20 abr 2014

La peste del olvido...


 La peste del olvido/RAFAEL CRODA 
Revista Proceso # 1955, 19 de abril de 2014;
CARTAGENA DE INDIAS, COLOMBIA.- Como en la peste del olvido que invadió Macondo y obligó a José Arcadio Buendía a marcar con un hisopo entintado cada cosa con su nombre para poder recordar su uso, el creador de ese mundo mágico y deslumbrante, Gabriel García Márquez, padeció durante los últimos años el mismo mal que aquejó a sus personajes de Cien años de soledad: la pérdida de la memoria.
Para Jaime García Márquez, hermano menor del Premio Nobel de Literatura 1982, el pasaje de la peste del olvido en esa novela fue un acto premonitorio del escritor, uno más de los que se le atribuyen. La familia cree que esos presagios intempestivos que solía tener el fallecido autor colombiano –como su convicción mañanera de que algo grande estaba por ocurrir en Caracas el 23 de enero de 1958, cuando, en efecto, se produjo un golpe de Estado contra el dictador Marcos Pérez Jiménez– eran parte de la herencia de chamán que le venía de su abuela guajira Tranquilina Iguarán Cotes.

En entrevista con Proceso, Jaime cuenta que Gabito –como llamaba a su hermano– “escribió ese capítulo de la peste del olvido hace más de 47 años porque él ya sabía estas cosas de la demencia y lo que podía venir. Mi mamá (Luisa Santiaga Márquez) y mi abuela (Tranquilina) también murieron de ese mal. Y los hombres de la familia también lo tenemos, como mi hermano Luis Enrique (el segundo, después de Gabriel) y yo mismo. Yo ya tengo problemas de memoria”.
 La desmemoria invade Macondo en la página 52 de Cien años de soledad (Norma, 2008) y José Arcadio Buendía “fue al corral y marcó los animales y las plantas: vaca, chivo, puerco, gallina, yuca, malanga, guineo. Poco a poco, estudiando las infinitas posibilidades del olvido, se dio cuenta de que podía llegar un día en que se reconocieran las cosas por sus inscripciones, pero no se recordara su utilidad. Entonces fue más explícito. El letrero que colgó en la cerviz de la vaca era una muestra ejemplar de la forma en que los habitantes de Macondo estaban dispuestos a luchar contra el olvido: ‘Esta es la vaca, hay que ordeñarla todas las mañanas para que produzca leche y a la leche hay que hervirla para mezclarla con el café y hacer café con leche’”.
 Igual que sus personajes, Gabriel García Márquez desarrolló un método para matizar ante sus amigos y conocidos los síntomas de la desmemoria. En uno de sus últimos viajes a Cartagena para participar en el Festival de Cine de este balneario caribeño departió una noche en el restaurante del Hotel Santa Teresa con un grupo de escritores y periodistas colombianos.
Al día siguiente, uno de ellos, oriundo de Barranquilla, estaba sentado leyendo el diario en el lobby de ese hotel cuando vio entrar al Premio Nobel. Enseguida se levantó y tendió la mano al maestro.
–Hombre, ¿y tú que haces aquí en Cartagena? –preguntó García Márquez al sorprendido escritor barranquillero.
–Maestro, pero si anoche le dije que estaba aquí en el Festival…
–No, no, pero qué haces aquí en este instante –corrigió con agilidad.
Cuando la memoria se va
El filólogo Ariel Castillo Mier, doctor en letras hispánicas por El Colegio de México y experto en la obra de García Márquez, considera que la desmemoria constituyó para el Premio Nobel “una paradoja brutal”
Si alguien era un memorioso, dice, era él, quien recuperó para la literatura una tradición oral: la de su abuela Tranquilina, la de su abuelo Nicolás Márquez, que se basaba justamente en la memoria”.
“Esa fue la gran tragedia de García Márquez. Perder la memoria es el castigo más grande que le puede pasar a un escritor como García Márquez, cuya preocupación fundamental fue mantener al lector atento, sin que se le durmiera, y para eso debe haber una concatenación minuciosa entre los detalles que conforman la historia. Cuando se pierde la memoria ya no se puede construir ese armazón. Por eso, obviamente, dejó de escribir”, agrega el académico de la Universidad del Atlántico.
De acuerdo con Castillo Mier, el primer y único tomo de las memorias del escritor –Vivir para contarla, publicado en 2002 con la promesa de que habría al menos dos más– vino muy desmemoriado, “con muchos vacíos. Eso debe ser muy doloroso para un narrador que habló en su obra de la peste del olvido que afecta a los latinoamericanos y que al final acabó por sucumbir ante esa misma peste”.
En julio de 2012 Jaime García Márquez reveló que su hermano padecía “conflictos de memoria” por predisposición genética y por los estragos del tratamiento de quimioterapia contra el cáncer linfático que recibió en 1999. La noticia dio la vuelta al mundo y provocó el malestar de Mercedes Barcha, la esposa del escritor.
El conflicto familiar se solucionó en abril de 2013, durante la última visita de García Márquez a Cartagena y a Colombia. Una noche salieron a cenar a un restaurante de la zona amurallada de este puerto colonial Mercedes, el Premio Nobel, Jaime y su esposa Margarita.
–¿Él se acordaba bien de usted? ¿Lo reconocía? –pregunta el reportero a Jaime.
–No, no.
En Cien años de soledad, José Arcadio Buendía estaba determinado a dar la batalla contra la peste del olvido y “decidió entonces construir la máquina de la memoria que una vez había deseado para acordarse de los maravillosos inventos de los gitanos. El artefacto se fundaba en la posibilidad de repasar todas las mañanas, y desde el principio hasta el fin, la totalidad de los conocimientos adquiridos en la vida. Lo imaginaba como un diccionario giratorio que un individuo situado en el eje pudiera operar mediante una manivela”. Al final fue el gitano Melquíades el que conjuró la desmemoria de Macondo al dar a beber a José Arcadio una sustancia de color apacible.
En la Cartagena de los García Márquez, la pócima de la memoria estuvo formada por los afectos. Un día que Jaime llegó de visita a la casa del Premio Nobel en la Calle del Curato, en el centro de la ciudad, su hermano Gabito se le acercó y lo miró con la dulzura de un niño feliz.
–No sé quién eres –le dijo el escritor–, pero sé que te quiero mucho.
Luego lo abrazó.
Fue la última vez que Jaime vio a su hermano mayor.

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