¿Educación o Condicionamiento?
BORJA VILASECA
BORJA VILASECA
El País Semanal, 29/03/2009;
La función de los padres es acompañar a sus hijos para que crezcan sanos, libres e independientes. Sin embargo, muchos les imponen sus normas y creencias, dificultando que se conviertan en quienes son.
Dado que nadie puede enseñarnos a ser padres (o madres), educar a los hijos es el compromiso más exigente que podemos asumir en la vida. Estamos hablando de crear y desarrollar el potencial de un nuevo ser, no puede ni debe tomarse a la ligera. Cabe recordar que una vez nos adentramos en esta gran aventura no hay marcha atrás.
Ningún otro acontecimiento supone un punto de inflexión tan radical en nuestra experiencia como seres humanos que empezar a ejercer de padres. Durante muchos años deberemos responsabilizarnos del cuidado, la protección y la educación de un bebé, la criatura más frágil e inocente que habita en este mundo. Es como una semilla que requiere de un jardinero competente, atento y, sobre todo, amoroso. No hay mejor abono que el cariño.
Como en cualquier otra profesión, el verdadero éxito suele conseguirse cuando los padres vivimos y disfrutamos de nuestra nueva función con vocación de servicio. Y ésta puede cultivarse cuando nuestro hijo es fruto de una decisión libre y consciente, movida por el profundo anhelo de aprender a amar incondicionalmente. Si somos merecedores de recibir el regalo de la paternidad, es necesario que nos preguntemos por qué y para qué queremos dar este importante paso.
¿PARA QUÉ SE TIENEN HIJOS?
“Para liderar a tus hijos, primero has de aprender a liderarte a ti mismo” (Kenneth Blanchard)
Para desenmascarar la verdadera motivación que nos mueve a desear un hijo, algunos psicólogos proponen que nos hagamos cuatro preguntas: 1. ¿Para cumplir con lo que la familia y la sociedad espera de nosotros? 2. ¿Para crear un vínculo emocional con nuestra pareja, de la que nos sentimos distanciados? 3. ¿Para tener un juguete con el que entretenernos y escapar de la monotonía? Y 4. ¿Para llenar el vacío de una vida sin sentido? Son preguntas muy serias que requieren respuestas maduras y reflexivas.
Nuestros deseos egoístas no son justificación suficiente para concebir un hijo. En el caso de llegar el momento oportuno, nuestro corazón siente una aspiración mucho más trascendente y altruista: contribuir con nuestro granito de arena en la evolución consciente de la humanidad. Y para lograrlo, primero hemos de echarnos un vistazo a nosotros mismos.
Para poder ser un buen padre se debe contar con la comprensión suficiente para disfrutar de una vida equilibrada y plena. Antes de dedicarnos a atender emocionalmente a nuestros hijos, primero hemos de haberlo hecho con nosotros mismos. Sólo así asumiremos nuestro nuevo rol de forma madura y responsable. Ése es precisamente uno de los objetivos del autoconocimiento y el desarrollo personal. No hemos de olvidar que ser padre es un milagro biológico; es el don más preciado de nuestra existencia, y requiere cierto esfuerzo por nuestra parte ser dignos de disfrutarlo.
CUESTIÓN DE COMPROMISO
Ningún otro acontecimiento supone un punto de inflexión tan radical en nuestra experiencia como seres humanos que empezar a ejercer de padres. Durante muchos años deberemos responsabilizarnos del cuidado, la protección y la educación de un bebé, la criatura más frágil e inocente que habita en este mundo. Es como una semilla que requiere de un jardinero competente, atento y, sobre todo, amoroso. No hay mejor abono que el cariño.
Como en cualquier otra profesión, el verdadero éxito suele conseguirse cuando los padres vivimos y disfrutamos de nuestra nueva función con vocación de servicio. Y ésta puede cultivarse cuando nuestro hijo es fruto de una decisión libre y consciente, movida por el profundo anhelo de aprender a amar incondicionalmente. Si somos merecedores de recibir el regalo de la paternidad, es necesario que nos preguntemos por qué y para qué queremos dar este importante paso.
¿PARA QUÉ SE TIENEN HIJOS?
“Para liderar a tus hijos, primero has de aprender a liderarte a ti mismo” (Kenneth Blanchard)
Para desenmascarar la verdadera motivación que nos mueve a desear un hijo, algunos psicólogos proponen que nos hagamos cuatro preguntas: 1. ¿Para cumplir con lo que la familia y la sociedad espera de nosotros? 2. ¿Para crear un vínculo emocional con nuestra pareja, de la que nos sentimos distanciados? 3. ¿Para tener un juguete con el que entretenernos y escapar de la monotonía? Y 4. ¿Para llenar el vacío de una vida sin sentido? Son preguntas muy serias que requieren respuestas maduras y reflexivas.
Nuestros deseos egoístas no son justificación suficiente para concebir un hijo. En el caso de llegar el momento oportuno, nuestro corazón siente una aspiración mucho más trascendente y altruista: contribuir con nuestro granito de arena en la evolución consciente de la humanidad. Y para lograrlo, primero hemos de echarnos un vistazo a nosotros mismos.
Para poder ser un buen padre se debe contar con la comprensión suficiente para disfrutar de una vida equilibrada y plena. Antes de dedicarnos a atender emocionalmente a nuestros hijos, primero hemos de haberlo hecho con nosotros mismos. Sólo así asumiremos nuestro nuevo rol de forma madura y responsable. Ése es precisamente uno de los objetivos del autoconocimiento y el desarrollo personal. No hemos de olvidar que ser padre es un milagro biológico; es el don más preciado de nuestra existencia, y requiere cierto esfuerzo por nuestra parte ser dignos de disfrutarlo.
CUESTIÓN DE COMPROMISO
"Tener hijos no le convierte a uno en padre, del mismo modo que tener un piano no le vuelve pianista” (Michael Levine)
Los padres comprometidos comienzan a serlo antes del embarazo, aunque nunca es tarde para asumir esta responsabilidad. Son conscientes de la importancia de cuidar su salud, con lo que echan mano de su fuerza de voluntad para eliminar hábitos como el alcohol, el tabaco y la negatividad. Y esto se acentúa aún más en el caso de las mujeres, que durante nueves meses nutren a su futuro hijo a través de su cuerpo (cobijo, calor y alimento) y su mente (pensamientos, emociones, sentimientos).
Cuando nacen, los niños son como una hoja en blanco: limpios, puros y sin limitaciones ni prejuicios. Al ver el mundo por primera vez, se asombran por todo lo que sucede. Ése es el tesoro de la inocencia. Tan sólo hay que ver la cara que ponemos los adultos cuando miramos cómo juega un niño. Solemos sonreír, disipando la nube gris que normalmente distorsiona nuestra manera de ver y de interpretar la realidad.
Y es justamente ese asombro el que echamos de menos. Los niños nos recuerdan nuestra capacidad de ser felices en cualquier momento. Nos enseñan que el secreto se encuentra en nuestra actitud, que escogemos en cada instante. Nuestro proceso de crecimiento, cambio y evolución pasa por aprender a mirar y aceptar la realidad tal como es, maravillándonos conscientemente de todo lo que nos ofrece, recuperando así el contacto con el niño que fuimos.
POR EL BIEN DE LOS HIJOS
El crimen más grande en contra de la humanidad es contaminar la mente de un niño inocente con falsas creencias que limiten y obstaculicen su propio descubrimiento de la vida” (Osho)
Existen dos formas diferentes de vivir la paternidad. Los hay que la ejercen consciente y amorosamente, y quienes la ejecutan mecánicamente. Los primeros han tomado conciencia de que sus hijos vienen a través de ellos, pero no les pertenecen. Saben que algún día comenzarán a vivir su propia vida e intentan apoyarlos durante su proceso de crecimiento. De ahí que su estilo de vida les permita conciliar, haciendo lo posible para dedicar a sus hijos tiempo de calidad.
Los padres inconscientes creen erróneamente que sus hijos son una más de sus posesiones, y los tratan como una prolongación de sus egos. En vez de darles lo que verdaderamente necesitan (cariño, atención, aceptación, libertad y amor), les ponen todo tipo de límites, inculcándoles creencias, normas y valores que definan quiénes han de ser y cómo deben vivir. No están interesados en que crezcan y se desarrollen siguiendo su propio camino, sino en que se conviertan en los adultos que han decidido que tienen que ser.
Así, los padres inconscientes hacen con sus hijos exactamente lo que les hicieron a ellos cuando eran niños: inculcar los patrones automáticos de pensamiento y conducta con los que fueron programados, frenando así la evolución natural de la nueva generación. En el caso de que estos padres sean infelices, obstaculizarán la búsqueda y la conquista de la felicidad de sus hijos. De ahí que se diga que las buenas intenciones son peligrosas en manos de gente inconsciente.
LAS FASES DE LA PERSONALIDAD
Es un milagro que la curiosidad sobreviva a la educación reglada”
(Albert Einstein)
Expertos en el campo de la psicología de la personalidad afirman que la creación de nuestra identidad atraviesa tres fases. La primera se produce hasta los 12 años, periodo en el que nos creemos indiscriminadamente todo lo que nos dicen, pues no tenemos ninguna referencia con qué compararla. La segunda fase transcurre durante la pubertad, una vez ya se ha conformado nuestro sistema de creencias. Al empezar a funcionar siguiendo la programación introducida en nuestra mente, nos sentimos profundamente inseguros y confundidos, lo que ocasiona la crisis de la adolescencia.
La tercera fase suele comenzar a los 18 años. Una vez revisadas nuestras creencias, podemos decidir voluntariamente qué nos gusta, qué nos sirve o qué nos conviene mantener de nuestra forma de ser, insertando nueva información y desechando la vieja. Es entonces cuando adquiere una enorme importancia confirmar la veracidad o falsedad de los dogmas que nos han sido impuestos. Detrás de cualquier malestar siempre se esconde una falsa creencia.
En la medida en que pensamos y funcionamos a partir de nuestro sistema de creencias, el condicionamiento inculcado se va consolidando en nuestra mente, formando así nuestra personalidad. Al repetirnos determinados mensajes e ideas escuchados en nuestra infancia sobre lo que hemos de ser, hacer y tener para ser aceptados como individuos normales por nuestra sociedad, finalmente terminamos convirtiéndonos en eso que creemos ser.
BUSCAR LA VERDAD
“No puedo enseñaros nada, solamente puedo ayudaros a buscar el conocimiento dentro de vosotros mismos, lo cual es mucho mejor que traspasaros mi poca sabiduría” (Sócrates)
Mientras el condicionamiento nos esclaviza, la auténtica educación tiene como finalidad liberarnos. Etimológicamente, uno de los significados de la palabra latina educare es “conducir de la oscuridad a la luz”, es decir, “extraer algo que está en nuestro interior, desarrollando así nuestro potencial humano”. Así, nuestra función como padres no consiste en proyectar nuestra manera de ver el mundo sobre nuestros hijos, sino en ayudarles para que ellos mismos descubran su propia forma de mirarlo, comprenderlo y disfrutarlo.
¿Qué sentido tiene que nuestros hijos deban estudiar Derecho o Económicas si lo que les gusta es el arte y los proyectos sociales? ¿Que deban trabajar 11 horas al día en una profesión que odian para ganar mucho dinero? ¿Que deban jugar con soldaditos si prefieren las muñecas? ¿Que deban convertirse en cristianos, judíos, musulmanes o budistas si no lo han escogido voluntariamente? ¿Que deban seguir los dictados de la mayoría cuando anhelan descubrir su propio camino en la vida?
No es fácil ser padre. Pero tampoco lo es ser hijo de alguien que no se preocupa realmente por el desarrollo de tu bienestar. El condicionamiento provoca que siendo niños nos desconectemos y olvidemos de nuestra naturaleza más esencial: la alegría y vitalidad con la que nacimos. Al convertirnos en adultos, nuestra verdadera identidad queda sepultada por una máscara construida con creencias, normas y valores de segunda mano. De nosotros depende ser capaces de mirarnos al espejo y ver que es necesario cambiar.
Los padres comprometidos comienzan a serlo antes del embarazo, aunque nunca es tarde para asumir esta responsabilidad. Son conscientes de la importancia de cuidar su salud, con lo que echan mano de su fuerza de voluntad para eliminar hábitos como el alcohol, el tabaco y la negatividad. Y esto se acentúa aún más en el caso de las mujeres, que durante nueves meses nutren a su futuro hijo a través de su cuerpo (cobijo, calor y alimento) y su mente (pensamientos, emociones, sentimientos).
Cuando nacen, los niños son como una hoja en blanco: limpios, puros y sin limitaciones ni prejuicios. Al ver el mundo por primera vez, se asombran por todo lo que sucede. Ése es el tesoro de la inocencia. Tan sólo hay que ver la cara que ponemos los adultos cuando miramos cómo juega un niño. Solemos sonreír, disipando la nube gris que normalmente distorsiona nuestra manera de ver y de interpretar la realidad.
Y es justamente ese asombro el que echamos de menos. Los niños nos recuerdan nuestra capacidad de ser felices en cualquier momento. Nos enseñan que el secreto se encuentra en nuestra actitud, que escogemos en cada instante. Nuestro proceso de crecimiento, cambio y evolución pasa por aprender a mirar y aceptar la realidad tal como es, maravillándonos conscientemente de todo lo que nos ofrece, recuperando así el contacto con el niño que fuimos.
POR EL BIEN DE LOS HIJOS
El crimen más grande en contra de la humanidad es contaminar la mente de un niño inocente con falsas creencias que limiten y obstaculicen su propio descubrimiento de la vida” (Osho)
Existen dos formas diferentes de vivir la paternidad. Los hay que la ejercen consciente y amorosamente, y quienes la ejecutan mecánicamente. Los primeros han tomado conciencia de que sus hijos vienen a través de ellos, pero no les pertenecen. Saben que algún día comenzarán a vivir su propia vida e intentan apoyarlos durante su proceso de crecimiento. De ahí que su estilo de vida les permita conciliar, haciendo lo posible para dedicar a sus hijos tiempo de calidad.
Los padres inconscientes creen erróneamente que sus hijos son una más de sus posesiones, y los tratan como una prolongación de sus egos. En vez de darles lo que verdaderamente necesitan (cariño, atención, aceptación, libertad y amor), les ponen todo tipo de límites, inculcándoles creencias, normas y valores que definan quiénes han de ser y cómo deben vivir. No están interesados en que crezcan y se desarrollen siguiendo su propio camino, sino en que se conviertan en los adultos que han decidido que tienen que ser.
Así, los padres inconscientes hacen con sus hijos exactamente lo que les hicieron a ellos cuando eran niños: inculcar los patrones automáticos de pensamiento y conducta con los que fueron programados, frenando así la evolución natural de la nueva generación. En el caso de que estos padres sean infelices, obstaculizarán la búsqueda y la conquista de la felicidad de sus hijos. De ahí que se diga que las buenas intenciones son peligrosas en manos de gente inconsciente.
LAS FASES DE LA PERSONALIDAD
Es un milagro que la curiosidad sobreviva a la educación reglada”
(Albert Einstein)
Expertos en el campo de la psicología de la personalidad afirman que la creación de nuestra identidad atraviesa tres fases. La primera se produce hasta los 12 años, periodo en el que nos creemos indiscriminadamente todo lo que nos dicen, pues no tenemos ninguna referencia con qué compararla. La segunda fase transcurre durante la pubertad, una vez ya se ha conformado nuestro sistema de creencias. Al empezar a funcionar siguiendo la programación introducida en nuestra mente, nos sentimos profundamente inseguros y confundidos, lo que ocasiona la crisis de la adolescencia.
La tercera fase suele comenzar a los 18 años. Una vez revisadas nuestras creencias, podemos decidir voluntariamente qué nos gusta, qué nos sirve o qué nos conviene mantener de nuestra forma de ser, insertando nueva información y desechando la vieja. Es entonces cuando adquiere una enorme importancia confirmar la veracidad o falsedad de los dogmas que nos han sido impuestos. Detrás de cualquier malestar siempre se esconde una falsa creencia.
En la medida en que pensamos y funcionamos a partir de nuestro sistema de creencias, el condicionamiento inculcado se va consolidando en nuestra mente, formando así nuestra personalidad. Al repetirnos determinados mensajes e ideas escuchados en nuestra infancia sobre lo que hemos de ser, hacer y tener para ser aceptados como individuos normales por nuestra sociedad, finalmente terminamos convirtiéndonos en eso que creemos ser.
BUSCAR LA VERDAD
“No puedo enseñaros nada, solamente puedo ayudaros a buscar el conocimiento dentro de vosotros mismos, lo cual es mucho mejor que traspasaros mi poca sabiduría” (Sócrates)
Mientras el condicionamiento nos esclaviza, la auténtica educación tiene como finalidad liberarnos. Etimológicamente, uno de los significados de la palabra latina educare es “conducir de la oscuridad a la luz”, es decir, “extraer algo que está en nuestro interior, desarrollando así nuestro potencial humano”. Así, nuestra función como padres no consiste en proyectar nuestra manera de ver el mundo sobre nuestros hijos, sino en ayudarles para que ellos mismos descubran su propia forma de mirarlo, comprenderlo y disfrutarlo.
¿Qué sentido tiene que nuestros hijos deban estudiar Derecho o Económicas si lo que les gusta es el arte y los proyectos sociales? ¿Que deban trabajar 11 horas al día en una profesión que odian para ganar mucho dinero? ¿Que deban jugar con soldaditos si prefieren las muñecas? ¿Que deban convertirse en cristianos, judíos, musulmanes o budistas si no lo han escogido voluntariamente? ¿Que deban seguir los dictados de la mayoría cuando anhelan descubrir su propio camino en la vida?
No es fácil ser padre. Pero tampoco lo es ser hijo de alguien que no se preocupa realmente por el desarrollo de tu bienestar. El condicionamiento provoca que siendo niños nos desconectemos y olvidemos de nuestra naturaleza más esencial: la alegría y vitalidad con la que nacimos. Al convertirnos en adultos, nuestra verdadera identidad queda sepultada por una máscara construida con creencias, normas y valores de segunda mano. De nosotros depende ser capaces de mirarnos al espejo y ver que es necesario cambiar.
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