La yihad también ejerce de 'narco'
Expedientes secretos indican que treinta presos en Guantánamo reconocen ser traficantes
JOSÉ MARÍA IRUJO / MÓNICA CEBERIO
El País 15/05/2011;
El yemení Omar Muhammad Ali al Rammah ha vivido con una intensidad poco habitual. A los 15 años, su padre le expulsó de casa por su adicción a las drogas, pateó las calles de Saná, durmió a la intemperie y finalmente encontró cobijo en las casas de prostitución más frecuentadas de la ciudad. Nada de lo que le inculcaron durante los ocho años que asistió a la escuela sirvió para apartarle del ambiente delincuencial en el que se movía desde niño como pez en el agua. Omar se dedicó al tráfico de hachís y cocaína durante ocho años. "Raramente vivía en la misma casa más de dos semanas. Me movía tanto por mi relación con el mundo de las drogas", ha confesado a sus interrogadores militares en la prisión de Guantánamo.
En el verano de 2001, el joven traficante atendió los consejos de su tío Abd al Rahman que le convenció para que tomara el camino recto: convertirse en un "devoto musulmán". Esa senda, en esta ocasión, pasaba por dos mezquitas radicales de Yemen y terminó en el área de Pankisi (Georgia) en la que Omar, de 36 años, entrenó con armas y se preparó para hacer la yihad global. Su sueño se acabó al ser detenido en Georgia cuando preparaba un atentado con explosivos. En los bolsillos llevaba dos detonadores y cuatro pasaportes falsos, uno yemení y tres marroquíes.
Omar es uno de los 30 yihadistas presos en Guantánamo que, según los expedientes secretos del Departamento de Defensa de EE UU a los que ha tenido acceso EL PAÍS, ha confesado a sus interrogadores su relación con el tráfico de drogas, seña de identidad de algunos islamistas radicales que atrae la atención de los servicios de inteligencia. Sus responsables están convencidos de que actividades y ataques de Al Qaeda y de sus grupos asociados se financian en Europa, África y Asia con la venta de hachís, cocaína, opio y estupefacientes. Una alianza diabólica entre el crimen organizado y el terror que ya nadie se atreve a negar. "Un quebradero de cabeza más para nosotros", reconoce un responsable de la policía judicial italiana, uno de los servicios europeos que ha alertado con más detalle sobre esta conjunción de intereses criminales. "Una preocupación porque las ingentes cantidades de hachís que se intervienen en España generan enormes plusvalías a las bandas que operan desde Marruecos y pueden desviarse a financiar el terrorismo islamista", advirtió tras el 11-M el comisario general de policía José García Losada. Jamal Ahmidan, El Chino, uno de los suicidas de Leganés y presunto autor material del ataque contra los trenes de Atocha, era narcotraficante, y el atentado se financió mediante el tráfico de hachís. Desde entonces, las evidencias de esta colaboración entre narcos y yihadistas se han multiplicado y afloran como hongos en distintos escenarios.
En el extraordinario y complejo perfil que dibujan las fichas secretas de 759 presos recluidos en Guantánamo se aprecia, entre otras, la imagen de traficantes de droga en Europa o en los países árabes reconvertidos en miembros de Al Qaeda o las oscuras finanzas del movimiento talibán en Afganistán, una organización terrorista que vive del tráfico de opio y paga sus ataques con los beneficios de esta droga producida en su mayor parte en la provincia de Helmand bajo la dirección del antiguo comandante Abdul Wahid.
¿Quiénes son los traficantes de droga profesionales, miembros o no de esa inquietante alianza, que acabaron presos en el limbo de Guantánamo? Cada uno tiene una historia diferente, pero a casi todos les une la atracción inicial por el dinero, la fascinación por la yihad y el uso que han hecho de su experiencia como traficantes en beneficio de Osama Bin Laden y de sus grupos asociados en todo el planeta. Algunos imanes radicales han emitido fetuas en las que se autoriza a robar o traficar con drogas si los beneficios revierten en la causa general. Los "hermanos" traficantes son útiles y bienvenidos.
El tunecino Rida Bin Saleh al Yazidi, de 46 años, dirigente del Grupo Combatiente Tunecino, asociado a Al Qaeda, viajó hasta Afganistán gracias a un pasaporte falsificado que obtuvo "a través de sus antiguos contactos en el mundo de la droga", según su expediente en Guantánamo. Antes había residido en Italia, donde fue detenido como miembro de una célula salafista. Mediante una carta de recomendación, entró en el campo afgano de Khaldan y recibió entrenamiento en armas cortas y explosivos. Celebró el 11-S en una casa de militantes en Kabul, y su aventura concluyó en las montañas de Tora Bora en 2001, junto a otros 29 guardaespaldas y veteranos miembros de Al Qaeda que cuidaban de Bin Laden. "Espero morir como mártir luchando contra los norteamericanos y los cruzados", ha espetado desafiante a sus interrogadores en Guantánamo.
Lufti Bin Swei Lagha, otro tunecino de 42 años, relacionado con varios salafistas en Milán, relató a sus captores que la mayoría de los residentes del piso en el que residía en Italia consumían y traficaban con drogas; Hasham Bin Ali Bin Amor, de 44 años, miembro del Grupo Combatiente Tunecino, arrestado en Italia y detenido en Afganistán, pasó por un centro de rehabilitación de drogadictos y se dedicó al tráfico. "Fue a Afganistán para distanciarse de las drogas y buscar el camino recto hacia Alá", dice su expediente; el iraní Abdul Majid Muhammed, de 31 años, trabajaba en una tienda de flores en Zahedan, al sureste de Irán, una tapadera para vender opio, hachís y heroína, un negocio en el que escaló peldaños hasta negociar con Aiduk Khan, el mayor traficante del país. Según su testimonio, Khan secuestró a sus dos hermanos menores y amenazó con asesinarlos si no le pagaba una deuda. Entonces decidió ir a Afganistán, donde fue detenido.
Los testimonios del ceutí Hamed Abderramán, de 36 años, y de Lahcen Ikassrrien, de 44, marroquí residente en España, exponen también su vinculación con el tráfico de drogas, según relataron ambos a sus carceleros. Todo vale en favor de la nueva yihad global.
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