CRÍTICA: 64º Festival de Cannes
'Habemus' Nanni Moretti, pero menos
CARLOS BOYERO E País, 14/05/2011
Cada vez que se habla de la crisis del cine italiano, habitado durante varias décadas por directores, guionistas e intérpretes excelsos, creador del neorrealismo y de un montón de comedias inolvidables, siempre se cita el nombre de Nanni Moretti como uno de los escasos autores gloriosos que le quedan
a esta cinematografía, alguien con un mundo tan reconocible como poderoso, ácido y crítico, capaz en su irreverente, original y penetrante obra de conectar no ya con la sensibilidad de los espectadores italianos sino también con el público europeo de paladar medianamente educado. No solo con su arte detrás de la cámara sino igualmente delante de ella, dando vida a un tipo tan irónico como confuso que plantea interrogantes sobre las personas y las cosas, con el que resulta fácil que se identifiquen los espectadores.
Moretti, cuyo cine es habitual en el Festival de Cannes, logró hacer reír y pensar a este público incondicional con Caro diario. También nos conmovió profundamente con la trágica La habitación del hijo, que ganó la Palma de Oro en la edición del año 2001. En su anterior película El Caimán, este Pepito Grillo italiano logró algo tan cívico como molestar al caballero Berlusconi. En Habemus Papam, que acaba de ser exhibida en Cannes, el siempre temido Moretti construye su ficción en el intocable Vaticano. Parece ser que este, siempre tan atento a las agresiones y burlas de los impíos, se ha mosqueado con la visión que ofrece de él, lo cual aumentaba el morbo hacia una película presuntamente sabrosa, en la que esperabas encontrar la terapéutica mordacidad de este director aplicada a las jerarquías supremas del reino de Dios en la tierra.
El arranque de Habemus Papam es muy brillante. El autor se plantea lo que podría ocurrir si al hombre elegido por el cónclave para ser Papa tras agotadoras votaciones y cuya ansiada designación ha sido revelada a los expectantes feligreses con la fumata blanca, sufriera un alarmante bloqueo mental debido al pánico, la responsabilidad, la inmediata depresión o la acumulada angustia y se sintiera incapaz de asumir su nombramiento. El estupor de la curia ante la inmovilidad de su nuevo jerarca intenta buscar soluciones desesperadas recurriendo al mejor psicoanalista de Roma para que éste profundice en la crisis del paralizado, encuentre la salvadora solución al problema y logre ponerlo en movimiento.
La media hora inicial está abarrotada de gracia y de malicia, todo funciona como en las mejores comedias, tiene ritmo, hay gags de primera clase. Pero con la huida del Papa al mundo exterior, su contacto inicialmente sonámbulo con la gente y con la calle, su reencuentro con una pasión aparcada como el teatro de Chejov, la intriga se alarga inútilmente y el fulgor decae. Moretti también intenta inútilmente aportar sorna al describir la vida cardenalicia mientras que esperan que el jefe salga a la luz y comience su trascendente mandato. Hay secuencias inacabables de los cardenales organizados por nacionalidades para jugar un jocoso campeonato de voleibol en el que el psicoanalista ejerce de árbitro y apasionado entrenador. El director intenta derrochar humanismo y combinarlo con la farsa, pero el experimento ya no hace reír ni tampoco emociona lo más mínimo. Tienes la sensación de que el planteamiento ha sido tan deslumbrante que después no sabe cómo desarrollarlo y está claro que una gran idea no garantiza un buen guión. No es una mala película, pero sí es decepcionante, algo que ya le había ocurrido en las irregulares Abril y El Caimán. La Iglesia católica no debería preocuparse ante parodias tan inofensivas como la que pretende hacer Habemus Papam.La francesa Polisse, dirigida por una mujer que firma con el pintoresco nombre de Mai-wenn, retrata el indeseable trabajo, el excesivo colegueo y la dura cotidianeidad de una brigada de la policía especializada en la protección de menores, gente que debe dar caza a los pederastas y tratar con críos violados o explotados, convivir con el horror superlativo, el que se ceba con los más vulnerables. Posee cierta atmósfera, naturalismo y vocación documental, pero me recuerda excesivamente a otras películas como Ley 627, de Bertrand Tavernier, y La clase, de Laurent Cantet. Más que inspirarse en ellas parece copiarlas. Todo me suena a visto y oído.
a esta cinematografía, alguien con un mundo tan reconocible como poderoso, ácido y crítico, capaz en su irreverente, original y penetrante obra de conectar no ya con la sensibilidad de los espectadores italianos sino también con el público europeo de paladar medianamente educado. No solo con su arte detrás de la cámara sino igualmente delante de ella, dando vida a un tipo tan irónico como confuso que plantea interrogantes sobre las personas y las cosas, con el que resulta fácil que se identifiquen los espectadores.
Moretti, cuyo cine es habitual en el Festival de Cannes, logró hacer reír y pensar a este público incondicional con Caro diario. También nos conmovió profundamente con la trágica La habitación del hijo, que ganó la Palma de Oro en la edición del año 2001. En su anterior película El Caimán, este Pepito Grillo italiano logró algo tan cívico como molestar al caballero Berlusconi. En Habemus Papam, que acaba de ser exhibida en Cannes, el siempre temido Moretti construye su ficción en el intocable Vaticano. Parece ser que este, siempre tan atento a las agresiones y burlas de los impíos, se ha mosqueado con la visión que ofrece de él, lo cual aumentaba el morbo hacia una película presuntamente sabrosa, en la que esperabas encontrar la terapéutica mordacidad de este director aplicada a las jerarquías supremas del reino de Dios en la tierra.
El arranque de Habemus Papam es muy brillante. El autor se plantea lo que podría ocurrir si al hombre elegido por el cónclave para ser Papa tras agotadoras votaciones y cuya ansiada designación ha sido revelada a los expectantes feligreses con la fumata blanca, sufriera un alarmante bloqueo mental debido al pánico, la responsabilidad, la inmediata depresión o la acumulada angustia y se sintiera incapaz de asumir su nombramiento. El estupor de la curia ante la inmovilidad de su nuevo jerarca intenta buscar soluciones desesperadas recurriendo al mejor psicoanalista de Roma para que éste profundice en la crisis del paralizado, encuentre la salvadora solución al problema y logre ponerlo en movimiento.
La media hora inicial está abarrotada de gracia y de malicia, todo funciona como en las mejores comedias, tiene ritmo, hay gags de primera clase. Pero con la huida del Papa al mundo exterior, su contacto inicialmente sonámbulo con la gente y con la calle, su reencuentro con una pasión aparcada como el teatro de Chejov, la intriga se alarga inútilmente y el fulgor decae. Moretti también intenta inútilmente aportar sorna al describir la vida cardenalicia mientras que esperan que el jefe salga a la luz y comience su trascendente mandato. Hay secuencias inacabables de los cardenales organizados por nacionalidades para jugar un jocoso campeonato de voleibol en el que el psicoanalista ejerce de árbitro y apasionado entrenador. El director intenta derrochar humanismo y combinarlo con la farsa, pero el experimento ya no hace reír ni tampoco emociona lo más mínimo. Tienes la sensación de que el planteamiento ha sido tan deslumbrante que después no sabe cómo desarrollarlo y está claro que una gran idea no garantiza un buen guión. No es una mala película, pero sí es decepcionante, algo que ya le había ocurrido en las irregulares Abril y El Caimán. La Iglesia católica no debería preocuparse ante parodias tan inofensivas como la que pretende hacer Habemus Papam.La francesa Polisse, dirigida por una mujer que firma con el pintoresco nombre de Mai-wenn, retrata el indeseable trabajo, el excesivo colegueo y la dura cotidianeidad de una brigada de la policía especializada en la protección de menores, gente que debe dar caza a los pederastas y tratar con críos violados o explotados, convivir con el horror superlativo, el que se ceba con los más vulnerables. Posee cierta atmósfera, naturalismo y vocación documental, pero me recuerda excesivamente a otras películas como Ley 627, de Bertrand Tavernier, y La clase, de Laurent Cantet. Más que inspirarse en ellas parece copiarlas. Todo me suena a visto y oído.
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