3 jul 2018

Un volado/JESÚS ORTEGA MARTÍNEZ

 Un volado/JESÚS ORTEGA MARTÍNEZ
Excelsior
¡Andrés ganó todas las elecciones! Ganó —como sabemos— la elección presidencial y lo hizo de manera contundente, aplastante; pero, además (él solito, podríamos decir), ganó la elección de senadores y de diputados. También ganó —aun no siendo (obviamente) candidato a gobernador— varias gubernaturas. Y, de colmo, ganó un número importante de diputaciones locales y de alcaldías. Como en pocas ocasiones, un hombre, un individuo sintetiza: movimiento, partido y candidatos

Este hecho, indiscutible, inconfundible, reitera lo que algunos analistas ya han mencionado antes, es decir: AMLO recogió y representó impecablemente en su persona (México siempre fiel a su tradición caudillista) todas las inconformidades, odios, rencores, molestias y protestas de la mayoría de la ciudadanía.
Andrés Manuel supo, como nadie más lo hizo, convencer a la mayoría de los electores, que sólo él podría blandir el látigo con el que se fustigaría a los abusivos, corruptos del gobierno. Hastiada, enojada y rencorosa, la ciudadanía buscó el cambio, el que fuera y, ciertamente, no hubo nadie mejor que Andrés para representarlo.
¿Pero cómo pudo suceder esto, si López Obrador no presentó propuestas elementales, coherentes —hemos dicho— para remediar y corregir los grandes problemas del país?
-¡Y qué carajos me importa eso! —dijo la mayoría de los votantes.
¿Que las ideas de AMLO acerca del gobierno son anacrónicas y desfasadas de la realidad que se vive en México y en el mundo?
-¡Y eso me importa un pito! —dijeron millones de electores en todo el territorio nacional y, acto seguido, decididos a no escuchar a más nadie, se encaminaron a la casilla para votar por López Obrador.
¡Que su campaña electoral se asemeja más a una gesta misionera para conducir al pueblo hacia la “tierra del pan y de la miel”!
¡Que es un predicador antes que un estadista!
¡Que es un autoritario!
¡Que es un populista!
Todo cierto, pero miles, millones de personas, no quisieron oír nada más y, sin dudarlo, esperanzados en cualquier cambio, cruzaron las boletas en favor del que es ahora el Presidente electo.
Los que perdimos la elección, especialmente aquellos agrupados en el Frente, esgrimimos razones para tratar de convencer a las y los ciudadanos acerca del futuro del país; cierto que hablamos de que el futuro de nuestras familias no debiera jugarse en un volado; argumentamos que el gobierno de uno y ejercido de manera autoritaria y absoluta (como lo ejercerá López Obrador) no contribuiría a dar salida a los problemas nacionales, sino, en sentido contrario, los agravaría; postulamos el cambio de régimen como respuesta verdaderamente radical, profunda, verdaderamente antisistémica.
-¡¿Y entonces?!
-¿Pero es que no entiendes que los votos no se ganan con razones? —me dice, enojado, uno de mis compañeros de partido el día de ayer.
-Se ganan en sentido diferente, alentando emociones, pasiones, miedos, venganzas —me reiteraba.
-¡Así se ganó esta elección!
Le escucho con atención, pero me resisto a admitir que el país deba conducirse bajo la premisa de que, existiendo un pueblo malo y un pueblo bueno, a López Obrador lo eligió sólo el pueblo bueno. Esta es la premisa que alienta el odio, la confrontación, las pasiones, los rencores, no las razones.
Expresidente Nacional del PRD
Twitter: @jesusortegam

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