El papa Francisco realizó en la
mañana del miércoles 29 de abril en la Plaza de San Pedro, un repaso por algunos problemas y
desafíos con los que se encuentra la familia hoy día. En particular, habló del
matrimonio y comentó el episodio evangélico de las bodas de Caná y respondió a
la interrogante sobre qué en la actualidad los jóvenes no se quieren casar y
sin embargo sí optan por la convivencia.
Traducción de la catequesis del papa:
Queridos
hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Nuestra
reflexión sobre el designio originario de Dios sobre la pareja hombre-mujer,
después de haber considerado las dos narraciones del Libro del Génesis, se
dirige ahora directamente a Jesús.
El
evangelista Juan, al comienzo de su Evangelio, narra el episodio de las bodas
de Caná, en las cuales estaban presentes la Virgen María y Jesús, con sus
primeros discípulos (cfr. Jn 2, 1-11). ¡Jesús no sólo participó en aquel
matrimonio, sino que “salvó la fiesta” con el milagro del vino! Por lo tanto,
el primero de sus signos prodigiosos, con el cual Él revela su gloria, lo
cumplió en el contexto de un matrimonio y fue un gesto de gran simpatía por
aquella familia naciente, solicitado por el apremio materno de María.
Y
esto nos hace recordar el libro del Génesis, cuando Dios terminó la obra de la
creación y hace su obra maestra; la obra maestra es el hombre y la mujer. Y
aquí precisamente Jesús comienza sus milagros, con esta obra maestra, en un
matrimonio, en una fiesta de bodas: un hombre y una mujer. Así Jesús nos enseña
que la obra maestra de la sociedad es la familia: ¡el hombre y la mujer que se
aman! ¡Esta es la obra maestra!
Desde
los tiempos de las bodas de Caná, tantas cosas han cambiado, pero aquel “signo”
de Cristo contiene un mensaje siempre válido.
Hoy,
no parece fácil hablar del matrimonio como de una fiesta que se renueva en el
tiempo, en las diversas estaciones de la entera vida de los cónyuges. Es un
hecho que las personas que se desposan son siempre menos. Esto es un hecho: los
jóvenes no quieren casarse. En muchos países en cambio aumenta el número de las
separaciones, mientras disminuye el número de los hijos. La dificultad para
quedarse juntos – ya sea como pareja que como familia – lleva siempre a romper
los vínculos siempre con mayor frecuencia y rapidez, y precisamente los hijos
son los primeros en pagar las consecuencias. Pero pensemos que las primeras
víctimas, las víctimas más importantes, las víctimas que sufren más en una
separación son los hijos.
Si
experimentas desde pequeño que el matrimonio es un vínculo “a tiempo
determinado”, inconscientemente para ti será así. En efecto, muchos jóvenes son
llevados a renunciar al proyecto mismo de un vínculo irrevocable y de una
familia duradera. Creo que debemos reflexionar con gran seriedad sobre el
porqué tantos jóvenes “no se sienten” de casarse. Existe esta cultura de lo
provisorio…todo es provisorio, parece que no hay algo definitivo.
Ésta
de los jóvenes que no quieren casarse es una de las preocupaciones que surgen
en el día de hoy: ¿por qué los jóvenes no se casan? ¿Por qué a menudo prefieren
una convivencia y tantas veces “a responsabilidad limitada”? ¿Por qué muchos –
también entre los bautizados – tienen poca confianza en el matrimonio y en la
familia? Es importante tratar de entender, si queremos que los jóvenes puedan
encontrar el camino justo para recorrer. ¿Por qué no tienen confianza en la
familia?
Las
dificultades no son sólo de carácter económico, si bien estas son realmente
serias. Muchos consideran que el cambio sucedido en estos últimos decenios haya
sido puesto en marcha por la emancipación de la mujer. Pero ni siquiera este
argumento es válido. ¡Pero ésta es también una injuria! ¡No, no es verdad! Es
una forma de machismo, que siempre quiere dominar a la mujer. Hacemos el
papelón que hizo Adán, cuando Dios le dijo: “¿Pero por qué has comido la
fruta?” Y él: “Ella me la dio”. Es culpa de la mujer. ¡Pobre mujer! ¡Debemos
defender a las mujeres, eh! En realidad, casi todos los hombres y las mujeres
querrían una seguridad afectiva estable, un matrimonio sólido y una familia
feliz.
La
familia está en la cima de todos los índices de agrado entre los jóvenes; pero,
por miedo de equivocarse, muchos no quieren ni siquiera pensar en ella; no
obstante son cristianos, no piensan al matrimonio sacramental, signo único e
irrepetible de la alianza, que se transforma en testimonio de la fe. Quizás,
precisamente este miedo de fracasar es el más grande obstáculo para acoger la
palabra de Cristo, que promete su gracia a la unión conyugal y a la familia.
El
testimonio más persuasivo de la bendición del matrimonio cristiano es la vida
buena de los esposos cristianos y de la familia. ¡No hay modo mejor para decir
la belleza del sacramento! El matrimonio consagrado por Dios custodia aquel
vínculo entre el hombre y la mujer que Dios ha bendecido desde la creación del
mundo; y es fuente de paz y de bien para la entera vida conyugal y familiar.
Por
ejemplo, en los primeros tiempos del Cristianismo, esta gran dignidad del
vínculo entre el hombre y la mujer venció un abuso considerado entonces
completamente normal, es decir, el derecho de los maridos de repudiar a las
esposas, también con los motivos más falsos y humillantes. El Evangelio de la
familia, el Evangelio que anuncia precisamente este sacramento ha vencido esta
cultura de repudio habitual.
El
germen cristiano de la radical igualdad entre los cónyuges hoy debe traer
nuevos frutos. El testimonio de la dignidad social del matrimonio se hará
persuasivo precisamente por este camino, el camino del testimonio que atrae, el
camino de la reciprocidad entre ellos, de la complementariedad entre ellos.
Por
esto, como cristianos, debemos hacernos más exigentes a este respecto. Por
ejemplo: sostener con decisión el derecho a la igual retribución por igual
trabajo ¿por qué se da por cierto que las mujeres deben ganar menos que los
hombres? ¡No! ¡El mismo derecho! ¡La disparidad es un puro escándalo!
Al
mismo tiempo, reconocer como riqueza siempre válida la maternidad de las
mujeres y la paternidad de los hombres, a beneficio sobre todo de los niños.
Igualmente, la virtud de la hospitalidad de las familias cristianas reviste hoy
una importancia crucial, especialmente en las situaciones de pobreza, de
degrado, de violencia familiar.
Queridos
hermanos y hermanas, ¡no tengamos miedo de invitar a Jesús a la fiesta de
bodas! Y no tengamos miedo de invitar a Jesús a nuestra casa, para que esté con
nosotros y custodie la familia. ¡Y también a su madre, María!
Los
cristianos, cuando se desposan “en el Señor” son transformados en un signo
eficaz del amor de Dios. Los cristianos no se desposan sólo por sí mismos: se
desposan en el Señor en favor de toda la comunidad, de la entera sociedad.
De
esta bella vocación del matrimonio cristiano, hablaré en la próxima catequesis.
Gracias.
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