El levantamiento de la excomunión impuesta en 1988 a los cuatro obispos consagrados ilegítimamente por el arzobispo francés Marcel Lefebvre, hecha pública por la Congregación para los Obispos el pasado 24 de enero, "no es el final sino el comienzo de un proceso de diálogo", en el que quedan aún cuestiones por aclarar señala el cardenal Jean-Pierre Ricard, arzobispo de Burdeos y miembro de la Comisión Pontificia "Ecclesia Dei".
Según el purpurado, aún queda por regular dos cuestiones fundamentales para que el cisma pueda considerarse terminado: por un lado, "la integración de la estructura jurídica de la Fraternidad de San Pío X en la Iglesia", y por otro, "un acuerdo en cuestiones dogmáticas y eclesiológicas".
Entre estos argumentos a debatir, el cardenal Ricard se refirió a la cuestión del Concilio Vaticano II como "texto magisterial de primera importancia. Esto es fundamental".
El cardenal Ricard aludió a otras cuestiones de tipo cultural y político: "Las últimas declaraciones, inaceptables, de monseñor Williamson negando el drama del exterminio de los judíos son un ejemplo de ello", afirmó.
"El camino será largo sin duda, y demandará un mejor conocimiento y estima mutuas. Pero el levantamiento de la excomunión permitirá recorrerlo juntos", añadió.
Entre estos argumentos a debatir, el cardenal Ricard se refirió a la cuestión del Concilio Vaticano II como "texto magisterial de primera importancia. Esto es fundamental".
El cardenal Ricard aludió a otras cuestiones de tipo cultural y político: "Las últimas declaraciones, inaceptables, de monseñor Williamson negando el drama del exterminio de los judíos son un ejemplo de ello", afirmó.
"El camino será largo sin duda, y demandará un mejor conocimiento y estima mutuas. Pero el levantamiento de la excomunión permitirá recorrerlo juntos", añadió.
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Benedicto y los judíos/Editorial de El País, 27/01/2009;
Benedicto XVI adoptó el pasado sábado una decisión que revela el signo que quiere imprimir a su papado y que puede acarrear graves consecuencias para la Iglesia. Deseoso de reconducir el cisma con los católicos ultratradicionalistas, levantó la excomunión que pesaba sobre cuatro obispos consagrados por Marcel Lefebvre en 1988. La voluntad de atraerse a este sector extremista de la Iglesia, opuesto a cualquier renovación litúrgica o entendimiento ecuménico con otros credos, ha pesado más en el ánimo del Papa que el consejo de los cardenales de todo el mundo, reunidos en Roma en 2006 para debatir, precisamente, sobre la reconciliación con los lefebvrianos.
Según le plantearon a Benedicto XVI en aquella ocasión, esa reconciliación sólo podría producirse si los cismáticos manifestaban su adhesión al Concilio Vaticano II, algo que no ha tenido lugar hasta el día de hoy. Lo que los lefebvrianos exigían, por su parte, era la retirada de las excomuniones como condición previa para cualquier acercamiento. Y el Papa ha transigido, mostrando cuando menos un signo de debilidad -o tal vez, de implícito acuerdo- que los ultratradicionalistas no dejarán de aprovechar en el futuro.
Es difícil no interpretar la decisión de readmitir a los obispos consagrados por Lefebvre como una aproximación, siquiera táctica, de Benedicto XVI hacia la extrema derecha católica, de manera que el cisma que ha intentado cerrar por un lado acabará provocando un profundo malestar en el opuesto. Y ello sin contar con las consecuencias fuera del ámbito de la Iglesia; en concreto, sobre la comunidad judía de todo el mundo. No se trata sólo de que los lefebvrianos se opongan al entendimiento con el judaísmo, sino también de que uno de los cuatro obispos rehabilitados por el Papa, Richard Williamson, defiende tesis negacionistas del Holocausto. Benedicto XVI, que ya había recuperado en 2007 una oración preconciliar de Viernes Santo en la que se invoca a Dios para que "ilumine y convierta a los hebreos", parece haber perdido una vez más de vista que sus responsabilidades actuales no son las de un teólogo.
El Papa ha enviado una preocupante señal acerca de la actitud de la jerarquía católica, y es que lo que exige a los demás no rige para ella. No existe mayor relativismo moral que, con el solo propósito de cerrar el cisma, transigir con la extrema derecha y la negación del Holocausto.
Según le plantearon a Benedicto XVI en aquella ocasión, esa reconciliación sólo podría producirse si los cismáticos manifestaban su adhesión al Concilio Vaticano II, algo que no ha tenido lugar hasta el día de hoy. Lo que los lefebvrianos exigían, por su parte, era la retirada de las excomuniones como condición previa para cualquier acercamiento. Y el Papa ha transigido, mostrando cuando menos un signo de debilidad -o tal vez, de implícito acuerdo- que los ultratradicionalistas no dejarán de aprovechar en el futuro.
Es difícil no interpretar la decisión de readmitir a los obispos consagrados por Lefebvre como una aproximación, siquiera táctica, de Benedicto XVI hacia la extrema derecha católica, de manera que el cisma que ha intentado cerrar por un lado acabará provocando un profundo malestar en el opuesto. Y ello sin contar con las consecuencias fuera del ámbito de la Iglesia; en concreto, sobre la comunidad judía de todo el mundo. No se trata sólo de que los lefebvrianos se opongan al entendimiento con el judaísmo, sino también de que uno de los cuatro obispos rehabilitados por el Papa, Richard Williamson, defiende tesis negacionistas del Holocausto. Benedicto XVI, que ya había recuperado en 2007 una oración preconciliar de Viernes Santo en la que se invoca a Dios para que "ilumine y convierta a los hebreos", parece haber perdido una vez más de vista que sus responsabilidades actuales no son las de un teólogo.
El Papa ha enviado una preocupante señal acerca de la actitud de la jerarquía católica, y es que lo que exige a los demás no rige para ella. No existe mayor relativismo moral que, con el solo propósito de cerrar el cisma, transigir con la extrema derecha y la negación del Holocausto.
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