19 abr 2009

Konstace la hija del héroe


Jacinto Antón entrvista a Konstance Von Schulthess_ “Mi madre fue esencial en el atentado contra Hitler”
El País Semanal, 19/04/2009;
Nació después de que su padre, Claus von Stauffenberg, fuera fusilado por atentar contra Hitler en 1944. Su madre pasó el embarazo en un campo de concentración. Su testimonio es un homenaje a su memoria
La hija del hombre
que trató de matar al monstruo vive en estas montañas. Se respira una pureza abrumadora en el grandioso paisaje agreste cubierto por un tupido manto de nieve. La cita con Konstanze von Schulthess (née Von Stauffenberg) es en su casa solitaria en el corazón de los Alpes suizos, cerca de Silvaplana. Su padre fue el coronel Claus Schenk, conde Von Stauffenberg (1907-1944), la figura clave de la conspiración militar contra Hitler del 20 de julio de 1944 y el ejecutor material del atentado en la Wolfschance, el cuartel general del líder nazi en Prusia oriental (el personaje real que interpreta Tom Cruise en la película Valkiria). Tras las horas de tren desde Zúrich, el taxi deja ante un sendero en medio de la nada y uno echa a andar algo desconcertado, escuchando el ruido afelpado de sus propios pasos sobre la nieve y pensando confusamente en Stalingrado y El desafío de las águilas. El chalet alpino aparece entre los árboles. El timbre de la puerta desgarra un silencio absoluto y sobresalta a un moteado cascanueces posado en una rama. Abre el marido, Dietrich Schulthess-Rechberg, un hombre amable y atractivo que se retira discretamente no sin antes hacer un comentario simpático sobre las ardillas. La hija póstuma de Stauffenberg –nació después de que fusilaran a su padre; su madre, la condesa Nina (1913-2006), pasó parte del embarazo presa en el campo de concentración de Ravensbruck– recibe en un espacioso salón forrado de madera con unos grandes ventanales que arrojan vistas espectaculares sobre la montaña. Prepara ella misma el té. Es alta, enérgica y de facciones agradables, quizá un poco masculinas. Se muestra cortés, pero algo tensa, a la defensiva. La casa está decorada con gusto exquisito. En un arcón pueden verse fotografías enmarcadas de la familia. En varias de ellas aparece un hombre muy guapo con uniforme de oficial de la Wehrmacht: Stauffenberg. Konstanze von Schulthess es autora de un conmovedor libro sobre su madre (Nina Schenk Gräfin von Stauffenberg. Ein portrait, Pendo Verlag, 2008) en el que resalta la personalidad de la esposa del militar.
-Seguramente es una inconveniencia hacer este comentario aquí, pero el lugar recuerda el Berghof, el refugio alpino de Hitler en Bertschesgaden, y perdone por la comparación.
-Sí, realmente no es muy oportuna. Y este sitio es muy diferente. Mucho más alto.
-Me recuerda usted a su padre. Hay algo en su rostro…
-¿Usted cree? En general dicen que a mi madre.
-Sus ojos son marrones. Los de él…
-Eran muy azules.
-El año pasado entrevisté a Von Boeselager, el último superviviente de la conspiración de la que su padre fue la figura fundamental. Murió poco después. ¿Le conocía?
-Sí, Philipp era un amigo. Un hombre con un gran sentido del humor. Éramos familia, algo así como primos.
-Me impresionó cómo imitaba a su padre, mutilado, montando la bomba. Con sólo tres dedos, debió serle tan difícil…
-Si hubiera puesto el resto del explosivo… Hitler fue afortunado, la suerte del diablo.
-Podemos empezar hablando de su madre.
-Es de lo que hablo, porque a mi padre no lo conocí, como sabe.
-Creo que la educación de ella no fue muy convencional.
-Oh, sí lo fue.
-Vestía pantalones en una época en que no era habitual.
-¿De dónde ha sacado eso? Mi madre no usó pantalones en su vida, hasta que, ya mayor, iba en silla de ruedas.
-Bueno, parece que leía novelas de aventuras.
-Eso sí, le encantaban Los tres mosqueteros, las novelas del Oeste de Karl May…
-Karl May, las aventuras de Old Shatterhand y el apache Winnetou, era una de las lecturas favoritas de Hitler.
-Y de todos los niños alemanes. No irá a decir que le parece significativo. A Hitler le gustaban los perros y a mí también, ¿y qué?
-La relación de sus padres, lo explica usted en su precioso libro, fue muy romántica.
-Sí.
-Ella era muy joven, 16 años.
-Y él también, 22.
-Decidieron esperar a formalizarla, por ella.
-Y por él sobre todo. Era una regulación militar. En esa época, a finales de los años veinte, a los oficiales no se les permitía casarse antes de cumplir los 27 o llegar a capitanes. Se casaron en 1933.
-El perfume de ella era Fleur de Nuit.
-Eso fue después. Se lo trajo mi padre de Francia. Tras la muerte de él no volvió a usarlo.
-En su libro, del que dice que es una declaración de amor por su madre, es central la idea de que ella tuvo un papel importante en la conspiración.
-Sí, uno de mis objetivos, mi deseo, es que se reconozca a mi madre y a las esposas de los otros conspiradores del 20 de julio ese papel. Muchas de esas mujeres estuvieron profundamente involucradas en la conjura. Mi madre y otras fueron fundamentales, no estaban en un segundo plano ni permanecían ajenas a aquello. Piense que buena parte de los militares de la conspiración eran jóvenes y estaban muy unidos a sus mujeres. En esencia, no creo que esos hombres hubieran podido hacer lo que hicieron sin unas mujeres fuertes y plenamente conscientes detrás, apoyándolos en todo momento. Lo que intentaron fue algo enorme, extraordinario, era imposible que no contaran con sus mujeres. Ellas no fueron en absoluto las amas de casa pasivas que algunos han querido ver.
-Ese papel activo es poco conocido, incluso hay historiadores que lo discuten.
-Se llevó con mucha discreción, para evitar represalias en las familias, por supuesto.
-Esas represalias podían ser terribles.
-Para mi madre lo fueron. La separaron de sus hijos pequeños, enviados a un orfanato. La detuvo e interrogó la Gestapo en la Prinz-Albert-Strasse. La enviaron a la prisión de la Alexandreplatz, y luego, a Ravensbruck, embarazada de mí.
-Conozco el campo, un lugar espantoso.
-Un lugar impresionante, ¿verdad?
-Estuve en el 50º aniversario de la liberación; conocí a presas polacas que habían sido usadas en experimentos médicos.
-Había mujeres de toda Europa. ¿Sabe que estuvo Juliette Gréco?
-¿Tuvo su madre un tratamiento especial por ser la esposa de Stauffenberg?
-La mantuvieron en aislamiento absoluto seis meses. Fue terrible para ella. Sin saber nada de sus cuatro hijos –el mayor, de 10 años ni del resto de su familia. Pero era una mujer de carácter y aguantó. Una vez incluso hizo, con sus maneras, que la obedeciera un oficial de las SS, hasta que éste cayó en la cuenta de que quien le hablaba era una presa.
-La madre de ella, la abuela de usted, también fue llevada a Ravensbruck.
-Sí, y podía ver a mi madre por una rendija. Pero Nina no lo supo.
-La familia de su madre, los Von Lerchenfeld, originarios de Lituania, había sufrido ya varias debacles a lo largo de la historia. Hay esa preciosa historia del collar.
-La contaba mi madre. Un collar de perlas de una antepasada que fue dama de la corte de la emperatriz rusa. La emperatriz se lo regaló por ayudarla a coser piadosamente la cabeza a un hijo decapitado a causa de su participación en una conjura. Era una tradición cortar el collar y repartirlo en la familia en los malos tiempos.
-¿Era su madre una mujer triste?
-No. Tenía mucho humor. De mayor se volvió algo melancólica, al perder movilidad y autonomía, y su casa. Tenía un fuerte sentido de la familia y de la tradición.
-Estaba muy orgullosa de haber vencido a Himmler, el Reichsführer de las SS.
-Oh, sí. Himmler, como sabe, tras el atentado proclamó aquello de que haría desaparecer de la tierra a toda la familia Stauffenberg, hasta el último brote. Era el concepto de venganza de sangre que acuñó, el Sippenhaft: exterminar a todos los parientes como castigo a la traición. Medio siglo después, mi madre se hizo fotografiar, desafiante, con sus 44 descendientes.
-Una revancha histórica.
-Sí, eso la hizo sentirse muy feliz.
-También recuperó muchas de las cosas que le habían quitado los nazis.
-Fue casa por casa. Pero no por el valor en sí de los objetos, sino porque para ella representaban la memoria de la familia.
-¿Hablaba mucho Nina con su padre de la necesidad de quitar a Hitler de en medio?
-Sí.
-¿La decisión fue de los dos?
- Fue de él, y cuando ella comprendió lo importante que era para él y lo dispuesto que estaba, lo apoyó sin reservas. Entonces estuvo de acuerdo.
-¿Y si ella se hubiera opuesto?
-No sé. Es especular. Prefiero no hablar de las cosas que ignoro. Pero estaban tan unidos, eran tan devotos uno del otro. Estaba fuera de toda posibilidad que ella se opusiera si él creía que era su deber. El caso es que ella consintió, nunca trató de disuadirlo. Incluso lo animó.
-Stauffenberg tuvo dudas. Fue un proceso llegar a la decisión final de matar a Hitler. -Era una cuestión también de timing. Al principio, cuando la conquista de Polonia, no era el momento adecuado. Alemania no estaba preparada para un golpe, no hubiera podido triunfar.
-Von Stauffenberg se implicó a fondo en la guerra. De hecho, hasta resultar malherido en África, fue un oficial destacadísimo, ejemplar.
-Era militar. Era su deber. Pero nunca fue un nazi. Sé que hay gente que dice que mi padre fue un nazi antes de que la guerra fuera mal y se involucrara en la conspiración. No es verdad. Al principio veía con buenos ojos un cambio; a veces se olvida lo que suponía para los alemanes el Tratado de Versalles. Votó por Hitler como canciller, pero ya en el 38, cuando la noche de los cristales rotos, los ataques contra los establecimientos judíos y las sinagogas, detestaba a los nazis. Le horrorizaba el antisemitismo. Tenía amigos y familiares judíos.
-¿No cree que aparte de las razones morales y, luego, militares había razones de clase en la oposición de la casta de oficiales aristócratas, como los de su familia, a Hitler?
-El régimen nazi era repulsivo y brutal, y Hitler, un pequeño burgués, en el peor sentido.
-Hay esa frase que le respondió su padre a su madre cuando le preguntó, poco antes del atentado, por las probabilidades de éxito…
-“Fifty-fifty”, cincuenta por ciento, le dijo.
-Un margen escaso. Y era consciente de que, de fallar, las consecuencias serían terribles para la familia.
-Ajá. ¡Cuánto valor hacía falta! Pero creía que, en cualquier caso, aunque fallido, el golpe mostraría que había habido resistencia contra Hitler. Había un sentido simbólico, un deber ético de mostrar coraje moral.
-¿Sabía que él mismo iba a ejecutar el atentado el 20 de julio?
-No, no conocía los detalles. Pasó un día terrible, sin noticias de él, suponiendo que estaba implicado, pero nada más. Se encontraba en la casa de vacaciones de la familia, en el castillo de Lautlingen, en los Alpes suabos, y se enteró por rumores del atentado, aunque no tenían radio. Pensó: “¡Así que lo han hecho después de todo!”. Hasta el 21, cuando un familiar bajó al pueblo a escuchar las noticias, no supo la horrible verdad.
-¿Qué les dijo su madre a sus hijos, sus hermanos mayores?
-Reunió a los niños y les explicó que su padre, al que idolatraban y veían como un héroe –él, por su parte, los adoraba, había muerto la noche anterior. “Papi ha cometido un error y por eso lo han fusilado”. Les hizo memorizar esa frase y otra, pensando que acaso les podría salvar la vida: “La providencia ha protegido a nuestro querido führer”. Al mismo tiempo les anunció que estaba esperando un bebé: yo.
-¿Hablaba su madre de todo eso con usted?
-Sí, hay gente que no puede hacerlo, pero ella sí. Yo le preguntaba mucho. Sobre mi padre. De niña, de adolescente, estaba muy interesada en saber cómo era mi padre.
-¿Ha sido difícil para usted?
-Qué quiere que le diga. Ha sido así. Es mi realidad. No me sentía diferente, si es lo que pregunta. Piense que había muchos niños en mi situación en la Alemania de la posguerra. No era la única que había perdido a mi padre y estaba obligada a crecer sin él.
-Pero los otros niños no tenían un padre que se llamaba Von Stauffenberg…
-Yo era sólo una niña, y luego una joven, común. No se hablaba del tema todo el tiempo. Nadie me decía “tu padre fue el que le puso la bomba a Hitler”, y yo no lo iba contando a todo el mundo. Pero la gente lo sabía, claro.
-¿Es difícil ser la hija de un héroe?
-Otra vez he de decirle que no me he sentido diferente ni especial. Era mi vida de cada día.
-¿No siente, no sé, una obligación moral por ser quien es?
-A veces, algunos profesores te decían: “Tienes que ser mejor que los demás”. Normalmente, como adolescente, tendías a lo opuesto. Me considero muy afortunada. Fui a una buena escuela, tuve maestros muy sabios. La madre que nos educó era fuerte, noble, valiente y tenaz. Nos enseñaron, a mí y a mis hermanos, a ser responsables por nosotros mismos.
-Perdone que insista, pero ¿no era difícil ser una Stauffenberg en la Alemania de la posguerra?
-Viví esos años en un entorno muy favorable a mi familia. En la casa de mi abuela paterna. Toda la gente de la zona conocía y apreciaba a los Stauffenberg. Los padres de mis amigos habían sido amigos de mi padre. El pueblo entero nos apoyaba. Alrededor sólo había admiración. Más tarde, cuando salí de allí… Pero nunca, nunca, nadie me ha dicho a la cara que fuera la hija de un traidor. Y creo que eso nunca le ha sucedido tampoco a mis tres hermanos ni a mi hermana (Valerie, fallecida de leucemia en 1966, con 26 años). A nadie de mi familia. Conozco a otros hijos de resistentes que sí han sufrido esa experiencia.
-¿Los neonazis no la han molestado?
-No, déjeme tocar madera (lo hace, sonoramente). De hecho, a esa gente no les gusta la historia, lo ignoran todo. No sé cómo serán los españoles, pero los neonazis alemanes son muy poco ilustrados, gente infeliz.
-¿Tiene dudas sobre los actos de su padre? La bomba que puso no mató a Hitler, pero sí a otras cuatro personas. ¿Le preocupa eso?
- Era el riesgo que se corría. Y estaban en guerra. Pero no quiero hablar de mi padre ni del atentado. No es mi época.
-Bueno, estamos hablando de su relación con la memoria de su padre. Era una situación…
-Se tomaban riesgos, habría que haber estado allí para juzgarlo.
-Es cierto que toda la gente en el búnker eran militares, soldados, en su mayoría cómplices de la guerra de Hitler.
-Sí. Por supuesto que mi padre sabía que al hacer estallar la bomba habría otras víctima, que varios morirían o quedarían malheridos. En la balanza no contaba. Era la guerra, estaban muriendo millones. ¿Sabe que murió más gente en el último año de la guerra que en todos los anteriores?
-Y su padre estaba dispuesto a sacrificar vidas, incluso las de su familia, para parar eso.
-Así es.
No decimos más durante un rato. El silencio se condensa en el salón de manera similar a como la nieve se acumula fuera. Reina una paz espesa, mineral. Unas estalactitas en los ventanales brillan con un destello azulado.
-Este sitio es hipnótico. Parece que nos encontremos fuera del tiempo.
-Sí, lo es, un lugar especial.
-¿Vive aquí normalmente?
-La mitad del año. El resto, en Zúrich.
-¿Esquía?
-Oh, sí.
-¿Reside en Suiza para no hacerlo en Alemania?
-Oh, no, en absoluto; porque mi marido es suizo. Alemania está muy cerca.
-¿Conserva cosas de su padre? Uniformes, medallas, reliquias.
-No muchas. Mi madre tenía algunas cosas, pero tampoco demasiadas. Vivieron juntos sólo diez años, ¿sabe? Y el anillo de boda se quedó en África.
Konstanze von Schulthess no lo aclara, no hace falta: su padre perdió la mano derecha, con el anillo, en 1943, cuando servía con el Afrika Korps, en Túnez, en un ataque de cazas aliados que lo dejó muy malherido. Perdió también dos dedos de la otra mano y el ojo izquierdo.
-¿Cómo vivió su madre las mutilaciones de su padre?
-No la impresionaron. Le recuerdo de nuevo en qué época estaban: aquello se veía cada día. La gente vivía con la mutilación y la muerte de amigos y parientes.
-Hablando de anillos, su padre tenía también uno que le había dado el poeta Stefan George, su mentor y maestro espiritual. Un hombre que fue muy importante para Von Stauffenberg y sus dos hermanos.
-No hablo de George. Nina lo aceptaba. Cuando iba a visitarlos, mi padre y él se encerraban en su despacho y mi madre nunca entraba. Era un mundo completamente aparte de ella. Como sabe, mi abuela paterna desconfiaba de la influencia de George sobre sus hijos. En todo caso, George murió en 1933.
-¿Le gusta su poesía?
- La encuentro un tanto extraña.
-En su familia, aparte de su padre, hay gente sensacional.
-Tengo debilidad, si me permite, por su tía Melitta Schiller, la esposa del hermano de su padre Alexander von Stauffenberg. Ella era una audaz y condecorada aviadora, piloto de pruebas de la Luftwaffe. Sí, ingeniera y testpilotin. Era encantadora y muy inteligente. Mi madre la quería mucho.
-Su muerte fue muy trágica.
-La derribó un caza aliado cuando se dedicaba a volar a los campos para llevar ayuda a los miembros de la familia detenidos por la conspiración. Sí, llegó a aterrizar su aparato, muy malherida. Si la hubieran encontrado antes, habría sobrevivido.
-Era medio judía.
-Su padre era judío.
-Los nazis la dejaron en paz por la importancia de su trabajo aeronáutico. Su marido, Alexander, es el único de los tres hermanos Von Stauffenberg que sobrevivió. No estaba implicado en la conspiración. ¿Era el más débil?
-No, no, yo no diría eso. Era profesor de historia, un intelectual introvertido, aunque sirvió en la guerra también como oficial y resultó herido. Mi padre y mi tío Berthold lo mantuvieron alejado de la conjura. Pero igualmente los nazis lo enviaron a Dachau.
-Berthold, que era oficial de la marina, estuvo en el Bendlerblock, la base del golpe en Berlín el 20 de julio. ¿Pudo despedirse de Claus antes de que fusilaran a éste?
-No están claros los acontecimientos de aquella noche.
-¿Cree que se conserva bien la memoria de su padre?
-En general, sí. En Alemania es bien conocido ahora, más que en los años cincuenta y sesenta. Y con la película Valkiria empieza a ser mejor conocido en el extranjero. Mucha gente todavía piensa que ser alemán en esa época era ser nazi. Que nazi y alemán son sinónimos. La película quizá sirva para hacer comprender a esa gente que no es así. Que hubo también alemanes buenos.
-¿Ha visto la película?
-Sí.
¿Qué le parece?
-Hay que recordar que es una película y no un documental. Su lógica es otra. Como película está bien. Y es respetuosa. No está nada, nada mal.
-¿Y qué opina de Cruise encarnando a su padre? Eso ha de resultarle chocante. No imagino persona más diferente a Stauffenberg.
-Es encantador.-
-La película inventa algunas cosas. Eso de su padre poniendo el ojo de cristal en un vaso de otro conspirador…
-Bueno, mi padre, ¿sabe?, tenía unos cuantos ojos de cristal de repuesto, los perdía y rompía todo el tiempo porque no le gustaba llevarlos. Pero, sí, lo del vaso es una invención. La película cuenta la historia, pero a su manera.
-¿Qué opina de las otras películas que se han hecho en que aparece su padre?
-La de Jo Baier de 2004 es en general correcta. Creo que Sebastian Koch lo interpreta bien. Aunque desgraciadamente mostraba a mi madre como una simple ama de casa descontenta con lo que hacía su marido, es decir, lo opuesto a lo que fue en realidad. Esa película fue una de las razones por las que escribí el libro. Para la película, Baier no quiso contactar con la familia, pero Koch lo hizo por su cuenta, vino a ver a mi madre. El filme de Pabst de 1955 es bueno, no tanto el de Falk Harnack del mismo año en el que Wolfgang Preiss llevaba el parche ¡en el ojo equivocado!
Ha caído la tarde. Aprovecho la atmósfera de intimidad para expresarle a Konstanze von Schulthess mi admiración por el coraje de su padre. Sonríe ante el arrebato vehemente y asiente. Acabamos el té. Luego me acompaña hasta la puerta. Una luz melancólica baña el paisaje nevado. Señalando a las montañas, me recuerda que por ellas pasó Aníbal con sus elefantes y luego menciona la campaña de César contra los belicosos germanos de la Rhaetia. Tras este armígero epílogo, digno de su padre, se despide con una inesperada advertencia, casi maternal: “Cuidado no patine, la nieve se ha helado”. El taxista no aparece por ningún lado y pronto se hará de noche. Quién sabe, igual incluso hay lobos cerca. Pero de casa de la hija de Von Stauffenberg no se sale con miedo.
La hija del héroe
Konstance, la hija póstuma de Claus von Stauffenberg, nació el 27 de enero de 1945, en los estertores de la II Guerra Mundial, en una clínica privada de Frankfurt an der Oder, donde había sido internada su madre, Nina, presa de los nazis (arriba, madre e hija). La viuda embarazada del ejecutor del atentado contra Hitler había estado antes en el campo de Ravensbrück.
Sus primeros días los pasó Konstance custodiada por un agente de la Gestapo. El fin de la guerra, sin duda, evitó que Himmler cumpliera su promesa de exterminar a todos los Stauffenberg. Konstance vivió con sus cuatro hermanos mayores y su madre, su gran confidente, a la que dedicó un hermoso libro publicado el año pasado.
Desde 1965 reside en Suiza, de donde es originario su marido. Tiene cuatro hijos, varios nietos y mucho carácter.

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