25 ene 2015

Policías detenidos, chivos expiatorios/PATRICIA DÁVILA

Policías detenidos, chivos expiatorios/PATRICIA DÁVILA
Revista Proceso  No. 1995, 14 de enero de 2015
El repudio nacional por el ataque contra los estudiantes de Ayotzinapa provocó una respuesta gubernamental lenta y sumamente criticada. Ahora, nuevas voces se suman al rechazo: familiares de policías municipales detenidos por el atentado explican que los agentes acusados vacacionaban, tenían día de descanso o estaban asignados a otras comisiones cuando ocurrieron los hechos. “La PGR está tratando de que su supuesta investigación encaje”, acusa el abogado de cuatro de los detenidos.
IGUALA, GRO.- En su afán por acallar las protestas de los padres de familia de los estudiantes de la Normal Rural Raúl Isidro Burgos, de Ayotzinapa, desaparecidos desde el 26 de septiembre, la Procuraduría General de la República (PGR) “fabrica culpables”: Responsabilizó de homicidio, intento de homicidio, secuestro y delincuencia organizada a policías municipales que estaban de vacaciones, tenían descanso o que el día y a la hora de los hechos desempeñaban comisiones lejos del lugar del ataque.
 Así lo denuncian las esposas de Osvaldo Arturo Vázquez Castillo, Jorge García Castillo, Ubaldo Toral Vences y Gerardo Delgado Mota, agentes asignados a la patrulla municipal 017, quienes se desempeñaban como escoltas del exalcalde de Iguala José Luis Abarca y de su esposa, María de los Ángeles Pineda Villa. También habla el abogado de los policías, quien señala las irregularidades jurídicas que mantienen presos a sus clientes.
 El inicio de las dudas

 Zaira Lucero Estrada Rodríguez, esposa de Osvaldo Arturo Vázquez Castillo, da su versión: “El viernes 26 él entró a trabajar a las siete de la mañana, se fue junto con su primo Jorge García Castillo” en la vieja camioneta de este último. “Se reportaron a la comandancia a recoger las llaves de la patrulla 017 y sus armas, de allí se fueron a la casa del alcalde, donde esperaron al matrimonio. Al salir, Abarca les indicó que irían a la alcaldía”. A las seis de la tarde de ese día su esposa dio su informe de actividades como presidenta del DIF local en la explanada municipal, a un lado del ayuntamiento.
Los policías escoltaron a la pareja a la alcaldía entre las ocho y nueve de la mañana porque los Abarca querían supervisar personalmente los preparativos. Ya por la noche, al empezar el informe, los escoltas se plantaron a un lado de la tarima en donde la señora hablaba.
“Al terminar, como a las nueve de la noche, el alcalde, su esposa y algunos familiares se vinieron a cenar a los tacos Lili, a sólo una cuadra de mi casa. La patrulla 017 la estacionaron frente a la taquería y los agentes se bajaron para vigilar. Siempre que el matrimonio cenaba aquí les invitaban alambre a sus escoltas. Mi esposo me habló para que el mayor de mis niños fuera por el alambre y lo cenara con nosotros.
“La tía de Osvaldo vende pozole afuera de la casa, por lo que algunos vecinos, como la señora Marcela Rosa Morales Rea, quien cenaba ahí, vieron que mi hijo regresó con el alambre.
“De la taquería (los agentes) se fueron como a las 10:05 de la noche a dejar al matrimonio a su casa, en la colonia Jacarandas. De ahí pasaron a la comandancia a entregar la patrulla 017, las llaves y sus armas. En la camioneta de Jorge, estacionada cerca de la comandancia, regresaron a casa. Llegaron como a las 10:25. La vecina Marcela Rosa aún estaba en el lugar.”
Osvaldo Vázquez cenó, se bañó y se retiró a dormir. Al día siguiente y como de costumbre, asienta su esposa, se fue a las siete de la mañana por la patrulla y sus armas para trasladarse a la casa del alcalde. Mientras lo esperaba, le hablaron para que se reportara en el Centro Regional de Adiestramiento Policial en la Zona Norte (Crapol). Su primo Jorge García descansó el sábado 27 de septiembre, pero al mediodía Osvaldo le habló por teléfono para que también acudiera al Crapol.
 Los dos matrimonios –el de Zaira Lucero y Osvaldo y el de Marisol y Jorge– viven en la casa de la abuela materna de ellos. Los primeros en un cuarto construido al fondo del patio; los segundos, en uno ubicado en el primer nivel de la casa. La vivienda es sumamente modesta.
 “Mi esposo me dijo que en el Crapol iban nombrando los números de las camionetas y de la 017 sólo se presentó él (Osvaldo) junto con el patrullero Marco Antonio Ramírez Urban, quien ese día se subió a la patrulla porque Jorge descansó, (Ubaldo) Toral estaba de vacaciones y Gerardo (Delgado) iba a llegar tarde. Dice que los llamaban por número de patrulla. Al pasar, personas encapuchadas detrás de una rejilla decían si los identificaban o no. Osvaldo fue parte de los primeros 22 detenidos”, recapitula Zaira Estrada.
 `Ella se enteró de la aprehensión de su esposo por Jorge García, quien le habló ese día como a las siete de la tarde. Acudió al lugar sólo para observar cómo policías federales se llevaban a su marido y al resto de los agentes a bordo de dos camionetas blancas con vidrios polarizados. Los trasladaron a Chilpancingo para que declararan. De ahí los enviaron al penal de Las Cruces, en Acapulco, donde declararon por segunda ocasión.
 Ya en Acapulco la familia del escolta presentó como testigos de descargo a la señora Marcela Rosa, quien cenaba con la tía de su esposo, y a María Guadalupe Mariela Quezada Martínez, quien vio al agente en la explanada mientras la esposa de Abarca rendía su informe. Después, a él lo enviaron al penal de Tepic, Nayarit.
 Lo acusaron del homicidio de los tres estudiantes en la avenida Juan N. Álvarez rumbo a la carretera federal a Chilpancingo; del jugador David García Evangelista, del equipo de futbol Los Avispones; de un ama de casa que viajaba en un taxi colectivo y del chofer del mismo, quienes fueron baleados después de la medianoche en Santa Teresa, en la zona del Periférico.
 “El único indicio que tienen en contra de mi esposo y de todos los escoltas es que tres estudiantes señalan haber visto a la camioneta 017, pero están mintiendo, porque ellos estaban resguardando al alcalde y su familia”, asegura la esposa de Osvaldo Vázquez.
 En los próximos días, Estela Martínez Delgado –otra vecina que saludó a su esposo afuera de la taquería donde cenaban los Abarca– y Julia Vázquez Chavelas, la dueña de la taquería, se presentarán a testificar a favor de ellos.
 Vacaciones y descansos
 Marisol Mendoza Mujica, esposa de Jorge García Castillo, primo de Osvaldo, recuerda aquel 26 de septiembre: “Mientras sucedía lo de los normalistas, eran como las nueve o las 9:20 de la noche. Yo estaba aquí cerca, en una tiendita en la que vendo algunos abarrotes, en eso me habla mi esposo a mi celular y me dice: ‘No vayas a salir porque hubo una balacera, nosotros estamos cenando aquí por la casa, en la taquería Lili’. No me preocupé. Incluso mi esposo pasó rápido a dejarnos un alambre a casa de mi suegra, quien vendía pozole”.
Ese día, además de Jorge García laboraron otros escoltas: Osvaldo Vázquez y Guillermo Villalobos. De este último se desconoce el paradero.
Marisol Mendoza continúa: “Al día siguiente mi esposo Jorge descansó, comíamos cuando su primo Osvaldo habló, me pidió que le dijera que tenía que presentarse en el cuartel de la policía. Se fue tarde, como a las dos, y cuando llegó ya habían detenido a los 22, incluyendo a su primo Osvaldo. Horas después le avisó a Zaira Estrada”.
El día en que ocurrió el ataque a los normalistas el escolta Ubaldo Toral Vences vacacionaba, asegura a Proceso su esposa, María Iris Román Ramírez: “El 26, mi esposo estaba de vacaciones, salió desde el 25 de septiembre, un día antes de los hechos. Esos días los pasamos en casa. Por la tele y el periódico nos enteramos de la balacera. Mi esposo me dijo que la situación estaba difícil, que nunca había pasado algo así”.
El 6 de octubre, un día antes de que se reincorporara, le habló Jorge García, su compañero, para avisarle de un curso que deberían tomar en Tlaxcala a partir del día siguiente. En ese curso permanecieron dos meses y medio, aunque inicialmente sería de sólo mes y medio.
Cuando regresaron, los acuartelaron en el 27 Batallón de Infantería, de Iguala. De ahí podían salir después de que les daban instrucciones acerca del lugar al que tenían que presentarse al día siguiente. Todos los días acudieron al cabildo a firmar su asistencia, hasta que les notificaron que, por participar en el curso en Tlaxcala, les darían vacaciones del 15 al 29 de diciembre. Al regresar el 29, empero, nueve policías fueron detenidos, incluido él.
“Me entero de su captura porque una señora me habló para avisarme”, recuerda su esposa.
A su vez, Leccis Mayo Zúñiga, esposa del policía segundo Gerardo Delgado Mota, rememora: “El 26 de septiembre mi esposo descansó. El 25 sí laboró, no me acuerdo hasta qué hora porque yo tenía a mi mamá enferma. La mañana del día 26 se la pasó con nosotros en casa. Como a las tres de la tarde fuimos con mi mamá y regresamos como a eso de las nueve o 10 de la noche. Agotados, no nos enteramos de lo sucedido.
“Desde el día 25 mi esposo pidió permiso de llegar tarde el sábado 27 porque llevaríamos a mi hija a Huitzuco, al dentista. La cita era a las nueve y salimos de casa a las ocho de la mañana”. Fue la odontóloga quien les informó de la matanza del día anterior.
“En días sucesivos mi esposo se siguió presentando a firmar. El día 29 de diciembre se presentó al pase de lista. Me di cuenta de su detención porque llegó un compañero a traerme el Tsuru de mi esposo. Ese es mi coraje, que nos engañan. Tenemos lo poco gracias a mi marido, porque es el único que trabaja. Era el comandante de los escoltas.”
Los argumentos
Por separado todas las mujeres muestran a la reportera incontables constancias y diplomas de los cursos a los cuales asistieron sus esposos en 14 o 15 años de laborar en la policía. También sus certificados de no antecedentes penales. Ellas sonríen. Se muestran optimistas. Tienen la certeza de la inocencia de sus parejas. Son amas de casa, viven de los salarios de sus esposos. Viven en barrios y casas humildes. Ahora hacen rifas para sufragar las visitas y pagarle al abogado.
“Pues mire, ¿usted cree que si mi esposo anduviera en esa maña yo estaría rentando casa? ¡No! Ya tuviera la mía”, señala la mujer de Gerardo Delgado Mota.
–¿Se nota cuando alguien está involucrado? –se le pregunta.
–Claro. Por los coches que traen. Por la noche andan en la calle tomando. Por lo mismo de que nunca han tenido, cuando tienen lo demuestran, traen cadenas de oro, relojes…
–¿Por qué la intención de culparlos?
–El gobierno los culpa de todo lo que sucede en Iguala. Están metiendo inocentes con tal de lavarse las manos y de que los padres dejen de exigir resultados. No investigan. Agarran al que caiga.
El defensor de los cuatro escoltas –quien pidió omitir su nombre– señala las irregularidades: “En el caso de Osvaldo, es una detención arbitraria porque no fue mediante una orden proveniente de alguna autoridad jurisdiccional competente, sino que fue detenido por la Procuraduría General de Justicia del estado, a través de los policías ministeriales”.
Apoyado en expedientes de las causas penales 212/14, 216/14 y 217/14, del caso de Osvaldo Vázquez, así como en la 01/2015, abierta posteriormente sobre Jorge García, Ubaldo Toral y Gerardo Moya, el letrado asegura que otra anomalía es que la PGR no ha considerado la imposibilidad de que los acusados participaran en el atentado porque sus funciones no eran operativas, estaban asignados como escoltas del alcalde y hay documentos y testigos que lo confirman.
Otra irregularidad es la debilidad del supuesto señalamiento directo por parte de los agraviados. El abogado dice que los tres testigos coinciden en su acusación, pero la coincidencia llega a tanto que sus declaraciones no difieren ni en un solo punto ni en las faltas de ortografía.
Además los denunciantes aluden a la patrulla, pero ninguno ubica a los acusados.
–Supuestamente, ¿qué armas disparó Osvaldo esa noche? –se le inquiere.
–En el lugar de los hechos encontraron casquillos de distintos calibres, de R-15 y AK-47. Pero los escoltas sólo portaban R-15.
Se le hace notar que a Osvaldo Vázquez le resultó positiva la prueba de rodizonato de sodio.
–Sí, igual que a 19 de los 22 policías detenidos junto con él. Y los tres policías a los que les dio negativa, están presos porque sus armas dieron positivo y porque los agraviados los identifican como elementos que dispararon. Pero da la casualidad de que, de los escoltas presos, Gerardo Delgado tenía día franco, Ubaldo Toral estaba de vacaciones y aun así los señalan. No hay correspondencia.
Acusa que también existen problemas en los delitos por los cuales fueron consignados: “Sabemos que la finalidad del secuestro es solicitar un rescate a cambio de la libertad y éste no es el caso. Sin embargo, los consignan por esa situación.
“Lo mismo sucede con delincuencia organizada. Tiene que haber un jefe jerárquico y más de tres personas que se ­reúnan y se pongan de acuerdo en cómo delinquir. No hay elementos. Pero en su afán de cuadrar su investigación, la PGR intenta involucrarlos con los civiles detenidos, integrantes de Guerreros Unidos.
“La PGR está tratando de que su supuesta investigación encaje. Bien o mal ya lo hizo, pero hay muchos elementos que faltan. No hay elementos de vinculación porque no existe un nexo causal entre los cuatro oficiales y los hechos o el resultado de los mismos, y es que no existe esa supuesta participación”, concluye el litigante.  

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