primer libro de memorias de un capo, Nick Gentile, y, sobre todo, con el primer arrepentido de Cosa Nostra, Joe Valachi. Descubrió, por ejemplo, esa misma denominación, Cosa Nostra, y que había cinco familias. La película El Padrino, de 1972, donde los cinco clanes aparecen con apellidos ficticios (Corleone, Tattaglia, Barzini, Cuneo y Stracci), retrata una época en su momento culminante antes de que se derrumbe, y de forma estéticamente idealizada, en el punto más alejado de aquel tal Morello desarrapado, tullido y muerto de hambre.
La degeneración de la Mafia italoamericana no se ha debido solo a operaciones policiales. Como en las grandes empresas familiares, a menudo los hijos y nietos de los fundadores no han sabido estar a la altura, lo tenían todo hecho. El alejamiento de la tradición y las raíces ha causado crisis de identidad o ha terminado en caricatura. Bill Bonanno, el segundo mafioso en contar su vida –en el libro Honrarás a tu padre, de Gay Talese, publicado en 1971–, reflejaba el conflicto entre un trabajo y un modo de vida heredado y su deseo de ser un americano normal. Por otro lado, el que fue el último capo mediático al viejo estilo, John Gotti, de los Gambino, de trajes caros y adorado por las revistas, parecía sacado de un filme de Scorsese. Falleció en 2002 en la cárcel tras 12 años entre rejas, y su sucesor, su hijo John Gotti Jr., ha pasado a la historia de la Mafia como el capo más tonto de las Cinco Familias. Le pillaron incluso con una lista de los miembros de la organización. Le llamaban dumbfella (dumb es tonto), muy lejos de los chicos listos. La perspectiva de pudrirse en prisión ha desanimado a muchos de creer que eso es el éxito. El capo máximo del clan Bonanno, Joseph Big Joey Massino, acabó con micrófonos en el pecho y grabando a sus propios hombres hace poco más de 10 años.
Pero es que además había competencia: no solo es que los capos quisieran ser cada vez más empresarios, es que el propio capitalismo se ha vuelto cada vez más mafioso. Eso viene a decir Scorsese en El lobo de Wall Street, haciendo una de sus películas mafiosas con altos ejecutivos, y no se nota la diferencia. Entretanto, las Cinco Familias han terminado pasto del famoseo y como subproducto televisivo. La hija de Gotti, Victoria Gotti, apodada Mafia Princess, metió cámaras en su mansión y protagonizó un reality con sus tres hijos que se llamó Growing the Gotti. Pero peor aún ha sido Mob Wives, otro con mujeres e hijas de mafiosos, una apoteosis garrula de abrigos de pieles, bótox y peleas con pitidos constantes para tapar insultos. Les organizaron un debate en la campaña electoral y casi todas admiraban a Trump: decían que es fuerte, tiene pelotas y es un hombre de negocios de éxito. Un modelo muy familiar. Menos Karen Gravano, de la familia Gambino, 365.000 seguidores en Twitter, que dijo: “Votaría antes por el jodido Al Capone”.
De todos modos, nunca hay que distraerse. Tras el 11-S pasó lo mismo que en la Guerra Fría: los agentes del FBI contra el terrorismo subieron a 400 y los de crimen organizado se quedaron en 20 o 30. La Mafia parecía acabada, pero ha habido algunas operaciones que lo desmienten. La última, el pasado verano, con 46 arrestos en cuatro de las cinco familias. También fue detenido el nieto de John Gotti de 23 años, que se llama igual. Se dedicaban a poca cosa respecto a los buenos tiempos, al contrabando de cigarrillos, apuestas ilegales de caballos y estafas. Tenían restaurantes, seguían quedando en gasolineras de autopistas, haciendo lo que saben hacer, volviendo a empezar desde abajo una y otra vez.
Ego sum qui sum; analista político, un soñador enamorado de la vida y aficionado a la poesía.
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