14 sept 2009

Un extraño secuestro

Enigmas de un extraño secuestro/MIGUEL ÁNGEL GRANADOS CHAPA
Revista Proceso # 1715, 13 de septiembre de 2009;
Hasta el momento de escribir estas líneas –y seguramente tampoco a la hora en que estén ante los ojos de los lectores– no había ocurrido el terremoto insólito, nunca antes experimentado, que José Mar Flores Pereira había querido anunciar al presidente Felipe Calderón, con quien iba a coincidir en el Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México hacia las 14 horas del miércoles 9 de septiembre de 2009, noveno día del noveno mes del noveno año del tercer milenio. De modo que hasta la profecía para expresar la cual se produjo el secuestro de un avión parecía estar resultando falsa.
(En rigor, dado el tono apocalíptico que Flores Pereira quiso dar a su fechoría, su atentado debió ocurrir mucho tiempo atrás, el 6 de junio de 2006, pues en esa fecha figuran a derechas, no la inversa, los números del Anticristo. Escribió San Juan en la isla de Patmos, en el versículo 19 del capítulo 23: “que el inteligente calcule la cifra de la Bestia, pues es la cifra de un nombre; la cifra es 666”.)


No tengo una hipótesis respecto de quién y para qué se fingió la comisión de ese delito. Ni siquiera estoy en condiciones de saber si efectivamente se trata de una puesta en escena. Sólo digo que en el extraño suceso ocurrido el miércoles 9 abundan los ingredientes mal mezclados, las figuras de un rompecabezas que no cuadran. Admito, en consecuencia, la posibilidad de que en efecto una persona hubiera secuestrado un avión con más de 100 pasajeros, exigido el cumplimiento de unas condiciones, para lo cual amenazó a la tripulación con hacer estallar explosivos y, no obstante ser desatendidas sus peticiones, permitió la salida de los pasajeros y se entregó sin resistencia a las autoridades.
Pero poca gente cree que así haya sido. Y sobre esa incredulidad se erigen señalamientos de que se trató de un engaño. “Una faramalla”, la llamó el diputado Porfirio Muñoz Ledo. “Un montaje”, aseguró en el otro extremo José Antonio Ortega, presidente del Consejo Ciudadano para la Seguridad Pública y la Justicia Penal. Este abogado, autor de un libro sobre secuestros, fue más allá, pues no vaciló en señalar al autor de esa farsa: Genaro García Luna, secretario de Seguridad Pública del gobierno federal.
No estoy distante en este punto de la posición de Ortega, ya que es imposible olvidar el caso de Florence Cassez, cuya captura fue montada para la televisión en diciembre de 2005 por el entonces director de la AFI, el propio García Luna, que con acciones como esa ganó los lauros que le permitieron ascender en la escala jerárquica de la policía federal hasta ser su cabeza. Sin parar mientes en ese grave defecto del procedimiento, el Ministerio Público y la justicia sentenciaron a la señora Cassez por secuestro. A causa de ese mismo lance, que debió costar a García Luna la carrera y no obtener el premio que se le asignó, la relación diplomática entre Francia y México se ha helado, ya que el presidente Sarkozy fue sensible al clamor público en Francia, y al de la familia de la presa, que por desconfianza a la procuración y administración de justicia mexicanos pretendieron trasladar a su país a la sentenciada. Así lo pidió el mandatario francés y así le fue negado.
Los enigmas del extraño secuestro comienzan por el presunto secuestrador. En un mundo de ambigüedades, su figura es inasible. Es, por lo tanto, un candidato ideal para participar en una superchería, comprado o bajo amenazas. Delincuente en su tierra de origen, Bolivia, se habría regenerado en México por el poder de la oración que, por lo que dice de sí mismo, también lo dotó de capacidad para ganarse la vida como pastor de una confesión cristiana no católica, como autor de himnos religiosos y aun como empresario. Poseyó un restaurante en Cancún y fue acusado allí de pagar para que jefes policiacos fueran amenazados, no sé con qué objeto, si para extorsionarlos o qué. El hecho es que tuvo que dejar su negocio (adosado a una casa de oración llamada Éxito Familiar, denominación que denota inclinación hacia las fórmulas comerciales). Y se fue a Oaxaca…
Ya en esa ciudad, ha de tener alguna relación con gente del gobierno, que le permitieron cantar sus himnos en un entreacto de la Guelaguetza apenas en julio pasado. Con tantas medidas de seguridad que adopta el gobierno estatal para que su fiesta no sea afeada por protesta social, sólo con autorización se puede llegar hasta la plataforma donde actuó el pastor boliviano, quizá ya naturalizado mexicano, lo que de ser cierto abre otro enigma, sobre los modos y el momento en que obtuvo su nueva nacionalidad.
Cómo pudo subir al avión –cuyo precio no es una bicoca, por lo que forma parte de otro enigma– con los elementos que a bordo hizo pasar por explosivos es otro enigma a resolver. El escrutinio de seguridad en los aeropuertos es tan riguroso que a menudo irrita. O da risa como cuando es decomisado un cortaúñas. O unas pequeñas tijeras apenas capaces de cortar papel. O hasta las aspas de una licuadora cuyos filos son inofensivos porque están insertados en una estructura metálica (a menos que se crea que ésta pueda servir como arma contundente).
A los 50 minutos de vuelo, rumbo a la Ciudad de México, José Mar se manifestó. Con el amago de hacer estallar un artefacto extraño, que no llamó la atención a ningún revisor en el aeropuerto, o que armó ya a bordo, formuló su petición: demandaba hablar con Calderón para advertirle del gran e inminente desastre. De haberse accedido a su exigencia, el presidente simplemente hubiera tomado nota de su prevención, pues nada podría haber hecho frente a la magnitud del terremoto anunciado. Da la casualidad, empero, que la exigencia del secuestrador pudo haber sido materialmente satisfecha, pues el aparato secuestrado estaba en tierra, apartado del tráfago normal aeroportuario, a la hora en que estaba programada la partida de Calderón a Campeche, desde la misma terminal aérea. La coincidencia podría significar –lo planteo sólo como un enigma más– que Flores Pereira estaba al tanto de la agenda presidencial.
Otro enigma es si se transmitió a las autoridades el pedido del secuestrador o no. Y, en consecuencia, si hubo deliberación sobre tal demanda y cuál fue la conclusión: si negarse de plano a satisfacer el extravagante deseo del pastor o engañarlo con una aceptación aparente. Como si esto hubiera ocurrido, y sin que ese resultado se produjera tras una prolongada y extenuante espera y la correspondiente negociación, el secuestrador se entregó sin resistencia y podría decirse que con satisfacción y hasta alivio. Sonreía y mascaba chicle una vez capturado, tan tranquilo, sin la mínima señal de tensión, que parecía seguir un guión y no tener nada de qué preocuparse.
Dado que no hubo riesgo alguno, los agentes federales convocados y que entraron por una escalerilla normal (a cuya cabeza un verdadero secuestrador armado hubiera podido cazar uno a uno a sus atacantes) e ingresaron al aparato sin contratiempo alguno. Ya habían salido las mujeres y los niños, por decisión de José Mar. Adentro quedó una veintena o más de adultos. A más de la mitad se les dejó salir. La policía los dejó salir sin problema. Pero a los últimos ocho los detuvo y los condujo esposados a bordo de un vehículo enrejado a un local oficial donde al fin se les dejó libres. ¿Y los primeros liberados? ¿No podrían estar entre ellos los presuntos cómplices cuya búsqueda sirvió para explicar el maltrato infligido a pasajeros tomados al azar?
La operación fue brillantemente dirigida sobre el terreno por el propio García Luna, que de ese modo cobró dimensiones de héroe. Podrá decirse en su abono que si bien hoy sabemos que no hubo nunca riesgo real de estallidos o de violencia homicida, él no lo sabía en ese momento. Por las dudas, sin embargo, se mantuvo a distancia del avión y cerca de las cámaras.
Flores Pereira fue consignado el viernes 11 por tres delitos, dos de los cuales pueden en efecto corresponder a la conducta conocida, o que se le atribuye. Se le consigna por ataques a las vías generales de comunicación en su modalidad de apoderamiento de una aeronave por medio de amenazas. Y de privación ilegal de la libertad a los pasajeros que con él volaron de Cancún a México. Allí comienza a enseñar las costuras la acusación. Los pasajeros no fueron retenidos por el presunto delincuente, y no se llegó a un punto en que algunos quisieran descender del aparato y él lo impidiera. El tercer delito resulta en la escena tan extravagante como el resto de los hechos que he mencionado: se le acusa de sabotaje, que es el delito que comete quien entorpece vías de comunicación “con el fin de afectar la capacidad de defensa del país”. ¿Qué? ¿Cuándo hizo eso José Mar?
La acusación es en ese punto insostenible. Si en otro hecho enigmático resulta que al presunto delincuente lo defiende un buen, y caro, penalista, los cargos –el tercero sin duda, y quizá el segundo– no prosperarán. ¿Acaso la acusación es endeble deliberadamente para propiciar la libertad del pastor que a la postre no causó daño alguno, ni siquiera conmociones a los pasajeros, muchos de los cuales sabían menos de lo que acontecía dentro del avión que quienes seguían por los medios el episodio?
También puede ocurrir que el juez no inicie proceso a Flores Pereira atribuyéndole una perturbación mental y teniéndolo por ello como inimputable. Si así fuera, los enigmas quedarían resueltos. Se sabría que se trató de un montaje, y se conocería el nombre del autor.



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