20 abr 2014

Jesús, Prometo y Snowden


Jesús, Prometo y Snowden/Manuel Mandianes es antropólogo del CSIC, escritor y teólogo. Autor del blog: Diario nihilista.
Publicado en El Mundo |18 de abril de 2014
Prometeo, hijo de Japeto, es el creador de la Humanidad. Formó a los hombres cuando aún no había ninguna sobre la faz de la Tierra; con arcilla y agua los formó a semejanza de los dioses. En un conflicto, Prometeo luchó del lado de Zeus. Atenea le enseñó la arquitectura, la astronomía, las matemáticas, la navegación, la medicina, la metalúrgica y otras artes útiles que él transmitió a la Humanidad. Prometeo mató un toro, los huesos los encerró en un saco y la carne en otro; cuando vino Zeus le mostró el sacó de los huesos. Entonces, Zeus, al sentirse engañado en venganza, privó a la Humanidad del fuego diciendo: la carne que les tocó «que la coman cruda» pero Prometeo, con la complicidad de Atenea, entró en el Olimpo, robó el fuego a los dioses y se lo entregó a la Humanidad, y Zeus encadenó Prometeo en las montañas del Cáucaso y todos los días, un buitre le desgarraba el hígado. Por eso los habitantes de esta región consideran al buitre enemigo de la Humanidad.

Cuando Heracles llegó a las montañas de Cáucaso, en donde Prometeo llevaba encadenado 30, 1.000 o 30.000 años, Heracles pidió a Zeus que levantara el castigo a Prometeo y se lo concedió sin dilación. Zeus estaba arrepentido del castigo que había infligido a Prometeo porque éste, desde que estaba sufriendo el castigo le había aconsejado que no se casara con Tetis porque podría engendrar a alguien superior a él pero tendría que llevar un anillo hecho con el material de sus cadenas para que siguiera pareciendo un prisionero. La Humanidad lleva animillos en recuerdo de éste. Se dice que el primer zumo de color de sangre que protege contra el aliento ígneo de los toros era hecho de la sangre de Prometeo (R. Graves, Los mitos griegos). «Un don al hombre me ha uncido al duro yugo del destino: / Robé el fuego, en una o caña, / la recóndita fuente que sería/ maestra de las artes y un recurso/ para el hombre. Y aquí pago mi culpa/ clavado y aherrojado a la intemperie» (Esquilo, Prometeo). Heracles mató el buitre que le destrozaba el hígado a picotazos atravesándole el corazón con una flecha; de aquí nació la constelación Sagitario.
Adán y Eva fueron expulsados del Paraíso por haber comido la fruta del árbol del bien y del mal; es decir, por intentar adquirir conocimientos que pertenecían sólo a Dios. «Tomó pues, Yahvé Dios al hombre y lo dejó en el jardín de Edén para que lo labrase y cuidase. Dios impuso al hombre este mandamiento: puedes comer de cualquier árbol del jardín, pero no comerás del árbol de ciencia del bien y del mal; porque el día que comieras de él morirás sin remedio». «Estaban ambos [Adán y Eva] desnudos, el hombre y su mujer, pero no se avergonzaban uno de otro». Entonces vino la serpiente y dijo a Eva. «De ninguna manera morirás. Es que Dios sabe muy bien que el día en que comáis de él se os abrirán los ojos y seréis como dioses, conocedores del bien y del mal». Eva y Adán comieron y se les abrieron los ojos y «se dieron cuenta de que estaban desnudos»; es decir, conocieron quienes eran, se avergonzaron y se taparon con hojas. Entonces, el Yahvé Dios dijo al hombre: «Maldito sea el suelo por tu causa, sacarás de él el alimento con fatiga todos los días de tu vida… Comerás el pan con el sudor de tu frente». A la mujer: «Con dolor parirás los hijos, hacia tu marido irá tu apetencia y él te dominará». Dios hizo esto con Adán y Eva porque «resulta que el hombre [después de comer la fruta del bien y del mal] ha venido a ser como uno de nosotros, en cuanto a conocer el bien y el mal. Ahora, pues, cuidado no alargue su mano y tome también del árbol de la vida y comiendo de él viva para siempre» (Génesis, 2 y 3). Los primeros padres y Prometeo vivían en sus respectivos paraísos hasta el día en que Adán y Eva comieron el fruto prohibido y Prometeo robó el fuego a los dioses.
Los miembros de las mafias que se van de la lengua y comunican sus conocimientos a personas que no velan por los intereses de la organización son ejecutados. Por eso, cuando escuchamos a alguien que habla demasiado de cosas que no son del dominio común, se dice: «Éste sabe demasiado». El Departamento de Justicia de EEUU ha clasificado la actuación de Snowden, antiguo empleado de la CIA, como un «asunto criminal», por lo que no está clara la suerte que correrá por haber hecho públicos documentos clasificados como alto secreto sobre varios programas de la NSA. En las películas sobre la mafia se ve como los jerarcas ejecutan a aquellos que se han ido de la lengua o desconfían que se hayan ido o que se puedan ir. Cuando alguien debe de confesar ante la Justicia lo que sabe, la misma Justicia lo declara testigo protegido «porque sabe y declara más de lo que conviene a algunos».
Zeus quiso acabar con la Humanidad y sólo le perdonó el exterminio por las súplicas de Prometeo pero, al mismo tiempo, cada día estaba más irritado por las crecientes aptitudes de éste. Zeus desencadenó un diluvio sobre la Tierra y Prometeo construyó un arca en la que se embarcaron Deucalión y su mujer Pirra. Al cabo de 9 días el arca quedó varada sobre el monte Atos, el Parnaso u otro y una paloma les avisó que todo había terminado. También Yahvé quiso acabar con la Humanidad por sus pecados pero cedió a los ruegos de Noé y permitió a éste construir un arca en la que se salvaron ejemplares de todos los seres vivientes para que todo pudiera continuar después del diluvio universal (Génesis, 6-8). Noé no robó nada a Dios. Sencillamente le obedeció.
Por el delito de uno, Adán, entró la culpa en el mundo y por Jesús, el Nuevo Adán, entró la gracia mucho más abundante que el delito de tal manera que «no hay proporción entre las consecuencias del pecado de uno y el perdón que se otorga por la gracia del otro». Los que reciban la gracia y el perdón «viviendo reinarán por obra de uno solo, Jesús el Mesías». «Cristo Jesús, el que murió -o más bien el que resucitó-, es quien asimismo está a la diestra de Dios y quien además intercede por nosotros» (Romanos, 5, 12-17; 8, 31-34). Esto lo logró Jesús a través de la pasión. Jesús manifestó a sus discípulos que él «tenía que ir a Jerusalén y padecer muchas cosas de parte de los ancianos y sumos sacerdotes y escribas y ser entregado a la muerte y al tercer día resucitar» (Mat. 16, 21). Es totalmente evidente que el misterio en Jesús no es un secreto; por el contrario, es algo que se dice y se manifiesta. Jesús no es la sabiduría de Dios sino aquello a través de quien la sabiduría de Dios se expresa y se revela. Su contenido es lo que dice San Pablo: «Nosotros anunciamos a Jesús crucificado, escándalo para los judíos, locura para los gentiles» (1 Cor. 1, 23). La sabiduría de Dios se expresa en la forma de un misterio que no es otro que el drama histórico de la pasión, un evento ocurrido realmente que los fieles comprenden para su salvación y los no iniciados no entienden.
Jesús no robó ningún conocimiento a Dios, por el contrario, es el enviado de Dios para entregar a los hombres su sabiduría para salvarlos. La personalidad y misión de Jesús no tiene en la Historia equivalencia. Pero su muerte histórica se debe a su ejemplaridad conflictiva como atributo indisociable de su figura histórica porque, tanto para judíos como para romanos, sabía demasiado y lo decía. El misterio de Jesús está relacionado con la Historia, es en sí mismo historia, ya que la Historia de los últimos tiempos se presenta como un drama místico o un teatro en el que también los apóstoles desempeñan un papel. «Nos hemos convertido en un teatro para el siglo, los ángeles y los hombres» (1 Cor. 4, 9).
La Historia del fin se presenta como un drama sagrado en el que están en juego la salvación y la condena de los hombres. El tiempo mesiánico tiene un doble carácter que muchos definen como un «ya» y un «no todavía». El «ya» se refiere a la fuerza del elemento decisivo: la última venida de Cristo; y «no» todavía se refiere a la fuerza del final. Hasta el fin existen en la Iglesia dos elementos inconciliables, naturaleza bipartita, el bien y el mal, que no dejan de entrecruzarse; la salvación y la condenación: está en cuestión la decisión libre del hombre. Sobre estas materias «no hay modo de obtener una prueba concluyente», dice Gomá. Confiar en ellas es un riesgo.

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