5 may 2009

Opinón de Marcelino Perelló

Lo precavido no quita lo pendejo
Marcelino Perelló
Excélsiro, 5-May-2009;
Los automóviles de los chilangos son apedreados en distintas poblaciones de la República. Una gran cantidad de gente los repudia. “Que no nos vengan a traer aquí sus enfermedades”.
¿Qué esperaban? Ellos mismos son los que generan y propagan el pánico, y luego se asombran y escandalizan de que cunda. Los mexicanos son rehuidos y acosados en todo el mundo. En China los confinaron en un hotel y los declararon en cuarentena. Tiene que ir un avión mexicano a rescatarlos. Los jugadores del Guadalajara que fueron a Chile se quejaron amargamente del trato que recibieron, no sólo de las autoridades, sino de la gente por la calle. En una mezcla de burla y temor.
Una buena cantidad de países han suspendido sus vuelos a y desde México. En América Latina, Europa y Asia. Noventa corridas aéreas fueron canceladas ayer en el aeropuerto capitalino. El gobierno de Calderón se indigna, habla de xenofobia y racismo, y envía protestas diplomáticas a diestra y siniestra. ¿Qué esperaba?
Curioso racismo ciertamente, que se da en primer lugar en nuestro propio país. Los automóviles de los chilangos son apedreados en distintas poblaciones de la República. Muchos los repudian. “Que no nos vengan a traer aquí sus enfermedades”. Las autoridades de Acapulco lo declaran formalmente, sin pelos en la lengua. “Que se queden en su casa”. No parece importarles demasiado que bajen el consumo y la ocupación hotelera.
Lo decía un empresario de Cancún. “No lo tomen personal pero con el primer caso de la nueva gripe que se presente en nuestra ciudad, las pocas reservaciones que nos quedan de turistas y charters extranjeros se esfumarían”. La gente tiene miedo. Por la salud y por el dinero. ¿Qué esperaban?
Porque, además, numerosos capitalinos aprovecharon el puente VIP (virus de la influenza porcina) para huir de la ciudad fantasma, de una ciudad cuyas autoridades la han vuelto invivible. No supieron prever el clima hostil que los esperaba. No fueron recibidos como víctimas sino como agresores patógenos. Cada turista defeño era visto él mismo como un virus gigantesco y mortal. ¿Qué esperaban?
Digámoslo de sopetón: el tratamiento que las distintas autoridades del país dieron a la supuesta epidemia gripal fue precipitado, exagerado e irresponsable. Gobernar no es tarea fácil. Aunque al ver a quienes se ocupan de ello, uno estaría tentado a considerar que sí. Los gobernantes deben tener en cuenta una multiplicidad de factores. De hecho, el buen gobernante los debe contemplar todos. No puede uno aventarse como El Borras. Olvidar consecuencias importantes no le está permitido al político que se precie de serlo. Puede llevar a consecuencias funestas. Y eso es lo que está sucediendo aquí. ¿Qué esperaban?
Hoy ya va quedando claro que no hay para tanto. Que no había para tanto desde un buen comienzo. Quién sabe si los gobiernos de nuestro país actuaron por iniciativa propia, cosa cada vez más dudosa, o si estaban en la hora de dictado, y siguieron escrupulosamente las instrucciones que llegaron de fuera. Total, han de haber dicho allá, que se chinguen ellos. En un caso y en otro, en efecto nos chingamos. ¿Qué esperaban?
Ya parece establecido que el ahora famoso A H1N1 no es tan dañino, ni mucho menos mortal, como se dijo. Como se dijo sin saber. Ya son muchos los especialistas del mundo entero que afirman, convencidos, que es más bien inocuo. Al menos tanto como el de la gripe común o estacional.
Busco en la página de la Secretaría de Salud las estadísticas sobre la morbilidad y mortalidad de la gripe estacional. El informe más reciente es de 2005. Si atienden la alerta sanitaria con la misma prontitud con la que actualizan su página, ora sí que ya nos fregamos. Resulta que, según ellos mismos, en México murieron de gripe, en 2005, 819 personas. Y sus complicaciones, la más común de las cuales es la neumonía, y 819 entre 12 da 68 fallecimientos al mes. Más del doble de los que ha producido el temido nuevo virus. Sólo que aquéllos, ay, no salieron en los periódicos.
Digamos en descargo de los mandamás de nuestro país que la histeria que han provocado ha rebasado con mucho las fronteras y esa histeria se ha vuelto una pandemia prácticamente mundial. Ningún gobierno ha querido quedarse atrás y, en complicidad con la prensa amarillista y sensacionalista han aprovechado el viaje. ¿A poco se van a adornar sólo ellos? Adornémonos todos. Si la dizque epidemia se detiene, será nuestro mérito y, si no, nadie nos podrá echar en cara que hicimos todo lo posible.
Además es una magnífica maniobra de diversión, que nos permite dejar en segundo plano los problemas auténticamente graves: el derrumbe de la economía, el fracaso ante el narcotráfico o el naufragio del América. En México en particular, sin embrago, existe un elemento adicional, las elecciones parlamentarias del 5 de julio. No es que la campaña se haya suspendido, es que la campaña es la alerta sanitaria misma.
Pero no se trata sólo de la competencia electoral por ver quién ocupa más lugar o más tiempo en el periodismo, escrito o electrónico. Se trata también de ver quién la hace más gruesa, más terrible y más espectacular. ¿Me podría usted explicar, cauto y encrespado lector, qué sentido tiene cerrar las escuelas de estados de la República donde no se ha presentado un solo caso?
Ebrard revira, tapa y gana. Ordena cerrar todos los restaurantes, bares, cantinas, cabarets y puestos callejeros en la Ciudad de México. ¿Tiene algún sentido? Sólo uno. El de que todos sepamos que el señor Ebrard existe y de que es “enérgico”. ¿No bastaba reglamentar la densidad de clientes? ¿Quitar algunas mesas si fuera necesario, para evitar aglomeraciones y la indeseable cercanía entre clientes diversos? Por lo visto, no. ¿Pensó el señor Ebrard en la suerte de los meseros y de las 500 mil personas que trabajan en los restaurantes en la ciudad, y que se quedaron sin ningún tipo de ingreso? ¿Pensó en la comida que se pudrió en los refrigeradores? ¿Pensó en el desastre de los proveedores? ¿Pensó en los cientos de miles de viajeros que pasan por aquí cada día y que no tienen dónde comer? ¿Debieron haber traído su lunch? Ya no sé qué es peor, si que lo haya pensado o que no.
Por otra parte, ¿es absolutamente necesario que todo un Presidente de la República aparezca a cada rato en los medios, explicándonos que al toser o estornudar hay que taparse la boca con la cara interna del codo, gesto incluido. ¿Qué, de plano no hay ni subsecretarios ni voceros?
Eso no lo dijo Calderón, probablemente por limitación de tiempo. Pero lo digo yo. Al momento de taparse la boca con el brazo es conveniente llevar una capa, obscura y larga, por debajo de las rodillas, para embozarse bien, y un sombrero emplumado. La espada va en la cintura a la izquierda, a menos que sea usted zurdo. Si el interlocutor tosiese o estornudase, no dude en sacar el florete, en un movimiento rápido y decidido, y traspasar al advenedizo. Avise a las autoridades y no se preocupe. Su muerte será considerada como una necesidad sanitaria y contabilizada entre las víctimas de la “influenza”.
La conclusión inevitable, amigo mío, es que lo precavido no quita lo pendejo.
bruixa@prodigy.net.mx

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