14 mar 2011

Ocho verdades incómodas

Ocho verdades incómodas/Timothy Garton Ash, catedrático de Estudios Europeos en la Universidad de Oxford, investigador titular en la Hoover Institution de la Universidad de Stanford. Su último libro es Facts are subversive: Political writing from a decade without a name.
Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia
EL PAÍS, 13/03/11;
En el siglo XV, el papa Pío II, que fue el primero que habló verdaderamente en sentido moderno de “Europa”, escribió una famosa carta al sultán Mohamed II, el conquistador de Constantinopla, en la que elogiaba a las numerosas potencias del Viejo Continente: “España, tan firme; Francia, tan guerrera; Alemania, tan populosa; Gran Bretaña, tan fuerte; Polonia, tan audaz; Hungría, tan activa, e Italia, tan rica, fogosa y experimentada en el arte de la guerra”.

Hoy, Europa sigue siendo impensable sin sus naciones. Pensar que Europa no es más que la Unión Europea y sus instituciones de Bruselas es como describir una casa hermosa leyendo los manuales de instrucciones de sus instalaciones de fontanería, electricidad y calefacción. Por supuesto que Europa es mucho más que la suma de sus naciones; pero, sin ellas, no es nada.
Por eso vamos a detenernos en la propia nación de Pío II, Italia, que el próximo jueves celebra el 150º aniversario de su supuesta unificación para formar una Nación-Estado moderna: el reino de Italia se proclamó el 17 de marzo de 1861. Italia es el país europeo por excelencia. En ningún otro lugar pueden encontrarse tantas capas acumuladas de historia europea. Solo en Roma es posible comer junto al lugar en el que Julio César murió asesinado y acercarse después a oír al heredero de San Pedro proclamar su mensaje de 2.000 años de antigüedad a la ciudad y el mundo. Casi todo lo que formó la primera identidad moderna de Europa -en especial, el legado de Grecia y el cristianismo- nos llegó a través de la antigua Roma. Europa: de Julio César a Silvio Berlusconi.
Cada país europeo es único, pero todos tienen mucho en común, y cada parte nos revela algo sobre el todo. He aquí ocho cosas que, en mi opinión, nos dice la Italia actual sobre Europa.
1. Ni Italia ni Europa saben qué historia quieren contar. Hace poco asistí, en la Embajada italiana en Londres, a un acto de celebración del 150º aniversario de la “unidad de Italia”, dedicado casi por completo a dos temas estrechamente relacionados: las mujeres y el amor. La velada fue deliciosa: Greta Scacchi leyó unos versos luminosos de la Divina Comedia de Dante (Amor, ch’a nullo amato amar perdona
[literalmente: El amor, que a nadie amado amar perdo-na] y un tenor cantó canciones de amor napolitanas hasta casi reventar. Sin embargo, todo aquello me pareció una extraña carta de presentación de un país europeo moderno ante sus amigos. Y la UE ni siquiera tiene canciones que ofrecernos.
2. Europa no presenta una historia, sino un estilo de vida. E Italia es el ejemplo más glorioso de ese estilo de vida: comida,vino, moda, sol, jornadas laborales “sociales” y largas vacaciones, bella figura, dolce vita y todo lo demás. Lo malo es que ese estilo de vida solo lo disfruta un número cada vez menor de italianos y europeos, y es insostenible sin una reforma radical de la economía y el Estado de bienestar y sin la integración real de los hombres y mujeres de origen inmigrante, muchos de ellos musulmanes (si Pío II levantara la cabeza…).
3. Casi todos los europeos, y muchos no europeos, saben seguramente más cosas de Berlusconi que de ningún otro político europeo. Es lo más parecido que tenemos a una figura política pan-europea. Pero, por desgracia, lo que todo el mundo sabe de él es más bien pomposo, lascivo o desagradable, para decirlo con suavidad. Es decir, en vez de compartir una representación seria de la política europea, dentro de una esfera pública europea real, lo que tenemos es una opereta de mal gusto.
4. La variedad de cosas que ocurren en los países de la Unión Europea es mucho mayor, y menos atractiva, que las bonitas historias que nos contamos a nosotros mismos y al resto del mundo. El berlusconismo no es fascismo, pero está muy lejos de ese ideal de democracia social liberal y funcional que a los europeos les gusta considerar distintivo de Europa. E Italia no es el único caso. La Hungría de Viktor Orban -por hablar de otro viejo país mencionado por Pío II- no se queda a la zaga. Si combináramos en un único país imaginario las peores características de los 27 miembros de la UE, nos encontraríamos con un lugar muy desagradable.
5. El momento en el que los países europeos tienen que comportarse mejor y mostrarse demócratas, liberales y respetuosos con las leyes es el periodo de uno o dos años antes de entrar en la UE. Una vez que han entrado, pueden hacer lo que les dé la gana. Si la Italia de Berlusconi tuviera que solicitar hoy su ingreso en la Unión, quizá no la admitirían.
6. Nunca debe mezclarse el gobierno actual de un país con el país que afirma gobernar. Todos los países europeos poseen dentro de ellos elementos variados, e Italia tiene más diversidad que ningún otro. Existen grandes áreas de su vida nacional -entre ellas, muchas dirigidas incluso por personas que han apoyado a Berlusconi- que son modernas, eficaces, civilizadas y admirables. El mismo país del emperador Silvio nos ofrece también al candidato más creíble de todos los que aspiran al cargo de gobernador del Banco Central Europeo (me refiero, por supuesto, a Mario Draghi, gobernador del Banco de Italia).
7. No es lo mismo una nación histórica y duradera que una Nación-Estado unida y estable. En The Pursuit of Italy, un libro cuya publicación coincide con este aniversario, el autor británico David Gilmour alega que Italia lleva 150 años dedicada, precisamente, a no ser una Nación-Estado unida y eficaz. Nos recuerda que los partidarios de la Liga Norte de Umberto Bossi dicen en tono de burla que “Garibaldi no unió Italia; dividió África”. Como el debilitamiento político actual de Berlusconi signifique el refuerzo de Bossi, esa actitud no será un buen presagio para una mayor integración del país. Y está relacionada con un problema europeo más general: la integración de la UE es precisamente lo que hace posible que caigamos en la desintegración nacional. No hay más que ver el caso de Bélgica, que lleva ya 270 días sin Gobierno por diferencias aparentemente irreconciliables entre los políticos del norte (flamencos y de lengua neerlandesa) y el sur (valones y de lengua francesa).
8. A propósito de África, sería de esperar que Italia, una de las grandes potencias mediterráneas de Europa, tomara la iniciativa, junto con Francia y España, de elaborar una respuesta común, audaz e imaginativa, a la primavera árabe. En lugar de ello, lo que tenemos son fotografías de Berlusconi abrazando a Gadafi, la empresa estatal de energía ENI que, por lo visto, sigue suministrando al dictador libio el dinero del gas y el petróleo, y un auténtico pánico por los refugiados tunecinos que llegan a la isla italiana de Lampedusa. Una vez más, Italia no es sino una versión extrema de la confusión de Europa. Y ya no nos lo podemos permitir.
En definitiva: Feliz 150º cumpleaños, Italia (des)unida. Te queremos. Te acompañamos en el sentimiento, sobre todo vistos tus gobernantes actuales. Y necesitamos urgentemente que vuelvas a la vanguardia de ese gran proyecto, antiguo y moderno, que llamamos “Europa”. Al fin y al cabo, tú lo inventaste.

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