30 abr 2013

Estados Unidos y las armas/Walter Laqueur


  • Estados Unidos y las armas/Walter Laqueur, consejero del Centro de Estudios Internacionales y Estratégicos de Washington.

La Vanguardia | 28 de abril de 2013
En Estados Unidos hay entre 200 y 250 millones de armas de fuego en manos privadas. Nadie conoce la cifra exacta. Sólo el año pasado se vendieron 17 millones de armas. Viendo estos números tan impresionantes a nadie puede extrañar que un gran número de personas mueran por disparos de armas de fuego (más de las que son asesinadas por terroristas). El último incidente especialmente impresionante sucedió en Newport, una pequeña ciudad de Connecticut, en diciembre del 2012 cuando Adam Lanza, un joven con problemas psíquicos, fue a la escuela local Sandy Hook y asesinó a 26 niños y a varios profesores tras haber dado muerte previamente a su propia madre. Masacres de este tipo ocurren de vez en cuando en todo el planeta. Noruega y Tasmania no son conocidos como países especialmente violentos pero fueron escenario de las mayores matanzas a tiros ocurridas en los últimos años. 77 jóvenes fueron asesinados en Oslo en julio del 2011 y 35 en Port Arthur, en Tasmania.
Pero en EE.UU. estos acontecimientos suceden más frecuentemente que en otras partes y por ello los americanos enojados intentan imponer un control más estricto de la propiedad de armas de fuego. Al cabo de un tiempo estas iniciativas normalmente son rechazadas pues la Segunda Enmienda de la Constitución otorga al ciudadano el derecho a poseer armas. No es muy sabido que en el siglo XVIII, en muchas partes de EE.UU. se obligaba por ley a los propietarios a tener armas, pues en esos días la vida era peligrosa y no existía una fuerza policial. Pero también es cierto que en Washington existe un fuerte lobby (quizá el más fuerte de todos los lobbies), la Asociación Nacional del Rifle (NRA) y los intentos de imponer alguna supervisión de las armas han sido invariablemente derrotados.

¿Sucedería lo mismo ahora? En estos días se ha estado debatiendo este tema (junto con los presupuestos y la inmigración) en el Congreso, a petición del presidente Obama. Parecía que todo intento de introducir una regulación fracasaría pues hacían falta 40 votos para presentar una ley impulsada por el senador Feinstein, de California. No había 40 senadores dispuestos a apoyar esta ley que era bastante modesta. Sólo pretendía introducir un registro de antecedentes que garantizara que no se vendían armas a criminales o a personas con una enfermedad mental. La NRA argumentó que tal ley no hubiera impedido a Adam Lanza cometer la masacre, puesto que no estaba fichado como criminal ni se le conocía enfermedad mental. Es verdad, pero si hubiera existido un control de ventas se habría visto que Lanza no sólo tenía numerosas armas sino también 6.000 balas lo que, cuanto menos, es inhabitual y sospechoso.
Pero el viento cambió en Washington con Nicole Hockley, madre de un niño de seis años que fue asesinado. Junto con otros padres viajó a la capital federal para entrevistarse con senadores y congresistas. A ello se unió que las encuestas mostraban que el 90% de los americanos estaban a favor de introducir al menos algunas medidas de control. Advertidos de qué lado soplaba el viento los legisladores votaron el 11 de abril no poner fin al debate sobre el control de armas, como había pedido la NRA. Los senadores Manchin y Toomey, uno demócrata y el otro republicano, presentaron una nueva enmienda pactada que hacía algo más difícil vender armas a quienes no deberían tenerlas. Y aún más importante, de aprobarse demostraría que la NRA no es invencible, que senadores y congresistas estaban dispuestos a desafiarla siguiendo a la opinión pública. Y ello favorecería introducir mayores controles en el futuro. Había una posibilidad razonable de que la propuesta Manchin-Toomy fuera aprobada. Pero el pasado día 17 el Senado rechazó la enmienda ya que, pese a obtener 54 votos a favor y 46 en contra, eran necesarios 60 votos favorables.
¿Qué explica el amor de los americanos por las armas? Ni el deseo de cazar ni el de autoprotección contra criminales ofrecen una explicación total y satisfactoria. Tiene que ver más con la historia de EE.UU. y con la tradición, con la guerra de la independencia del siglo XVIII. Siempre ha existido una desconfianza hacia el Gobierno, existe una convicción generalizada que el Estado no es el defensor de las libertades individuales sino su enemigo. Por eso la NRA tiene al apoyo de organizaciones libertarias que luchan por la libertad individual. Un control de armas supondría tener un registro de armas de fuego y eventualmente un registro de antecedentes de las mismas y una base de datos a nivel nacional, lo que implicaría infringir la libertad individual. Existe pues oposición a la idea de que el Estado tenga el monopolio de lo relativo a la violencia. Incluso aparece un elemento de lucha de clases: la creencia de que el intento de controlar la propiedad de las armas es una campaña del establishment para impedir que las clases bajas y quizá incluso también los negros puedan armarse.
La Segunda Enmienda menciona el derecho de la gente (o de las milicias que representan a la gente) a tener o guardar armas. Pero en 1791, cuando se aprobó, un arma era un mosquete que se cargaba por el cañón, no un AK-47 (kaláshnikov) u otros fusiles de asalto o incluso armas más peligrosas como gas venenoso. El desarrollo tecnológico ha superado las intenciones de los legisladores de aquel diciembre de 1791 en la Declaración de Derechos. Es necesario repensar esa enmienda a la luz de estos hechos pero los fetichistas del rifle no están por la labor.

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